Del ateísmo al teísmo por la razón científica
Nos hemos referido principalmente en los últimos números de Pensamiento a lo que se ha venido en llamar en la última década el Nuevo Ateísmo, representado por Richard Dawkins, Daniel Dennett, Sam Harris y Christopher Hitchens. Stephen Hawking no pertenece a este grupo, pero sus ideas han sido comentadas con frecuencia en relación a la cuestión de Dios.
Por ello, hemos abordado también una discusión de su idea del universo y su referencia a Dios. El Nuevo Ateísmo da por supuesto que la ciencia moderna excluye taxativamente la existencia de Dios.
Tanto desde el campo de la ciencia (vg. Steven Weinberg, Carl Sagan, el mismo Roger Penrose), como igualmente desde el campo de la filosofía en los últimos siglos y en la actualidad, numerosos pensadores han llenado las filas del ateísmo. David Hume estuvo cercano al ateísmo. Fue claramente atea gran parte de la ilustración francesa enciclopedista del XVIII. Schopenhauer fue ateo y la izquierda hegeliana estuvo militando ya con toda claridad en el ateísmo, como Ludwig Feuerbach y Karl Marx. Otros muchos filósofos del siglo XX fueron también ateos, o al menos agnósticos: así Bertrand Russell, Alfred Ayer, Jean-Paul Sartre, Albert Camus y Martin Heidegger. W. V. O. Quine, Gilbert Ryle o Rudolf Carnap militaron también en las posiciones ateas.

Al igual que autores como Richard Rorty o Jacques Derrida. Podríamos enumerar otros muchos nombres de la filosofía internacional que se han manifestado abiertamente en el ateísmo. La estructura de la crítica de la religión es muy sencilla. Primero se argumenta que el universo, al ser conocido por la razón, científica y filosófica, no ofrece justificación alguna a la consideración de que algo así como lo que llamamos Dios pudiera ser real y existente (son los argumentos cosmológicos básicos, de lo que todo depende). Pero, además, resulta que, si observamos el universo como escenario de la vida humana, tampoco hallamos ningún rastro de que Dios esté interviniendo en el mundo. El Mal producido para el hombre en un universo ciego es incompatible con Dios.

La perversidad humana, en especial la perversidad de las religiones, tampoco permiten pensar que haya un Dios que inspire o mueva a los hombres a vivir con dignidad y bondad. Por tanto, no hay rastro de Dios ni en el universo, ni en el escenario de la vida humana. En consecuencia, Dios no existe. Ahora bien, si es un hecho que no es racional considerar a Dios como existente, ¿por qué razón los hombres se han empeñado en ser religiosos y siguen siéndolo aún en la actualidad? La respuesta la ha construido el ateísmo clásico en las teorías de la alienación: teorías que explican por qué los hombres, aun sin tener razones para ello, se han alienado en la idea de Dios, es decir, han perdido su dignidad humana, se han hecho algo «extraño» a lo que realmente son (se han alienado, es decir, se han «extrañado» a sí mismos, convirtiéndose en «otros»). El marxismo vio en la indigencia del hombre, pobre y necesitado, la razón de consolarse en la idea de un Dios salvador; idea que, además, fue utilizada en las sociedades como ideología útil para el dominio de unas clases sociales sobre otras. El psicoanálisis de Freud vio también en la precariedad psicológica del hombre y su angustia el impulso a crear la imagen ilusoria de un Super-Yo divino que sirviera de consuelo en la frustración. Nietzsche y el vitalismo vieron en Dios una necesidad de los débiles, incapaces de afrontar la vida en toda su fuerza. El neopositivismo lógico, y su derivación a la llamada filosofía analítica, aportaron también ideas para explicar cuáles habían sido los fallos lógicos y las trasposiciones del lenguaje, y de sus significados, para que, bajo la presión de las emociones, los hombres hubieran creado el concepto de Dios y lo hubieran introducido en los sistemas semánticos del lenguaje. La posición filosófica de Antony Flew debe situarse en la crítica de la religión aparecida en el marco de la filosofía analítica y durante años fue uno de sus representantes más importantes.
ANTONY FLEW Y LA FILOSOFÍA ANALÍTICA

Siguiendo las huellas de la forma de pensar que habían inaugurado los sensismos del siglo XVI, los empirismos del XVII-XVIII y el asociacionismo del XVIII-XIX, el siglo XIX desarrolló diversas epistemologías o teorías de la ciencia que se conocen como positivismo. A esta referencia básica de la ciencia a lo empírico, sin embargo, debemos hacerle algunas matizaciones. Es verdad que todo se funda en «lo positivo». Pero lo «dado» se muestra de manera tal que la razón humana infiere que es sólo fenómeno: no manifiesta o contiene toda la realidad y apunta a una dimensión de la realidad desbordante, en el espacio y en el tiempo, que desconocemos (Kant en su momento histórico habló del noúmeno, que hoy llamaríamos la esencia profunda de las cosas, es decir, de la materia, del universo, de la vida y del hombre). Por ello, desde la experiencia, desde los hechos, la razón humana especula (razona) para inferir cuál es la esencia profunda del universo. La ciencia no es sólo experimentación, hechos, base empírica (que no puede faltar), ya que la ciencia es también legítimamente teoría construida por el uso crítico de la razón, en forma abierta y no dogmática (por esto la escuela de Popper se denomina racionalismo crítico).
En este contexto, el Círculo de Viena, por ejemplo, Rudolf Carnap, concibió que para hacer ciencia correctamente había siempre que dar dos pasos: primero describir bien los hechos (teoría de la base empírica) y segundo someter estos hechos a un sistema de deducciones bien construido que no los falseara (teoría de los sistemas formales lógicos). Así, un enunciado es científico cuando o bien él mismo es un enunciado protocolario (que describe directamente los hechos) o bien puede retrotraerse por análisis lógico a sus fundamentos de experiencia, que deben ser ciertos enunciados protocolarios. Si no puede verse de qué manera un enunciado puede retrotraerse a la experiencia (no se ve que, en efecto, es una derivación de la experiencia), entonces ese enunciado no puede formar parte de la ciencia, e incluso no puede pensarse que sea una descripción del mundo real. Así nació el análisis lógico dentro del positivismo. Además, poco después, apareció una derivación filosófica del positivismo que se conoce como la filosofía analítica. Fueron objeto de análisis lógico, por ejemplo, las normas morales. Aquí es donde introducimos, con toda claridad, el protagonismo de Antony Flew en la crítica de la religión construida por la filosofía analítica. Flew analizó los sistemas de lenguaje de las sociedades humanas, principalmente las sociedades desarrolladas actuales, para mostrar de diversas formas y perspectivas, que los términos religiosos, ante todo la idea de Dios, no responden al mundo empírico que es el único que puede dar carta de legitimidad a nuestro lenguaje y a sus pretensiones semánticas (de estar en correspondencia con la realidad). El lenguaje religioso no es significativo (no está fundado en la realidad) y, por tanto, no tiene sentido para el hombre (no lo instala moralmente en la realidad, sino que lo saca de ella, lo aliena y le hace vivir en una realidad ilusoria). Pero, entonces, si no es significativo y no tiene sentido, ¿por qué los hombres se han empeñado, contra viento y marea, en ser religiosos? La respuesta de Flew se enmarca en el contexto de las teorías de la alienación: porque existen fuertes razones emocionales que impelen al hombre a entregarse a la ilusión de que Dios existe y esta presión emocional es la que ha inducido a construir las tretas que llevan a introducir en falso los términos religiosos en el lenguaje ordinario. Estos fallos lógicos son precisamente los que descubre la filosofía analítica, tal como Flew contribuyó a denunciar.

La popularización de la llamada parábola del jardinero invisible dio a Flew un especial protagonismo. Esta es la parábola del jardinero invisible de Antony Flew. Dos exploradores encuentran en el claro de un bosque unas cuantas flores y arbustos. Uno de ellos dice que eso es obra de un jardinero; el otro lo niega. Para ver quién tiene razón plantan una tienda en ese lugar y lo vigilan estrechamente. Pero no ven nada. El creyente emite entonces la hipótesis de que el jardinero es invisible. Patrullan el lugar con sabuesos que olfateen al presunto jardinero invisible, pero no ocurre nada. El creyente dice entonces que el jardinero, además de invisible, es inodoro. Ponen cercas electrificadas para ver si con ellas detectan al jardinero, pero nada ocurre. El creyente dice entonces que el jardinero es intangible e insensible a los choques eléctricos. Finalmente, el escéptico dice: ¿qué queda de tu afirmación original? ¿En qué se diferencia lo que tú llamas un jardinero invisible, intangible, eternamente elusivo, de un jardinero imaginario o aun de ningún jardinero?
El jardín con flores y arbustos es el universo. El creyente postula que existe un jardinero que no vemos, invisible. Los dos exploradores se concentran por ello en detectar sus huellas. Pero no hay rastro alguno de la presencia del jardinero invisible. Esto se traduce en establecer el hecho de que el universo no tiene rastro de Dios porque puede ser explicado de forma puramente mundana, sin Dios. Además, podría pensar que su rastro puede detectarse en las circunstancias de la vida humana, en la historia. Pero en un escenario de la vida dominado por el Mal ciego y el drama de la historia, tampoco se haya huella alguna de la presencia de Dios. Por tanto, no hay rastros de Dios o del jardinero invisible, ¿qué significación y sentido tiene entonces creer en la existencia de un jardinero invisible o de un Dios creador?
Durante cuarenta años Antony Flew fue uno de los grandes maestros de la crítica de la religión en la filosofía analítica. Expuso sus ideas en primeros artículos que, a lo largo de los años, dieron lugar a libros, conferencias, participación en seminarios y congresos, docencia universitaria, siempre con un protagonismo estelar. Flew fue durante décadas el gran maestro que ponía coto, mediante análisis certeros del lenguaje, a las pretensiones de que el mundo de lo religioso pudiera reclamar una conexión justificable con la realidad. La idea de Dios surgía sólo de las emociones y, además, la misma idea de Dios en sí misma contenía contradicciones denunciables. Flew se convirtió en el gran patriarca del ateísmo filosófico moderno que defendía sus ideas con solvencia en todos los foros de discusión intelectual de altura.
Por ello, cuando, ya en la vejez, Antony Flew dio un sorprendente giro intelectual en su vida, abandonó el ateísmo y defendió la viabilidad del teísmo, no por causas emocionales sino como aceptación de que debía inclinarse a argumentos racionales, científicos y filosóficos, objetivos, se produjo una profunda conmoción en el mundo de ateísmo. Fue mucho peor que si un obispo dejara los hábitos y se fuera por sorpresa con una mujer. Fue algo así como si un papa declarara de pronto que Dios no existe. Una conmoción similar causó que el que para muchos era el «papa del ateísmo» declarara de pronto que Dios existe.
ROY ABRAHAM VARGHESE Dios existe, cómo el ateo más famoso del mundo cambió de opinión.
Tras algunas sospechas y desmentidos de que Flew había aceptado el teísmo, ya desde 2001, la edición a fines de 2004 de una entrevista en video confirmó lo que ya se venía sospechando con imprecisión, a saber, que Flew abandonaba el ateísmo y abrazaba un pensamiento teísta, por él cali ficado como deísmo, término propio de la ilustración. El mismo Flew describió su deísmo con una referencia al deísmo de Thomas Jefferson, centrando su creencia en Dios en los argumentos del diseño natural y no en revelaciones de ese Dios o en eventuales relaciones de Dios con los seres humanos. Flew creía en un Dios inactivo, inofensivo. Parece que se abrió a un Dios al que quiso «proteger» (como ya había hecho a su manera Alfred N. Whitehead en la filosofía del proceso) del caos de la historia, difícilmente atribuible a Dios. No se debe exagerar, por tanto, el alcance de la «conversión» de Flew al deísmo, y mucho menos a religiones o al cristianismo. Cree en un Dios que funda la racionalidad del universo, pero sus creencias no llegan a establecer la forma de la relación de Dios con los hombres, o la pervivencia más allá de la muerte y, mucho menos, a la aceptación de los contenidos propios de las religiones establecidas, entre ellas, el cristianismo, obviamente la religión culturalmente más cercana a Flew, incluso por su misma tradición familiar. Flew fue un temperamento extraordinariamente analítico por su misma tradición filosófica. Su análisis lo llevó con todo rigor a persuadirse del deísmo, de la existencia de un Dios diseñador de la racionalidad del universo, pero su análisis no llegó de hecho más lejos. No sabemos hasta dónde hubiera llegado, si hubiera podido disponer de más años. Pero, en todo caso, su conversión al deísmo, que llegó hasta donde llegó y no a más, merece ser reseñada aquí. Al fin y a cabo, frente al ateísmo, la posición fundamental es afirmar la existencia de Dios.

La edición de la entrevista en internet tuvo un efecto enorme en las redes sociales. No parecía verosímil que el «padre del ateísmo» se hubiera pasado al teísmo. Las reacciones no fueron cordiales o comprensivas. Todo lo contrario, se lo tachó de deshonesto e incluso de que, por su edad, chocheaba y no estaba en uso de sus facultades normales. Fue precisamente la desabrida reacción de quienes hasta hacía poco eran sus correligionarios en el ateísmo, la que movió a Flew a poner por escrito las razones de su posición intelectual. La entrevista fue hecha por Gary Habermas, pero en sus preparativos y realización intervino Roy Abraham Varghese. Varghese era un escritor, ya de edad en 2004, que durante años se había dedicado al diálogo ciencia-religión. Había publicado diversos libros, siempre desde una posición creyente, y había organizado también en las últimas décadas conferencias y seminarios que habían reunido a lo más selecto del diálogo ciencia-religión en la cultura anglosajona. Por ello, Varghese conocía desde hacía años a Flew, que había participado en conferencias organizadas por Varghese, aunque militaba en el bando contrario, el de la creencia religiosa. La relación con Flew creció tras el video y, cuando Flew decidió escribir su libro There is a God. How the world’s most notorious atheist changes his mind (2007), parece que Varghese estuvo a su lado y le ayudó en la composición. También lo ayudaron con su conversación Richard Swinburne y Brian Lewftow, como el mismo Flew confiesa. Cuando estalló la polémica tras la entrevista y el libro se publicó, hubo incluso quienes dijeron que el libro lo había escrito Varghese.
Es difícil admitir que una cosa así fuera aceptada por Flew, quien rechazó explícitamente estas acusaciones. Varghese escribió de hecho, y firmó, el Prefacio de Dios existe y el apéndice A en que se comenta el Nuevo Ateísmo. Es obvio que entre Varghese y Flew hubo una complicidad, pero el libro fue firmado exclusivamente por Antony Flew. Sin embargo, antes de referirnos a las razones expuestas por Flew, tiene interés recoger aquí algunas de las consideraciones previas de Varghese en el Prefacio.
«La reacción de los correligionarios ateos de Flew a la noticia de la Associated Press rayó en la histeria… Los insultos necios y las caricaturas grotescas sobre Flew abundaron en la blogosfera
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