ALEGORÍA DE LA PRUDENCIA
√ Desde la experiencia del pasado. √
√ Prudencia en los actos del presente. √
√ Para no echar a perder los actos del futuro. √
La palabra prudencia tiene origen
latín “Prudentia” y se emplea como sinónimo de sensatez, templanza, mesura,
moderación, y cautela. Este concepto se asocia a múltiples valores.
La prudencia implica
respeto por la vida del prójimo y por los sentimientos ajenos. Una persona que
se expresa de manera clara y adecuada en la comunicación de hechos
trascendentes y de malas noticias es considerada una persona prudente. Requiere
un buen sentido, un buen juicio, así como también cordura y sabiduría.
La prudencia es
un concepto que puede tocar todos los aspectos de la vida de un individuo. Una
persona que desee alcanzar la estabilidad debe tenerla como medio para
lograrlo. La prudencia toca nuestra seguridad, y también la de
quienes nos rodean, las relaciones que establecemos con otros y hasta nuestra
economía.
Podemos mencionar, que, en el antiguo Egipto, el
pueblo representaba la prudencia como una serpiente con tres cabezas. Una cabeza
tenía la apariencia de un león, la otra cabeza se veía como un lobo y la
tercera cabeza como un perro.
Los egipcios decían que una persona es prudente
cuando posee la astucia de las víboras, el vigor de los leones y la paciencia
propia de los perros. El valor de la prudencia es fundamental
es todo individuo. Porque una persona prudente es aquella que reflexiona sobre
las consecuencias de sus actos antes de realizarlos.
El término prudencia según la
Iglesia Católica se refiere al respeto por los sentimientos, la vida y las
libertades de los demás individuos. Pues bien, para el catolicismo, la
prudencia dispone de la razón de cada individuo para discernir su
propio y verdadero bien.
Así como también, para cada circunstancia y elegir
los medios adecuados y correctos para realizarlos. Junto a la Justicia, la Fortaleza
y la Templanza, la prudencia es una de las cuatro virtudes
cardinales. Este importante término es la guía de las demás virtudes.
Antes de la llegada de Aristóteles, algunos
filósofos como Platón y Sócrates definían la prudencia como un
concepto que es equivalente a la sabiduría.
Pero Aristóteles, plantea que la prudencia no
solo es la manifestación de conocimiento, sino que también es la virtud de las
partes del alma racional. Sin embargo, no se refiere a este término como
un arte o una ciencia, sino que la comprende como una representación de lo que
es correcto.
Expone lo que está bien de aquello que no lo es, lo
real y lo justo. Según Aristóteles lo que hace diferente al individuo prudente
de los demás es, esa refinada capacidad de poder deliberar y que le lleva a
saber lo que es mejor para sí mismo y los demás en todo momento. decía
Aristóteles, “no es posible ser bueno en
sentido estricto sin prudencia, ni prudentes sin virtud moral” La prudencia
no es suficiente para la virtud moral (ya que ella sólo delibera acerca de los
medios, mientras que la virtud también se refiere a la consideración de los
fines), pero ninguna virtud podría prescindir de ella. El conductor imprudente
no sólo es peligroso, sino también, por la poca importancia que le da a la vida
ajena, moralmente condenable.
El principio
de realidad es el que decide todo esto y, cuando decide de la mejor manera,
recibe el nombre de prudencia. “La prudencia –decía San
Agustín– es un amor que se escoge con sagacidad.” Pero ¿qué escoge?
Ciertamente no su objeto, sino los medios de alcanzarlo o de protegerlo.
Una moral sin prudencia es una moral vana o peligrosa. “Caute”, decía
Espinosa: “Desconfía”, “ten cuidado”, “sé precavido”. Es la máxima
de la prudencia. La buena voluntad no es garantía, ni la buena conciencia una
excusa. En otras palabras, la moral no es suficiente para la virtud,
también es necesaria la inteligencia y la lucidez. Es imprudente escuchar sólo
a la moral y es inmoral ser imprudente.
Epicuro dice algo esencial: la
prudencia, que decide (a través de “la comparación y el examen de las
ventajas y desventajas”) qué deseos conviene satisfacer, y con qué medios,
es “más valiosa incluso que la propia filosofía”, y de ella “provienen
todas las demás virtudes”. ¿Qué importancia tiene la verdad, si no se sabe
vivir? La prudencia es como un saber vivir real (no simplemente aparente como
podría ser la urbanidad). A veces rechazamos muchos placeres, explica Epicuro,
porque pueden ocasionarnos un desagrado mayor, o buscamos tal dolor porque nos
permite evitar dolores peores o conseguir un placer más intenso y duradero.
¿Quién va al dentista por placer? ¿Por qué hacemos si no los trabajos
desagradables? La prudencia tiene en cuenta el futuro, pero no de la manera en
que lo tiene el cuenta la esperanza,
pues esta sólo sirve para presentarnos como posible lo que deseamos. No, la
prudencia, además de la deliberación que conlleva, no depende de la mera
esperanza, que es más bien pasiva, sino de la voluntad. Es, pues, una virtud
presente pero preventiva y anticipadora de un futuro que no espera que sea mejor,
sino que se quiere mejor y se hace lo posible para ello. El hombre prudente
está atento no sólo a lo que acontece, sino también a lo que puede acontecer.
Prudencia proviene de “providere” dice Cicerón, que significa
tanto prever como proveer. La prudencia es la virtud del futuro que se presenta
incierto, de la paciencia y la anticipación, del momento favorable, el “καιρός” [kairós] de los griegos. No se puede llegar siempre al placer por el
camino más corto. La realidad impone su ley, sus obstáculos, sus rodeos. La
prudencia es el arte de tenerlos en cuenta. La acción prudente es lo opuesto a
la acción por impulso. Es el arte de saber disfrutar lo más posible y de sufrir
lo menos posible. Se podría decir que tiene la misma función que el instinto en
los animales, y, según Cicerón, que la providencia en
los dioses. La prudencia es a lo hombres lo que la providencia a los dioses.
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