Tras una situación dolorosa, lo mejor es que te des tiempo para atravesar el percance. Es normal que te encuentres mal. No obstante, es necesario no anclarte en la tristeza, volver a levantarte y seguir adelante.
Si te caes, levántate. Todos conocemos la teoría, pero ¡qué difícil es llevarla a cabo cuando estamos pasando por un mal momento! A lo largo de la vida, hay muchos momentos en los que nos caemos, pero debemos levantarnos, porque aún hay mucho camino por recorrer.
Angustia, depresiones, frustraciones, estrés… la vida está repleta de circunstancias que nos llevan de lo más alto a lo más bajo. ¿Qué podemos hacer? ¿Nos rendimos? Aunque todo parezca estar perdido, debemos seguir. La vida continuará con o sin nosotros
Siempre hay esperanza
Es normal que, si estás pasando por un período malo en tu vida, lo veas todo sin esperanza. No obstante, todo empezará a llenarse de luz después de un tiempo. Cuando este bache haya pasado, verás cómo te levantarás fácilmente. Es normal que ahora lo veas todo negro.
Uno de los problemas que pueden afectarnos en esos momentos es la depresión; un trastorno del estado de ánimo que puede hacernos sentir tristes, decaídos y sin ganas de nada. Al contrario
que la tristeza, la depresión se mantiene en el tiempo. Con ello, puede aparecer también la desesperanza.
A pesar de todo esto, debemos evitar dejarnos llevar por ella. La depresión puede surgir por una pérdida, por un problema grave, porque nos acaban de echar del trabajo… Pero, aunque ahora no veas una salida, créenos: la hay. Crees que estás sumido en un pozo. Levántate, porque hay esperanza.
Tú no puedes ver esta esperanza, porque una cosa que hacemos mal es potenciar ese malestar en el que nos encontramos. Si estamos mal, haremos todo lo posible por estar aún peor. Hay personas a las que les funciona caer hasta lo más profundo, pues solo así logran después levantarse.
No tienes ganas de nada
Es normal que, cuando te encuentras pasando por una mala situación, no tengas ganas de nada. En ocasiones, no salimos de casa, nos encerramos, dejamos de lado a nuestras amistades y nos sumimos tan solo en nuestro profundo dolor. Esto puede ser beneficioso para encontrarnos con nuestro yo interior, escucharlo y aprender de todo este dolor. Pasar por algo que nos hace sufrir
realmente no es algo negativo. Debemos experimentarlo para poder superar eso que nos ha hecho tanto daño. Si no sufriésemos, no lo superaríamos nunca Es por esto por lo que debemos caer, pero tampoco dejarnos llevar. Aunque no tengas ganas de nada, ni de vivir, ni de cuidarte
eres fuerte. Sí, eres fuerte y en tu yo más interno sabes que vas a superar esto. Tu instinto de supervivencia te impedirá dejarte vencer.
Por eso, pasa ese “duelo”, súfrelo, siéntelo, para que luego puedas renacer como un ave fénix. Aprende hasta de tus momentos más dolorosos, porque de ellos es de donde más podrás aprender, sobre el mundo y sobre ti mismo.
A veces para poder seguir adelante, hay que empezar de nuevo
Es el momento, ¡levántate!
Ahora es el momento de que, pasado ese período de dolor, reflexiones sobre cómo has actuado. Te has caído, es normal. Todos nos tropezamos con piedras una y otra vez en nuestro camino, pero, ¡porque el mundo está lleno de piedras!
La cuestión es… Cuando te caes, ¿te quedas en el suelo? Pasas vergüenza, eso es verdad, pero te obligas a levantarte. Cuando atravieses por un mal momento, piensa en esto: si te caes 7 veces, levántate 8.
Los momentos más negativos te permitirán conocerte y saber cuánto tiempo necesitas estar sumergido en ese dolor y cuándo será el momento en el que saques todas tus fuerzas y debas levantarte.
Claro que es diferente estar triste un día, que pasar por una depresión. Pero el resultado es el mismo: acabarás levantándote. Nunca te des por vencido, porque no será la última vez en la que te encuentres con un problema. Sufrir, caer, es parte de nuestro camino, lo importante es seguir levantándonos.
VALIENTE ES QUIEN, A PESAR DE TODO, LOGRA LEVANTARSE CADA DÍA
Has librado mil batallas y, aun luciendo alguna que otra cicatriz, sigues sonriendo a la vida y aprovechando cada minuto para ser feliz. Es ahí donde reside la verdadera valentía
Valiente no es solo el que salva una vida ni el que lo arriesga todo por proteger a los demás, por encima incluso de la propia integridad.
Lo creamos o no, en nuestro mundo habitan miles, millones de valientes anónimos, de personas que, a pesar de sus batallas internas, sus problemas, sus dolores y sus complejos laberintos interiores, logran levantarse cada día para dar lo mejor de sí.
Porque hemos de admitirlo, en ocasiones lo hacemos: nos subestimamos a nosotros mismos. Nos auto percibimos como seres frágiles solo porque, en ocasiones, fallamos.
Porque las cosas no siempre salen como uno quiere o, peor aún, porque nos decimos a nosotros mismos que deberíamos hacer más, trabajar más, cuidar mejor a los nuestros, conseguir más cosas, más dinero, más recursos…
No nos damos cuenta de que, en realidad, hacemos todo lo que podemos y más. Somos auténticos héroes, somos esas personas que han superado mil dificultades y que, a pesar de algún vacío, dos penas y cinco o seis fracasos, seguimos mirando al horizonte con esperanza.
Valiente es quien sabe reconocer su vulnerabilidad
Valiente es quien reconoce dónde están sus límites. Quien sabe que es falible y que, de vez en cuando, necesita abrazar su vulnerabilidad para recomponerse, para conocerse mucho más.Decía Rudyard Kipling que “si puedes reconocer tu vulnerabilidad en la derrota aprendiendo de la enseñanza y no viendo solo el fracaso, tuya es la tierra y todo lo que hay en ella”.
Esta frase encierra una verdad universal, un principio básico del crecimiento personal que no es tan fácil de integrar en nuestro día a día.
No lo es por una razón muy sencilla: a muchos de nosotros nos educan para no fallar. En el colegio, por ejemplo, fallar suponía un punto menos en el examen.
Fallar suponía decepcionar a nuestros padres, equivocarnos o tomar el camino incorrecto o desviarnos un ápice de lo que otros habían previsto para nosotros implicaba una profunda decepción o, incluso, un reproche. Por tanto, es necesario asumir una perspectiva más lógica y saludable. Con ella, entender que ser vulnerable no es ser débil, que equivocarse o fallar no significa ni mucho menos ser un fracasado. El verdadero sabio es aquel que aprende de sus errores. Y el que es capaz de abrazar su vulnerabilidad para ser más humilde, para conocerse, para tener mejores recursos emocionales y cognitivos con los que afrontar los problemas.
Naciste para ser valiente, para superar las adversidades. A pesar de que nadie nos ha explicado nunca cómo se hace eso de ser valientes, estamos preparados genéticamente para superar cualquier adversidad, cualquier dificultad.
Si hay una pulsión que guía a nuestro cerebro es el sentido de supervivencia, es él quien nos ha ayudado siempre a avanzar como especie, a sobrevivir en los más adversos territorios y a hacer frente a más de un depredador.
En la actualidad, no hay depredador más feroz que el propio miedo. Ése que nos inmoviliza, ese
que se inserta en nuestra mente mediante los pensamientos limitantes y el “no puedo”, “esto me supera” o “ya no hay más oportunidades para mí”.
Quedamos atrapados en esos puntos ciegos donde no vemos las fortalezas internas. En los que no somos capaces de activar esa dimensión excepcional que es la resiliencia para poder así recordar nuestra valentía, nuestra capacidad innata de poner un pie delante de otro… Y avanzar.
Eres valiente porque cada mañana sigues levantándote y mirando al horizonte con esperanza
Eres valiente. Nadie te lo dice tanto como te gustaría, pero una voz interna te lo susurra a diario.
No hay mañana en que optes por rendirte, por buscar el refugio de las sábanas y abandonarte.
Puede que en una etapa de tu vida fuera así, puede que alguna depresión o el tener que afrontar un duelo personal te obligara a la fuerza a abrazarte a esa vulnerabilidad antes citada.
Sin embargo, pasada esa etapa, si hay algo que has aprendido es a ser fuerte. Entiendes que quien dice “no” al nuevo día le vuelve la espalda a la vida.
Por ello, aunque duela el cuerpo y el laberinto de los miedos atenace nuestra mente, jamás nos rendimos.
Así pues, no dudes cada mañana en poner primero un pie y luego otro. En respirar profundo y apreciar después tu rostro ante el espejo unos segundos, sin prisa alguna…
Ahí estás, esa persona que ahora se refleja en tu cristal ya no tiene la inocencia de antaño, lo sabes; ahora dispone de esa madurez hermosa de quien guarda alguna que otra herida, pero también mil alegrías vividas y por alcanzar.
Comentarios
Publicar un comentario