La crueldad es una actitud que involucra la falta de piedad, es decir, el disfrute o la indiferencia ante el dolor y el sufrimiento de los demás. Es generalmente considerada como una actitud “inhumana”, esto es, más cercana al actuar de los animales, ya que estos últimos carecen de códigos morales.
La crueldad (lat. crudelitas, de la familia de cruentus, “sangriento”, de donde cruor, “sangre”, y por extensión, “crudo”) se concibe como la pasión por la cual un sujeto es capaz o bien de infligir daño a otro por placer o bien de presenciar el sufrimiento ajeno sin sentirse conmovido o concernido y hacerlo, además, en ambos casos, con complacencia. La crueldad no es por tanto únicamente la pasión del goce ante el dolor del otro, sino también de la indiferencia e insensibilidad ante él. Si no hay crueldad sin conciencia, como apuntaba Artaud, en la más pura de sus formas, el cruel actúa de forma voluntaria y, en principio, sin culpa y sin remordimiento.

La crueldad se nutre del poder de dominio y sometimiento sobre el otro, cuya fragilidad queda a merced de quien empuñe el arma. El otro se convierte en el lugar de goce, en el espacio en el que el sujeto prueba sus fuerzas no porque cosifique a su víctima, sino porque, considerándolo inicialmente como un semejante, como un límite que no debe ser rebasado, procede a una degradación del mismo al ejercer su potencia
sobre él y cruzar el límite porque puede hacerlo.
Este vocablo que engloba prácticas aberrantes impulsadas por el hombre también permite sintetizar en una sola palabra actitudes desalmadas que provocan el sufrimiento de los ancianos, quienes por
la crueldad de otros muchas veces se ven expuestos a maltratos físicos y psicológicos, ya que lamentablemente hay personas que no dudan en provocarles daños amparados en la tranquilidad que les da saber que son seres indefensos.
Justamente suelen ser los seres con menos posibilidades de defenderse quienes reciben a diario actos de crueldad, que van desde ataques aparentemente inocentes hasta heridas de una profundidad imborrable. Los animales no humanos encabezan la lista de víctimas en manos de nuestra especie, ya que son utilizados como objetos para satisfacer todo tipo de necesidades y caprichos, especialmente esto último. Si somos capaces de herir a nuestros semejantes, de maltratar a los niños física y psicológicamente, de abusarnos de los ancianos que han perdido sus facultades, de insultar y humillar a las personas con diferente color de piel, ¿cómo no vamos usar la crueldad como base de nuestra comunicación con el resto de los seres vivos? Sin embargo, la solución es tan simple como abrir los ojos, mirar a nuestro alrededor, hacernos conscientes de nuestras acciones, y cambiar. Dejar el maltrato para siempre.
Para la psiquiatría, la crueldad es un disturbio psicológico que consiste en la obtención del placer a partir del sufrimiento de otros o en la indiferencia hacia el dolor ajeno. La crueldad también se asocia al sadismo, que es la excitación a partir de causar dolor a otro sujeto.
La crueldad nos desencaja, nos descoloca e, incluso, nos enfurece, pero sobre todo nos hace sentir frágiles y vulnerables. Tratamos por ello de buscar razones que nos permitan rehacernos y comprender. Se dice entonces que cruel es aquel que, como dijera Aristóteles, o bien es una bestia o un animal o bien padece algún tipo de patología, como la locura (Ética a Nicómaco). En ambos casos se expulsa la crueldad del horizonte de la normalidad porque o surge de lo que no es humano (lo inhumano) o de algún tipo de trastorno (lo enfermo).
Pero este tipo de razonamientos más que explicar, justifican. Sería también fácil entender la crueldad como un efecto secundario del sufrimiento que nos provoca la propia vida acorde con una naturaleza violenta (Schopenhauer)

o integrarla en un discurso en el que el exceso no tiene más lugar que el que le otorgue la excepción, pero acaso ¿no es hombre cabal aquel que en muchas ocasiones es cruel? Una respuesta afirmativa a esta pregunta nos abre un horizonte de lo humano mucho más inquietante y problemático del que quisiéramos reconocer, pero apuntaría directamente al núcleo de la responsabilidad (racional) de la acción. El corazón humano alberga pues la potencialidad de la crueldad. Quizá por eso Aristóteles no menciona contrario para ella y Hannah Arendt encuentra en la que sería su opuesto, la piedad, un potencial de crueldad superior al de la propia crueldad (Sobre la revolución). Como un modo de ser del hombre, no son necesarias la enfermedad, la inhumanidad o la compensación para explicar los mecanismos de una pasión humana demasiado humana. Por eso hay crueldad contra el otro, pero también, como supo ver Nietzsche, contra uno mismo cuando la moral predominante se vertebra en principios que con su lógica caen también en el ámbito de la crueldad.
La crueldad, es una palabra que abarca en el lenguaje cotidiano, cierto repertorio de conductas tipificadas como perversas o aberrantes por su naturaleza violenta y destructiva. Dicha noción podría permitir introducirnos a la pregunta sobre por qué nos comportamos como lo hacemos, desde una forma específica y límite de comportamiento.
La psicología en tanto que busca abordar dicha pregunta, encuentra en la noción de crueldad un fenómeno radical para la inteligibilidad de lo humano. El propósito general de esta investigación (3), es argumentar que la crueldad es un fenómeno doblemente humano, en su configuración y expresión. Lo anterior implica indagar por la naturaleza biológica, psicológica y conceptual de la crueldad; en tanto forma de comportamiento agresivo que en su acontecer pasa por la humillación, la tortura y en última instancia, por la destrucción del otro o el sí mismo.
El incentivo de crueldad prevalece en los escenarios dominados por mentalidades fijas que bloquean su propio crecimiento.

La generalización de las conductas destructivas nos obliga a preguntarnos por la posibilidad de un fundamento innato, instintivo o heredado que las explique. Pero nos encontramos inmediatamente, con que dichas conductas se expresan de forma distinta y en variados grados o niveles, dentro de cada cultura u organización social. Lo anterior amplia la pregunta y la dirige, hacia las condiciones sociales que permiten, configuran o tipifican el comportamiento destructor. La crueldad, es una palabra que abarca en el lenguaje cotidiano, cierto repertorio de conductas tipificadas como perversas o aberrantes por su naturaleza violenta y destructiva. Dicha noción podría permitir introducirnos a la pregunta sobre por qué nos comportamos como lo hacemos, desde una forma específica y límite de comportamiento. La psicología en tanto que busca abordar dicha pregunta, encuentra en la noción de crueldad un fenómeno radical para la inteligibilidad de lo humano.
El propósito general de esta investigación3, es argumentar que la crueldad es un fenómeno doblemente humano, en su configuración y expresión. Lo anterior implica indagar por la naturaleza biológica, psicológica y conceptual de la crueldad; en tanto forma de comportamiento agresivo que en su acontecer pasa por la humillación, la tortura y en última instancia, por la destrucción del otro o el sí mismo.
En conclusión, la crueldad estaría por fuera de las principales categorías de la agresividad animal, desplazando y posiblemente contradiciendo o perjudicando las finalidades adaptativas. Es decir, que sobrepasaría los límites del objeto y la finalidad biológica. Por lo tanto, no habría un fundamento innato para la crueldad, más allá de la disposición biológica para la agresividad adaptativa. Esto excluiría del repertorio conductual animal, las conductas en cuestión. La naturaleza de la tensión bajo la cual se programarían las respuestas corporales agresivas, en el caso de la crueldad, sería de carácter psíquico, pero indudablemente alimentada por energías instintivas. De esta manera la cultura domina la peligrosa inclinación agresiva del individuo; debilitando, desarmando y haciéndolo vigilar por una instancia interior. El sentimiento de culpa, que no se percibe como tal, sino que permanece inconsciente o se expresa como un malestar; se da por igual ante el acto o la intención de hacer algo que se considera malo. Presupone el reconocimiento de la maldad como algo condenable. Dicha capacidad de reconocimiento no es innata, sino históricamente adquirida. Freud (1930), rechaza la existencia de una facultad original-natural, de discernir el bien y el mal.
Finalmente podemos sustentar, que la crueldad es un fenómeno doblemente humano, en el sentido en que: por un lado; la agresión placentera si bien tiene un sustrato innato instintivo-pulsional, no se observa dentro de las lógicas agresivas de otras especies. Nuestra agresividad está atravesada por los símbolos, significados y finalidades propias de cada contexto sociopolítico y cultural. Por otro lado, la crueldad es un juego del lenguaje, un concepto inventado por el ser humano con el fin de expiar como ya sabemos, ciertos comportamientos de su autodefinición, pero especialmente; para negar lo humano en la idea de experimentar placer en la agresión, humillación o destrucción del otro
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