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LIBERTAD Y VALOR 1

 1. ¿Qué es el yo: una función o una sustancia?

La existencia de las vivencias es un hecho irrecusable. Pero, ¿habrá algo más que las vivencias o la suma de ellas? ¿Existirá realmente el yo?. El aprendizaje, el arrepentimiento, la decisión, la esperanza, la promesa y la preocupación han sido dados en prueba de la existencia de un «algo» (el yo) que no puede reducirse a un montón de percepciones, a una corriente vivencial o a un conjunto de células nerviosas. Sin una realidad continua -que no es posible concebir como una suma mecánica de vivencias- no se darían las expresadas situaciones psicológicas concretas. Si advertimos los cambios de nuestras vivencias es porque en nosotros hay una realidad inmutable.. Pretendiendo desarrollar un empirismo integral, Risieri Frondizi combate el concepto metafísico de sustancia, afirmando que hay «un hecho que ni el atomismo ni el sustancialismo llegaron a comprender: lo que nos pasa modifica la estructura del yo, pero al mismo tiempo es lo que le confiere estabilidad. Ni somos puro cambio ni pura estabilidad, sino que constituimos una realidad que para ser tiene que devenir». ¿No será abusar un poco de las palabras, decir que en los cambios del yo está su estabilidad? Como casi todos los enemigos del sustancialismo, no comprende que el concepto de sustancia no es incompatible con el carácter dinámico del yo. Sustancia significa, primariamente, lo que existe en sí y no en otro. Ahora bien, el yo es sustancia porque existe en sí y no en las vivencias ni 

en los intersticios; porque es un ser real que posee atributos, perdura a través del cambio y subyace bajo las apariencias externas. Que sea sustancia no significa que el yo sea inmutable, sino que conserva, a través de las mutaciones, una unidad orgánica y efectiva. Vale decir que se trata de una sustancia dinámica a la manera de una partitura musical.
Toda vivencia revela un aspecto del yo sustancial, pero el yo no puede reducirse a las vivencias, porque las trasciende. El yo es el centro del campo de la conciencia, con un altísimo grado de continuidad e identidad. El yo tiene funciones, pero no es función, sino sustancia. Una sustancia consciente mediante la cual se hace -por su iniciativa- y se va haciendo a sí misma -por su conciencia-, pero sin perder nunca su estructura.
2. Biología y espíritu
Nunca la materia, por muy organizada que esté, ha producido espíritu. Hace millones de años que la tierra gira rotativa y traslativamente, y, sin embargo, el espíritu humano es -relativamente- un huésped reciente del mundo. 
¿Pero qué vamos a entender por espíritu? En la vida de todo hombre hay un conjunto de actos superiores centrados en la unidad dinámica de la persona y que abarcan no sólo el pensamiento de las ideas -discurso-, sino los actos emocionales superiores y, sobre todo, la intuición de las esencias. Libertad, objetividad, y conciencia de sí mismo son notas características del espíritu.
El espíritu del hombre, si bien es cierto que se despliega y afina la materia misma en que se asienta y que informa, no progresa en sentido evolucionista. Los fenómenos biológicos más sordos y brutos son modificados por algo desconocido en la naturaleza: el espíritu. Y el espíritu no es un grado de la vida natural; trátase de «otra vida» que la natural; de otra forma de potencia creadora
Lo espiritual tiende a liberarse de lo orgánico en su condición terrestre. El hombre es un drama y vive en constante desgarramiento, porque su espíritu se siente aherrojado y a disgusto en un cuerpo que es limitado, imperfecto, insuficiente. Confesémoslo o no, todos esperamos liberarnos un día de estas limitaciones materiales. Hasta un biólogo como Rieu-Vernet afirma decididamente esa liberación: «La humanidad se encuentra aún en su extrema infancia, y toda su trayectoria ascensional está vuelta hacia una cima inimaginable. Y el espíritu, que se creía prisionero de la materia hasta el fin del mundo, recibe repentinamente el anuncio de su segura liberación y se yergue con un inmenso grito de esperanza, la 
mirada fija en la cima inaccesible». El espíritu aspira espontáneamente, por su misma esencia, a trascender su condición de espíritu encarnado en un cuerpo terrestre imperfecto. Al estar en esta condición, el espíritu se siente en desamparo ontológico. Pero como aspira a la plenitud subsistencial, en la muerte cifra sus esperanzas. Ahora bien, el alma humana ha sido creada para estar unida con el cuerpo: su complemento esencial; de aquí que, aún después de la separación por la muerte, tienda a la unión que lo completa: esta tendencia, como recibida de Dios, por Dios debe ser satisfecha. Resulta congruente pensar que, si el cuerpo es en este mundo instrumento del alma para el bien y para el mal, es justo que tenga su parte en los premios y castigos de la otra vida.  Ese afán de plenitud subsistencial, de que venimos tratando, no es otro que ese deseo, tan enraizado en todo ser humano, de convertir su pobre cuerpo terrestre en cuerpo espiritual o glorioso. Pero la filosofía sólo puede dar cuenta del anhelo. El resto es materia teológica
Se ha comparado la vida -y con razón- con una vela que se mantiene a fuerza de ir consumiendo su propio soporte. Crecimiento, nutrición y reproducción son los impulsos vitales genéricos de todo lo vivo. «Vivir -dice el filósofo español Pedro Caba- es consumirse; es envejecer. Ya el hecho de nacer rompiendo un huevo, una semilla, denota que la vida es disparo, una salida violenta de lo muerto y mineral, a lo que deja atrás requemado. La vida es ruptura, desgaje, irrupción, revolución, y rebeldía ante lo inerte. Lo vivo no tiene causa, o tiene, en su organización, la causa sui» La materia es lo pasivo; la vida es lo activo. La planta selecciona, del medio circundante, lo que requiere para su alimento, y lo que no tiene, lo fabrica, además de reaccionar sensitivamente y obrar, en punto a alimentación, con criterio selectivo. Sirvan como ejemplo la Diosnea muscipula y la Rotundifolia (o rocío de sol) que esperan a que el insecto se introduzca en su corola para apresarlo. En toda materia viva hay siempre una dirección, un sentido, que no es posible encontrar en la materia inerte. Por eso podemos afirmar que la vida es fundamentalmente teleológica. 
Más allá de la vida biológica está el espíritu. En gigantes y atletas de salud óptima, se pueden dar espíritus precarios; así como, en santos y sabios de vitalidad deficiente, se pueden alojar espíritus excelsos. En el vegetal, como en el animal, hay conformidad de ser, alegre realización de la entelequia. Sólo el hombre es un rebelde a la naturaleza. Sólo el hombre no siente apego a la vida sorda de su fisiología. Es una bestia enferma que se siente insatisfecha con el mero cumplimiento de sus necesidades fisiológicas. Contagiado por la creación que por todas partes le circunda, el hombre deja correr su impulso poético (zoon poietikós) dando origen a los productos fabricados, a la técnica, al arte, a la poesía. Intentando una rápida descripción del hombre -no su definición- Pedro Caba afirma: «Es un poeta, un loco fundamental, que está a disgusto con la Naturaleza y la realidad, porque quiere crear otras; es el único ser que guisa, que se viste y manufactura; es el único que usa gafas, que viene al mundo con las gafas puestas».
La vida espiritual, a la inversa de la vida biológica, se integra y se enriquece con su realización, sin que pueda hablarse de envejecimiento o desgaste. Las notas características del espíritu son la libertad, la objetividad y la conciencia de sí mismo. Por la libertad, el espíritu se distingue, en su autonomía, del determinismo a que se halla sometido lo psicofísico; por la objetividad, se desprende de la naturaleza y del mundo animal para reconocer la verdad de la realidad; por la conciencia de sí mismo, alcanza la plena posesión de su intimidad.
3. Las facultades del hombre
El hombre siempre es más de lo que se sabe de él. Jaspers                
El animal se representa los cuerpos exteriores, obra sobre ellos y se los apropia. Pero no tiene un conocimiento razonado. Sólo el hombre capta los seres que le circundan y los nombra, concibiendo lo que son. Afirma que tal o cual objeto es o no es (juzga). Y juzgar es algo más que combinar sensaciones o imágenes. Los encadenamientos de sus afirmaciones no son mecánicos, sino conscientes. A cada paso puede ir dando la razón de ser de lo que afirma. Gracias a su conocimiento intelectual puede abarcar, en cierto grado, al universo y a sí mismo. Se gobierna y utiliza todos los seres que le son inferiores para sus fines humanos. En este sentido, se puede decir que humaniza su contorno.
Pero el hombre no sólo goza del privilegio del conocimiento, también disfruta de la facultad de sentir, de la facultad de elegirse y de la facultad de espiritualizarlo todo.
La inteligencia, al conocer todo lo que es, nos saca de nosotros mismos. Pero de las cosas sólo nos da su espectáculo, su representación o idea. Más que la realidad del ser, nos da su virtualidad. Lo propio de la facultad de sentir, en cambio, «es -como dice Louis Lavelle- crear en las cosas un vivo interés que nos lleva a amarlas o a odiarlas, a buscarlas o a huir de ellas. 
Como nuestra vida no viene hecha, tenemos que elegirnos a nosotros mismos. En este sentido, la libertad no puede ser reducida a una elección entre dos acciones; se trata de algo mucho más radical: la actitud de todo nuestro ser que se elige integralmente. Nuestro obrar tiene su fundamento en la libertad. «El peligro del hombre -observa Jaspers- es que esté seguro de sí mismo, como si él fuera ya lo que puede ser» Los impulsos del deseo y del instinto pueden ser aceptados o rechazados por nosotros. 
Mi mundo espiritual imprime su riqueza interna en el mundo fenoménico sensible, por la producción cultural. Soy más que pura naturaleza, porque en la naturaleza no existe vida espiritual. «El animal -podríamos decir con Juan B. Lotz- posee vida consciente, pero sin espiritualidad; la planta vida, pero sin conciencia; el mineral ser, pero sin vida». El hombre, en cambio, posee el ser, la vida, la conciencia y la espiritualidad. Vive en el mundo, pero no agota su ser en el mundo. Por sus fuerzas espirituales supera lo corporal y lo sensible. «Sólo en el obrar o actividad del hombre -observa Lotz- tiene lugar un encuentro inmediato y expreso con lo supramundano».
En el fondo de nuestro ser dormitan una serie de virtualidades que es menester avivar para llegar a ser lo que debemos y queremos ser. Ante nosotros se abre un porvenir ilimitado. En cada uno de nosotros duerme el hombre íntegro. «Así pues -podemos decir con Lavelle- apenas bastarán todos los hombres de todos los tiempos y de todos los países para realizar la idea de hombre
Porque carezco de muchas perfecciones, me afano por adquirirlas. Mi vida se identifica con su afán de plenitud, hasta cuando momentáneamente renuncio -en la desesperación o en el hastío- a luchar por mi proyecto de ser más. Pero el afán burlado, una y mil veces, renace siempre pujante, confiriéndome movimiento y vida. El afán de plenitud en su continuo producir, exalta la vida por encima de sí misma. Surge entonces la obra, lo objetivo, lo significativo, lo valioso.
Para comprender el afán de plenitud es preciso, en última instancia, esclarecerlo desde Dios. Somos historia y somos destino. Nuestra historia es la historia de una peregrinación en diálogo con las creaturas. Nuestro destino es la posesión de un ser que colme nuestro afán de plenitud subsistencial.
4. Estructura de la libertad
Hay movimientos involuntarios y procesos orgánicos que se realizan en mí y que se ponen en marcha sin mi intervención. Pero hay también acciones que me pertenecen íntimamente. Soy dueño y autor de mi actuar. Y es precisamente a través de estas acciones libres como realizo mi ser personal. Mi yo está ordenado a la libertad.
La conciencia del deber y el sentido de responsabilidad patentizan la existencia de la capacidad personal de ser origen de un suceso. Porque la persona tiene iniciativa y es autora de sus acciones, tiene que estar a las consecuencias de su actuar y responder por lo realizado. Por esta vía -la de la acción- se introduce la medida del bien y de lo justo. El acto libre recibe su sentido plenario, no por el simple actuar, sino por la recta actuación. Con cada hombre comienza de nuevo la existencia. Y este comienzo se plantea desde exigencias y valores espirituales, por eso la formación de la vida es obra de «cultura» y asunto de historia.
Soy libre porque soy espíritu. Mi ser tiene una densidad tan grande y una dignidad tan peculiar, que se puede decir perfecto en su orden ontológico. Ningún ser particular satisface adecuadamente mi medida. Tengo una capacidad infinita de conocer y de amar más allá de los entes que conozco y que 












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