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SENECTUD

 

La senectud es la última etapa de la vida de un ser humano que se caracteriza por el envejecimiento biológico. Origen del sustantivo latino senectus que significa edad y a su vez del verbo senescere que significa envejecer.

Senectud es usado como sinónimo de tercera edad, personas mayores, vejez, adulto mayor y anciano. El concepto senectud proviene de la denominación de los antiguos romanos a una de las 7 fases vitales de la vida llamada senex que significa ‘más viejo’ y que comprendía entre los 60 a 80 años de edad. 

Se consideraba que senex era la fase donde se alcanza la sabiduría y la sententia (la edad del juicio y de las opiniones).
No podemos olvidar que la senectud o vejez no es una cuestión de edad sino de actitud ante la vida y que es necesario aceptar los cambios que llegan poco a poco para vivir plenamente y con salud.
La senectud es la etapa de la vida que corresponde a lo que también llamamos ancianidad, vejez o tercera edad. Sobreviene luego de la madurez, que es una meseta dentro del desarrollo humano, y se caracteriza por ser un período de retroceso, donde el organismo, comienza su deterioro, el cuál es progresivo hasta que sobreviene la muerte.
No hay claro consenso de cuándo empieza esta etapa, aunque la mayoría la sitúa entre los 65 y los 70 años; y no todos los individuos que componen esta franja etaria, se encuentran en el mismo estado físico o mental. Hay personas de esta edad que no presentan de modo visible ninguna limitación a sus capacidades, y en otras es muy evidente.
La prolongación de la vida humana es uno de los rasgos característicos de nuestra era tecnológica y determina un escenario para cuestionamientos filosóficos, algunos de los cuales empiezan a encontrar respuestas en el campo de la Bioética. Uno de los más importantes es la denominada 
institucionalización en los cuidados prolongados o confinamiento, y se plantea entonces si se trata de una opción bioéticamente correcta. Una apreciación positiva de la vejez es parte de las raíces mismas de la cultura occidental; sin embargo, en las sociedades tecnológicamente avanzadas comienza a cargarse con matices negativos: lejos de otorgar un valor positivo a la vejez, se ha dado forma a un nuevo mito antiético: el del hombre «joven», «productivo». 
La sociedad suele privar a los ancianos de casi todas las obligaciones, relegándoles cuando su trabajo ya no es deseado. El enfoque bioético ante el paciente geriátrico privilegia el respeto que se le debe como ser humano por encima de la lástima, la compasión o la caridad. 
Algo parecido puede decirse de la hospitalización, que ha demostrado tener efectos negativos sobre la capacidad funcional de los ancianos. En particular esa práctica aumenta uno de los factores más negativos en la vida del anciano, es decir, la soledad.
“Hagamos lo que hagamos, estamos siempre en actitud de despedida”. Efectivamente, desde que se nace –más precisamente desde la concepción– se está genéticamente orientado hacia un final 
inexorable. Lanzados como un proyectil, como pensaba Ortega y Gasset, la vida humana se convierte en proyecto finito y diverso.
En la obra la República, Platón muestra una concepción positiva sobre los ancianos. Piensa que es la etapa en que el ser humano alcanza las más óptimas virtudes morales, tales como la prudencia, la sagacidad, la discreción y el buen juicio.
El punto de vista opuesto, el negativo, lo presenta el teórico de las virtudes, Aristóteles. Concibe la vejez como una etapa de debilidad, deslustre e inutilidad para la vida social y, por tanto, merecedora de compasión
Sin embargo, es De senectute o Diálogo sobre la vejez el primer tratado filosófico sobre el tema del envejecimiento natural en la historia de Occidente. Su autor, el filósofo romano Cicerón, viene a ser por eso el primer gerontólogo de la antigüedad en sentido amplio, toda vez que destaca la calidad y estilo de vida mejores que le corresponde vivir al ser humano en sus años finales. Cicerón, documentado con ejemplos de personajes históricos del mundo antiguo y romano, destaca y elogia la senectud, descarta cualquier sentimiento de compasión por el de respeto y veneración. Sus cualidades mentales o virtudes del intelecto como la dignidad alcanzada son la prolongación de una biografía así llevada
Es en la época de Agustín de Hipona como en el medioevo, cercanas a la influencia helénica, donde aún las concepciones antagónicas conviven abiertamente. El obispo de Hipona haciendo coincidir la posición platónica con la visión bíblica, realza la figura del anciano, revestido de dignidad y sabiduría, y en este sentido modelo y guía de vida y de enseñanza. Mientras que Tomás de Aquino muestra su aristotelismo subrayando el egoísmo solitario de la senilidad como su decadencia física y moral
Por otro lado, Schopenhauer en sus aforismos critica que la enfermedad y el aburrimiento sean signos de la vejez puesto que no es un rasgo esencial: Crescente vita, crescit sanitas et morbus. Y el aburrimiento aparece solo a quienes han disfrutado de los deleites de los sentidos y de la vida social, y no han alimentado su espíritu y fuerzas intelectuales. Como Schopenhauer, Shakespeare, Hördelin y Humbolt comparten una visión favorable sobre la vejez sin reconocer sus naturales dificultades
En el siglo XX el escritor de lengua alemana, quien falleciera mientras dormía a los 85 años, Hermann Hesse, en su obra Elogio a la vejez, aprecia también favorablemente este período afirmando que tiene tantos achaques como ventajas: “Una de ellas es la capa protectora de olvido, de cansancio, de afecto, que se interpone entre nosotros y nuestros problemas y sufrimientos. Puede ser desidia, anquilosamiento, odiosa indiferencia; mas, vista con otra luz, puede significar también serenidad, paciencia humor, alta sabiduría y Tao
Pero en la década de los 70, es la filósofa francesa, discípula y compañera de Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir, la que escribe un extenso ensayo titulado La vejez (2013). Allí, sobre todo, a propósito de esta, se preocupa de la mujer anciana.
Es así que su historia, que es historia de la investigación científica sobre el envejecimiento, se inicia recién con la obra de Francis Bacon, Historia de la vida y de la muerte. La tesis central en ella sostenida es que la vida humana sería longeva si se atendiese y mejorase las condiciones sociales, de higiene y médicas.
Sin embargo, podría considerarse, por otro lado, la merma de la capacidad física como una etapa de preparación hacia la muerte. Al respecto ha dicho Schopenhauer: “La mengua de todas las fuerzas conforme va avanzando la vejez es muy triste, pero también algo necesario e incluso favorable, pues de lo contrario la muerte, de la que es el preludio, sería demasiado difícil”
La vejez puede entenderse pues, como la ocasión de pensar la propia condición y la meditación saludable que prepara hacia una sabia muerte, mejor dicho, la propia muerte. De lo contrario sería una vejez sin contenido y una muerte sin sentido, quizás representados en los versos de Baudelaire: “Me voy de espaldas a acostar, / y en vuestros velos a ocultar, / ¡oh tinieblas refrigerantes!”
Ciertamente, uno puede tener un espíritu viejo, tal como se puede poseer un alma joven; más la insistencia del cuerpo que envejece no permite interpretaciones. Quien envejece genuinamente no lo hace disociado de ciertas condiciones fisiológicas que lo violentan y que lo afectan como una falta de tiempo y que es realmente -como vimos- cierre de mundo y clausura de posibilidades. Quien envejece comienza inevitablemente a pensar en el tiempo, y en lo “breve que es la vida”.
La buena senectud es el corolario natural de una vida bien vivida y que encuentra sustento en seguir aprendiendo, seguir teniendo trato con los otros, sentirse útil, no abandonarse físicamente, cultivar un propósito humilde y confiar en un sentido último (en este caso, la generosidad de cuidar a la familia y amigos)
El filósofo francés Pascal Bruckner en ‘Un instante eterno: filosofía de la longevidad’ señala que lo que se ha prolongado no es la vida, sino la vejez. “La verdadera maravilla sería mantenernos a las puertas de la muerte con el estado y la apariencia de un adulto de 30 o 40 años, fresco y listo para sentarse para siempre en la edad que elijamos. Se vive más tiempo, pero se está enfermo mientras que la esperanza de vida con buena salud se estanca”
Es por ello, que una filosofía de la vejez debe estar ligada a una filosofía del envejecimiento.
El proceso de envejecimiento comienza, en la mayoría de los seres humanos, alrededor de los cincuenta años. La experiencia de este proceso afecta a las personas de diferentes maneras. Una filosofía del envejecimiento 
Se empieza a envejecer antes de ser un viejo, pero también se sigue envejeciendo una vez que uno ya es un anciano. Hay quienes distinguen entre una vejez temprana, la tercera edad, y una vejez tardía, la cuarta edad. La frontera entre ambas se traza, aproximadamente, a los ochenta años. Las diferencias entre estos dos periodos de la vida humana no pueden ser ignorados por una filosofía de la vejez.
No se trata de luchar contra la edad sino de disfrutar de una buena calidad de vida.
Es verdad que hay jóvenes viejos y viejos jóvenes, porque la edad no lo es todo.











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