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MORIRSE A GUSTO

 

«Si se dan las condiciones, entonces sí que podríamos decir que se produce una «muerte a gusto».

El hombre actual contempla la muerte como el fracaso de su dominio sobre las fuerzas de la naturaleza. El «hombre tecnificado» puede controlar y manipular casi todo, pero se encuentra indefenso ante el hecho innegable de la muerte. Así, la muerte y el morir no tienen cabida en las sociedades industrializadas, no afectan a los sistemas productivos. La muerte, la agonía y la senectud son consideradas como representación de la impotencia de la moderna tecnología biomédica. 

Y esto es así porque una sociedad centrada en «valores» como el consumo, la producción y la eficacia necesariamente debe repudiar todo lo que no sea acción, rendimiento y vitalidad. La muerte, el hecho de morir, implica destrucción y negación de todos esos valores actuales. Por esto, la muerte es hoy un «antivalor». Hasta mediados del siglo XX, el gran tabú del ser humano era el sexo; después fue la muerte, y actualmente nos atreveríamos a decir que es la situación posterior a la muerte en los supervivientes: el duelo. 

En el mismo lenguaje reflejamos nuestro miedo a la muerte al utilizar sinónimos o equivalentes de la angustiosa realidad que supone el morir: «Ha fallecido», «Ha pasado a mejor vida», «Descanse en paz», etc., son algunas de las frases que utilizamos en esos momentos. Incluso el duelo y la aflicción por la muerte de un familiar ya no son tan aceptados como en otras épocas. 
Se ha cambiado la forma ideal de morir: antes se deseaba que tuviera lugar de una forma consciente, lúcida y con un apoyo espiritual y sacramental; hoy se desea una muerte rápida y sin sufrimiento («¿Sufrió mucho?», «¿Se enteró?» son las preguntas más frecuentes en estas circunstancias).
Con frecuencia, cuando un enfermo terminal afirma: «Me voy a morir», los familiares suelen contestar: «Todos tenemos que morir; nosotros también nos vamos a morir». Pero esta respuesta no es sincera, pues el enfermo habla de «morirse» (se está muriendo) y el familiar se refiere a un proceso que dura toda la vida. 
En Consideraciones actuales sobre la guerra y la muerte, «La única manera de hablar de la muerte es negándola», aunque al final se concluye: «Si quieres soportar la vida, prepárate para la muerte». Desde que el hombre existe, se ha observado una actitud de ambivalencia, de deseo y de rechazo, de amor y de odio, hacia la muerte; no obstante, mientras el hombre primitivo encontró una salida en su animismo, al hombre actual esa ambivalencia lo lleva a la culpa y, consiguientemente, a la neurosis. 
La negación emocional de la muerte puede tener diversos ropajes: desde la preocupación, la ansiedad y el temor – que son los más comunes– hasta la hiperactividad (culto al trabajo), el narcisismo (culto a sí mismo) o la confianza ciega en la ciencia para evitar la muerte (culto a la técnica médica). 
Es cierto que la muerte nos hace a todos iguales: tanto el rey como el vagabundo deben enfrentarse a este hecho en soledad. La muerte es la única vivencia que no podemos compartir. Pero también es cierto que este momento importante de la vida depende fundamentalmente de dos situaciones: ¿cómo se ha vivido? y ¿cómo se siente ante el entorno? Es decir, morir en paz no se improvisa, sino que estará en función de cómo se ha desarrollado la vida: intereses, valores y emociones estarán ayudando o entorpeciendo el «bien morir». Pero también el cómo se realice el momento de morirse (en casa, en el hospital, con sufrimiento, lúcido, etc.) favorecerá o entorpecerá una «muerte digna». 
Morirse a disgusto, según la autora de «Morir en la ternura», Cristiane Jomain, se desarrollaría entre 
dos polos: la desgracia de morir en soledad y la desgracia de no tener un espacio de soledad necesario para vivir. El primer supuesto está amenazado en nuestra cultura, pues tendemos a negar la muerte de nuestro familiar en la falsa creencia de que no se dará cuenta; pero igual se siente solo al no poder compartir su miedo ante la muerte próxima. La segunda necesidad del moribundo es la de tener un espacio psicológico para poder elaborar la eminente pérdida de la vida y poder despedirse, sin trauma y también sin agobio. En este sentido, una excesiva presencia de los familiares y de los cuidadores dificultaría el proceso de «morirse a gusto». Habría que añadir una tercera necesidad del moribundo: la ausencia de sufrimiento inútil, que lo único que consigue es prolongar una vida vegetal. Si se dan estas tres condiciones, entonces sí que podríamos decir que se produce una «muerte a gusto».
Vivir para enfrentar la idea de la muerte
Desde la conciencia y la cotidianeidad del día a día surgen claves y formas para hacer frente a aquello que es lo más certero de la vida, la muerte. 
Nacimos “condicionados” a ello y en realidad, por más contradictorio que suene, es parte de la vida. Es difícil hablar y escribir de ello, pero hay que hacerlo. Pero vamos por partes ¿Qué se esconde detrás del miedo a la muerte? La terapeuta y life coach holística Jordana Cirbián comenta que en las últimas 
semanas ha tenido muchos pacientes que han expresado que tienen miedo a morir o a que alguien cercano muera. “En terapia hemos descubierto que a lo que tienen miedo es: a ser conscientes de la fragilidad o mortalidad del ser físico y que sienten que han postergado muchas cosas”, añade.
Por lo tanto, explica que el verdadero temor se traduce a: "me estoy haciendo consciente de que no he estado viviendo en plenitud, entonces no quiero morir aún".
La especialista subraya que la mayoría de las veces no se trata tanto de "cómo vamos a morir", sino de “cómo estamos viviendo”. “El que más teme morir es aquél que aún no ha comprendido lo que significa vivir”, remarca.
Para iniciar esta plática, el psiquiatra Franz Siles cita a al padre del psicoanálisis, Sigmund Freud: “Si quieres soportar la vida, prepárate para la muerte”. El experto manifiesta que el miedo percibido ante la idea de la muerte es aquél de llegar a lo desconocido, a lo incierto “Nada más ineluctablemente unido al vivir, el morir. Nada vivo desea morir, incluso el quitarse la vida está profundamente ligado a querer vivir realmente, fuera de la opresión insoportable de la angustia”, adiciona.
 “Mostramos una patente inclinación a prescindir de la muerte, a eliminarla de la vida”. Pero simulando por mecanismos inconscientes que somos en ello meros espectadores”,  
¿UNA PUERTA PARA SER MEJORES PERSONAS?
Pasar cada día consciente de que “vamos a morir” o “despedir” en algún momento de nuestras vidas a un ser querido, ¿puedo hacernos mejores personas? Siles expone que si la conciencia de nuestra no-inmortalidad pasa por el tamiz de la razón, valores constructivos y noción de equivalencia nuestra con el otro, tal vez el miedo a la muerte haría a algunas mejores personas. “Esto no es inmediato, tampoco automático, pues traemos evolutivamente cargas inevitables muy semejantes a la ‘Maldad líquida’, como lo plantea Zygmunt Bauman”, comenta. Sugiere enfrentar y ganar la batalla a la “industria del miedo La sola idea de la muerte nos hace comprar seguros de vida y de salud. Qué irónico: la inseguridad la regalan, la "seguridad" se compra”, acota Cirbián.
 “Quién diría que la muerte es la más eficiente a la hora de disolver el ego. Parece que la sentencia de muerte tiene una virtud: nos hace buscar ‘la vida’ y reflexionar sobre lo que es realmente esencial”
ALGUNOS CONSEJOS
Siles reflexiona que, más allá de los condicionamientos culturales de dolor, tristeza y pesadumbre ante la muerte, el miedo a ella radica en la incertidumbre. ¿Cómo la administramos? Responde que cada quien tiene diversas maneras y grados de pertinencia para manejar lo incierto y aconseja:
• Ante el temido asalto, sorpresa y abandono del estado previo, sugiere tolerar el no tener control sobre todo o que más bien controlamos pocas cosas de verdad.
• Transmitir la idea que el presente es importante y que es más prolongado que la eventualidad de la muerte. “Es una filosofía simple de vida, pero tan verdadera como inspiradora de paz”, resalta.
• Cerrar las brechas de aquello que creemos inconcluso. “El miedo se filtra más por la sensación de lo pendiente”, asegura el experto. Aconseja evitar el “cuando se pueda”, hacer capítulos “más cortos” en aquello que podríamos denominar “la novela de nuestra vida” y no posponer el llanto, la risa, la caricia o la palabra de arrepentimiento dirigida al otro o a la propia conciencia.
“No hay recetas genéricas. Hay la posibilidad, para los que se quedan, de reconstruir lo que permanezca sobre un terreno más firme. Aceptar que nada se pierde y todo se transforma. Nunca perderemos lo que no poseemos”
Cirbián coincide con ello y se refiere a la muerte como al cese de las funciones biológicas. Destaca que, si bien, en esta experiencia material nos manifestamos a través de nuestro ser físico, no somos sólo eso. Apunta que en el entendido de que somos seres con diferentes planos experimentándonos para trascender en el camino de retorno a la luz, la muerte es simplemente el proceso de separación del alma y el cuerpo, lo que está lejos de significar que dejamos de existir.
“La muerte no existe. Lo que existe es un cambio de condición. No desaparecemos, sólo nos transformamos. El alma del hombre es inmortal y el alma del hombre despierto es inmortal y divina”, concluye la life coach holística.






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