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ENTRE EL RECUERDO Y EL OLVIDO N° 1

 UN ESTUDIO FILOSÓFICO-LITERARIO DE LA MEMORIA 

JOSÉ EMILIO PACHECO

La memoria es uno de los temas recurrentes en la poesía de José Emilio Pacheco. Está integrada por el recuerdo y el olvido. El primero es situado en el plano de lo objetivo pero incompleto, a causa de la labor de eliminación ejercida por el olvido. Éste puede utilizarse de dos formas: a) como mera negación de información mental, en consecuencia, de negación de identidad personal y colectiva, esto es, de negación del ser humano, lo cual genera una relación de tensión entre el recuerdo y el olvido y b) como aprovechamiento de la ausencia de información mental para enriquecer el recuerdo a través de la imaginación, mediante una relación de complementariedad entre el recuerdo y el olvido, que lleve a una recreación de lo vivido de forma estética. 
Norman Donald establece que recordar es “haber realizado adecuadamente tres cosas: la adquisición, la retención y la recuperación de la información. Cuando no se recuerda hay un fallo en la asimilación de alguna de ellas” En esta propuesta memorar o recordar se muestra como el proceso de adquirir y guardar información de modo más o menos sistematizado. Al realizar esta operación siempre nos encontramos con vacíos mentales que implican la eliminación de una parte de esa información, que implica una inadecuada retención o adquisición de ésta. Tales vacíos son constitutivos del olvido y sitúan a éste como el gran oponente del recuerdo justo por realizar operaciones contrarias entre sí. El recuerdo se sitúa en el terreno de la viviencia retomada del pasado hacia el presente, con el fin de forjar identidad personal y colectiva, es decir, de dejar testimonio de la historia humana de manera lo más objetiva posible, por lo que busca recurrir a la narración concreta y cronometrada de hechos reales, esto es al terreno de la objetividad del ser; en tanto el olvido se ubica en el terreno del no ser, el de los hechos nulificados en la mente. Ésta es la visión tradicional de uno y otro concepto

Varios estudiosos se han centrado cada aspecto de este tema. Marc Augé, por ejemplo, ha hecho incapié en el inadecuado hábito social de seleccionar poco y mal lo que se quiere recordar y con ello dar una gran cabida al reino del olvido. El autor nos dice: “dime qué olvidas y te diré quién eres” y “una mala memoria es algo que se cuida, se cultiva” en el sentido de que el hombre no recuerda lo suficiente porque no se lo propone con seriedad y sugiere hacer una selección de lo recordado: Recordar u olvidar es hacer una labor de jardinero, seleccionar, podar. Los recuerdos son como las plantas: hay algunos que deben eliminarse rápidamente para ayudar al resto a desarrollarse, a transformarse, a florecer. Para este autor, todo recuerdo puede ser conformado como un relato con “orden y claridad”, mediante un trabajo secuencial y constante de ejercicio mental de discriminación de lo que se recuerda para afrontar la sobresaturación de información mental que conduce a la dispersión y por tanto a una débil selección y procesamiento de recuerdos. De esto dependerá para él un fidedigno manejo del recuerdo sustancial. En relación con esto, otros autores no se centran básicamente en recordar lo más fiel posible, sino en analizar qué se puede hacer con el olvido para dejar de concebirlo sólo como el lugar del no ser, sino como el de la recreación a partir de la asociación de información, al esfuerzo de recordar e imaginar empleando la analogía y, por tanto, la metáfora para construir un recuerdo ejemplar, tal es el caso de Todorov: 

El acontecimiento recuperado puede ser leído de manera literal o de manera ejemplar abro ese recuerdo a la analogía y a la generalización, construyo un exemplum y extraigo una lección. El pasado se convierte por tanto en principio de acción para el presente. En este caso las asociaciones que acuden a mi mente dependen de la semejanza y no de la contigüidad. Tales posturas facilitan la comprensión de la visión pachequiana de la memoria, ya que en la poesía de José Emilio Pacheco se aprecian ambas. El poeta concibe la memoria como la integración de recuerdo y olvido, en que estos elementos establecen dos tipos de relación: a) de tensión, la mayoría de las veces por la impotencia, la nulificación de identidad que genera el olvido, así como por la manipulación social de los recuerdos y b) de complementariedad, al aprovechar en sentido positivo las lagunas que genera el olvido mediante el uso creativo de la imaginación, ambos aspectos vinculados a la preocupación por la memoria personal (emotiva, sentimental, metafísica) y social (ética e histórica principalmente) que el poeta otorga a las vivencias colectivas en el papel. 
Estudiar la memoria vista como la integración del recuerdo y el olvido, mediante dos tipos de relación: una de tensión y otra de complementariedad, fundamentalmente en dos libros emblemáticos del tema: Irás y no volverás y La arena errante. 
1. Símbolos recurrentes del olvido De acuerdo con esto, realizaremos un breve seguimiento del no ser del olvido encarnado en cuatro símbolos recurrentes en la poesía de José Emilio Pacheco.
1.1. El nunca más Uno de los símbolos del olvido es la frase del “nunca más”, lugar de la muerte simbólica y desoladora propuesto por Edgar Allan Poe. Lugar de la negación del ser humano y de sus obras. Una y otra vez en Irás y no volverás, como en La arena errante, resuenan textos que nos remiten a que “Contra el recuerdo no hay liberación/ Se borra en parte/ y es archivado junto a sus iguales/ Cuando menos se piensa/ ya está afuera/ con ganas de morder/ Ha echado espinas/ y encaja los colmillos insaciables/ del nunca más”  
En este poema el olvido toma la forma del “nunca más”. De modo semejante ocurre en “Contraelegía”: “Mi único tema es lo que ya no está/ Y mi obsesión se llama lo perdido/ Mi punzante estribillo es nunca más”, cuyo subrayado del autor remite inmediatamente al recurso lírico del never more, del famoso poema “El cuervo”, cuyo ambiente oscuro deja ver el pasado reciente como una 
sombra, con una sensación de abandono y de soledad. Esa misma intención se aprecia en los poemas de Pacheco, aunque sin una visión literal lúgubre, pero sí interna. El nunca más aparece también en “Stanley Park (Vancouver)”, donde unos paseantes miran árboles concebidos como “Monumentos/ que erige el tiempo a la eternidad vulnerable” Se trata de imágenes destinadas a borrarse de la memoria: “Nosotros no volveremos nunca a contemplarlos” Y es que cualquier hecho como éste de observar árboles en un parque, no se experimenta igual dos veces por dos razones: la primera se relaciona con la vivencia tangible en sí. Aunque se caminara por el mismo parque en diez ocasiones para admirar los mismos árboles, cada experiencia tendría algo distintivo.  
Aquí Pacheco sigue, como es su estilo, la enseñanza heracliteana de vivir el tiempo como cambio y permanecía, de no transitar dos veces en las aguas del mismo río. La segunda razón tiene que ver con el acto de invocar una vivencia en la memoria. Cada vez que recordamos algo, el recuerdo se altera por la pérdida de información que acumula, es decir, por el olvido. 
Cualquier vacío de contenido refiere una pérdida de identidad, que hace al hombre formularse qué es la humanidad, el sentido de existir en el mundo, de experimentarlo. Por lo que hay, de entrada, 
cierta impresión de distanciamiento de éste, de sí mismo, de los otros. Si nunca somos los mismos; si siempre mudamos en cada cosa que sentimos, pensamos, hacemos y recordamos, entonces siempre somos otros. Los asideros para identificarnos con nosotros mismos y con nuestras circunstancias sociales siempre son transitorios. No hay algo firme. Todo lo sólido se desvanece en el aire. Todo es endeble, sobre todo nuestro gran tesoro: los recuerdos. En consecuencia, el mundo siempre tiene algo de fantasmal, de velado, de ajeno, de un constante estado en ruinas (todo parece remoto), dudoso, irreal y absurdo. Por lo tanto, siempre hay algo de vacío existencial, cuya mejor forma de subsanar es la recurrencia a la imaginación, a la ficción. 
1.2 El mar El mar constituye otro símbolo del olvido en varios poemas de José Emilio Pacheco. Su circulación de olas refiere una circulación de recuerdos, en que el cese de su movimiento implica el olvido. Así, en “Veracruz” se nos dice: “Desde su orilla me está mirando el mar/ Cuentas claras/ rinden las olas que al nacer agonizan” Mientras que en “Nuevamente”: “Mansa presencia de la muerte/ el oleaje que se pone a tus pies/.../ Todo en el mar es muerte” El autor ha escogido el vasto mar para simbolizar el olvido por el carácter huidizo del agua. Así se aprecia en “Raya en la arena”: “Todas nuestras historias se han perdido como nuestros lugares. Imposible retener nada. Es como si se escribiera en el agua... raya en la arena cuando se acerca el mar empeñado en borrarla” En relación con el mar como metáfora de la memoria, Marc Augé plantea que en el continuo trabajo memorístico: lo que queda es el producto de una erosión provocada por el olvido. Los recuerdos son moldeados por el olvido como el mar moldea los contornos de la orilla. El océano durante milenios ha proseguido ciegamente su labor de zapa y de remodelado [así la memoria, en que] El olvido, en suma, es la fuerza viva de la memoria y el recuerdo es el producto de ésta. 
De acuerdo con lo anterior, en el poema “Proceso”, José Emilio Pacheco nos dice: “Si en un principio fui/ ya estoy dejando de ser,/ me alejo de este lugar, disminuyo... Prosigo en línea recta,/ no hacia el naufragio (todavía no, falta poco),/ sino hacia el hondo Mar de los Sargazos/ que no permite el retorno” Asimismo, en el poema “En el fondo”, el olvido está simbolizado en lo profundo del mar al recrear la hundición del Nautilus, en que se hallaba “En sus entrañas/ un sótano al que anega otro pasado y es submarino y subterráneo” es decir, el olvido; cuyo lugar representativo suele ser, justamente, lo sórdido, lo oscuro, lo callado, lo recóndito. Entonces, es el olvido el lugar del no ser. En ese sentido, en “Marea baja” se nos dice sobre la memoria que “Su resplandor se vuelve opacidad/ El pasado es un acuario/ una prisión de fantasmas” en tanto la capacidad para recordar es débil, difusa. Veamos ahora “Marea baja”: “Como los peces muertos que la marea abandona/ el reflujo/ de la memoria saca a la podredumbre/ lugares rostros fechas voces aromas” Aquí la expulsión de elementos de que se habla a manera de vómito y el sustantivo podredumbre hacen pensar en una resaca, en un trabajo memorístico un tanto absurdo, en que se recuerda y olvida de un modo indiscriminado. Verdaderamente no sabemos cómo y qué recordar u olvidar. No hay una selección consciente y secuencial de lo que recordamos, sino un vaciado a veces inexplicable, a veces inesperado, agolpado de vivencias; una marejada, toda fragmentada, de lo que hemos sido, la cual nos hace ver lo vivido como algo difuso. Así se aprecia también en “Niebla”: “Del mar viene la niebla/ Es su fantasma/ Envuelve todo en irrealidad/.../ Y al disiparse/ nos disolvemos con ella” 
Una vez más el mar representa a la memoria, en la cual se halla el olvido designado como “niebla” y “fantasma”, que hace de la vida algo irreal. Con lo que nos sugiere que vivimos de supuestos, de creencias, hasta “disolvernos” con esa irrealidad en la muerte. También en “The dream is over” se dice, a partir de experiencias compartidas por una pareja: “(Todo ante mí se vuelve alegoría)”  “Ahora esa noche se hunde para siempre/ en aquel lago turbio de irrealidad” De nuevo notamos la imagen del fluir incomprensible del agua, surreal, que nos recuerda la gran dualidad del mar, al ser un “Símbolo de la inagotable potencia vital, pero también de los abismos que todo lo tragan... doble aspecto de la gran madre que da y quita, premia y castiga” (Becker), es decir de ambos componentes fundamentales de la memoria: el recuerdo y el olvido en su sentido tradicional de ganar y perder información respectivamente.
1.3 La sucesión del tiempo Pacheco se interesa por el recuerdo que habita el presente fugaz, el heracliteano del cambio y permanencia, concentrado de manera magnífica en el poema “Sucesión”, de tan sólo dos versos: “Aunque renazca el sol/ los días no vuelven” He aquí una paradoja, pues nuestra capacidad para recordar, al ser fisiológica, está siempre sujeta a la muerte. En cada intento por durar mucho, el recuerdo se topa con el presente de “El segundero”: “Digo instante/ y en la primera sílaba el instante/ se hunde en el no volver” Otro ejemplo lo constituye “Hoy mismo”, uno de los poemas más emblemáticos de Irás y no volverás, el cual nos dice lo siguiente: “Mira las cosas que se van/ Recuérdalas porque no volverás/ a verlas nunca” Hay aquí el consejo de hacer el esfuerzo por recordar, esto es, por retener en la mente vivencias personales al poner suficiente atención en ellas, partiendo de lo que nos proporcionan los sentidos; aunque hay también la convicción de que todo recuerdo es pasajero y que tarde o temprano deviene en olvido; de que estamos más hechos del olvido que del recuerdo; más conformados de muerte que de vida. Otro ejemplo de esto lo representa una versión de “Tres nocturnos de la selva en la ciudad”, que propone el paso del tiempo como un conjunto de vivencias que no vuelven de ningún modo: “El día de hoy se me ha vuelto ayer./ Se fue entre los muchos/ días de la eternidad –si existiera./ El día irrepetible ha muerto/ como arena errante” otra habla del paso del día a la noche, visto el primero como la nitidez humana, el orden, por tanto relacionado con el lado positivo de la memoria; mientras que la noche remite a lo contrario: “Hace un momento estaba y ya se fue el sol,/ doliente por la historia que hoy acabó/.../ Ahora la noche abre las alas. Parece un lago/ la inundación, la incontenible marca de tinta/ Mundo al revés cuando todo está de cabeza/ la sombra vuela como pez en el agua” Ese lago, esa mancha de tinta, tiene como primer sentido la negra e inmensa noche, pero al mismo tiempo representa a la mente en su lado confuso, un tanto alterado, surreal o ficticio por pertenecer a los terrenos de la negación o dispersión de información y con esto al olvido. Algo semejante ocurre en siglo: “En el silencio de la noche se oye/ el discurso del polvo como un murmullo incesante/ Pues todo lo que abarca la mirada está por deshacerse” en que el polvo, como el lago, es la marca corrosiva de la desintegración identitaria: la muerte del recuerdo por la incapacidad de prolongarlo en la mente y de manera social por largos periodos. 
Lo anterior tiene que ver, por un lado, con el proceso fisiológico humano de decadencia, pero también con una debilidad cultural, por tanto, intelectual, social y hasta emocional de muchos hombres y mujeres por evaluar su vida a través de la examinación de su pasado y presente, es decir, de la observación minuciosa de su vida. Pareciera que ésta (el conjunto de recuerdos) cada vez más se traga como un fenómeno del neoliberalismo. Pocas cosas de la vida se mastican. Mucha gente experimenta de manera instantánea; conserva lo menos posible lo que vive. No conserva los recuerdos. Más bien los asume como algo desechable, con lo cual el presente es desechable, el porvenir incierto y el pasado oscuro. Así el hombre vive en el terreno oscuro por nulificador del olvido, como se muestra en “Epitafio”: “La vida se me fue en un abrir y cerrar de ojos. / Morí antes de darme cuenta” y “Porvenir”: “Cuando esperaba el día se hizo de noche/ Y nunca aprendí/ a caminar en tinieblas” 
De manera semejante, en “Hondo segundo” el poeta expresa: “Opacas las imágenes de ayer./ Los días se confunden en uno solo extensísimo” Esto nos lleva a la relatividad del tiempo interior, a la duda sobre qué se vivió, cuánto duró una experiencia de acuerdo con su intensidad, según la labor de retención de mosaicos de imágenes sensoriales y de la ilación de acciones, para llegar a la conclusión de que la gran mayoría de nuestras vivencias en relación con la memoria son en general limitadas, tanto en el tiempo cronológico o social del recuerdo, en la invención de la imaginación y en el misterio de vivenciar el tiempo como un ser ajeno al hombre, pero determinante del manejo de la memoria. En torno a este tiempo el poeta nos dice: “El tiempo no es de nadie: somos suyos/ Somos del tiempo que nos da un segundo/ en donde cabe nuestra extensa vida”
El poeta expresa en sus versos la existencia impotente del hombre frente a la tensión entre el recuerdo y el olvido, su andanza a ciegas, a la deriva en torno al olvido al detectar la fragilidad del primero registrado de manera fidedigna en un lapso determinado. Esto lleva al autor a considerar el recuerdo como algo dudoso por la desconfianza de lo vivido. Cuando se duda del realismo de lo
 acontecido es porque el recuerdo está parcialmente vivo. El gran conflicto del poeta, su gran desolación, radica en asimilar que tarde o temprano todo recuerdo será totalmente olvidado, totalmente muerto; pues todo pasa de ser existencia fragmentaria a absoluta nulidad. Todo en el mar es muerte. Por eso, al referirse a su antología, el escritor nos dice: “Ignoro si este libro llega tarde o temprano. Sé que tarde o temprano no quedará de él ni una línea” Ésa es la problemática presentada respecto a la memoria: asirse a la identidad que generan los recuerdos complementados con la imaginación como un medio para resistir los vacíos mentales del olvido, con el fin de generar un sentido o trascendencia al acontecer del tiempo objetivo, a pesar de lo terrenal y efímero de nuestro mundo humano. Es jugar con la tensión entre el recuerdo y el olvido; es la lucha por hallar un hombre en busca constante de su identidad a partir del ejercicio del recuerdo al margen de las circunstancias; lo cual se logra en gran medida mediante el uso de la imaginación, sitio de un tiempo mental o interior relativo o subjetivo en tanto creativo y ajeno a los cánones de comprobación de hechos. Tiempo que surge, como hemos mencionado, a partir de la incertidumbre respecto a lo vivido con los consecuentes cuestionamientos: “Música/ y de repente es la misma canción/ la que sonaba en tardes como aquellas/ ¿Han vuelto o todo es diferente?”. 
La memoria está hecha de “Enigmas”, como lo propone este poema: “Como el pasado ya pasó/ no sabes/ qué es en realidad/ lo que ha pasado” Al desconocer parcialmente la verdad de lo vivido respecto al cómo, cuándo, dónde, con quién, etc., el poeta nos dice resuelto, amargo y duro en “Memoria”: “No tomes muy en serio/ lo que te dice la memoria./ A lo mejor no hubo esa tarde./ Quizá todo fue autoengaño./ La gran pasión/ sólo existió en tu deseo./ Quien te dice que no te está contando ficciones/ para alargar la prórroga del fin/ y sugerir que todo esto tuvo algún sentido” Así, el deseo vuelto imaginación justifica lo vivido y olvidado en gran medida, tanto como lo anhelado pero no acontecido. Por ello concluimos que en la poesía de José Emilio Pacheco la imaginación es 
la gran terapeuta contra la labor corrosiva del olvido, las desagradables certezas del presente y las esperanzas utópicas respecto del futuro. 
2. La nostalgia por el paraíso perdido: la niñez y la juventud En la poesía de José Emilio Pacheco se da prioridad al sujeto sobre el objeto, a la capacidad de recreación (ficción) para palear la ausencia de identidad ocasionada por el olvido, “por la oquedad, por el vacío que somos”; por nuestra condición de muertos en esta cuenta regresiva del nacer para morir; de seres orgánicamente endebles a expensas de todo tipo de muerte: la física, la aniquilación social, cualquier género de destrucción humana. Esto es, la filosofía del no, del nunca, de la nada, que toma sus parámetros a partir de la presencia del otro y del medio ambiente cotidiano. Sobre esto nos dice Augé: 
Pensar la vida en pasado, en presente o en futuro es pensarla con el irrealizable deseo de recobrar, de detener o de inaugurar el tiempo. El viaje más trivial participa de esta ilusión por lo mismo que se propone a un tiempo como proyecto, paréntesis y recuerdo. 
En el caso de la poesía de José Emilio Pacheco es clara su intención de recobrar, es decir, de centrarse en el recuerdo, por tanto, en el pasado, aún con resultados desalentadores por la tristeza de la 







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