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EGOSOFÍA

 

¿Qué es la Egosofía? Uno de los tantos caminos hacia el descubrimiento del Ser, figura mítica que no por anacrónica ha perdido su nobleza. Viajar es una de las formas del descubrimiento, y viajar hacia uno mismo es, quizás, una de las experiencias más comunes de la vida, y acaso sobre la que menos conciencia tenemos, en un recorrido por el Ser, una jornada que no siempre será placentera y que tampoco se ajusta del todo a los parámetros de la filosofía, pero que en cambio compadrea de auténtica y libre de perjuicios. El objetivo será desnudar al Yo, reconocerlo con todas la fuerza de sus imperfecciones, analizar sus motivaciones, teorizar sobre sus falencias, conjeturar sobre su naturaleza; pero sobre todo maravillarnos con la experiencia de ser humanos en un mundo que invita a una humanidad más bien miserable. Desde luego, la Egosofía no es una doctrina. De hecho, definirla fuera de su fisonomía morfológica es redundante. La Egosofía es el conocimiento del Yo, pero de ese Yo y ese Ser que a menudo relegamos al ámbito especular de los sueños, a esa entidad imprecisa en la que no nos reconocemos- o n queremos reconocernos-, acaso por vergüenza sobre todo por temor.

Ego, del latín, significa ‘Yo’. En psicología y filosofía, ego se ha adoptado para designar la conciencia del individuo, entendida ésta como su capacidad para percibir la realidad. Por otro lado, en el vocabulario coloquial ego puede designar el exceso de valoración que alguien tiene de sí mismo. Como tal, es sinónimo de inmodestia, arrogancia, presunción o soberbia. Por ejemplo: “Tiene un ego tan grande que no le permite ver la realidad”. 

.- Egolatría, que es el culto o la adoración de una persona por sí misma;

.- Egocentrismo, que es una exagerada tendencia a la exaltación de la propia personalidad

.- Egoísmo, que es la tendencia de las personas a profesar un excesivo amor por sí mismas olvidándose de los demás, y

Nuestra mente vive y reacciona envuelta, en un estado de ilusión subjetiva donde todo existe a través de la noción del Yo. En este sentido, lo real y lo irreal se deshacen y se confunden en él, nos vuelven poderosos o tímidos y asustadizos a medida que sus velos se vuelven más espesos. La función practica del Yo es permitirle al hombre desenvolverse en el mundo de los sentidos, aunque no sin riesgos. Todo es ilusión, el mundo, la naturaleza, incluso el cuerpo que vestimos con mayor o menor elegancia, son tan subjetivos como la mente que los percibe. No se trata de una ilusión en el sentido de que estas cosas no son reales; los son, y en muchos casos, lo son intensamente; sólo que en un plano que desvía al hombre de su jornada de autoconocimiento.
La rueda del Yo nos absorbe. Se vuelve densa como una nube, húmeda como un manto de niebla. Es fácil perderse en ella. ¿Cómo no perderse en los brazos de una mujer hermosa? ¿Cómo no ceder ante las delicias de la fruición, del arte, de la literatura? Si hay un infierno de goce sensorial, ése es el Yo.
El Yo bien puede ser una ilusión -lo admitimos- pero también puede ser una ilusión maravillosa, lejos del magnetismo mesmérico del consumo y la adquisición desmesurada de supuestos bienes, y más cerca del disfrute de las cosas simples -o complejas- que no requieren más que un leve desapego por los deseos impuestos por la sociedad.
Diversos autores han definido al sujeto como uno, independientemente de sus construcciones mentales o de su contexto psicosocial y cultural. ‘Esencialismo’ es entendido aquí como la tendencia filosófica que apoya la presencia de un ente unitario que prevalece por encima de la experiencia empírica. La idea de sujeto o persona como sustancia estanca, indisoluble y eterna, es decir, que viene con el nacimiento y se va con la muerte, podría ser ilustrada con las contribuciones de Parménides, uno de los primeros en referir el carácter de permanencia del ente. El Poema de Parménides refiere la persistencia del yo pese a los cambios y el transcurso del tiempo. El ser es, único y esencial, inherente e inamovible, 
completo y total, pero también hay situaciones difíciles con sus desviaciones.
Algunos aspectos de la epistemología kantiana y las aportaciones de los idealistas Georg Hegel y Johann
Fichte, sobre todo, devolvieron al estudio del sujeto un estatuto primordial, situándolo en un primer término de análisis. Aunque Kant aceptaba en cierta medida la concepción que los empiristas tenían sobre el acceso a la experiencia, con su noción de sustancia recuerda que existe una unidad primera y auténtica, que es el Yo (selbst). El imperativo categórico fundamenta, en parte, la posibilidad de llegar a ser un yo autónomo correlativo a un nosotros universal. Para este autor las diferentes manifestaciones del ser dependen de unas estructuras apriorísticas que facilitan el acceso al conocimiento. 
Estas categorías empíricas dependen de la razón práctica, es decir, de la conciencia moral. Kant refiere la conciencia de un Yo fijo y permanente, que llama fenoménico y que es inherente al ser, es decir, esencial; y la existencia de un Yo trascendental, que llama nouménico, y que, aunque pertenece al ser en sí, no puede ser abordado desde la conciencia. Este mismo Yo se tornará aún más complejo en Hegel, quien anticipa la no distinción entre sujeto-objeto, que retomará más adelante la posmodernidad.
También Sartre desde la corriente existencialista, desarrolla una fenomenología del Yo en la que plantea la importancia del otro en la constitución de la propia objetividad.
La teoría de la identidad social (Cooley, 1902; Stryker, 2002; Burke, 2004) ha otorgado un énfasis especial a la categorización del yo en su adscripción a los diversos roles propios de la sociedad. Aquí cobran especial relevancia los procesos de significación y las expectativas asociadas a ese rol y a su debida performance (Stets y Burke, 2000). La llamada “identidad de retazos”, de Heiner Keupp y Renate Höfer (1988), la “identidad como hojaldrada” de François Héritier (1977) o la “identidad como collage cultural”, propuesta por Carmelo Lisón Tolosana (1997) son buenas muestras de ello. Todos entienden la yoidad como un proceso sujeto al cambio, que se construye a través del tiempo, y también destacan la importancia de la representación o la recreación del Yo








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