EL SUEÑO DE LA RAZÓN. Produce monstruos.
La
imagen central del grabado muestra a un hombre -intelectual, artista,
pensador-, que yace recostado sobre un escritorio junto a unos papeles de
trabajo y unas plumas. Asumimos que esta persona se encuentra dormida, después
de trabajar arduamente en alguna tarea. O bien, que se encuentra bajo el efecto
de una crisis emocional de melancolía o de la creatividad. La interpretación de
un durmiente que representa a la razón como función intelectual en cuestión, nos
parece la más adecuada, sobre todo si relacionamos esta idea con la frase al
pie del grabado en un lado del escritorio, que indica tal cosa; aunque, como
veremos más adelante, no es una frase simbólicamente transparente y, más bien,
nos puede llevar a interpretaciones contrapuestas, con resultados filosóficos e
ideológicos distintos, contradictorios o simplemente complejos.
El
Durmiente simboliza, en principio, a la razón que duerme. Los papeles de
trabajo y las plumas -algunas de ellas traídas por una lechuza- indican, con
gran certeza, que el Durmiente está empeñado en algún tipo de esfuerzo mental,
en algún problema a “reducir” por la razón, sea intelectual, artístico o
político. Y que, en un momento dado de este esfuerzo, el Durmiente fue vencido
por el cansancio. Entonces, al caer dormido, aparecen animales de la noche
-gatos, lechuzas y murciélagos-; que le rodean, y le contemplan desde su mundo
de sombras, al parecer amenazantes, aunque esto no es del todo exacto, ya que
también puede suponerse que vienen en su auxilio.
En
el grabado aparece un espacio abierto al infinito que representa, a su vez, la
infinitud de los sueños o de la noche; en las cercanías del Durmiente,
sobrevuelan y aparecen las criaturas nocturnas; no son monstruos en sentido
estricto, sino sólo animales de la oscuridad, más o menos exagerados, o tal y
como son realmente, que se aproximan; “amenazantes” unos, “colaborativos”
otros, pero animales, al fin y al cabo. Estos seres -surgidos del vacío de las
sombras- son más precisos en cuanto más cercanos se encuentran al Durmiente. La
distancia los confunde con la noche; la cercanía de la luz los revela en cuanto
lo que son. El alejamiento traduce, pues, lo natural -los
seres normales- en “ser monstruoso”. Lo monstruoso es lo desconocido, lo sumido
en las sombras, las cosas bajo el aspecto de la noche.
Puede
decirse, siguiendo este efecto interpretativo, que la cercanía de la razón
convierte los monstruos de la noche en simples animales; y, si son animales, no
son, por lo tanto, monstruos; la monstruosidad depende del grado de lejanía de
las cosas respecto de la luz; según el grado de profundidad de la noche, las
cosas, cercanas o lejanas, iluminadas o no, aparecen como lo que son y como lo
que no son. La ambigüedad se produce como resultado de la distinción entre
la luz y la oscuridad. Los monstruos, bajo la luz,
no son tales; no obstante, frente al auspicio de la noche, dejan ver su lado
monstruoso. La noche es igual a la lejanía en tanto que ambas limitan la luz
que es la razón: la oscuridad equivale a una pérdida de visibilidad que la
lejanía produce respecto de las cosas.
Uno podría decir, además, que tales criaturas de la
noche nos revelan a la noche misma como lugar de “tregua de la razón”. La noche
no es lugar o momento para el pensamiento claro; durante ella, la razón se
desvirtúa y todo lo que se produzca bajo el manto oscuro de la antigua diosa,
es un monstruo, un subproducto racional que no tiene cabida durante la vigilia;
aunque sirva como fuente de inspiración de la razón, del arte y del intelecto.
La noche supone un límite de la razón. Constituye el lugar donde pesadillas,
imaginación y monstruosidad medran; pero, bajo el auspicio de la razón, éstas
pueden dar lugar a obras y creaciones artísticas o intelectuales. La noche es la
tregua de toda razón y, como tal, tiene que ser respetada; pero es, a la vez,
el lugar donde se nutre aquella: su fondo oscuro, su subconsciente, su caverna.
La razón se opone a la noche, la razón es la luz;
pero, conforme la razón revela lo que es, no agota al mundo: quedan las sombras
y, detrás de las sombras iluminadas, nuevas sombras; la razón se esfuerza por
cumplir un objetivo prometeico, más lo suyo es un esfuerzo de
infinitas perspectivas, una infinita progresión que ilumina y que, a la vez e
inevitablemente, produce nuevas sombras, nuevos alejamientos de las
cosas: la verdad se introduce como un ideal inalcanzable.
Prometeo se convierte, de pronto, en Sísifo: el mundo no puede ser reducido por
la razón de forma absoluta; es decir, no puede ser iluminado completamente.
Todo acto de iluminación progresa hacia nuevos estados de sombra, más lejanos tal
vez, más profundos probablemente. La razón, por lo tanto, debe
ser “razón humilde”, una facultad humana que ha de reconocer sus límites y sus limitaciones;
pero que no renuncia al esfuerzo de intentar entender el mundo, siempre en el
necesario reconocimiento de estos límites, en espiral hacia estados superiores
de conocimiento.
Cuenta la mitología que Minerva, diosa de la
sabiduría, toma la forma de una lechuza. Si Goya quiso representar tal cosa en
el grabado, el Durmiente parece obtener “colaboración” de esta diosa. Minerva
es acompañada por sus aliados nocturnos. Toma en sus patas las plumas e insufla
saber, inspiración, poder, a la razón. En este caso, los monstruos no son
enemigos, sino aliados de la razón. O bien, se trata de unos aliados
indeseados, que aprovechan el sueño para “torcer” lo que la razón intenta
“enderezar”. Minerva sería la fuente de la razón, pero diosa o no, lechuza o monstruo,
no es la razón en sí misma sino solamente su raíz, una raíz enterrada en la
fértil tierra de las sombras, aliada positiva o negativa de la razón.
El grabado no sólo nos presenta imágenes, sino que,
en su parte inferior encontramos un recuadro con la frase emblemática - “El
sueño de la razón produce monstruos”. Esta oración no es, como
uno puede imaginarse, del todo “transparente” a una interpretación meramente
estructural, o sea, desde los términos gramaticales implicados y sus opuestos
disyuntivos.
Una interpretación define el término “sueño” como sustantivo “plural” que remite al proceso de “imaginación de la razón” en cuanto capacidad de la racionalidad. Cuando la razón se extralimita, imaginando mundos en lugar de analizar -auscultar- las cosas, lleva a la monstruosidad; la imaginación en manos de la razón, resulta monstruosa. O bien, la imaginación es monstruosa de todas formas, y requiere de la razón para plantearse límites y hacerse viable. En un caso, se puede condenar el pensamiento utópico y sus ideales de alteridad -siempre creaciones “monstruosas” de la imaginación-; en otro, se plantea la necesidad de un control de este pensamiento utópico, de forma que las creaciones de la imaginación tengan viabilidad, o sea, que se racionalice a las cosas monstruosas y se humanicen las cosas “no humanas”.
El significado del grabado oscila así entre
una visión abiertamente positiva de la razón, la cual, no obstante, no “debe
descuidarse” y tiene que controlar, consecuentemente, su “lado oscuro” -no debe
dormirse, ni soñar al dormir, ni ser presa de la imaginación-; y una visión
negativa, que ve todos los productos de la razón como monstruos y a la razón
misma como monstruosa. Incluso podríamos ir más allá, y decir que ambos
sentidos son interpretaciones plausibles del grabado y que no necesariamente se
deben oponer o desligar. Goya, en el fondo, muestra que la razón, aunque es
“positiva”, tiene detrás de ella facetas “negativas” o, simplemente, “mundos
oscuros”, que se cuelan en sus certezas -que la fundamentan y le dan sentido-,
consecuencias no previstas de un poderoso proceso de racionalización de la
cultura occidental, con implicaciones de distinto orden, según se le mire o no
desde una determinada perspectiva ética.
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