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LA VIDA Y LA MUERTE

La muerte y la vida es un tema tocado con un exceso de delicadeza por las disciplinas humanísticas. Minkoswki, se pregunta si podríamos vivir sin morir. Si fuera posible imaginar una vida sin muerte, 

ésta sería paradójicamente carente de movimiento, de un hacia algo, es decir carente de vida. Sin la muerte no sería posible valorar la vida, la cual devendría en algo opaco que no valdría la pena ser vivida. Sólo ante la muerte tomamos contacto íntimo con la vida. Recién al morir alguien cercano o reflexionar sobre nuestra propia muerte comenzamos a representamos la idea de la vida como una biografía, como lapso que tiene, por tanto, un comienzo y un fin.

Precisamente, y gracias a la muerte, la vida se constituye en algo valioso, irrepetible, que no queremos abandonar. Su pérdida es irreparable. Cuando nos vemos frente a la muerte, sentimos que ésta ha irrumpido, interrumpido momentáneamente la vida; nos confronta y se nos muestra cruel, desconocida y misteriosa. Nos pone delante de nuestro propio fin. Ignoramos cuando sucederá, si lo supiéramos -dice Minkoswki- no podríamos vivir, estaríamos demasiado pendientes del tiempo que nos queda de vida.

Desde su origen, la filosofía constituye una reflexión acerca de los principios de la realidad, pero también se ha ocupado de reflexionar acerca de los últimos momentos de la naturaleza humana. De acuerdo con Montiel, desde que el hombre es tal, la muerte ha sido objeto de temor y de ritualidad. Reflexionar sobre nuestra muerte es reflexionar acerca de nuestra vida. La muerte es una dimensión de la vida; ella es nuestra compañera más fiel, la única que nunca nos abandona puesto que puede sobrevenir en cualquier momento. Rechazar la muerte, hasta el extremo, es negarse a vivir. Para vivir plenamente hay que tener el coraje de integrar a la muerte en la vida

Acostumbrados como estamos a ceñirnos a conceptos rígidos y excluyentes, la vida y la muerte se han constituido en dos motivos de preocupación con sus causas específicas. En principio, es la muerte la que produce mayor repulsa y miedo, ya que se adentra en planos desconocidos para nuestra mentalidad, La vida adquiere mayor sentido si le sumamos la muerte como un reposo natural, como un sueño que nos ayuda a digerir mil y una circunstancias antes de volver a despertar. Y la muerte tiene sentido en cuanto concebimos la Vida Una que se expresa del uno y del otro lado de la barrera.

Miguel de Unamuno en Del Sentimiento Trágico de la Vida sostenía que era inherente a la naturaleza humana el hambre de inmortalidad. Este anhelo de inmortalidad era lo que él llamaba amor entre los hombres, pues decía que el que ama a otra persona busca perennizarse en él. El amor sería lo único que vence a lo transitorio, eternizando la vida. " De lo hondo de la congoja, del abismo del sentimiento de nuestra mortalidad, se sale a la luz del otro cielo, como de lo hondo del infierno salió el dante para volver a ver las estrellas"

Recordemos que Platón en el mito de Fredo nos dice que el alma caída de los cielos y condenada a vivir en el cuerpo, mantuvo sin embargo cierta memoria de lo vivido antes de su caída. Puede entonces, descubrir que la vida es una ilusión y que a pesar que los seres humanos nacen y mueren, y que las

cosas se construyen y destruyen, existe otro universo verdadero, eterno y perfecto que no se destruye y al cual desea que regresar.

Mario Benedetti, desde la poesía, decía con acierto que “Después de todo la muerte es sólo un síntoma de que hubo vida”.

Jorge Luis Borges decía que la muerte es el límite que le da sentido a la vida, haciendo preciosos cada uno de los instantes que vivimos, resignificando misterios: “La muerte, ese otro mar, esa otra flecha que nos libra del sol y de la luna y del amor”. En lo humano se da la contradicción desgarrada de la existencia: el amor y el odio, el sueño y la realidad, la esperanza y la desesperación; y como telón de fondo la razón se enfrenta al impulso, responde a las limitaciones del cuerpo y sus necesidades, aspirando, no obstante, a la eternidad oscilante entre lo divino y lo demoníaco. 

Sólo los seres humanos por ser mortales anhelan la inmortalidad. Desde las ciencias, pasando por las religiones, el arte, etc., el sello de la necesidad de vencer a la muerte está presente. La solidaridad con nuestros semejantes, dice Savater, constituye un ejemplo de nuestra tendencia a unidos venceremos a la muerte. Sin embargo, el hombre ha llegado a matar a otros hombres para sentir que él usa a la muerte, que tiene poder. Lo ideal sería "tener el propósito racional de vivir con perspectiva de inmortalidad, pero sabiéndonos mortales"

Piera Aulagnier nos da una sugerente metáfora de la vida y de la necesidad de dejar huella. Los seres humanos intentamos emitir un juicio a priori del momento final y de esta manera prever, al menos una parte, lo que vendrá con el fin de nuestra historia. Al llegar a la última línea del libro del cual somos autores, ya no es posible regresar hacer correcciones. "El Yo como autor del libro de su vida no solamente querría tener la seguridad de que lo van a leer, sino también querría conocer lo que pensarán de él sus lectores póstumos".

Es muy importante para los seres humanos sentir que somos acogidos. Sólo en la relación parece encontrase el sentido de la vida. Recordemos que los niños autistas, que como dice Frances Tustin, han tenido muchas veces madres depresivas, parecen con frecuencia desdoblarse, separarse de su cuerpo y entrar en un cierto estado de ingravidez, como si flotaran. De esta forma evitan repetir el terror intolerable de ser separados de su madre pues ese temor amenaza con la posibilidad del no existir. Este sentimiento de estar separado del cuerpo físico, protege del miedo de la no existencia. A este no existir Tustin lo llama el agujero negro. "Nada queda si se pierde el sentido de existir" (Tustin). La atroz paradoja radica en el que ha no ser acogido y tocado amorosamente por su madre, el niño autista desarrolla una clara tendencia a separarse de las personas y de la vida. El ser tocado entraña el riesgo de desaparecer, rechazan, entonces, las caricias y el afecto.

Como hemos dicho, es la ley de vida humana aprender a vivir con la separación, tratando de olvidar la separación final de la muerte. Desde la ruptura del vínculo simbiótico, las nuevas presencias prolongan la sensación de estar vivo y evitan la melancolía de lo perdido. Por ello es que asumimos la naturaleza humana como inacabada. El hombre es en cierto sentido un ser natural, pero su esencia e identidad dependen de sus vínculos con otros seres humanos.




 






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