EL SILENCIO, la
entrada a la REALIDAD
El silencio es una de las condiciones esenciales que permiten que el ser
se manifieste con propiedad, por supuesto, también se expresa en la
inteligencia, en la palabra, Nietzsche señaló: «El camino a todas las cosas
grandes pasa por el silencio».
No hay que ir muy lejos para poner
a prueba la anterior afirmación, basta mirar a una madre o un padre sosteniendo
en sus brazos a un hijo recién nacido, ver cómo se contemplan mutuamente y se
reconocen, ver cómo el niño sonríe. Aquí, madre e hijo, sin decir palabra
alguna, se comunican. Éste es un buen ejemplo de que no se requieren palabras,
sino silencio para comunicarse, se necesita un silencio que permita que la presencia
del otro se revele.
Al hablar aquí de silencio, nos
referimos a la experiencia de permanecer y aparecer, permitiendo que se manifieste
el propio ser.
No es un misterio para nadie que
uno puede estar en soledad, en aparente «silencio», sin embargo, esta soledad no garantiza en lo
más mínimo estar en quietud. Estando en una habitación, por
ejemplo, a pesar de no existir estímulos auditivos o visuales, la persona puede
estar muy lejos de estar en silenciosa calma. Esta persona puede estar sumida en sus pensamientos o divagando
en torno al futuro, sumido en cavilaciones, absorto en tareas, en actividades
para el próximo fin de semana, etc., qué duda cabe, nos cuesta mucho permanecer
en silencio en el aquí y ahora.
El filósofo Ramón Panikkar, nos
aporta una distinción interesante, él distingue tres tipos de silencio, el
silencio del cuerpo, el silencio de la voz y el silencio de los pensamientos,
siendo este último el más importante y al cual se subordinan los otros dos.
Nuestro pensamiento muchas veces
se transforma en un reflejo de lo que hemos vivido a lo largo del día, de lo que
vemos, oímos y de lo que hablamos, de alguna forma, somos lo que percibimos y
también somos lo que nos decimos y le decimos a los demás. Estamos
acostumbrados a volar con nuestras ideas, a perdernos en ellas, nos cuesta
mucho trabajo la práctica de volver al estado presente, al silencio de este
instante.
En este punto, presente y silencio
se vuelven indistinguibles, el ruido pareciera no ser otra cosa que nuestra
mente moviéndonos entre los recuerdos del pasado o las proyecciones del futuro,
el silencio aquí no tiene que ver con ausencia o presencia de ruidos, sino más bien
con una atención serena en el momento presente, se acerca al silencio de
pensamientos descrito por Panikkar.
En el silencio de la meditación,
además de aparecer las tensiones corporales, las malas posturas, también
aparecen los temas que tenemos pendientes, en ese silencio se van desplegando y
haciendo visible nuestra más íntima condición.
El silencio y la quietud como
marcos nos permiten ir tomando consciencia de las tempestades del alma. El
silencio permite acoger el ruido y la tempestad, aun cuando nuestra primera
reacción sea huir de ella.
En el silencio está la oportunidad
de observar que los pensamientos son creaciones realizadas por nosotros mismos.
El solo hecho de observarlo y aceptarlo les quita urgencia, de alguna forma, el
silencio permite superar al pensamiento.
«El silencio que no sólo calla la
palabra, sino que sobre todo supera al pensamiento, el silencio pertenece al
misterio». Panikar.
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