Como egoísmo se denomina la actitud de quien manifiesta un excesivo afecto por sí mismo, y que solamente se ocupa de aquello que es para su propio interés y beneficio, sin atender ni reparar en las necesidades del resto.
La palabra, como tal, proviene del latín ego,
que significa ‘yo’, y se compone con el sufijo -ismo, que indica la
actitud de quien solo manifiesta interés por lo propio.
El egoísmo, como tal, es una actitud que dificulta
la relación con el prójimo, pues la persona egoísta trata y hace
sentir a los demás como si no existieran, o como si sus preocupaciones o ideas no
importaran. De allí que también se lo compare con el individualismo.
En este sentido, el egoísmo es un antivalor,
opuesto a valores tan importantes para la convivencia humana como la
solidaridad, la gratitud o el altruismo.
EGOÍSMO MORAL
En Filosofía, el
egoísmo moral o ético es un sistema de pensamiento filosófico según el cual las
personas siempre obran para su propio provecho, pero de manera ética y
racional, con respeto al otro, obedeciendo al sentido común, y honrando axiomas
del estilo “no hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti”.
El egoísmo no es otra cosa que un individualismo problemático que en el fondo se opone al interés propio y los intereses de los demás. Como lo resalta Hobbes, el egoísmo pone a los hombres en desacuerdo consigo mismo al crear un hambre que no puede satisfacerse. Hasta ese punto es una fuente constante de enfermedad. De cierta forma están caracterizados por:
INTERESADOS Se puede dar el caso de que
aparentemente se muestren propensos a ayudar y hacer todo tipo de favores, pero
sólo lo harán si hay algo en su propio provecho o simplemente para que los
demás reconozcan y alaben sus virtudes.
AGRESIVOS Pueden aparentar ser luchadores, pero se
enfrentan a los retos o a los problemas con una actitud hostil, luchando contra
todo lo que se interponga en su camino.
PRETENCIOSOS
Quieren ocupar un primer plano y destacar sobre las demás personas. Cuando algo sale mal la culpa siempre es de los otros y refuerzan su ego haciendo ver la torpeza de los demás. Les encanta el poder y cuando lo tienen suelen echar por tierra las aportaciones de sus subordinados hasta que presentan las suyas como las mejores a seguir. Además, pueden llegar a ser muy fríos y calculadores e, incluso, proclives a la crueldad. Inconstantes en los afectos. Se entusiasman fácilmente con los nuevos amigos, ya que suponen más oportunidades para hablar de sí mismos y mostrar sus excelencias, pero, una vez superada esta etapa, no siguen cultivando la amistad iniciada.
EL CENTRO DEL MUNDO Todas las personas pueden
tener comportamientos egoístas a lo largo de sus vidas. Sin embargo, existen
etapas o circunstancias en las que resulta más patente:
1 INFANCIA. Entre los dos y los siete años hay una
etapa de egocentrismo intelectual. El niño no puede prescindir de su punto de
vista y se siente el centro de todo. Según la psiquiatra María Dueñas, es una
etapa natural del desarrollo hasta que madura. A partir de los tres años,
comienza a participar en sociedad y va abandonando poco a poco esta fase. Sin
embargo, los niños rechazados, faltos de afecto o sobreprotegidos pueden ser
incapaces de superarla.
2 ENFERMEDAD. “En los momentos en los que nos
encontramos mal y necesitamos más cuidados por parte de los otros, esta actitud
puede aparecer como un mecanismo de defensa”, explica María Dueñas.
3 VEJEZ. “Los ancianos pueden ser egoístas
por su dependencia de los demás”, comenta María Dueñas. Sentirse desvalido
puede potenciar esta conducta, ya que se anteponen las propias exigencias a los
deseos de los otros.
De todos modos, los psicólogos han constatado que las personas con esta
actitud suelen tener una mentalidad infantil, grandes dosis de debilidad y un
sentimiento de inferioridad. Por su parte, el pensador Bertrand Russell, en su tratado La conquista de la felicidad, afirma que “el interés por uno mismo no conduce
a ninguna actividad de progreso”
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