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PIGMALION

Pigmalión, rey de Chipre, Cuenta Ovidio en su Metamorfosis que Pigmalión había rehuido desde joven la compañía de mujer; que había vivido célibe y sin esposa, por la repulsión que le causaran las obscenas Propétides. Ellas “se habían atrevido a decir que Venus no era una divinidad, por lo que cuentan que, a causa de la ira de la diosa, fueron las primeras que prostituyeron sus cuerpos y su belleza. Y al perderse su pudor y endurecerse la sangre en sus mejillas, se convirtieron, poca era ya la diferencia, en rígido pedernal”

Buscó durante muchísimo tiempo a una mujer con la cual casarse. Pero con una condición: debía ser la mujer perfecta. Frustrado en su búsqueda, decidió no casarse y dedicar su tiempo a crear esculturas preciosas para compensar la ausencia. Un día talló una estatua de marfil, con arte tan admirable, Galatea, era tan bella que Pigmalión se enamoró de la estatua.

Tan bella era que no podía comparársele la belleza de una mujer de padre y madre nacida. Tal era su porte y su gesto que diríase que estaba viva “y que por pudor no se movía” Encendióse el amor en el pecho de Pigmalión, que cree estar viva la inmóvil imagen. “Muchas veces pone las manos sobre la estatua y la toca para ver si es un cuerpo o marfil. Le da besos y cree que son devueltos, le habla, le abraza y le parece que sus dedos se hunden en sus miembros cuando los toca. Unas veces la halaga con ternura, y otras le lleva regalos de los que gustan las muchachas, como conchas, lisos guijarros, pájaros y flores de mil colores, lirios, bolas decoradas y lágrimas caídas del árbol de las Helíades. También adorna sus miembros con ropas: pone gemas en sus dedos y en su cuello largos collares, de sus oídos cuelgan ligeros pendientes, y sobre su pecho cintas. Y desnuda no es menos bella. La tiende sobre cobertores teñidos de púrpura de Sidón, la llama compañera de lecho y recuesta su cuello sobre blandos cojines de plumas, como si ella pudiera notarlo”.

Ovidio nos relata así el mito:

Pigmalión, en sueños, se dirigió a la estatua y, al tocarla, le pareció que estaba caliente, que el marfil se ablandaba y que, deponiendo su dureza, cedía a los dedos suavemente, como la cera del monte Himeto se ablanda bajo los rayos del Sol y se deja malear, tomando distintas formas, haciéndose más dócil. Al verlo, se llenó de un gran gozo mezclado de temor, creyendo que se engañaba a sí mismo. Volvió a tocar la estatua otra vez y se cercioró de que era un cuerpo flexible y que las venas latían al explorarlas con sus dedos.

Al despertar, Pigmalión se encontró con Afrodita, quien, conmovida por el deseo del rey, le dijo: «mereces la felicidad, una felicidad que tú mismo has forjado. Aquí tienes a la mujer que has buscado. Ámala y defiéndela del mal». Y así fue como Galatea se convirtió en humana.

La diosa Afrodita terminó de complacer al rey concediéndole a su amada el don de la fertilidad.

















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