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VERGÜENZA

 

Proviene del latín verecundia, es la turbación del ánimo que se produce por una falta cometida o por alguna acción humillante y deshonrosa, ya sea propia o ajena. Este sentimiento suele encender el color del rostro, dejando en evidencia a aquel que lo padece. Sentimiento de pérdida de dignidad causado por una falta cometida o por una humillación o insulto recibidos. Sentimiento de incomodidad producido por el temor a hacer el ridículo ante alguien, o a que alguien lo haga.

“¿Qué van a pensar de mí si explico realmente como me siento?”, “Espero que no me pregunten, lo pasaría fatal si tuviese que responder delante de todos” o “Soy incapaz de hablar ante un gran público, me pongo demasiado nerviosa” son expresiones muy comunes de quienes tienen a la vergüenza como compañera de vida.
“Una de las emociones más poderosas en el mundo es la vergüenza y representa el miedo de que no somos lo suficientemente buenos”. -Brené Brown-
Según la doctora en psicología Mª José Pubill, la persona que experimenta vergüenza vive atemorizada por el miedo a que los demás descubran sus debilidades, que no son otras que ser ella misma.
“La liberación es no sentirse ya nunca más avergonzado de uno mismo”. -Friedrich Nietzsche-
Por lo tanto, se podría decir que la vergüenza surge cuando creemos que actuamos peor que el resto de las personas de nuestro alrededor. El sentimiento de estar haciendo las cosas mal nos crea inseguridad, en parte, porque buscamos constantemente la aprobación, la aceptación y la estima de las personas que nos rodean.
La pasión de la vergüenza (aischýné) se describe en la Retórica como «pesar o turbación relativo a vicios presentes, pasados o futuros cuya presencia acarrea una pérdida de reputación» En otras palabras, podríamos decir que la vergüenza es el sentimiento que se sufre como consecuencia de haber cometido un acto deshonroso. En la Retórica, no obstante, Aristóteles da una segunda aproximación a la noción de vergüenza, esta vez muy similar a la de la Ética: «la vergüenza es una fantasía que concierne a la pérdida de reputación» Aristóteles relaciona una serie de situaciones en las que es lícito sentir vergüenza, y otras en las que, por tanto, no es oportuno sentirse avergonzado. Dado que la ética se adentra en las emociones para descubrir dónde se encuentra su término medio, es lógico que esté interesada en fijar los límites en que el pudor es merecedor de honra y se vincula a la virtud. El rol de la vergüenza en la moralidad desde la lectura de la Ética Nicomáquea y la Retórica de Aristóteles es una suerte de justo medio en la pasión
Como señala Bernard Williams, la experiencia básica conectada con la vergüenza es la de ser visto en circunstancias inapropiadas por las personas inconvenientes
La vergüenza es un sentimiento tremendamente habitual. Todos los seres humanos la experimentan en mayor o menor medida. Pero no es un fenómeno tan simple como pueda parecer, ya que puede tener expresiones muy diferentes en función de la situación o de la persona
Por contraste con un punto de vista kantiano, defendemos que la vergüenza es una emoción con valor moral. Sostenemos que el estudio del valor moral de la vergüenza contribuye a perfilar una teoría de la moral en la que nociones como autonomía, culpa o libertad de la voluntad tienen menos peso del que tradicionalmente se les ha conferido
La vergüenza aparece directamente relacionada con algo que el sujeto siente que se le puede evidenciar a partir de las formaciones que dan cuenta de esta existencia. El pudor hace alusión a la desnudez del cuerpo, mientras que la vergüenza a la desnudez del alma, toca lo más íntimo del sujeto, al sentimiento de existir. Nuestra imagen se cuestiona: ¿quién soy yo ante mí mismo? Y ¿quién soy yo ante los demás?
La vergüenza es un afecto más primario, mientras que la culpa surge a posteriori en la vida del sujeto, pudiendo haber vergüenza sin culpa, pero no hay culpa sin vergüenza.
“Uno se siente culpable de lo que hace y se avergüenza de lo que es” Rodríguez Sutil
El pudor tiene que ver con lo manifiesto que es necesario ocultar, mientras que la vergüenza aparece directamente relacionada con algo que el sujeto siente que se le puede evidenciar a partir de las formaciones que dan cuenta de esta existencia. El pudor hace alusión a la desnudez del cuerpo, mientras que la vergüenza a la desnudez del alma, toca lo más íntimo del sujeto, al sentimiento de existir. Nuestra imagen se cuestiona: ¿quién soy yo ante mí mismo? Y ¿quién soy yo ante los demás?
Helen Block Lewis (1971) considera la vergüenza como un afecto encaminado a la protección y mantenimiento de vínculos afectivos relacionales. Para ella, la vergüenza sirve como señal de que el vínculo social corre peligro y que el self debe reforzarse para lograrlo.
La pasión de la vergüenza (aischýné) es definida en la Retórica como «pesar o turbación relativo a vicios presentes, pasados o futuros cuya presencia acarrea una pérdida de reputación» Por decirlo de otro modo, la vergüenza es el sentimiento que se sufre como consecuencia de haber cometido un acto deshonroso. El pudor (aidós), en cambio, es definido en la Ética Nicomaquea como una suerte de miedo al desprestigio, es decir, un sentimiento que se daría en el sujeto con anterioridad a la consumación de un acto reprochable y que actuaría a modo de cortapisa. La diferencia entre el sentimiento de vergüenza y el de pudor estriba entonces en que uno se da después de perpetrar un acto indigno y el otro sin que éste se haya llegado a cometer. No obstante, Aristóteles expone una segunda concepción de la noción de vergüenza en la Retórica que es muy parecida a la de la Ética: «la vergüenza es una fantasía que concierne a la pérdida de reputación». De este modo, dicho sentimiento nos remitiría a algo que no ha sucedido aún, igual que ocurría con el pudor. En ambos casos, tal acontecimiento se presentaría como una phantasía de la mente, como una imagen que encarnaría una pérdida de reputación inminente. Este phantasma resulta ser, entonces, algo perturbador que provoca temor10 y un malestar tan inquietante como el que acompaña a la sensación de vergüenza.
La pasión de la vergüenza (aischýné) es definida en la Retórica como «pesar o turbación relativo a vicios presentes, pasados o futuros cuya presencia acarrea una pérdida de reputación». Por decirlo de otro modo, la vergüenza es el sentimiento que se sufre como consecuencia de haber cometido un acto deshonroso.
Por contraste con un punto de vista kantiano, defendemos que la vergüenza es una emoción con valor moral. Sostenemos que el estudio del valor moral de la vergüenza contribuye a perfilar una teoría de la moral en la que nociones como autonomía, culpa o libertad de la voluntad tienen menos peso del que tradicionalmente se les ha conferido.
La vergüenza es uno de los más maravillosos y eficaces mecanismos adaptativos de que hacemos gala los humanos a través de siglos de evolución, así como una herramienta que nos permite determinar qué es correcto y aceptable dentro de nuestro entorno social para que podamos asumir esas reglas como propias y así integrarnos en sus dinámicas. Un elemento que, como otras emociones, nos empuja a corregir aquellas conductas propias que afectan a nuestras relaciones sociales para poder vivir en mayor o menor armonía con el resto del grupo.
Hoy en día, curiosamente, es al contrario: tener vergüenza es casi un estigma social. ¿Qué es eso de avergonzarnos? ¿Cómo semejante afrenta a nuestra libertad puede ser permitida? ¿Quiénes se han creído que son las normas sociales para decirnos cómo hemos de ser o qué hemos de sentir? Hoy lo malo no es ser un sinvergüenza, sino ser vergonzoso. Lo vergonzante es el estar avergonzado. Curioso, cuando menos.
No es nada malo tener vergüenza. No solo eso: es bueno y es necesario. Volvamos al sinvergüenza. Sin-vergüenza. ¿A quién denominamos con tal calificativo? Al caradura, el golfo, el inmoral… A la gentuza de la peor calaña. Eso debería ser lo malo, el pertenecer a ese gremio que representa lo peor de la sociedad. Lo malo es no tener vergüenza y no lo contrario.
Así que, querido lector, si te dicen tímido porque no te gusta hablar de lo que no sabes y prefieres ir sobre seguro en las situaciones en que no tienes mucho control, enorgullécete. Si valoras la excelencia y no te metes en jardines porque no quieres quedar como un patán, felicítate. Si has sido ese amigo «soso» que no se disfrazaba en carnaval porque no le ve maldita la gracia a ir vestido de mamarracho, date una palmadita en el hombro. Tu vergüenza no es una tara como te quieren hacer creer, sino un salvavidas. Bendita sea por ahorrarte sufrimientos innecesarios en este valle de lágrimas.
La vergüenza es mucho más que una emoción incómoda. Es uno de nuestros frenos naturales, uno de los motivos que evitan que hagamos cosas que, tal vez, no nos convienen –determinar esa conveniencia ya es cosa de la inteligencia de cada uno, obviamente–. Cumple una función biológica del mismo modo que puede cumplir el miedo la suya, lo que no significa que, como este o cualquier otra emoción, no debamos apostar por una cierta moderación y aprender a interpretarla correctamente. Un exceso de vergüenza es nocivo, qué duda cabe, pero eso ya nos lo enseñó Aristóteles hace miles de años: tan nocivo es el exceso como el defecto, por ser ambos extremos. El desequilibrio engendra riesgos.
Ahí parece estar el problema: ya no hacemos distinción. En los tiempos que corren un imbécil ya no es un imbécil si expresa su imbecilidad orgullosamente, pues entonces es un imbécil muy sincero y con una autoestima a prueba de bomba, lo que le convierte, según nuestros estándares actuales, en un imbécil no ya respetable, sino digno de aplauso, felicitaciones y algarabía… y todo por no valorar en su justa medida el valor de sentir vergüenza.










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