En los últimos decenios surgió un renovado interés por la vida virtuosa. En primer lugar, es una reacción contra la ética kantiana de la modernidad que reducía la moral a la formulación de normas y reglas. Es evidente que en la vida no se trata solamente de respetar normas. André Comte Sponville, filósofo materialista, afirma que todos, ateos y creyentes, debemos asumir la ética de las virtudes.
La función de la ética como nexo entre norma y valor, y sus cualidades pedagógicas, Para que un acto humano, en sentido pleno, sea moralmente bueno, debe compatibilizar tanto la voluntad libre como el acto material con el logro del último fin. En la ética de las virtudes se trata de formar una actitud desde la cual analizar y tomar decisiones. La acción correcta depende de la persona que tiene la actitud correcta. La vida humana posee una variedad de fines cualitativos y uno está obligado a hacer una elección entre varios. Si la persona no busca el bien por convicción, las reglas del comité no le servirán porque no cubren toda la realidad.
Las grandes fuentes filosóficas históricas, como Aristóteles principalmente, se descubre que la virtuosidad es fuerza, excelencia, cualidad de vida y arte de vivir. La ética de la virtud puede ayudar mucho a los problemas actuales. La ética de la virtud tiene sus raíces en los planteamientos aristotélicos y se enfoca en el carácter moral del agente; las decisiones, acciones e intenciones del sujeto evidencian un conjunto de cualidades o virtudes que le son propias. Desde la pregunta por la vida buena y la felicidad el autor explora la manera en que un individuo podría alcanzarlas, planteando como elemento clave lograrlo el desarrollo de la prudencia por parte de cada quién. La ética es más que una técnica para resolver problemas. La ética de la virtud es una filosofía que reflexiona sobre el arte de vivir. Virtud significa virtuosidad o excelencia. Un virtuoso es alguien que sabe hacer bien las cosas. La ética es el intento racional de averiguar cómo vivir mejor. Si merece la pena interesarse por la ética es porque nos gusta la buena vida, pero debe ser una buena vida humana.
Toda ética o moral no parte del cumplimiento ciego de normas abstractas sino de una actitud racional y voluntaria del hombre para buscar realizar el ideal del bien personal y del bien común. Se ha confundido a menudo el concepto de virtud con la mediocridad. El filósofo Bergson comparaba con ironía la vida virtuosa con la vida de las ovejas. Sin embargo, la reacción contra la reducción de la moral al cumplimiento de normas ha permitido redescubrir la ética de las virtudes o de los valores, porque la
ética es un proyecto de vida que el individuo debe elaborar. La ética no es una técnica sino una reflexión filosófica que da a conocer el sentido principal de la vida. La moral es el enfoque de la totalidad de la vida. Por encima de los valores particulares se está considerando la vida como un todo, con lo que se crea el espacio moral en el que los fines particulares pueden ser valorados y reordenados.
No se puede crear un nuevo orden mundial solo con leyes o reglamentos. El derecho sin ética ni virtud no tiene a la larga consistencia. La consecución de la paz y la justicia depende de una conciencia y actitud previas a las responsabilidades y obligaciones.
La autenticidad de las relaciones entre las personas es solamente posible por los valores que cultiva cada una de ellas. Los valores constituyen la posibilidad de confiar y de entenderse, de poder entregarse y de poder agradecer. Las personas con valores no necesitan muchas discusiones o explicaciones. No creen en los chismes. La idea del hombre es la realidad de las virtudes o valores que son expresión de la razón y de la voluntad para el bien. Estos valores en el hombre se llaman la “ley natural”. Este concepto no se refiere a algo netamente biológico y tampoco a un conjunto de conceptos precisos y
claros que se imponen desde afuera, sino son orientaciones normativas que el mismo entendimiento humano formula y va entendiendo mejor en la medida en que avance el conocimiento
La virtud es una disponibilidad adquirida para hacer el bien. Esta disponibilidad no se hereda, sino que se forma por esfuerzo de uno mismo o por influencia de los otros. El fin de la ética, a diferencia de otras tendencias, es mantener una inclinación al bien como elección. La virtud, siendo la condición necesaria para actualizar el estilo definido del hombre, no es una tendencia. Jean Baptist Gourinat dice: “Aristóteles no deja de repetir que la moral y la virtud consisten en la capacidad de elegir el bien” En contra de Platón y Sócrates, Aristóteles insiste en que nadie tiene la virtud por naturaleza. El hábito o la virtud no son un estado de inercia o tradición negativa sino exigencia de presencia de la inteligencia por elección.
El interés actual por la ética de la virtud no está solamente en la insistencia de la decisión libre para el bien sino por su carácter de hábito. Se pasa fácilmente de la preferencia razonable a la idea de virtud mediante los hábitos o costumbres.
El principio básico para las virtudes es la voluntad libre dirigida a lo justo; es decir, la buena voluntad, como decía Kant. La buena voluntad es el amor. Un fin provoca en primer lugar el amor. La rectitud de la voluntad es el dinamismo central del hombre que mantiene su dirección hacia el fin último y de esta manera mantiene también dirigidas hacia su fin último todas las tendencias, pasiones y acciones humanas. Las virtudes son la aplicación del amor. La justicia es dar a cada uno lo suyo –también a los más débiles–, la fortaleza no permite que el miedo le impida hacer el bien, la templanza ordena la vida interior y no admite el desorden por un amor equivocado o por egoísmo,
Las virtudes son las fisonomías moralmente elevados por su ética del ser humano, aquellos que deseamos en nosotros y en el prójimo. la gente cuando habla del bien, del amor puro y de la felicidad.
La ética de virtud es una teoría que se remonta a Platón y, de modo más articulado, a Aristóteles, según la cual una acción es éticamente correcta si hacerla fuera propio de una persona virtuosa. La ética de las virtudes busca explicar la naturaleza de un agente moral como fuerza motriz para el comportamiento ético, en lugar de reglas (deontología) o consecuencialismo, que se deriva como correcto o incorrecto del resultado del acto en sí mismo.
En su libro Tras la Virtud, MacIntyre formula fuertes críticas a la filosofía moral moderna en general. En el prefacio que le hace al libro E. Guisán, ella afirma:
El diagnóstico que nuestro autor hace de la moral de las postrimerías del siglo XX es desalentador: el ethos establecido por la modernidad ha dejado de ser creíble, el proyecto ilustrado ha sido un fracaso, es inútil proseguir la búsqueda de una racionalidad y una moralidad universales, como pretendió hacer el pensamiento moderno… [El proyecto ilustrado fracasa], porque sólo produce ideales abstractos, que no se puede hacer un escenario concreto y, en consecuencia, no convencen ni mueven a actuar… Lo que hoy hay que buscar son nuevas formas de comunidad que configuran determinados modelos de persona y nos pueden hablar de virtudes, o sea, de la excelencia que entrañan tales modelos.
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