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ESENCIA Y EXISTENCIA

LA PECULIAR DISTINCIÓN ENTRE LA ESENCIA Y LA EXISTENCIA

Que nosotros distinguimos entre la esencia (essentia) y la existencia (esse) de las cosas es indudable: en cuanto concebimos el objeto como realizado (acto), concebimos la existencia, y en cuanto concebimos una determinación que constituye o puede constituir al objeto (potencia) en tal o cual especie, concebimos la esencia. La idea de existencia nos representa la realidad pura, el supra-inteligible o fuente de los inteligibles; la idea de esencia nos ofrece la determinación de esta realidad.
La esencia es aquello que constituye el ser en su propia especie, o aquello por lo que el ser es lo que es. Por razón del orden considerado, la esencia puede ser: a) física, que es la que comprende todo aquello sin lo cual una cosa no puede existir; b) metafísica, que es la que comprende todo aquello sin lo cual no se puede concebir una cosa.
Si prescindimos de la existencia de este hombre concreto, y aun del hombre, aún es posible concebir la esencia del hombre; pero el problema no está en si distinguimos entre lo humano como esencia y la existencia del hombre, sino en aclarar si hay una distinción real entre su esencia propia y su misma existencia.
Podría pensarse que, puesto que las esencias de todas las cosas están en Dios, se distinguen de las existencias finitas. Pero, si se profundiza más en la cuestión, se verá que cuando las cosas existen en Dios no son nada distinto de Dios; las esencias representadas en la mente divina, no dejan de hallarse en la divinidad.
No se da una existencia real que no lo sea de una esencia, ni una esencia real que no sea existente; mientras haya esencia habrá también existencia; si la esencia falta, faltará también la existencia. Con todo, en el plano de lo real no es perfecta la coincidencia de la esencia con la existencia, desde el momento -y aquí estriba sobre todo la distinción- que de una misma esencia genérica y específica se da una serie de realizaciones más o menos limitadas y diversificadas en otros tantos individuos existentes. Nosotros pensamos, con el Dr. Zaragüeta Bengoechea, que «entre la esencia y la existencia de los seres creados se da una distinción que se ha pretendido caracterizar como “real” o “de razón”: es una distinción sui generis, peculiar de este caso y no reductible a otros... Fácilmente damos en imaginar que, cuando se produce un ser real, su esencia antes ideal ha venido a “unirse” con una existencia, que a su vez ha sido “recibida” en aquélla, dando lugar a un “compuesto” de ambas; al revés de cuando se destruye un ser real, en el que suponemos una especie de retorno de su esencia, separada ya de la existencia, al mundo ideal de los posibles. 

Algunos escolásticos han sostenido que el ser cuya esencia fuese lo mismo que su existencia sería infinito y absolutamente inmutable, a causa de que, siendo la existencia lo último en la línea de ente o de acto, dicho ser no podría recibir cosa alguna. 
Ya Balmes escribía en el siglo pasado que esta dificultad se funda en el sentido equívoco de las palabras. ¿Qué se entiende por último en la línea de ente o de acto? Si se quiere significar que a la esencia identificada con la existencia nada le puede sobrevenir, se comete petición de principio, pues se afirma lo que se ha de probar. Si se entiende que la existencia es lo último en la línea de ente o de acto, en tal sentido que, puesta ella, nada falte para que las cosas cuya es la existencia sean realmente existentes, se afirma una verdad indudable, pero de ella no se infiere lo que se intentaba demostrar. Salta a la vida que Dios, puesto que es ens a se, ser necesario y, en cuanto acto puro, ser absoluto por su propia esencia, no puede tener de otro la existencia; la esencia y la existencia no pueden en modo alguno ser realmente diversas. En esto están todos de acuerdo.
Pero el sentido del «no ser» en los seres creados será distinto según se refiera a la esencia o a la existencia. En el plano de las esencias no hay otro «no-ser» que lo contradictorio; en tanto que en el plano de las existencias el «no-ser» es todo lo no real: seres posibles, seres quiméricos y seres ficticios.

EXISTENCIALISMO Y ESENCIALISMO
La existencia, la intuición del ser existencial, tiene la primacía sobre la esencia, como el acto precede a la potencia. Pero eso no significa que se destruyan o supriman las esencias. Todo lo contrario, la existencia implica las esencias o naturalezas y con ello salva la inteligibilidad. Porque existencias sin esencias es algo impensable y por ende imposible. Es preciso ir, como Santo Tomás de Aquino, por la inteligencia a la existencia.
Para el pensamiento, la existencia empírica se presenta como un hecho bruto, no susceptible de más o de menos. El ser finito existe o no existe. El pensamiento se establece desde luego en las esencias, que ya nunca abandona. Pero el hecho es que las existencias continúan en el ser, aunque se haya hecho abstracción de ellas. «Lo que hace tan difícil el problema, y acaso hasta insoluble bajo la forma en que se lo plantea -ha observado agudamente Étienne Gilson- es que, de estas dos nociones, la única conceptualizable deriva de la que no se deja conceptualizar». Si hay que recurrir a la existencia para decir que el ser es lo que «es» ¿a qué recurrir para definir la existencia misma? Menester es no retroceder ante esta afirmación: la ontología y toda la filosofía penden de un algo inconcebible, inconceptuable: la existencia. Es preciso que la razón se resigne a no poder conceptualizar, a no poder captar, todos los elementos constitutivos de lo real. Más aun, este algo inapresable tendrá la primacía en toda investigación. La metafísica del ser no puede reducirse nunca a una ontología de la esencia. Sin la existencia, no se podría ni siquiera plantear el problema de la inteligibilidad del ser. «De hecho, el único “más-allá” de la esencia en que se pueda pensar, sin verse obligado a ponerlo o afirmarlo como radicalmente extraño a la misma esencia -apunta Gilson- es la existencia. Para aceptar lo real en su integridad preciso es, pues, concebir al ser, en el sentido pleno de este término, como la comunidad de la esencia y de la existencia, tanto que no haya ningún ser real, en el orden de nuestra experiencia, que no sea una esencia actualmente existente y un existente concebible por la esencia que lo define». Esto no es sino volver a la sana tradición metafísica (Platón-Plotino-Escoto-Erígena) que incluye en el ser la manifestación primera e inmediata de eso que Gilson llama «un más-allá de la esencia, que revela sin agotarla».
La existencia pura, separada de la esencia que actualiza hic et nunc, no puede dar razón, ni de su origen, ni de su más íntima contextura. La esencia sin la existencia no se puede considerar sino como un ser que todavía no ha recibido la existencia -candidato a ser existencial-, o como un ser que ha perdido la existencia, que ha sufrido -si se me permite la expresión- una capitis diminutio.
Los existencialistas han acabado por identificar con el ser algo que no es sino uno de sus modos: el Dasein humano. La existencia como tal es una realidad primaria que no se deja encajonar en conceptos. La esencia en cambio (aquello por lo que una cosa es lo que es y se distingue de las demás) refleja lo que en un ser hay de inteligible. La existencia -aun la misma de los existencialistas- se muestra incorporada o realizada en las cosas existentes: este hombre, esta ciudad, aquella colina... Pero, aunque la filosofía enfoque y dilucide más la esencia que la existencia, de aquí no cabe concluir -como lo hace Sabino Alonso Fueyo- que «importa, sobre todo, más que el hecho de ser, lo que se es; una existencia que corresponde a nuestra naturaleza»; y mucho menos afirmar «la primacía de la esencia sobre la existencia». Una aseveración como ésta no puede admitirse, a menos que se niegue la primacía ontológica del acto sobre la potencia.
Sirviéndose de una imagen, Miguel Federico Sciacca ha llamado al esencialismo la filosofía del molde universal, o de la forma eterna; y, al existencialismo, la filosofía de la impresión particular, diversa de todas las demás, irrepetible. Así considerado, el existencialismo es la última rebelión contra el pensamiento especulativo. En este sentido puede llegar únicamente a una descripción fenomenológica del existir, pero nunca a una filosofía que es discurso sobre el ser. El existencialismo espurio pretende entronizar la primacía de la existencia bruta sobre los despojos de las esencias (posibilidades, proyectos). Pero filosofía había sido hasta ahora -y tendrá que seguir siendo- captura e inquisición de esencias. En y por las esencias, el hombre -ser inteligente- puede aproximarse al ser de la vida. Si las cosas son lo que son, es porque tienen una peculiar consistencia. La inteligibilidad es inseparable del ser; y si de algún existencialismo auténtico cabe hablar, éste tendrá que ser de tipo racional...
Se nos ha dicho que el hombre no tiene esencia, sino historia. Pero la historia sólo podrá decirnos lo que le acaece al hombre, pero nunca lo que el hombre es. Porque una cosa es describir lo que hace un ser y otra cosa es aprehender y expresar su esencia. Lo que hace el hombre no lo hace porque sí -la 
gratuidad perfecta es imposible- sino que tiene una específica intencionalidad. Toda existencia tiene sentido, mejor dicho, es creadora de sentido. Y si alguna vez falta este sentido se produce la angustia, que es siempre tardía, derivada, momentánea, provisional.
No hay que olvidar que la verdad es posterior al ser de las cosas (veritas sequitar esse rerum); que lo primero que nos dan los sentidos son las existencias y que el juicio tiene una última función existencial.
Reducir la existencia a «posibilidad», a indeterminación absoluta, es disolverla en la nada, es proclamar el naufragio de la razón y el fracaso de la metafísica. Pero la existencia, concebida sin la esencia, es inexistente. Esencia y existencia son ontológicamente inescindibles. El ser es una síntesis de esencia y existencia. Usar el nombre de «existencialismo» para negar las esencias es fraude y es usurpación.
Lo existente es el ser real determinado -acto de existir- y no lo puramente particular. Trátase de un universal existente que permanece en sus mutaciones. El ente puede existir por sí (Dios) o por otros (seres finitos). La intuición intelectual desexistencializa el ser de lo perecedero y cambiante en que vive -realidad heraclítea- y lo torna eidético, espiritual, inteligible. La inteligencia penetra en el seno fecundo del ser, encontrándose con su bivalencia: esencia-existencia. No se trata, en manera alguna, de una división adecuada sino de una perfección entitativa. Sin esencia no hay ser. Pero una existencia que no sea de algo no se puede dar. Hablar de la existencia es caer en vacua habladuría.
La univocidad no resuelve el problema del grado y la necesidad del carácter existencial en la esencia del ser metafísico. Sólo la analogía apunta una solución.
Dice la fórmula clásica: «el ser es lo que existe o puede existir». Y comenta un filósofo contemporáneo: «El existir, si no está inviscerado en el ser, sí que ha de estar aludido, porque es ininteligible una esencia que no pueda ser, aunque no es de difícil comprensión una esencia que pueda no ser. Pero el poder-no-ser, el ser y el poder-ser, alguna referencia al ser importa; como también el no-poder-ser», dice Muñoz Alonso.
No partimos de la pura razón; partimos del hombre real con todas sus implicaciones. Por el acto de existir de este hombre real se hace posible aprehender lo supremo inteligible: la esencia. Y en la esencia existente de este hombre real vemos que no es posible que se funde por sí mismo. El hombre busca, en todos los casos, un fundamento, un completamiento, una estabilidad que le faltan; busca el Ser supremo. Está implantado en el ser, existiendo, trascendiendo para ser. Pero si bien es cierto que en el plano gnoseológico busca ese fundamento, en el plano metafísico está vinculado (atado) a la vida y en última instancia, a lo que hace que haya vida. (Éste es el sentido de la doctrina zubiriana de la religación). Adviértase que no se trata de ningún ontologismo. El ens fundamentale no está patente «tal como es en sí», sino como «fundamentante». Se trata de que nos está fundamentando. Fundamento -raíz y apoyo a la vez- es la causa de que «estamos siendo». Por eso nuestra persona es -para decirlo en términos de la primitiva filosofía franciscana-, relación, principium originale. Más allá de las vicisitudes de mi existencia -rectificaciones, arrepentimientos, conversiones- está mi persona. Porque todas esas vicisitudes son mías, puedo decir que estoy sobre ellas, como un sujeto relativamente absoluto. Los esclarecimientos que obtengo sobre mí mismo me comprometen en un modo de ser: tarea privativamente personal.







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