“El tiempo del viejo es el pasado(...) Mientras que el mundo del futuro está abierto a la imaginación, y ya no te pertenece, el mundo del pasado es aquel donde a través de la remembranza te refugias en ti mismo, retornas a ti mismo, reconstruyes tu identidad, que se ha ido formando y revelando en la ininterrumpida serie de todos los actos de la vida, concatenados entre sí, te juzgas, absuelves ,te condenas, y también puedes intentar, cuando el curso de la vida está a punto de consumarse, trazar el balance final”.(Norberto Bobbio) “Sueñan mucho los que han vivido mucho: los viejos”. (Antonio Porchia)
La ciencia habla hoy en pistas de la inmortalidad. Las tentaciones que el inmenso poder de la biotecnología representa son irresistibles. ¿Qué podrá pasar? La ciencia aún se mueve sobre hipótesis. En la medida en que aumenta la proporción de ancianos en la población, el problema de la vejez atrae la atención ansiosa de los investigadores médicos, demógrafos, psiquiatras, sociólogos, reformistas sociales, políticos, y futurólogos.
Se atribuye falsamente a la medicina moderna un aumento de la expectativa de vida, y, por otro lado, ella dice que tiene el poder de extender la vida aún más y de abolir los horrores de la vejez. Se sabe también que desde 1978 han surgido 30 nuevas enfermedades y reaparecido algunas que estaban controladas. En verdad, el aumento de la expectativa de vida es consecuencia de un estándar de calidad de vida más elevado. Este discurso dominante sobre la vejez es en realidad un discurso social biologizado que tiende a naturalizar la vejez para mejor olvidar o negar su naturaleza sociopolítica.
En las comunidades primitivas indígenas, y en el oriente en algunos pueblos, los viejos casi siempre fueron y son partes vitales de la vida comunitaria. Vivían y viven rodeados de niños. Estuvieron y están siempre presentes en todo lo que sucede y de esta forma se dice que el anciano vuelve a la infancia. Juan Goytisolo, refiriéndose a las personas viejas en los países árabes y específicamente en Marruecos dónde él vive más de veinte años, dice (…): En Marruecos cuando ves, por ejemplo, una persona abandonada es porque no tiene familia. He vivido bastantes años en EUA y he podido ver la terrible soledad de los viejos. Muchos solo son visitados por sus hijos una vez al año, el día del padre o de la madre. En cambio, aquí, los jóvenes viven con sus padres y abuelos, incluso con sus madrastras y padrastros. A nadie se le pasaría por la cabeza abandonar a una persona vieja.
Entre ser pobre en Marruecos y ser pobre en EUA no hay menor duda que es mucho mejor lo primero. El pobre siempre ha tenido un estatuto muy definido dentro del islam: la sociedad se ha hecho cargo de él, se le respeta y la gente es muy caritativa. En EUA, la gente que está tirada en la calle no puede esperar nada de nadie. Hay una indiferencia total”.
Para la cultura y sociedad occidental, esto tiene una connotación negativa porque lleva a suponer que la infancia es cosa subalterna e incapaz, y la madurez es cosa digna. En la vejez
El rostro ya no tiene más residencia. Sólo en la vejez conocí el brío De vivir poco a poco. Partimos cuando nacemos, Andamos mientras vivimos Y llegamos Y el tiempo que fenecemos Así que cuando morimos Descansamos. (Carpinejar)
Cuando las personas no tenían tareas para realizar, siempre se sentían felices pasando horas sentadas conversando en paz consigo mismas y con el mundo. ¿Por qué hoy tenemos que mantenernos siempre ocupados o entretenidos? Inclusive así, nos sentimos muchas veces anestesiados, desasosegados, aprehensivos e irritados. El miedo de nuestra soledad sólo puede ser vencido después de un cuerpo a cuerpo con la desnudez total del alma. “Hacer horas”, decimos cuando no tenemos nada que hacer. Pausa de espera o vacío no previsto, para eso hay lugares idóneos, que lo digan los que frecuentan los bares, por ejemplo, aunque allí el tiempo muerto acabe muchas veces en tiempo vivo e inclusive puede dejar de ser espera. Lo bonito en esas horas es ver el tamaño de la amistad y la reserva de humor que uno tiene. Para muchos, los bares son realmente como navegaciones muy personales. Nadie está libre de tropezar con algún poeta o hacer posible una nueva amistad. ¿Por qué no?
Hay bellezas en todas partes, pero hay más belleza en los lugares donde experimentamos esa
sensación de alivio que consiste en no tener que retrasar los propios sueños a un futuro incierto que se distancia inexorablemente. Creo también que es preferible y mucho más enaltecedora una soledad repleta de recuerdos de que una promiscuidad física opaca e insignificante, oyendo palabras vacías, inútiles. Pienso que este ruido del alma nos hace bien y nuestro corazón se reflejará en nuestro rostro y en nuestros ojos habrá una fiesta para exponer nuestra locura, la desnuda, para compartirla con todos. Tal vez estemos todos haciéndonos esto todo el tiempo. Tal vez algunos se revienten, sean sofocados, exploten. Sea esa condenación o nuestra busca de santidad y el corazón crecerá de todos lados. Bruna Lombardi en su bello libro “Diario do Grande Sertão”, dice: “No cultivar la expectativa del miedo o del cansancio. Si usted escala una montaña enorme, no puede quedarse mirando para arriba, para lo que aún falta por subir, ni mirar para abajo que puede dar vértigo. Uno se concentra dónde está en el momento del próximo paso. La vida es aquí y ahora, para abajo no miro, para arriba no puedo ver. Disfruto el placer del trayecto. Hacer e ir haciendo” Vivir felices, todos nosotros lo queremos, sin embargo, descubrir lo que hace la vida realmente ser feliz, pocos lo buscan como debería ser o si lo buscamos, muchas veces nos encontramos perdidos frente a esta avalancha de “píldoras de la felicidad” que esta sociedad de consumo ofrece e impone. Hay un proverbio chino que dice: “Si usted quiere ser feliz por una hora, coma bastante. Si usted quiere ser feliz por un día, beba bastante. Si usted quiere ser feliz por un mes, cásese. Pero si usted quiere ser feliz para siempre, Plante.” Recuerdo también a Alfonso de Aragón, sabio español que para amenizar la “vejez” tenía la costumbre de decir; “La vejez es admirable en cuatro cosas: en la leña que se ha de quemar, en el vino que se ha de beber, en los amigos que merecen confianza y en los libros que tenemos que leer...
” He aquí un bello poema de Adelia Prado en lo que dice respecto a “hacer horas”: En las plazas Los viejos aparecen como gatos Cuando hay sol. ¿Quién adivina su biografía? Viudos y jubilados
Forman grupos en bancos Donde antiguamente se sentaban los Enamorados. Conversan, Llenos de certezas y mohos y Prudencia que los años les enseñaron. En los juegos de cartas Forman archipiélagos de conspiración de naipes, Ajenos a la alegría que anda a su alrededor, Matando el tiempo que les queda. Consumidos por la flema y cautelas Entregados están a una Estancada obstinación. La edad no les dará más Triunfo en su vida Con sensatez y resignación, El horizonte es breve. Entregados a una Confabulación marginal En el tope del mundo Que ya no les pertenece y Rumiando la inmensa soledad Y esperar la llegada de la gran sombra.
Los griegos llamaban la muerte de hermana del sueño e hija de la noche. Ella es una mujer de la familia. Comemos con ella. De ahí a juzgarla simple, compartible incluso amable. Concuerdo que es gracioso pensar que lo que hay de más interesante en la vida de un ser humano es la muerte, y, en una obra, su interrupción. El sufrimiento y la muerte tienen la cruel verdad de restaurarnos a nosotros mismos. Porque, como dice L. Wittgenstein, “la muerte no es ningún acontecimiento de la vida. La muerte no se vive”. Sabemos que se debe morir, ¿por qué escogemos caminos tan desagradables para llegar a la muerte?
Recuerdo aquí un pasaje de la vida de Alexandre Dumas, escritor francés. Decía que no tenía miedo de la muerte. “Ella me será suave”, decía, “porque yo le contaré una historia”. Mientras más civilizados somos, más rechazamos la muerte. Para el hombre del campo y para los antiguos habitantes de la tierra, la vida y la muerte estaban situadas en el mismo plano. El hombre de la ciudad, al contrario, deja de lado la muerte, la esquiva y aún más: ahora la muerte es administrada por la medicina que es su burocratización. La muerte fue substituida por la muerte clínica, solitaria, vergonzosa y absurda. El hombre moderno nace en el hospital, es atendido en el hospital, cuando está enfermo es examinado en el hospital para comprobar si está con salud y es devuelto al hospital la mayoría de las veces para morir.
Rilke, sintiendo la muerte aproximarse, pidió a su enfermera “Niké” (Wonderly Volkar) que le ayudase a tener una muerte adecuada: “No quiero la muerte de los médicos -quiero mi libertad. Ayúdame a morirme de mi muerte”. Señor, da a cada cual la muerte que le es propia El morir que da aquella vida nace En el que tuvo amor, sentido y pena.
La muerte hoy no es más un desenlace natural, pero es la falencia de la técnica. Nuestro encuentro con la muerte tiene mucho a ver con la forma como fue nuestra vida. Y de acuerdo con José Martí, “la muerte no es verdad cuando se ha hecho bien la obra de la vida”. Por esto que el dicho hombre civilizado, principalmente el occidental, al sentirse mal, busca luego al médico, al farmacéutico. La verdad es que, se trata del terror al dolor al sufrimiento. El sufrimiento nos enseña mucho porque el dolor fertiliza. Solamente con el dolor y el sufrimiento nos aproximamos a la verdad de nuestros semejantes y sólo entonces nuestra vida será digna y bella. En el viaje adentro nunca se pierde el camino.
Es natural temer la muerte. Y en esta sociedad capitalista tecnocratita que eliminó completamente el sentimiento de lo sagrado, de la solidaridad, el temor es aún mayor. La vejez inspira aprehensión no sólo porque representa el inicio de la muerte, más porque las condiciones de la mayoría de las personas mayores hoy se han deteriorado muchísimo por causa de este sistema perverso. No obstante, esta sociedad altamente tecnificada, que siempre dice que el desarrollo tecnológico va a dar respuestas a todas las necesidades del ser humano, lo que vemos cada vez más es más miseria moral y social.
La actual civilización tecnológica global se vuelve cada vez más hostil a todas las formas de vida, excepto tal vez a los más resistentes ratones de alcantarilla y de muelle, otros parásitos variados y aquellos pocos prodigios bacterianos que pueden sobrevivir incluso en basura altamente radioactiva. La tecnología actual intensificó tanto la velocidad y la magnitud de los retornos de la consecuencia, que la tierra podrá realmente ser inhabitable si los procesos que la historia humana ha dominado no cambia ahora. Y mucho antes que el planeta se vuelva inhabitable, quedaría sumergido en una insatisfacción tan penetrante que el desasosiego social alcanzaría proporciones descomunales.
Recuerdo lo que dice el gran jefe Seatle (era sabio, bondadoso y tenía espíritu) en un discurso para los blancos -sobre la tierra y el respeto que ella merecía: “Vosotros debéis enseñar a los vuestros que la tierra, bajo sus pies, es hecha de cenizas de nuestros abuelos. Para que ellos la respeten, decid a vuestros hijos que la tierra es rica de vida de nuestro pueblo. Enseñad a vuestros hijos lo que nosotros le enseñamos a los nuestros: que la tierra es nuestra madre. Todo lo que le sucede a la tierra les sucede a los hijos de la tierra. Cuando los hombres hacen escaras en la tierra es sobre si propios que hacen escaras”. Frente a esta realidad tan atroz que vivimos hoy, podemos concluir diciendo que todo lo que esta sociedad súper tecnificada produjo irá a tragarnos. Ustedes de la civilización morirán sofocados por la basura que producen, como concluyó el indio Seatle.
En la relación muerte y naturaleza, cito dos ejemplos de muertes bellísimas y serenas: Guy de Maupassant quería que lo pusieran en contacto directo con la tierra, con los árboles y con los perros. Deseaba que después de la muerte su cuerpo fuese a reunirse con la madre Tierra, para que, como había escrito hace poco frente a los despojos de Víctor Hugo, “las raíces de las plantas y de los árboles viniesen a buscarlo, pegándolo, transformándolo hasta la superficie y poniéndolo nuevamente en contacto con el Sol y con la brisa”. Lo mismo quiso José Lutzenberger, ecologista que luchó mucho para que el ser humano respetase la naturaleza.
El hombre primitivo sintió haber cumplido su tarea, estando preparado para aceptar la vejez y la muerte: envejecer bien como los elefantes que no se quejan del peso de los años, ni de las arrugas que tienen, y cuando perciben la hora de la muerte, caminan pausadamente para cierto lugar- “el cementerio de los elefantes”- y ahí mueren completamente con grandeza existencial, sólo a los grandes permitida.
Clarice Lispector toca justamente en esta grandeza existencial al decir: “¿Conseguiré captar el regocijo infinitamente dulce de morir? Ah, como me inquieta no conseguir vivir lo mejor, y así poder en fin morir mejor. Como me inquieta que alguien pueda no comprender que moriré en una ida para una tonta felicidad de primavera perfumada de amor. Muerta y exhalando el alma viva.”
No comprendemos la muerte, sólo debemos aprender a aceptarla. La historia de Edipo y la Esfinge tiene algo a decir al respecto. Ella había provocado una peste en la tierra y la única manera de erradicarla era resolver el enigma propuesto por ella: “¿Qué es lo que anda con cuatro piernas, después con dos y enseguida con tres?” Respuesta: “El hombre”. El niño gatea con cuatro piernas, el adulto anda con dos y cuando viejo usa un bastón. El enigma de la Esfinge es la imagen de la propia vida a través del tiempo: infancia, madurez, vejez, muerte. Cuando enfrentamos y aceptamos el enigma de la Esfinge sin miedo, la muerte no interfiere más en nosotros y la maldición de la Esfinge cesa. El dominio sobre el miedo a la muerte es la recuperación de la alegría de vivir. Sólo llegamos a experimentar una afirmación incondicional de la vida después de que aceptemos la muerte no como algo contrario a la vida, y sí como un aspecto de la vida. Con esta visión estaremos buscando una experiencia de estar vivos, de modo que nuestras experiencias de vida en el plano puramente físico tengan resonancia en el interior de nuestro ser y de nuestra realidad más íntima, pues solamente así podemos sentir el encanto de estar vivos y poder continuar solidario con los otros.
Hay un proverbio chino que dice: “La muerte del cuerpo es menos dolorosa que la muerte del corazón”. Hay también un texto muy importante en la filosofía: “Diálogo de Meneceo e Epicuro”. Meneceo dice a Epicuro: _Así es, en efecto maestro, puesto que, según lo que expones, no procede temer la muerte desde que se la exhibe como el no tener sensaciones. Si vivir es precisamente tener sensaciones, si vivir es sentir, no hay razón para temer lo que no se ha de sentir. La muerte, por así decirlo, no se topa con nosotros, o para expresarlo con palabras, para nosotros no es.
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