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ÉTICA DESVANECIDA

 

La ética desvanecida ocurre cuando estamos tan enfocados en otros aspectos de una decisión que sus dimensiones éticas se desvanecen de la vista.

Las decisiones éticas a menudo se hacen casi en automático, y se manejan en las partes de nuestro cerebro donde se procesan las emociones. Pero nuestros procesos cognitivos toman más tiempo. Por eso, cuando creemos que estamos razonando para llegar a una conclusión ética, las más de las veces lo que realmente estamos haciendo es buscar justificaciones racionales para apoyar la decisión que ya hemos tomado instintivamente.
Cuando el tiempo nos aleja de la decisión que hemos tomado, las cuestiones éticas pueden comenzar a reaparecer. Podemos sentir la necesidad de reducir la disonancia cognitiva que resulta por el conflicto entre la visión de nosotros mismos como personas éticas y la acción no ética que hemos cometido. 
Los estudios demuestran que ofrecer a la gente la oportunidad de lavarse las manos después de comportarse de manera inmoral suele ser suficiente para restaurar su imagen de sí mismo. Hay una razón por la que hablamos de comenzar con una página «en blanco»: borrón y cuenta nueva.
Incluso si para nuestra mente no desaparece la ética de nuestra vista, un proceso conocido como la desvinculación moral puede mitigar el aguijón de una decisión no ética. La desvinculación moral es un proceso mediante el cual nuestro cerebro nos permite “apagar” nuestras normas éticas habituales cuando sentimos la necesidad psicológica de hacerlo, al igual que nos gustaría apagar un televisor cuando se transmite un espectáculo que nos hace sentir incómodos.
La desvinculación moral nos permite suspender nuestros códigos éticos personales, y seguir viéndonos a nosotros mismos como personas éticas.
No hay una cura fácil para la desvinculación moral o la anulación ética. Nuestra única opción es estar siempre atentos para considerar las cuestiones éticas que se nos presentan e igualmente estar atentos en la vigilancia de nuestras propias acciones y racionalizaciones.
La ética desvanecida ocurre cuando los aspectos éticos de una decisión desaparecen de nuestra perspectiva.
Esto sucede cuando las personas se enfocan en un aspecto u otro de una decisión, como las ganancias o la posibilidad de ganar. Las personas suelen ver sólo aquello que están buscando, y si no están buscando respuestas éticas, las pueden perder de la vista por completo.
Por ejemplo, los eufemismos como “Nosotros no sobornamos a nadie … solo facilitamos el proceso,” ayudan a que las personas esconden y justifiquen sus malas decisiones.
La ética desvanecida es similar al proceso de desvinculación moral. La desvinculación moral sucede cuando las personas modifican su realidad para hacer que sus acciones parezcan menos dañinas de lo que en realidad son. Ambos procesos, la ética anulada y la desvinculación moral, ayudan a que las personas minimicen su culpabilidad al violar los estándares éticos.
Entonces, aunque la ética desvanecida es un fenómeno común, podemos minimizarlo aprendiendo a reconocer cuando estamos ignorando las cuestiones éticas en nuestra toma de decisiones.
El aclamado escritor Oscar Wilde capturó muy bien el espíritu del campo emergente de la “ética del comportamiento” al decir que “la única diferencia entre santos y pecadores es que cada santo tiene un pasado, mientras que cada pecador tiene un futuro.”
En contraste, la ética del comportamiento intenta comprender los factores que pueden llevar a las personas bienintencionadas a actuar de manera no ética o incluso de manera ilícita. Este tema, por lo tanto, busca comprender cómo de hecho se comportan las personas.
El enfoque tradicional de la ética se basa en teorías que asumen que las personas son absolutamente racionales y reflexionan plenamente sobre sus acciones. Las dos tesis principales, extensamente debatidas en los cursos de ética, son la deontología de Immanuel Kant y el utilitarismo de Jeremy Bentham y John Stuart Mill.
La discusión normativa sobre la ética es ciertamente muy importante. Después de todo, ¿cómo podemos juzgar la conducta de las personas sin una guía que establezca ex ante lo que es ético o no ético?
Por otro lado, si saber lo que es el correcto a hacer sería suficiente para mejorar efectivamente el comportamiento humano, entonces los individuos con alto conocimiento en sus conceptos, como los profesores de ética, se comportarían de manera más ética que el resto de la población.
Curiosamente, sin embargo, la evidencia científica muestra que ni siquiera los expertos en ética tienden a comportarse sistemáticamente mejor en comparación con los demás.
De hecho, puede suceder lo contrario. Es decir, estudiar la ética desde una perspectiva racional y normativa puede hacer que los individuos sean más propensos a utilizar la retórica para justificar sus opciones preferidas, pudiendo aumentar así las conductas no éticas.
Esta opinión es respaldada por Mary Gentile, profesora de ética en la Universidad de Virginia. En su libro “Giving Voice to Values”, ella sostiene que la formación tradicional sobre ética, centrada en la discusión de dilemas complejos que utilizan modelos de razonamiento ético, ha llevado a una especie de “fatiga ética” entre los ejecutivos, que tienden a ver estos debates intelectuales como ejercicios tediosos.
El psicólogo Jonathan Haidt, profesor de ética en la Universidad de Nueva York y fundador de Ethical Systems, una iniciativa multidisciplinaria que reúne a investigadores líderes en ética del comportamiento, hizo una crítica similar. Para él, los entrenamientos de ética tradicionales no 
logran cambiar efectivamente la conducta de las personas porque se basan en teorías de mediados del siglo XX que asumen que las personas son completamente racionales, cuando en realidad no lo son. En oposición, él argumenta que nuestro juicio moral se debe a un proceso intuitivo y automático muchas veces (pero no siempre) seguido por el razonamiento.
La visión moderna sobre la ética, por lo tanto, es que las personas se comportan virtuosamente cuando se mueven no solo por la razón, sino esencialmente por la intuición, la emoción, y la empatía. Innumerables investigaciones en los campos de la neurociencia y la psicología social han corroborado esta afirmación.
En lugar de clasificar a las personas como “buenas” o “malas” y esperar que las personas con “buen carácter” siempre actúen de manera ética, la ética del comportamiento parte de la premisa que la mayoría de las transgresiones derivan de las complejidades psicológicas de los seres humanos y de las poderosas fuerzas del contexto donde están insertados.
Para mejorar la conducta ética, por lo tanto, debemos ir más allá de la visión de que los seres
humanos siempre actúan de manera racional y calculada. Es necesario analizar el impacto de sus procesos psicológicos, presiones contextuales y dinámicas temporales.
Esto es lo que nos ayudará, a su vez, a crear entornos en los que la conducta ética sea fácil, automática, y habitual.
La primera es que tenemos una fuerte tendencia a sobrestimar nuestra conducta ética. Es decir que, a menudo, desconocemos la brecha que existe entre cuán éticos creemos que somos y cuán éticos de hecho somos.
La segunda conclusión es que la mayoría de las cosas malas son cometidas por personas comunes: es decir, por personas sin intención maliciosa ni cualquier trastorno de personalidad relevante. Esto sugiere que la mayoría de nosotros puede terminar cometiendo conductas no éticas dependiendo del contexto, las presiones y las dinámicas temporales a las que estamos sujetos.
Ambos hallazgos son difíciles de aceptar. Después de todo, la mayoría de las personas han sido educadas para pensar que la “gente mala” hace las cosas malas, mientras que la “gente buena” hace las cosas virtuosas. Sin embargo, la mayoría de nosotros no hemos sido educados para creer que las personas de “buen carácter” pueden hacer cosas malas.
La intuición y las emociones desempeñan un papel clave para restringir nuestro comportamiento no ético, y simplemente no es posible hablar de ética desde una perspectiva estrictamente racional.
La ética del comportamiento asume que la situación y el sistema de creencias al que están sometidas las personas son los principales determinantes de su comportamiento, en lugar de su carácter o disposición.
El mayor riesgo para los buenos estándares de gestión y de gobierno corporativo no proviene de unas pocas manzanas podridas, sino de personas con buenos valores que comienzan a racionalizar sus comportamientos (o a omitirse) como resultado de los sesgos cognitivos, las presiones cotidianas, y de una dinámica temporal perversa.
El perdedor ético: cuando perder bien es mejor que ganar mal
El perdedor ético se enfoca más en el sentido de lo que pretende que en el resultado de sus esfuerzos. Este tipo de personas obedecen a su conciencia, y no a las circunstancias o a las modas ideológicas o culturales.
Aunque vivimos tiempos en los que ganar se ha convertido en una auténtica obsesión, la verdad es que triunfar muchas veces no es sinónimo de ser mejor, ni perder es lo contrario. Por eso se habla de perdedores éticos para hacer referencia a esas personas que prefieren perder bien y no ganar mal.
Lo que define al perdedor ético es su adhesión a unos principios  y a unas reglas de juego. Si ganar implica pasar por alto esos valores o esas normas, prefiere perder. ¿Se trata de santurrones, de idealistas, o tiene algún sentido hacer esto?












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