Ir al contenido principal

LIBERTAD Y VALOR 2

                                                       LIBERTAD Y VALOR 2

amo. Esta distensión magnífica hacia el infinito, «esta apertura sobre el absoluto» -como la llama Chenu- es la razón misma de mi independencia frente a todo lo demás. Porque escojo libremente, porque tengo una indiferencia dominadora frente a todo lo que no soy yo, puedo decir que soy autónomo. Pero este escoger no tendría sentido en el mundo de la necesidad de hacer. Trátase de un deber hacer, de una ligadura moral relacionada al poder absoluto del bien. Y este fenómeno, originalmente humano, no puede ser interpretado en analogías del mundo físico. Hartmann ha observado finamente que existen, frente al hombre, dos series causales en las que puede engranar su conducta: la determinación mecánica y la determinación axiológica. En este sentido, la persona es el puente que comunica el mundo del valor con el mundo de la naturaleza. Gracias a esta comunicación, el mundo natural recibe del mundo de los valores un sentido de que carece, aunque este último tome del primero la fuerza que le falta para realizarse. La responsabilidad, la imputabilidad y la culpa son hechos morales indubitables que no pueden confundirse con meras ilusiones -intereses vitales para proteger el sujeto-, puesto que en ocasiones van en contra de los intereses personales, y aun así se imponen a la conciencia. Estas pruebas son -en opinión de Hartmann- las que más se aproximan al ideal de la demostración. ¿Qué es la libertad? El problema es irresoluble para la razón. Cabe, no obstante, establecer la noción de libertad «como la autonomía de la persona en contraposición a la autonomía de los valores». Una fuerza positiva que radica en la persona es el principio que determina finalísticamente al hombre.

La libertad del hombre no es ilimitada. La libertad de pensamiento -al parecer exenta de límites- está sujeta, a más de las leyes de la lógica, a múltiples influencias de otras inteligencias, a intereses y pasiones. El entendimiento humano topará siempre con la realidad objetiva, con la verdad.
El libertinaje -exceso de libertad- termina en caos y negación. La auténtica libertad tiene que hermanarse con la verdad y con el orden. Ser libre no es desaforarse sino tener la facultad de vencer las dificultades que se opongan al logro de nuestro espíritu encarnado. 
La libertad no interesa por sí misma, sino por lo que nos permite hacer. Esos gritos huecos de «libertad» que lanzan en las plazas públicas no sirven sino para adormecer bobos. La libertad es medio, no fin. No hay libertad para nada, sino libertad para algo, para un fin. 
5. El determinismo del cuerpo y la libertad del alma
El alma no es una esencia completa por sí sola. Su realización siempre está condicionada por una materia, a la cual confiere precisamente la vida. Yo soy uno -podríamos decir con Sertillanges- y tengo poder por mi alma sobre mi cuerpo, de la misma manera que tengo por mi cuerpo poder sobre mi alma, porque yo soy mi alma. Yo puedo por mí sobre mí, y esta reciprocidad de acción inmanente no es sino mi propia evolución como sustancia mixta; Si se dice que nuestra alma nos mueve es porque de la acción que tenemos sobre nosotros mismos es ella el principio.
El materialismo pretende reducir las actividades del alma a manifestaciones de los epifenómenos. Lo mismo que el hígado segrega la bilis, así el cerebro segregaría el pensamiento. «Pero la observación -afirma el médico René Biot- basta para mostrar lo imposible que es encontrar en los fenómenos fisiológicos la causa de las actividades espirituales, porque estas actividades, que no serían sino un efecto, se revelan como traspasando mucho en poder su supuesta causa, y de esa manera se vería salir lo más de lo menos».
Los mecanismos corporales obedecen a un determinismo biológico, están estrechamente regidos por invariables y rigurosas leyes. Las modificaciones fisiológicas repercuten sobre la libertad moral. Es éste un hecho innegable. Pero reconocer que la libertad puede perderse no es de ninguna manera negar la existencia de esa libertad en el hombre.
Porque el ser humano es una unidad sustancial de alma y cuerpo, su espíritu nada puede hacer sin la carne. Y la carne nos impone deberes que tenemos que cumplir, si es que deseamos que el espíritu se sirva de ella como de un instrumento en buenas condiciones. Tenemos el deber de conservar o de restablecer nuestra salud, porque sin ella no puede existir el correcto funcionamiento de nuestro espíritu. No hay que olvidar que en el espíritu reside nuestra máxima dignidad y que el espíritu está encarnado.
Los hijos son un resumen de la buena o de la mala calidad biológica de sus padres, y hasta las almas creadas por Dios tienen que venir a adecuarse a su condición carnal precaria o exuberante.
La verdadera libertad sólo puede experimentarse desde dentro. Sólo después de esta experiencia seremos capaces de formular y justificar nuestra libertad.
Siempre que obramos tenemos conciencia de que podemos hacer otra cosa distinta de la que hacemos y aun «lo contrario», así como de que podemos «abstenernos» de actuar. Al reflexionar sobre acciones pasadas, sintiendo remordimientos por haber obrado como obramos, con plena conciencia de que pudimos hacerlo de otra manera.
También el consentimiento universal es un valioso testimonio a favor de la existencia de la libertad. Si la voluntad no fuera libre, ningún sentido tendría: 1) los consejos que se dan al prójimo; 2) los intentos de persuasión para obrar en determinado sentido; 3) los mandatos u órdenes; 4) la curiosidad por 
conocer cómo se comportará una persona ante tal o cual suceso; 5) las preguntas que a menudo hacemos a los otros, para saber lo que van a hacer. El mundo entero -dígalo o no- admite la existencia de una responsabilidad, de un mérito o de una falta. 
Por sí misma la libertad no interesa a nadie; interesa por lo que ella nos permita hacer, por su sentido y nervio teleológico. Es preciso concertar la libertad con la verdad y con el orden. No vamos a ser más libres por afirmar que el cuadrado tiene tres lados y el triángulo sólo dos ángulos. Y si podemos dirigirnos hacia el mal no es, en último término, sino por un inconveniente del libre albedrío. Nuestra libertad es facultas voluntatis et rationis y, por tanto, no podemos reclamar una vida sin normas, a menos de abdicar de la razón.
6. Animal frustrado y ser axiotrópico
En sentido biológico, el hombre no es -como tanto se ha creído- el ser más valioso de la naturaleza. Si tomamos como criterio de valoración de las formas biológicas el de la independencia de existir con relación a otras formas vivientes, el hombre resulta inferior a las plantas y al resto de los animales
Si el valor vital fuera la medida única de valoración, es preciso reconocer que el hombre -con su civilización y su cultura- sería un pobre animal enfermo que no hallaría sitio en la evolución de la vida temporal. «Tenemos todavía un conocimiento muy defectuoso -dice Max Scheler- de lo que sea esa cosa que llamamos hombre. Ya Kant, en la primera parte de sus Fundamentos de la metafísica de las costumbres, afirmaba que un ser que sólo tuviese por fin específico su conservación y bienestar seguiría un camino más recto hacia este fin entregándose al instinto y prescindiendo de la razón. Tomando como base las positivas adquisiciones de la ciencia, 
La «bestia rubia», que soñó Nietzsche, está de antemano frustrada. El estancamiento en la evolución biológica de la especie humana no es mera casualidad. La inteligencia, la razón, la capacidad de crear instrumentos y civilizaciones han embotado los instintos, la fuerza animal y la facultad de adaptación al medio. Por eso se nos ocurre decir que el hombre, como animal, es un animal frustrado.
Y este desamparo biológico del hombre corresponde a otro desamparo aún más profundo: el desamparo ontológico y de esta auténtica tragedia ha brotado reflejamente una auténtica poesía de treinta siglos. Recordemos el «dolorido sentir» de Garcilaso y recordemos, también, a Verlaine cuando nos dice:
Lo que más me acongoja es ese llanto,
es no saber jamás por qué razón
sin amor y sin odio, sufre tanto
mi pobre corazón
Para suplir su impotencia de animal, el hombre procede con mayor cordura, con mayor sagacidad y con mayor prudencia que el tigre, Así, el sentido del olfato cada vez se hace más imperfecto; la memoria se va perdiendo por la escritura y el impreso; la civilización crea al hombre más necesidades y enfermedades que las que es capaz de satisfacer y curar».
Si la evolución del hombre se ha detenido en el orden fisiológico y anatómico es porque continúa en el orden espiritual y moral. Desde el momento en que surgió el lenguaje hablado, apareció una forma de inteligencia específicamente humana. La evolución morfológica y los instintos comenzaron a perder importancia. En su lugar apareció la libertad de elegir entre la satisfacción indiscriminada de los apetitos biológicos y el cumplimiento de nuestro dinamismo espiritual ascensional. Aquí se detiene la evolución y se inicia la revolución.
Biológicamente, el hombre sigue siendo un animal; pero un animal disminuido, enfermo; aunque también, preciso es decirlo, correlativamente aumentado, engrandecido en su dignidad.
No han faltado cultivadores de la ciencia natural que nos hayan descrito al hombre del futuro despojado del apéndice, calvo y tal vez sin dientes... Es posible que así sea, pero, en todo caso, no es esto lo que nos interesa. Lo que verdaderamente importa saber es si el hombre seguirá aprehendiendo y realizando los otros valores no vitales; los valores de lo santo y los valores espirituales.
Al libertarse parcialmente el hombre de las leyes biológicas y físico-químicas, nacen en él afanes por la verdad, por el bien, por la belleza. Mira como antes el universo, pero ahora lo contempla, lo teoriza. Pone su juicio, su voluntad y su obrar al servicio de un comportamiento que su razón le muestra como recto y racionalmente ordenado. Y cuando no es así, se traiciona y abdica de su propia dignidad.
Definir la vida ya no como el punto de arranque, sino como valor supremo, es el error esencial de todo vitalismo. La vida de cada cual es un elemento parcial y subordinado de la realidad. Como torrente de ciega energía, carece de sentido por ausencia teleológica. Quitar de la vida el bien es vaciarla de su contenido y reducirla a la inconsciencia. Yo no comprendo una vida que se limite simplemente a vivir -como ostión en su concha- sin trascender. Vivir es extravertirse en la plenaria realidad del mundo circundante, para recogerla e incorporarla al microcosmos. La vida es ofrenda, es misión a algo metavital.
Si consideramos al ser finito en la perspectiva de su dinamismo, es decir, en relación a la actualización de sus virtualidades, surgirá ante nosotros el valor de la realidad. La axiología se resiente de falta de claridad en la explicación del nexo entre los valores y sus realizaciones en las cosas particulares. La esfera axiológica sin potencia ontológica, y, por lo mismo, sin ser, no tiene consistencia alguna.
Apuntemos algunas de las principales críticas que se han enderezado contra la filosofía de los valores:

1) Es insostenible el dualismo entre ser y valor. Si los valores son algo que se ofrece como contenido de un acto, ¿cómo puede pensarse que este algo no sea ser? ¿Cómo puede haber un campo de objetos que no son?
2) La intuición emocional a priori, al lado del conocer teórico, es otro dualismo inaceptable. «Este sentimiento intencional, órgano específico de aprehensión del valor -expresa el Dr. Antonio Linares Herrera- o es un conocimiento o no lo es. Si es un conocimiento, el conocimiento no tiene más que un sentido, el de ser una actividad, que aprehende espiritualmente objetos; y esto solamente puede hacerlo una facultad de orden teórico. Si no es un conocimiento, entonces tampoco puede atribuirsele la propiedad de captar o aprehender objetos».
3) Si el hombre es el portador y el realizador de los valores, es un contrasentido que se pase su vida afanándose por realizarlos para que a la postre se le diga que los valores no son, sino que valen. Esto equivale a decirle que ha realizado una pura nada.
La filosofía escolástica finca en el ser la valiosidad fundamental. Todo ser es valioso. Brunner propone el siguiente criterio: «donde la relación es objetivamente de activación del ser, un ente resulta valor para otro; donde es de lesión del ser, un ente resulta contravalor o un mal». 
Cada ser particular tiene comprimida una abundante riqueza de contenido potencial valioso. El supremo valor es Dios; acto puro y actualidad suma. A mayor actualidad mayor valor; a mayor potencialidad menor valor.
Geyser concibe los valores como relaciones y ordenaciones reales que el hombre descubre cuando sus naturales facultades cognoscitivas penetran en la complicada trama del mundo real. El valor puede ser concebido como esencia y como existencia. Como esencia es una cualidad con los caracteres de polaridad, diversidad específica y rango jerárquico. Valor -define Linares Herrera- es aquella peculiar situación o aspecto del ser que consiste en el sentido de importancia, notoriedad, dignidad o jerarquía La clave del valor está en su ordenación teleológica residente en su propia naturaleza. Situación que consiste en la relación real entre el estado afectivo de un ser y la norma ideal inmanente que se contiene en su propia contextura o esencia. 
Frente a las actitudes del psicologismo, formalismo y autonomismo del valor es preciso orientarnos hacia una concepción metafísica. El valor tiene que incluirse en la estructura óntica del ser, no en un mundo etéreo de esencias alógicas, sino que tiene su soporte en el mundo real. Trátase de una manifestación activa del ser, de una ordenación del ente fundado teleológicamente.
Un tomista mexicano, el Dr. Oswaldo Robles, encuentra en la noción tomista de bien adecuado un sinónimo preciso del valor. «El valor -nos dice- es una relación entre el ente en acto y la tendencia natural; el valor es a priori porque la relación es a priori, o para hablar en lenguaje escolástico, en la formalidad actual del ente y en la formalidad actual de la tendencia natural». En una posición realista, no sería el valor el fundamento del bien, sino, a la inversa, el bien el fundamento del valor. Dentro de la misma escuela, Paul Siwek expresa que valor es aquello «que corresponde a la finalidad intrínseca del ser». Y habrá tantas clases de valores como grados de finalidad intrínseca. El valor puro y simple «no puede encontrarse sino en Dios.









Comentarios

Entradas más populares de este blog

La vida es bella

A pesar de todas las vicisitudes que pasa la humanidad, nos toca seleccionar de nuestro paso en esta; las cosas y acciones que nos dan cierta satisfacción y convierten nuestra vida en momentos de complacencia y posibilidades de continuar y continuar...

UN SABIO DIJO:

LA SABIDURÍA DEL SILENCIO INTERNO

LA SABIDURÍA DEL SILENCIO INTERNO Habla simplemente cuando sea necesario. Piensa lo que vas a decir antes de abrir la boca. Sé breve y conciso, ya que cada vez que dejas salir una palabra, dejas salir al mismo tiempo una parte de tu vitalidad. De esta manera aprenderás a desarrollar el arte de hablar sin perder energía. Nunca hagas promesas que no puedas cumplir. No te quejes y no utilices en tu vocabulario palabras que proyecten imágenes negativas porque se producirá alrededor de ti todo lo que has fabricado con tus palabras cargadas de energía. Si no tienes nada bueno, verdadero y útil que decir, es mejor quedarse callado y no decir nada. Aprende a ser como un espejo: Escucha y refleja la energía. El universo mismo es el mejor ejemplo de un espejo que la naturaleza nos ha dado, porque el universo acepta sin condiciones nuestros pensamientos, nuestras emociones, nuestras palabras, nuestras acciones y nos envía el refl...