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ANTONY FLEW # 2

Del ateísmo al teísmo por la razón científica 

librepensadora. Las mismas personas que solían quejarse de la Inquisición y de la quema de brujas, se entregaban ahora a su propia caza de herejes. Los defensores de la tolerancia resultaban no ser demasiado tolerantes. Según parece, los fanáticos religiosos no tienen el monopolio del dogmatismo, la incivilidad, el sectarismo y la paranoia. Pero las turbas furiosas no pueden reescribir la historia. Y la posición de Flew en la historia del ateísmo supera todo lo que los ateos actuales puedan ofrecer» (Dios existe, p. 24). Para Varghese la obra de Flew permitió superar el simplismo positivista de la cuestión de Dios, fundado en la simple aseveración de que Dios, por las buenas, no es objeto de experiencia y no responde al principio de verificación. Flew introdujo el enfoque analítico que profundizaba con respeto en el lenguaje sobre Dios para descubrir con precisión cómo y por qué no reflejaba el mundo de experiencia real, al que el hombre estaba vinculado. Bajo la influencia del estilo analítico de Flew no pocos filósofos analíticos comenzaron a abordar con gran precisión «problemas como la significatividad de las afirmaciones sobre Dios, la coherencia lógica de los atributos divinos y la cuestión de si la creencia en Dios es básica: es decir, precisamente los problemas planteados por Flew en el debate que buscó generar» (Dios existe, p. 28). 
Varghese, en el Prefacio, reacciona con vehemencia emocional ante el Nuevo Ateísmo que, cuando se produjo la entrevista de Flew (2004) y cuando apareció su libro Dios existe (2007), estaba en su momento de eclosión, como consecuencia emocional del atentado de 2001. La razón de la reacción defensiva de Varghese es obvia porque fueron los nuevos ateos quienes reaccionaron primero con vehemencia emocional para descalificar el hecho de que Flew hubiera cambiado de posición desde el ateísmo al teísmo, poniendo incluso en duda el uso de sus facultades mentales o su honestidad personal. «El blanco principal de los ataques contenidos en esos libros (del Nuevo Ateísmo) es, sin duda, la religión organizada de cualquier tipo, tiempo y lugar. Paradójicamente, los propios libros suenan como sermones fundamentalistas. Loa autores, en su mayor parte, parecen predicadores incendiarios que nos amenazan con duros castigos, incluso con el apocalipsis, si no abandonamos nuestras creencias extraviadas y las prácticas asociadas a ellas. No hay espacio en ellos para la ambigüedad o la sutileza. Todo es blanco o negro. O estamos con ellos, o estamos con el enemigo. Incluso algunos pensadores eminentes que expresan un mínimo de empatía con la parte contraria, son denunciados como traidores. Y los propios evangelistas (del ateísmo) se ven a sí mismos como espíritus valientes que intentan transmitir urgentemente su mensaje, ante el martirio inminente» (Dios existe, p. 28). 
Se refiere también Varghese a que Richard Dawkins quiso desprestigiar a Flew comparándolo con Bertrand Russell (en The God Delusion). Nos dice Varghese que «después de escribir (Dawkins) que Bertrand Russell «era un ateo extremadamente ecuánime, más que dispuesto a dejarse convencer si la lógica parecía exigirlo», añade en una nota al pie: «Podríamos estar viendo algo similar en la sobrepublicitada tergiversación del filósofo Antony Flew, que ha anunciado en su ancianidad que se había convertido a la creencia en algún tipo de deidad (desencadenando un frenesí de repetición ávida en todo internet). Russell, en cambio, era un gran filósofo. Russell ganó el Premio Nobel» (hasta aquí la cita que Varghese hace de Dawkins). La petulancia pueril —prosigue Varghese— con que despectivamente compara al gran filósofo Russell con un Flew en la ancianidad es típica del tono de las epístolas de Dawkins a los ilustrados. Pero lo que resulta interesante aquí son las palabras que escoge Dawkins; palabras que delatan inconscientemente como funciona su mente. «Tergiversación» significa —en el sentido que le quiere dar Dawkins— «apostasía». Así, el pecado principal de Flew estriba en haber apostatado de la fe atea de sus mayores» (Dios existe, p. 30). Dawkins ha insistido siempre en que Russell fue su gran maestro, un hombre fiel al ateísmo sin fisuras. Por ello de un nivel de calidad humana muy superior al de Flew, con su razón perturbada en la ancianidad. Sin embargo, Varghese aprovecha para aportar algunos datos que podrían poner en duda el ateísmo sin fisuras de Russell, aportando algunos textos de la obra de la hija de Russell, Katherine Tait, My Father, Bertrand Russell (New York, 1975). Para Katherine su padre no sólo rechazó la religión por argumentos intelectuales, sino que se hallaba repelido por el comportamiento y el estilo de las religiones y de los creyentes religiosos que encontró en su vida. «Me hubiera gustado convencer a mi padre de que yo había encontrado lo que él había estado buscando, ese inefable «algo» que había añorado toda su vida. Me hubiera gustado persuadirle de que la búsqueda de Dios no está condenada a ser vana. Pero no había nada que hacer. Había conocido a demasiados cristianos ciegos, moralistas tristes que extirpaban toda alegría de la vida y perseguían a sus oponentes; él nunca habría sido capaz de ver la verdad que, pese a todo, albergaban» (Dios existe, p. 31). 
Tait cree, sin embargo, que la vida de Russell fue una búsqueda de Dios, tal como Varghese relata. «En algún lugar, en el fondo de la mente de mi padre, en las profundidades de su alma, había un hueco que había sido llenado alguna vez por Dios, y nunca encontró otra cosa que pudiera ocupar su lugar». «Tenía, prosigue Varghese citando a Tait, el «sentimiento espectral del desarraigo, del no tener un hogar en este mundo» (Dios existe, p. 32). Finalmente recuerda Varghese un poderoso pasaje de Russell en su Autobiografía cuando dice que: «nada puede llenar el corazón humano, si no es la intensidad más alta del tipo de amor que predicaron los maestros religiosos» (Dios existe, p. 32). Por tanto, como Varghese intenta sugerir, no sería descabellado pensar que Russell estuvo más cerca del criticismo honesto y abierto de Flew, que del radicalismo dogmático de Dawkins. 
Quiero concluir esta referencia al Prefacio de Varghese citando una referencia suya a Stephen Hawking, de indudable interés. «Cuando se preguntó a Stephen Hawking, durante una visita a Jerusalén, si creía en la existencia de Dios, el famoso físico contestó que, afectivamente «creo en la existencia de Dios, pero también creo que esa fuerza divina, una vez estableció las leyes físicas de la naturaleza, ya no interviene en el mundo ni lo controla» (Dios existe, p. 33). 
LA NEGACIÓN DE LO DIVINO EN ANTONY FLEW 
Esta ha sido, en efecto, la posición que mantuvo Flew durante seis décadas, convirtiéndole en uno de los grandes maestros del ateísmo. Pero, ciertamente, no fue nunca un ateo al estilo radical de Dawkins, Harris o Hitchens. Su estilo analítico le hizo defender la posición de que era a los teístas a quienes correspondía la responsabilidad de aportar pruebas o argumentos que hicieran aceptable la existencia de Dios. El ateísmo era la posición que, por defecto, debía siempre ser asumida. Flew se mantuvo en esta tesis que fue combatida por los teístas coetáneos ingleses como Plantinga. Para éste, lo obvio social e históricamente es Dios, y es el ateísmo el que debe aportar pruebas. Nosotros defendemos que lo obvio es el enigma del universo. Ni ateísmo ni teísmo son obvios, ya que dependen de una toma de posición humana ante el enigma. El teísta debe ponderar los argumentos del ateo, y viceversa. 
Antony Flew aplicó el método analítico para ponderar los argumentos a favor de la existencia de Dios que venían siendo esgrimidos por el teísmo de su tiempo. El resultado fue que durante años y años el fino análisis de Flew fue mostrando la insuficiencia de los argumentos teístas. Por una parte, consideró que los argumentos tradicionales (los metafísico-ontológicos, los teleológicos o de la finalidad-racionalidad del universo, y los derivados de la historia de las religiones) no tenían una corrección lógica que los hiciera aceptables. Pero, por otra parte, consideró también que la misma idea de Dios que ofrecía el pensamiento teísta no era aceptable porque mostraba un contenido que no era defendible ante la razón por ser incongruente con nuestra idea de la realidad (así criticó Flew la idea de Dios, su relación con el mundo, y los atributos divinos). Pero la actitud de Flew fue siempre respetuosa y abierta. Decía lo que con honestidad creía que podía decir por el uso de la razón, científica y filosófica. Pero estuvo siempre abierto a considerar de nuevo las cosas, hallar nuevos argumentos y cambiar. Flew caracterizaba su actitud como la de dejarse llevar con honestidad… hasta donde nos lleve la evidencia. Y con toda honestidad se dejó llevar, al final de sus días, hasta dónde las evidencias le llevaban, es decir, al tránsito desde su ateísmo ancestral a una nueva posición teísta. El libro de Flew en 2007, Dios existe, muestra a las claras que sabe perfectamente lo que dice, tiene la información pertinente y razona con gran precisión y agudeza. No se ve ni por asomo el «desvarío de la ancianidad» que ha pretendido atribuirle Dawkins malévolamente. 
La primera parte del libro está dedicada a explicar sus años de ateísmo: cómo llegó a ser ateo y cuáles fueron los argumentos en que fundaba su opinión. Es, más o menos, la contextualización que ya hemos hecho aquí en lo anterior y que no tenemos intención de presentar en detalle. Flew aporta sus experiencias familiares, informa sobre sus estudios, sus contactos con personas y profesores, sus relaciones con grandes autores de su tiempo, su ingreso en la universidad como docente hasta el final de su carrera académica. Refiere igualmente el contenido de sus obras y los pasos que fue dando en ellas, siempre en orden a defender la posición atea en el marco del pensamiento analítico. El lector interesado leerá estos capítulos de Flew con provecho. 
Pero quiero reseñar aquí de la biografía intelectual que Flew nos expone, su mención de la forma en que el problema del Mal influyó en su ateísmo de juventud. «Las razones por las que abracé el ateísmo a la edad de quince años eran claramente inadecuadas. Se basaban en lo que describí más tarde como dos «obsesiones juveniles»: 1) que el problema del mal constituía una refutación decisiva de la existencia de un Dios infinitamente bueno y omnipotente; 2) que el recurso a la libertad del hombre no eximía al Creador de su responsabilidad por los manifiestos defectos de la creación» (Dios existe, p. 59). «Si decimos que Dios nos ama, debemos preguntar qué fenómenos excluye dicha afirmación. Obviamente, la existencia del dolor y el sufrimiento aparece como un problema para la tesis en cuestión. Los teístas nos dicen que, con las apropiadas cualificaciones, estos fenómenos pueden ser reconciliados con la existencia y el amor de Dios. 
EL DESCUBRIMIENTO DE LO DIVINO EN ANTONY FLEW Hemos dicho que el cambio de posición de Flew hacia el teísmo no ha resultado de experiencias religiosas, sino de ponderaciones racionales situadas en el marco analítico de su enfoque filosófico de siempre. «Debo recalcar que mi descubrimiento de lo divino ha operado en un nivel puramente natural, sin ninguna referencia a fenómenos sobrenaturales. Ha sido un ejercicio de lo que tradicionalmente es conocido como teología natural. No ha tenido relación con ninguna de las religiones reveladas. Tampoco pretendo haber tenido una experiencia personal de Dios, ni ninguna otra experiencia que pueda considerarse sobrenatural o milagrosa. En resumen, mi descubrimiento de lo divino ha sido una peregrinación de la razón, y no de la fe» (Dios existe, p. 90). Además, este itinerario ha tocado sólo los puntos fundamentales del teísmo, a saber, la existencia de Dios establecida como resultado de un análisis racional del cosmos. Es, además, evidente que Flew sólo expone su conclusión personal subjetiva y no es dogmático. 
Ahora bien, lo que interesa, en definitiva, es conocer las razones precisas que Flew aporta para cambiar de ateísmo a teísmo. «Hacer una argumentación racional, nos dice, implica necesariamente aportar razones que sustenten una tesis… pues si la afirmación es verdaderamente racional, si es realmente un argumento, debe ciertamente proporcionar razones científicas o filosóficas que la sustenten» (Dios existe, p. 86). 
«Es hora ya, prosigue Flew, de que ponga mis cartas sobre la mesa, esto es, de que exponga mis propias opiniones y las razones en que se apoyan. Creo ahora que el universo fue traído a la existencia por una Inteligencia infinita. Creo que las intrincadas leyes de este universo manifiestan lo que los científicos han llamado la Mente de Dios. Creo que la vida y la reproducción tienen su origen en una fuente divina. ¿Por qué creo ahora esto, después de haber expuesto y defendido el ateísmo durante más de medio siglo? La breve respuesta es la siguiente: tal es la imagen del mundo que, en mi opinión, ha emergido de la ciencia moderna. La ciencia atisba tres dimensiones de la naturaleza que apuntan hacia Dios. La primera es el hecho de que la naturaleza obedece leyes. La segunda es la dimensión de la vida, la existencia de seres organizados inteligentemente y guiados por propósitos, que surgieron de la materia. Tercera es la propia existencia de la naturaleza. Pero no es sólo la ciencia la que me ha guiado. También me ha ayudado la reconsideración de los argumentos filosóficos clásicos» (Dios existe, p. 87). 
En relación a estas tres dimensiones concibe Flew la explicación esencial de su libro. «Tres áreas de la indagación científica han resultado especialmente importantes para mí, y voy a examinarlas a continuación, a la luz de los datos actualmente disponibles. La primera es la cuestión que ha intrigado siempre y continúa intrigando a los científicos reflexivos: ¿cómo llegaron a existir las leyes de la naturaleza? La segunda es una cuestión evidente para todos: ¿cómo pudo emerger el fenómeno de la vida a partir de lo no vivo? Y la tercera es el problema que los filósofos llegaron a los cosmólogos: ¿cómo llegó a existir el universo (entendiendo por universo todo lo que es físico)?» No es necesario explicitar que, en nuestra opinión, la propuesta de dimensiones científicas que proyectan sobre lo metafísico debe mejorar la propuesta por Flew en Dios existe. Sin embargo, existe un paralelismo evidente que muestra que, en efecto, por ahí van las cosas. Las grandes dimensiones metafísicas de la ciencia son la existencia misma del universo, el orden emergido en su proceso evolutivo, y la existencia de la sorprendente capacidad psíquica, la sensibilidad-conciencia, de los seres vivos. Exponemos y discutimos seguidamente los argumentos de Flew. 
LA ARGUMENTACIÓN TEÍSTA DE FLEW 
Quedan claras, por tanto, las tres cuestiones que Flew aborda desde la ciencia y que fundan sus conclusiones metafísicas teístas, que no son ciencia sino filosofía construida desde la ciencia. Las sometemos a revisión en lo que sigue. Pero debemos indicar que, de la misma manera que Flew expone honestamente una valoración subjetiva que inclina su decisión personal a favor del teísmo, así igualmente nosotros tenemos una valoración subjetiva que nos obliga a matizar bastantes de las posiciones defendidas por Flew. Ahora no hacemos sino evaluar las aportaciones de Flew desde ella. 
El argumento de las leyes de la naturaleza 
Flew define las leyes de la naturaleza como las regularidades y simetrías que en ella existen. Lo importante no es que haya regularidades, sino que sean matemáticamente precisas, universales y que estén «atadas unas a otras». La existencia de leyes ha hecho que los científicos de todos los tiempos hayan visto en ellas lo que Einstein llamó una «razón encarnada». ¿Por qué la naturaleza tiene esta racionalidad profunda? La respuesta de los científicos teístas ha sido siempre: porque en ella se refleja el diseño de la Mente de Dios. Flew recuerda la célebre sentencia de Hawking en La historia del tiempo al decir que si conociéramos por qué existimos nosotros y por qué existe el universo, habríamos conocido entonces la Mente de Dios. 
La racionalidad de las leyes naturales 
Flew dedica algunas páginas a exponer la forma en que la mayoría de los científicos teístas constataron la racionalidad de las leyes de la naturaleza y cómo la fundaron en la hipótesis teísta de la existencia de Dios. Comienza por Einstein, siguiendo a Max Hammer, su intérprete más autorizado (Einstein and Religión, 1999), para presentarlo como teísta y rechazar el falso uso de Einstein hecho por Dawkins para presentarlo como ateo. Además, el teísmo de Einstein fue precisamente una admiración religiosa ante la Mente Superior necesariamente diseñadora del orden de las leyes naturales. Los grandes padres de la mecánica cuántica, sigue refiriendo Flew, reconocieron también la conexión entre las leyes de la naturaleza y la Mente de Dios.
Max Plank, Werner Heisenberg, Erwin Schoedinger, Paul Dirac y Wolfgang Pauli, reconocieron y respetaron la presencia de la Mente de Dios en la naturaleza. Se refiere incluso a Darwin, considerado en ocasiones como cabeza de lanza del ateísmo, que dice en su autobiografía: «La razón me indica la extrema dificultad, o, más bien, la imposibilidad de concebir este inmenso y maravilloso universo… como resultado del azar ciego o de la necesidad. Cuando reflexiono sobre esto, me siento obligado a volverme hacia una Primera Causa dotada de una mente inteligente y análoga en cierta medida a la del hombre; y merezco, por tanto, ser llamado teísta» (The Autobiography of Charles Darwin 1809-1882, ed. Nora Barlow, Collins, Londres 1958, pp. 92-93). Se refiere también a otros científicos como Paul Davis, John Barrow, John Polkinghorne, Freeman Dyson, Francis Collins, Owen Gingerich y Roger Penrose 
y a filósofos de la ciencia como Richard Swinburne, John Foster o John Leslie. Todos ellos concluyen que la evidencia de la naturaleza impone constatar una racionalidad, presente en las leyes naturales universales, y que este hecho exigir indagar sus causas. Es esta indagación la que, en opinión de Flew, avalado por la selección de científicos que lo acompañan, apunta a que la mejor hipótesis es admitir la existencia de una Mente diseñadora que debe identificarse con un ser divino. 
La racionalidad antrópica de la naturaleza 
Al hablar de Paul Davis o John Barrow había mencionado Flew el principio antrópico, pero le dedica además una sección especial, encabezado con la pregunta: ¿sabía el universo que nosotros veníamos? El principio antrópico es hoy reconocido por la casi totalidad de los científicos porque se funda en evidencias que no se pueden ignorar (así, el mismo Dawkins lo reconoce). Por tanto, no se trata sólo de que exista en absoluto una racionalidad en la naturaleza, sino de que esta racionalidad responde a un ajuste fino de sus propiedades y variables, de tal manera que este orden pudiera tener unos u otros ajustes de sus variables, pero resulta que tiene precisamente una cadena impresionante de ajustes finos que son los que hacen posible que ese orden produzca la vida y el hombre. Constatar simplemente este ajuste antrópico fino es lo que se llama el principio antrópico débil que, como veíamos, forma parte de la descripción del universo en el modelo cosmológico estándar. 
Si sólo existe un universo y este es de hecho antrópico, descrito por el modelo cosmológico estándar, es muy difícil no inclinarse a reconocer que debe postularse que este universo tiene un diseño y que este diseño debe provenir de una Mente inteligente, que se postula como la Mente de Dios. Esta es la argumentación a la que se inclina Flew. Tiene derecho a hacerlo, porque es una inferencia para la que tiene fundamento objetivo y es la misma que han hecho otros muchos científicos y filósofos. Sin embargo, la alternativa moderna al teísmo derivado del principio antrópico está constituida por la teoría de multiversos. Flew expone, por tanto, las teorías de multiversos y les pone las objeciones que considera racionalmente fundadas. Admite que es posible lógicamente construir una teoría de multiversos, pero añade a renglón seguido, como todos saben, que es una teoría puramente especulativa que no tiene ninguna evidencia empírica a su favor. 
Lo más interesante dicho por Flew es que en caso de que existiera un metauniverso que produjera los cuasi-infinitos universos burbuja habría también que postular, como el mismo Martin Rees admite, que este metauniverso estaría sometido a unas leyes generales profundas, de las que serían una derivación las leyes de los universos burbuja. La racionalidad de estas leyes seguiría exigiendo una explicación que indagara sus causas y seguiría conduciendo al diseño de una Mente Divina. Comentario: 



 









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