Del ateísmo al teísmo por la razón científica
El primer comentario que haría al enfoque analítico de Flew es que razona a partir de la existencia de las leyes de la naturaleza. Hablar de leyes supone ya por el mismo concepto, o uso lingüístico, la referencia a un Legislador que fácilmente se convierte en Diseñador.
Cuando la ciencia, en efecto, explica cómo aparece el universo a partir de una materia primordial debe tratar de conciliar dos principios: el principio de la autonomía del proceso y el principio antrópico. Autonomía del proceso significa que, una vez supuestas las propiedades de la materia, la dinámica evolutiva propia de esta debería de poder dar razón autónomamente (es decir, por esas mismas propiedades) de todos los estados surgidos dentro del proceso evolutivo, incluidos los de mayor orden y complejidad (física y biológica), ya que, si no fuera así, entonces habría que recurrir
bien a una intervención de factores externos al universo (lo cual es imposible), bien a una cierta intervención divina (supuesto en el que se reduciría el papel de Dios al de un Diostapa-agujeros, controlador de las causas segundas, similar al que ha tratado de defender el Intelligent Design del fundamentalismo cristiano de los últimos años). Principio antrópico, por su parte, significa la evidencia de que en el proceso evolutivo van apareciendo momentos cruciales en los que la línea seguida, que pudiera haber sido otra, es de hecho la que acaba haciendo posible la vida y el hombre. Esto coloca entonces la pregunta por la racionalidad en su fundamento radical: ¿por qué la materia que emerge en el big bang tenía las propiedades ontológicas precisas para generar autónomamente el proceso antrópico? La respuesta sólo puede ser una de dos: o bien la materia tuvo un diseño racional concebido por una Mente inteligente, la Mente divina, o bien estas propiedades antrópicas surgieron por azar en nuestro universo como resultado afortunado de entre un cuasiinfinito de otros universos burbuja que no tuvieron un diseño antrópico.
Pensemos que hoy se ha puesto de moda en algunos autores (entre ellos Polkinghorne) decir que la información es anterior a las cosas reales (a la materia). Por una parte, esta aseveración parece tener un cierto sentido. En efecto, al producirse el nacimiento de la materia en el big bang debemos postular, por lo que venimos diciendo, que la información (el diseño de las propiedades de la materia que tienen en germen todo el proceso evolutivo antrópico) es anterior a la existencia misma de la materia. En esta línea, en último término, toda la información primordial que pudiera producir este y otros universos se hallaría en la Mente divina (sería algo así como las ideas eternas de Whitehead, a su manera postuladas también en la metafísica de tradición platónica). Pero, si Dios es eterno, entonces no cabría nunca postular una anterioridad sino una co-existencia eterna entre Dios y su Mente, entre la realidad de Dios y la información que contiene su Mente (en la idea trinitaria cristiana de Dios algo similar se afirma al hablar de la co-existencia eterna de Dios y su Verbo, o Sabiduría divina). En el caso de los multiversos, a su vez, la información sería anterior a la generación de la materia primordial de un universo burbuja concreto como el nuestro; ya lo hemos dicho. Pero habría que presuponer las propiedades primordiales de la metarrealidad o metauniverso del que nacen los universos burbuja. Si ese metauniverso debiera de ser eterno, entonces es obvio que en él co-existirían eternamente su realidad y las propiedades ontológicas de esa realidad (información). Propiedades que tendrían en germen la generación de las propiedades variables de cada uno de los universos burbuja.
Flew no hace referencia alguna a la teoría de cuerdas, hoy estrechamente ligada a la teoría de los multi-universos. ¿Podría ser la teoría de cuerdas, la Magic-Theory, la descripción de esa ontología primigenia del meta-universo, de tal manera que las propiedades de la materia de cada uno de los universos burbuja fuera un juego de valores posible previsto por ella? Es posible, pero se trata de una pura especulación sin evidencia empírica.
Por tanto, no tenemos duda de que Flew está en todo su derecho al ponderar los resultados de la ciencia y llegar a la conclusión personal de que las leyes de la naturaleza, la racionalidad intrínseca de la naturaleza, conducen a establecer que la hipótesis causal de la existencia de una Mente divina diseñadora. Es lo que nosotros mismos hemos defendido: que el orden del universo entendido dentro del modelo cosmológico estándar hace verosímil la hipótesis de que tenga su causa en el diseño primordial de una Mente divina ordenadora. Aceptar esta verosimilitud e inclinarse a ella es legítimo. Pero el hilo conductor para llegar a esta conclusión no debiera haber sido la ponderación de las leyes de la naturaleza, sino la ontología primordial de la materia.
Sin embargo, debemos también matizar que, aunque Flew concede que los multiversos son lógicamente concebibles, los rechaza como una hipótesis real que fuera aceptable, y de hecho los califica incluso como un disparate. Es posible que algunas teorías de multiversos (quizá como la propuesta de Stegmark o los mundos paralelos de Everett o Randall) nos pongan en el límite y nos acerquemos a considerarlas como un disparate científico. No obstante, nosotros pensamos que, aunque sea verdad que la hipótesis de multiversos es puramente especulativa y no tenga evidencias científicas. Pero es claro que el universo surge de algo y será resuelto en algo que reabsorberá la energía total del universo. Que ese fondo del universo pudiera resolverse en la ontología holística de un Ser Divino es una especulación verosímil que puede aceptarse. Pero la consideración de que ese fondo pudiera estar constituido por un meta - universo (o algún otro tipo de realidad) del que emergiera nuestro universo, y quizá otros, es una especulación posible y verosímil a la que pueden inclinarse con libertad quienes así quieran considerarlo.
¿Cómo llegó a existir la vida? La racionalidad del código genético
Entiendo que lo que Flew dice sobre la racionalidad biológica, especialmente la racionalidad del código genético, es un caso especial de la racionalidad universal de la naturaleza. El comentario que debemos hacer a sus propuestas responde, pues, a la misma lógica. La pregunta esencial la formula Flew en estos términos: «¿cómo puede un universo hecho de materia no pensante producir seres dotados de fines intrínsecos, capacidad de autorreplicación y una química codificada?» (Dios existe, p. 110). Al referirse a «materia no pensante», parece Flew apuntar al problema de la emergencia de la sensibilidad-conciencia que evoluciona hasta constituir la mente animal y la mente humana. Pero en realidad esta gran cuestión (uno de los campos problemáticos básicos que, desde la ciencia, se proyectan sobre la metafísica) no acaba de estar claramente definida por Flew. A veces parece que se refiera a ella, pero no acaba de definirse y desaparece. Lo que en realidad aborda en su escrito es el hecho de que los seres vivos tengan fines intrínsecos (teleología), capacidad de autorreplicación y química codificada. Lo que en realidad le interesa es la racionalidad de diseño que aparece en el ADN, o en el código genético. Lo que acaba planteándose es que la racionalidad de la vida (en el fondo en sus aspectos mecánico-deterministas, o mecano-clásicos) exige un diseño racional que, en el fondo, acaba también refiriéndonos a la Mente Divina diseñadora.
¿Qué es un código? Es un conjunto de señales (vg. señales Morse) que se corresponden con la realidad (palabras y mundo real). Se habla de código genético o ADN porque los genes contienen una serie de señales (estructuras bioquímicas) que se traducen en otras estructuras bioquímicas (ARN) que producen en el citoplasma de la célula la organización de los aminoácidos y de las proteínas. Estas conforman el cuerpo y acaban traduciéndose en un mundo real con sentido e intenciones, mediante un diseño racional orientado a la realidad (con un contenido semántico derivado de las señales primitivas). Lo que se constata es, pues, la conexión de un sistema de señales que consiste en interacciones puramente físico-químicas con un conjunto de contenidos semánticos que hacen referencia a las acciones de los seres vivos que acabarán siendo intencionales. ¿Cómo puede armonizarse una bioquímica ciega con una serie de contenidos semánticos? Flew acabará en la inferencia de que la conexión exige un diseño racional que debe ser atribuido a una Mente diseñadora, es decir, a Dios.
Si el universo, en el reino de lo biológico, no pudiera explicar cómo y por qué sus procesos internos producen como resultado todos los estados que evolutivamente han ido apareciendo, incluso los más complejos y organizados, entonces el universo no sería autónomo, suficiente para explicar su proceso evolutivo. Si la ciencia constatara su insuficiencia explicativa y hubiera que recurrir a un Deus ex maquina, o un Dios-tapa-agujeros que interviene y controla las causas segundas (en terminología escolástica tradicional), entonces la razón no podría explicar el proceso del mundo como un proceso autónomo que diera pie a entender el universo de una forma puramente mundana, sin Dios. Debemos insistir en la importancia de que Dios haya creado un universo autónomo, o mejor que pueda ser explicado por la ciencia como autónomo. Autónomo no significa (a veces hay quien lo entiende mal) que, en el fondo, Dios no esté sustentando continuamente el ser del universo (creatio continua). Así es en realidad, pero el hombre no lo ve como una evidencia que se imponga a todos. No sabemos si, en el fondo, Dios interviene puntualmente para dirigir el proceso evolutivo (por ejemplo, para conformar el código genético). El hombre no lo sabe y, además, puede construir la hipótesis de que no fuera así. Por eso Dios ha creado un universo autónomo a los ojos del hombre y esto es decisivo para entender la forma en que Dios ha creado un universo para la libertad.
Por consiguiente, entendemos que la sorprendente racionalidad del código genético puede dar pie a la hipótesis de un diseño. Es una hipótesis posible, y respetable. Pero en realidad no sabemos ni siquiera si esa intervención de Dios en las causas segundas ha sido necesaria y Dios la ha querido en su diseño creador. La realidad tiene un profundo diseño contenido en las propiedades primordiales del universo, ahí es donde está lo sorprendente y maravilloso. ¿De dónde surgió ese diseño de propiedades tan sorprendentes que llevaban incoado potencialmente el orden físico-biológico y el orden antrópico? ¿Surgió del diseño racional de una Mente divina? ¿Surgió por azar desde una dimensión de metarrealidad, o metauniverso, en que la producción singular de nuestro universo fue un suceso sorprendentemente afortunado? Esta es la gran cuestión que la ciencia no resuelve por sí misma y que, al proyectarse sobre la filosofía nos instala en la incertidumbre metafísica.
Recordemos el texto de Stephen Hawking anteriormente mencionado, al seguir el Prefacio de Varghese: «creo en la existencia de Dios, pero también creo que esa fuerza divina, una vez estableció las leyes físicas de la naturaleza, ya no interviene en el mundo ni lo controla». Esta frase muestra que Hawking defiende la autonomía del mundo creado. Como creyente haría, sin embargo, una observación. Dios crea el mundo, en efecto, para que sea autónomo. Dios quiere que evolucione por sí mismo desde esas propiedades, diseñadas por un ajuste muy fino. Es ese universo autónomo el
que dejará abierta la libertad porque será ambiguo, ya que podría fundarse en Dios o ser un puro mundo sin Dios, al mismo tiempo que establecerá las condiciones que hagan al hombre indigente y necesitado de Dios. El que Dios quiera que el mundo sea autónomo, no quiera intervenir en su proceso y controlarlo, no significa que no pueda en absoluto hacerlo. El universo es autónomo ante el borroso conocimiento humano. Pero en sí mismo el universo depende de Dios y puede ser objeto de la intervención divina, tal como, en efecto, piensan los creyentes. Por ello tiene sentido «creyente» recurrir a Dios y pedirle su ayuda.
¿Salió algo de la nada? La propia existencia del universo
En el tercer argumento esgrimido por Flew a favor de la existencia de Dios, se hace eco claramente de los argumentos clásicos escolásticos, por él rechazados durante mucho tiempo, pero ante los que parece haber cedido finalmente. El argumento clásico es la tercera vía de santo Tomás, o el juicio-de-contingencia en la metafísica de Suárez. En él se constata que el mundo está hecho de seres o estados que se califica como «contingentes» (no tienen en sí mismos la razón suficiente de su existencia). Por tanto, una serie infinita de seres o estados contingentes debe considerarse también como «contingente» (que no tiene en si misma la suficiencia del ser). El supuesto es, por tanto, que el conjunto, aunque fuera infinito en el espacio y en el tiempo, no podría nunca dar una razón suficiente de su existencia. Por ello, la existencia pura del universo, el mero hecho de que existe, exige fundar su existencia en un ser suficiente que existe por sí mismo y es por ello necesario.
«En la obra de David Conway El redescubrimiento de la sabiduría y en la edición de 2004 de la obra de Richard Swinburne La existencia de Dios, encontré respuestas especialmente eficaces a la crítica humeana (y kantiana) del argumento cosmológico. Conway da cuenta sistemáticamente de todas las objeciones de Hume. Por ejemplo, Hume sostuvo que no hay ninguna causa de la existencia de una serie de entes físicos, más allá de la mera suma de todos los miembros de la serie. Si hay una serie sin comienzo de entidades contingentes, entonces esta sería una causa suficiente del universo en su conjunto. Conway rechaza esta objeción con el argumento de que «las explicaciones causales de las partes de una totalidad en términos de otras partes no pueden sumarse para constituir una explicación global de la totalidad, si los entes invocados como causas son entes cuya propia existencia está necesitada de una explicación causal» (Dios existe, p. 121). Como vemos es el clásico argumento escolástico de la contingencia.
Lo primero que, a mi entender, debe decirse es que la ciencia y la filosofía no ponen obstáculo a considerar que todos los estados y seres singulares que van surgiendo en el proceso del universo sean «contigentes»: no tienen en sí mismos, en su singularidad, la razón suficiente de que existan. Esto es precisamente lo que debemos discutir: si la suficiencia de la realidad del universo pertenece al puro universo sin Dios o pertenece a la realidad fundante de Dios. Hay argumentos que hacen verosímil que la verdad sea bien el puro universo sin Dios, bien la realidad fundamental de Dios. Pero, en todo caso, la cuestión está en el aire, unos la responden de una manera y otros de otra, son posibles metafísicas alternativas, teísta y atea, y por ello estamos en la incertidumbre. Los puntos cruciales para la ciencia y su proyección filosófica, que determinan una u otra respuesta, son el problema de la consistencia y estabilidad del universo (su suficiencia), el problema del orden producido en su interior, físico y biológico, y el problema de la naturaleza y origen de la sensibilidad-conciencia.
Por consiguiente, si la razón hace que nos inclinemos a considerar que lo más verosímil es la autosuficiencia del universo, entonces deberemos atribuirle la necesidad, es decir, la existencia permanente en un tiempo eterno. Ahora bien, ¿por qué existiría ese universo, y más bien no existiría? ¿Por qué existe algo y por qué no, más bien, la Nada? La verdad es que nunca lo sabremos. Al hombre sólo le cabe constatar el hecho de que el universo existe, buscar su suficiencia y, si lo logra, atribuirle la necesidad eterna. Pero es imposible saber por qué existe algo y no, más bien, la Nada. Pero, en la metafísica teísta alternativa, decimos lo mismo. Si la búsqueda de suficiencia para el universo resulta infructuosa y debemos atribuírsela a una realidad divina transcendente, como hace el teísmo (en el que nosotros nos incluimos), entonces debemos postular que Dios es necesario de acuerdo con su propia esencia. Ahora bien, ¿por qué existe Dios o, más bien, no existe? Nunca lo sabremos. Ni de Dios ni del universo podemos en ningún caso decir racionalmente a priori que existan por necesidad (este sería el argumento de san Anselmo, después repetido en la ilustración como se ve en Descartes). No se puede decir que Dios sea el único ser del que podemos predicar la necesidad, porque el universo, aunque existiera eternamente en un tiempo infinito, no podría nunca ser necesario. Esto no es correcto. Lo que la ciencia y la filosofía moderna hacen es constatar el universo, conocerlo, buscar dónde radica su suficiencia (en Dios o en el puro mundo sin Dios) y, una vez hallada, atribuirle la necesidad, siendo conscientes de que nunca sabremos a priori por qué Dios o el puro mundo existen o más bien no existen.
Buscando un lugar para Dios Flew concluye su análisis haciendo referencia a un problema clásico suscitado por la posible existencia de Dios. Es el problema de su omnipresencia. El mismo Dawkins dice, en The God Delusion, que es absurdo pensar que exista un Dios que está en todas partes y está presente en el interior de millones y millones de hombres, escuchándolos al mismo tiempo. Flew hace algunas reflexiones al respecto aportando ideas de algunos filósofos analíticos teístas. Sin embargo, como antes he dicho, Flew no se plantea a fondo el problema de la sensibilidad-conciencia y la reflexión filosófica que proyecta este problema sobre la transcendencia de Dios. Como he explicado antes, las teorías cuánticas de la conciencia abren hoy a una idea de la realidad como campo holístico que coincidiría finalmente con el campo holístico de la ontología divina que permea universalmente todas las cosas. El pensamiento de Flew se hubiera enriquecido haciendo referencia a todas estas cuestiones.
CONCLUSIÓN: EL TEÍSMO DE FLEW
Obviamente estamos de acuerdo con el teísmo de Flew. Pero creemos que los argumentos en que lo fundamenta están necesitados de serias matizaciones y complementos. Es lo que, en definitiva, hemos expuesto. Flew insiste mucho en que su teísmo es puramente racional. Pero tenemos la impresión de que hay algo más. No entra en el problema del mal que es el gran problema del silencio-de-Dios. No examina las religiones. Pero concluye su obra declarándose abierto a la omnipotencia divina. Refiriéndose al cristianismo nos dice con entusiasmo: «¡Si queremos que la omnipotencia funde una religión, esta (el cristianismo) es la que tiene todas las papeletas para ser elegida!» (Dios existe, p. 132). Y refiriéndose a la Mente divina concluye diciendo: «Algunos aseguran haber establecido contacto con esa Mente. Yo no lo he hecho; no todavía. Pero, quién sabe lo que podría ocurrir en el futuro? Quizá algún día pueda oír una Voz que dice: ¿me oyes ahora?»
JAVIER MONSERRAT
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