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EL ENVEJECIMIENTO Y LA MUERTE

 UN ENFOQUE FILOSÓFICO

El envejecimiento es la única afección fatal que todos compartimos. Leonard Hayflick La anciana de posguerra, María del Carmen Soler, ha dicho que “hagamos lo que hagamos, estamos siempre en actitud de despedida”. Efectivamente, desde que se nace –más precisamente desde la concepción– se está genéticamente orientado hacia un final inexorable. Lanzados como un proyectil, como pensaba Ortega y Gasset, la vida humana se convierte en proyecto finito y diverso. 
Desde este contexto se podría preguntar en qué consiste ese proyecto, hacia dónde se debe dirigir o está previamente encaminado, cuáles son sus alcances y, sobre todo, cuán sensato es planteárselo. Sin duda, la cadena de preguntas nos conduce a inquietudes metacientíficas, de interés filosófico suscitadas del hecho y la fatalidad misma del vivir; de esa preocupación inmediata de las ciencias particulares y especializadas. Aunque no se pueda contar con respuestas definitivas o últimas, su búsqueda tal vez sea la única esperanza racional con la que cuente el hombre en el camino temporal de su existencia. Si su natural recorrido se sustrae a los accidentes, el porqué del sentido del envejecimiento y de la muerte cobra entonces un particular valor en el proyecto humano de vivir y acabar como tal. Tema que llama la atención no solo a los filósofos, sino también a los humanos hombres de las ciencias de hoy. El propósito de este ensayo consiste, por tanto, en elaborar una reflexión en torno al tema central del envejecimiento y su relación con la idea de la muerte. Para ello integraré a la información histórica y científica, la complementaria ponderación filosófica. Describiré, en un primer momento, brevemente las concepciones de la vejez en algunos autores y épocas para mostrar luego su concepción más actual. En un segundo y último momento, después de unas discriminaciones conceptuales, vincularé el tema de la vejez con la idea de la muerte.
1 Precedida de la etapa prenatal, infancia, niñez, adolescencia, juventud y adultez, la vejez viene a ser el séptimo y último estadio del desarrollo natural de la vida humana, desencadenándose luego la muerte. 
Es en este contexto del ciclo vital de la temporalidad humana, que en la historia del pensamiento sobre la vejez se han concebido, desde la antigüedad, dos posiciones antagónicas: una platónica y otra aristotélica. (Carbajo). En la obra la República, Platón muestra una concepción positiva sobre los ancianos.
Piensa que es la etapa en que el ser humano alcanza las más óptimas virtudes morales, tales como la prudencia, la sagacidad, la discreción y el buen juicio. Todo lo cual, lo habilita además para desempeñar con autoridad los más altos cargos públicos, administrativos, directivos, jurisdiccionales y gubernamentales. La calidad de vida y virtudes logradas en la vejez, según el filósofo ateniense, están determinadas por la forma cómo se ha ido preparando durante la juventud y la adultez. El punto de vista opuesto, el negativo, lo presenta el teórico de las virtudes, Aristóteles. Concibe la vejez como una etapa de debilidad, deslustre e inutilidad para la vida social y, por tanto, merecedora de compasión. En la Retórica en particular, en unas pocas líneas, destaca incluso su menudo perfil psicológico: como de mal carácter, veleidoso, desconfiado, mezquino (también en Ética a Nicómaco), cobarde asimismo frío, egoísta, desvergonzado, pesimista, cobarde y hasta charlatán. Frente a los jóvenes aparece además como colérico, débil y esclavo del interés. Vive del “cálculo racional que, con el talante, puesto que el cálculo racional es propio de la conveniencia y el talante lo es de la virtud” (Retórica), no comete desmesura sino injusticias vinculadas a la maldad; son también quejumbrosos y sin buen humor. Pero es en Reproducción de los animales, donde Aristóteles identifica la vejez con la enfermedad: “Es correcto decir que la enfermedad es una vejez adquirida, y la vejez, una enfermedad natural” De modo que vivir joven o adulto (madurez para el Estagirita) se puede considerar un bien o una virtud. Esto se debe, a estas dos posiciones en torno a la vejez, las que se van a prolongar en diversos autores, con distintos matices y moderaciones, y que explican además los estigmas vigentes también en la sociedad moderna. 
Sin embargo, es De senectute o Diálogo sobre la vejez el primer tratado filosófico sobre el tema del envejecimiento natural en la historia de Occidente. Su autor, el filósofo romano Cicerón, viene a ser por eso el primer gerontólogo de la antigüedad en sentido amplio, toda vez que destaca la calidad y estilo de vida mejores que le corresponde vivir al ser humano en sus años finales. Cicerón, documentado con ejemplos de personajes históricos del mundo antiguo y romano, destaca y elogia la senectud, descarta cualquier sentimiento de compasión por el de respeto y veneración. Sus cualidades mentales o virtudes del intelecto como la dignidad alcanzada son la prolongación de una biografía así llevada, que le ha aportado además amistades en el tiempo. Por eso, cree Cicerón que la amistad en esta etapa es una manera de alejar el aislamiento y la soledad. Alaba pues, la vejez que se edificó en una buena juventud.
Es en la época de Agustín de Hipona como en el medioevo, cercanas a la influencia helénica, donde aún las concepciones antagónicas conviven abiertamente. 
El obispo de Hipona haciendo coincidir la posición platónica con la visión bíblica, realza la figura del anciano, revestido de dignidad y sabiduría, y en este sentido modelo y guía de vida y de enseñanza. Mientras que Tomás de Aquino muestra su aristotelismo subrayando el egoísmo solitario de la senilidad como su decadencia física y moral. En el Renacimiento, que busca recuperar la sobriedad y estética grecorromana, se da una aversión a lo viejo y caduco, no clásico, por eso también a la vejez, a lo que se suma asimismo la muerte. No obstante, de cierta tendencia a atribuirle artimañas y prácticas supersticiosas, en general, hay una imagen melancólica y algo sabia de su condición. En el Barroco, por el contrario, no se trata de una etapa desapercibida, sino que se cree que es el período en donde el ser humano muestra lo que ha debido honrar en su inacabada perfección humana: las virtudes, libres de pasiones y de vicios que deshonren su condición y le provean de una buena muerte. Por otro lado, Schopenhauer (2001, p. 220) en sus aforismos critica que la enfermedad y el aburrimiento sean signos de la vejez puesto que no es un rasgo esencial: Crescente vita, crescit sanitas et morbus. Y el aburrimiento aparece solo a quienes han disfrutado de los deleites de los sentidos y de la vida social, y no han alimentado su espíritu y fuerzas intelectuales. Como Schopenhauer, Shakespeare, Hördelin y Humbolt comparten una visión favorable sobre la vejez sin reconocer sus naturales dificultades
En el siglo XX el escritor de lengua alemana, quien falleciera mientras dormía a los 85 años, Hermann Hesse, en su obra Elogio a la vejez, aprecia también favorablemente este período afirmando que tiene tantos achaques como ventajas: “Una de ellas es la capa protectora de olvido, de cansancio, de afecto, que se interpone entre nosotros y nuestros problemas y sufrimientos. 
Puede ser desidia, anquilosamiento, odiosa indiferencia; mas, vista con otra luz, puede significar también serenidad, paciencia humor, alta sabiduría y Tao. Hesse valora pues, la vida del anciano que la cree además con una tarea propia como la tiene cualquier otra persona a cualquier edad. Pero en la
década de los 70, es la filósofa francesa, discípula y compañera de Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir, la que escribe un extenso ensayo titulado La vejez. Allí, sobre todo, a propósito de esta, se preocupa de la mujer anciana. 
La orientación general, al parecer, se ha ido inclinando en el tiempo a una actitud mental más conciliadora, tolerante y favorable con respecto no al rol del anciano –que sin duda lo tendría–, sino al hecho de existir y ocupar un espacio en la vida social. Todo lo que se haya dicho desde el pensamiento 
y los textos sobre la vejez corresponden, en sentido amplio, a la Gerontología, entendida como la promoción de los cuidados y salud del anciano. Mientras que la Geriatría, por su parte, se presenta como la especialidad médica que se ocupa de su prevención y enfermedades. Es así que su historia, que es historia de la investigación científica sobre el envejecimiento, se inicia recién con la obra de Francis Bacon, Historia de la vida y de la muerte (Carbajo). 2 Antes de partir de una definición estándar de envejecimiento quisiera comentar primero la afirmación del médico norteamericano Leonard Hayflick (1999): “Los esfuerzos por alargar la vida son en verdad intentos de engañar a la Madre Naturaleza” Esta proposición parte del supuesto de que en la naturaleza no solo hay un orden que configura nuestro tiempo de vida normal y natural como especie humana o simplemente vida orgánica. El hombre, al margen o al haber reducido esta condición ha llegado, por tanto, no solo a experimentar los cambios propios de la vejez, sino también a prolongarla ampliamente, ahora a tratar de responder a tres preguntas. Una vinculada con la longevidad, otra con el envejecimiento y la última con la muerte. Estas son: por qué vivimos el tiempo que vivimos, por qué nos hacemos viejos y por qué morimos. Se trata de tres aspectos fundamentales de la finitud de la vida (Hayflick). La Organización Mundial de la Salud (2013) ha declarado como un «acontecimiento sin precedentes» en la historia de la humanidad, el hecho de que la población planetaria esté envejeciendo de forma acelerada: del período que va del 2000 al 2050 se calcula que la mayor cantidad de población mundial mayor de 60 años será el doble, y la cantidad de personas octogenarias y más aumentará hasta casi cuatro veces. Asimismo, se ha calculado que en los países desarrollados el promedio de esperanza de vida para los humanos recién nacidos está alrededor de los setenta y cinco años, y la longevidad máxima en unos ciento quince años. Incrementándose, por cierto, los requerimientos de profesionales dedicados a la prevención y cura de los ancianos, como de establecimientos y espacios propios de entretenimiento y vida saludable que haga posible su normal desarrollo vital. Quizá sea por esta misma razón que estos países cuentan con la mayor cantidad de personas longevas. Estos hechos pueden, sin embargo, noticiarnos acerca de dos cosas: que los niños en adelante no solo podrán conocer a sus abuelos paternos y maternos, sino también que serán capaces de compartir con sus bisabuelos, en particular, con las bisabuelas considerando que las mujeres alcanzan un promedio de vida de seis a ocho años más que los hombres. Las enfermedades crónicas o no como, por ejemplo, la depresión no es un estado distintivo de la vejez, lo pueden ser de cualquier etapa del desarrollo humano. 
La teoría de la sustancia vital responde que el envejecimiento se da debido al agotamiento de dicha sustancia, con la cual uno nace con una medida determinada, pero que al pasar el tiempo ésta merma hasta que su ausencia produce la muerte. Estas teorías conciben al organismo humano como un reloj biológico, y se las llaman finalistas porque presuponen un diseño o plan maestro que activan al final los «genes de la muerte» a nivel químico y físico de moléculas específicas que desencadenan el proceso del envejecimiento hasta su finitud. 
Envejecer entonces no mata. Uno muere por accidente, en cualquiera de sus formas fortuitas o tentadas, o por enfermedad, pero no de viejo. Un cáncer, por ejemplo, no es una enfermedad propia de la vejez como tampoco lo es la ceguera, ni cualquier otra enfermedad de índole terminal. Al respecto ha dicho Schopenhauer: “La mengua de todas las fuerzas conforme va avanzando la vejez es muy triste, pero también algo necesario e incluso favorable, pues de lo contrario la muerte, de la que es el preludio, sería demasiado difícil” El filósofo del pesimismo, al parecer, no lo es del todo en este caso. No identifica la vejez con la muerte, sino con la degradación de la fortaleza física que le resta autonomía. Desde esta distinción entonces, se hacen perfectamente comprensibles el sentido de los versos del viejo Hessen: Penosamente se arrastra a lo largo de su larga noche, aguarda escucha y vela. Ante él descansan sobre la colcha sus manos, la izquierda y la derecha, rígidas y tiesas, servidores cansados. Y ríe suavemente, para no despertarlas-. Quizás sea especialmente en la vejez en que la meditación sobre la muerte no solo sea una constante –y la mejor etapa para reflexionar sobre el sentido de la propia condición– sino asimismo uno de los mejores legados de orden filosófico para la cultura y posteridad de las naciones, por ejemplo, plena justicia –en el caso de atribuirla favorablemente a la vejez– a los distintos conceptos de sabiduría contemplados en la historia de la filosofía. Sin embargo, se podría asimismo centrar mejor el interés por la relación entre la vejez y la sabiduría desde la filosofía misma. Si se admite como cierta la afirmación de que el ideal de la vejez es la sabiduría en un organismo mentalmente sano, la pregunta que surgiría es si esta llega a ser, por tanto, un atributo propio. La sabiduría comprende entonces un tipo de meditación sobre cuestiones vitales de la existencia y finitud humanas, con una capacidad de orientarla y saber vivirla a cualquier edad de la vida, “El homo faber oculta la realidad de la muerte” (Yepes y Aranguren). El anciano puede contemplar la muerte frontalmente reconociendo su cercanía y aceptando su imponente misterio. La vejez puede entenderse pues, como la ocasión de pensar la propia condición y la meditación saludable que prepara hacia una sabia muerte, mejor dicho, la propia muerte. De lo contrario sería una vejez sin contenido y una muerte sin sentido, quizás representados en los versos de Baudelaire: “Me voy de espaldas a acostar, / y en vuestros velos a ocultar, / ¡oh tinieblas refrigerantes!” Sería, por tanto, la etapa de un natural y particular estado filosófico, que no se puede reducir al mero pensar, sino a comprender la vida desde la propia reflexión, biográfica y experiencial. Se trataría de una filosofía vital que paradójicamente orientaría el tiempo previo a su impermanencia








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