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EL PRINCIPIO DE RAZÓN SUFICIENTE. N° 1

 RUBÉN PEREDA

Hay una de larga tradición en la filosofía: el principio de razón suficiente (PRS), que mantiene que todo lo que existe tiene una razón que explica su existencia. El PRS funciona como un principio del entendimiento que impulsa al hombre a preguntarse por las razones que sostienen lo que le rodea: en este sentido, el defensor del PRS no acepta que haya hechos brutos, sin explicación alguna; además, en algunas interpretaciones también es un principio de la realidad, que permite que efectivamente exista lo que el hombre puede conocer [Wiggins 1996]. En este sentido, Wilbur Urban señaló claramente el vínculo entre ambos usos del PRS:
“la connexio rerum es el gran problema de la metafísica, la connexio idearum la cuestión última de la lógica en su sentido más amplio, y en modo alguno se han elucidado de modo más sutil las relaciones mutuas de ambos que en el estudio crítico del principio básico de la Razón Suficiente”. [Urban 1898]
La fecundidad de este principio a lo largo de la historia es enorme: basta señalar que se considera una pieza clave en muchos de los argumentos para la demostración de la existencia de Dios, así como en la explicación de la causalidad y, en última instancia, en la justificación de la validez del conocimiento científico. 
1. PRIMEROS USOS
El PRS no recibe su nombre hasta que lo acuñó Gottfried Wilhelm Leibniz (1646-1716). Sin embargo, es posible descubrir su uso prácticamente desde el origen de la filosofía: el primer en emplearlo, según Federigo Enriques 1930, sería el presocrático Anaximandro, en un argumento recogido por Aristóteles:
El argumento de Anaximandro incluye una premisa oculta relativa a la naturaleza del movimiento que puede formularse de la siguiente manera: “el desplazamiento se debe a una preferencia por un extremo”. Esta premisa es, en última instancia, la explicación del movimiento de los cuerpos naturales mediante el uso del PRS: ante un fenómeno evidente —hay cuerpos que se mueven— el científico trata de explicar el origen de dicho fenómeno —la preferencia por un extremo. Este principio del movimiento equivale a “sin preferencia por un extremo no hay desplazamiento”, que es tanto como decir que no hay desplazamiento sin razón: no hay un hecho bruto que sea un desplazamiento. Anaximandro, por tanto, razona a partir del PRS: no se puede aceptar un hecho bruto. Las conclusiones concretas que extrae en este caso —la inmovilidad de la tierra— corresponden a su cosmología, errónea por otros motivos.
Este modo de razonar gustó de cierto éxito en la filosofía griega, ya que tanto Parménides como Demócrito se sirvieron de él, e incluso puede encontrarse en el Fedón platónico:
“Pues bien, en primer lugar, me he convencido de que, si la tierra está en el centro del universo y es esférica, no necesita, para no caer, del aire ni de ninguna otra fuerza de esa índole, sino que para mantenerse le basta con la homogeneidad que el universo tiene en todos los sentidos, y con el equilibrio de la tierra misma. Un objeto que está en equilibrio, en efecto, y colocado en el centro de algo homogéneo, no podrá inclinarse más hacia un lado que hacia otro, y en tales condiciones permanece fijo”. [Platón Fedón]
El PRS, por tanto, tuvo su primer uso en el razonamiento científico: de hecho, se ha considerado que «se revela como el criterio de la construcción científica» [Enriques 1930]. El paso del plano científico al metafísico lo dio Parménides de Elea:
¿qué origen podrías buscar?, ¿cómo, de dónde podría haberse generado? “Del no-ser” no te permitiría decir ni pensar; pues “no ser” no se puede decir ni pensar. ¿Y qué necesidad lo habría impulsado a desarrollarse antes o después, si surgió de la nada, para alcanzar ser? Y así, necesariamente, o es del todo ser o a fin de cuentas nada. [Parménides]
“aquello que no es, no lo conocerás —esto no se puede realizar— ni expresar. Pues lo mismo es pensar y ser”.
En el núcleo de pensamiento de Parménides hay un uso oculto del PRS: si nada puede proceder de lo que no existe, es porque todo tiene una razón para existir. Las consecuencias que se derivan de este uso del PSR son bien conocidas: sólo hay un sentido de ser, que hace de la realidad una unidad sin posibilidad de cambio.
En la Edad Media diferentes filósofos adoptaron diversas versiones del PRS. Por ejemplo, Pedro Abelardo argumentó que Dios ha creado el mejor de los mundos posibles porque, de no ser así, habría creado un mundo no tan bueno movido por la injusticia o la envidia; dado que no cabe envidia o injusticia en Dios, no hay razón para que no cree el mejor mundo posible [Marenbon 1999]. También aparece, por ejemplo, como justificación de la atemporalidad de la causa eficiente aviceniana [Richardson 2013]. Pero el momento de mayor esplendor e influencia se relaciona con el desarrollo de las vías de Tomás de Aquino para la demostración de la existencia de Dios. Si bien el Aquinate no ofrece una fórmula concreta del PRS, puede reconocerse que el principio sostiene su argumentación, como ya puso de relieve R. Garrigou-Lagrange. El uso del PRS se encuentra, en primer lugar, en el recurso a la causalidad: la explicación por causas es una muestra más de la necesidad de encontrar una razón para un hecho; es decir, el rechazo de la existencia de hechos brutos. Además, el PRS está presente también de una forma más fundamental en las vías para la 
demostración de la existencia de Dios: permite dar el paso desde la serie de causas naturales —que puede ser infinita— a la causa última [Pruss 2006]. En este sentido, cualquier argumento que parta de la realidad contingente con la pretensión de alcanzar la existencia de Dios exige alguna versión del PRS, ya sea como un principio de causalidad, ya sea para superar el escollo de la regresión al infinito.
2. EL AUGE DEL PRS
En la investigación de Wilbur Urban —a la que ya se ha hecho referencia— se señala que en el momento de su publicación (1898) «el único pensador no alemán que ha enfrentado el problema técnico de la Razón Suficiente es el kantiano William Hamilton» [Urban 1898]. Se refiere al pensador escocés, nacido en 1788 y muerto en 1856, que combinó la filosofía del sentido común de Thomas Reid (1710-1796) con el estudio y la crítica del pensamiento de Immanuel Kant (1724-1804). Esta predominancia del PRS en el pensamiento alemán tiene que ver con la propuesta de Leibniz y el eco posterior que tuvo. Sin embargo, el tratamiento moderno del PRS comienza con el holandés Baruch Spinoza (1632-1677).
2.1. BARUCH SPINOZA
El primer filósofo cuyo pensamiento depende totalmente del PRS es Baruch Spinoza, quien «va más allá, quizá, que cualquier otro gran filósofo en la prosecución de la línea racionalista de pensamiento» [Della Rocca 2003], línea que se caracteriza por adoptar el PRS [Dasgupta 2016]. 
Como ya se ha señalado, Spinoza no enuncia el PRS como tal: este honor le corresponde a Leibniz; sin embargo, uno de sus principios fundamentales puede perfectamente identificarse con el PRS [Carraud 2002]: «a cada cosa hay que asignarle una causa o razón, tanto de por qué existe como de por qué no existe» 
Spinoza se sirve del PRS tanto en su uso lógico —es decir, como la búsqueda de una explicación— como en su sentido metafísico; este segundo uso es el que caracteriza especialmente al racionalismo. Spinoza, según explica Michael Della Rocca, se sirve del PRS para iniciar «un proceso de unificación» [Della Rocca 2008] que contempla dos pasos: en el primero el PRS impulsa a buscar la inteligibilidad de un hecho; dado que no hay hechos brutos —es decir, que puedan permanecer inexplicados— es necesario buscar una razón que explique un hecho concreto, sea éste el que sea: entre los ejemplos que se presentan está la causalidad, pero también la no-existencia de Dios (si fuese el caso). El segundo paso, que es peculiar del racionalismo, lleva esta búsqueda de la inteligibilidad a sus últimas consecuencias, como se muestra en el caso de la causalidad.
Spinoza, por tanto, incluye toda la realidad bajo el PRS: incluso Dios mismo está necesitado de explicación, de donde surge el uso de la expresión causa sui, expresión que «significaría que Dios es causa en el sentido de que desde sí proporciona justificación a su existencia, produciéndola en cierto modo o de alguna determinada manera, aunque no en el sentido como El produce las demás cosas» [González 2000]. Dios es causa de sí mismo en virtud del PRS: se explica a sí mismo; y, por la misma virtud del PRS, a partir de Dios se origina toda la realidad de un modo necesario.
2.2. GOTTFRIED WILHELM LEIBNIZ
El radical uso del PRS de Spinoza no podía dejar de provocar reacciones, siendo la más conocida la de Leibniz, quien formuló el PRS y lo adoptó como un elemento de su sistema; en esta adopción Leibniz trata de encontrar un sentido para el PRS que sea diferente del spinoziano: se puede decir, por tanto, que la aceptación del PRS —es decir, el racionalismo— puede tener diversos grados. Si el mayor ejemplo histórico de racionalismo es Spinoza —y sus continuadores—, Leibniz aparece como un moderado en su empleo del PRS. Esta moderación, sin embargo, implica un problema: la correcta interpretación de la postura leibniziana, que oscila entre un logicismo puro —así Louis Couturat y Bertrand Russell—, y una interpretación que hace del PRS leibniziano un principio tanto del entendimiento como de la realidad —postura que, con matices, comparten Ernst Cassirer y Martin Heidegger.
En realidad, el planteamiento de Leibniz parece situarse en un punto medio entre los extremos indicados: el PRS empleado por Leibniz —nihil est sine ratione, según su fórmula más conocida— pretende alcanzar algunos de los resultados de Spinoza, como puede ser la demostración irrefutable de la existencia de Dios, sin verse condicionado por el peligro más evidente, el necesitarismo. Para lograr esto Leibniz adopta un principio que le permite mantener la distinción entre Dios y el mundo; este será el papel que cumple el PRS. Así, dentro del sistema leibniziano, que aparece como «una red de verdades importantes que tienen muchas e interesantes interrelaciones lógicas» dentro de la cual los diversos principios se deducen «unos de otros en diferentes órdenes y combinaciones» [Mates 1986], el PRS juega un papel fundamental en dos campos: el lógico y el metafísico. En el campo lógico el PRS presenta la conexión entre las verdades, en el campo metafísico presenta la conexión mediante la causalidad [Mates 1986]. Dicho de otro modo, las verdades están conectadas por medio del PRS del mismo modo que lo están los seres de la creación.
Las formulaciones del PRS que ensaya Leibniz a lo largo de su producción recogen diferentes matices de esta visión general; el intento leibniziano es formular una expresión lo suficientemente sintética de lo que se podría resumir del siguiente modo: «todo predicado está contenido fundamentalmente en su sujeto; todo tiene una razón, y en esa medida está fundamentado» [Saame 1978]. El propio Leibniz lo expresó del siguiente modo:
nada existe sin razón, es decir, no hay ninguna proposición en la cual no haya alguna conexión del predicado con el sujeto, es decir, que no pueda ser probada a priori.
De esta formulación del PRS extrae Leibniz dos consecuencias inmediatas que permiten una primera estructura de la realidad:
dos son las proposiciones primeras; una [el principio de las cosas necesarias]: lo que implica contradicción es falso; la otra [el principio de las cosas contingentes], lo que es más perfecto, es decir, tiene más razón, es verdadero. Sobre la primera se apoyan todas las verdades metafísicas o absolutamente necesarias, como son las de la lógica, la aritmética, la geometría, y similares, pues a quien las niega siempre se le puede mostrar que lo contrario implica contradicción. Sobre la segunda, por su parte, se apoyan todas las verdades que por su propia naturaleza son contingentes, pero son necesarias sólo a partir de la hipótesis de la voluntad divina o de otro.
El significado último de cada uno de los principios se esboza en las líneas siguientes:
por consiguiente, todas las verdades acerca de los posibles o esencias, y acerca de la imposibilidad y necesidad de una cosa o la imposibilidad de lo contrario, se fundan sobre el principio de contradicción; en cambio, todas las verdades acerca de las cosas contingentes, es decir, sobre las existencias de las cosas, se fundan en el principio de perfección. [Leibniz 2010: 128]
El uso del PRS va más allá de una interpretación lógica: se aplica a todas las realidades, necesarias y contingentes: «uno no puede pensar en prácticamente ninguna doctrina central en la metafísica de Leibniz que no esté redirigida de algún modo bastante directo hacia el PRS» [Cover. O’Leary-Hawthorne 1999]. De este modo, no sólo justifica gnoseológicamente toda existencia y actualidad, sino que también se convierte en fundamento de lo existente: es el principio de las causas, en cuanto origen real de un modo de existencia contingente
Leibniz advierte que la razón que se busca, la respuesta a la gran pregunta leibniziana: “por qué hay algo en vez de nada“depende de la capacidad de conocimiento del ser humano. De este modo, sólo puede conocer perfectamente la razón suficiente quien tenga un conocimiento completo de la realidad: es la vía que usa para dar el paso al conocimiento de Dios: “no sólo no es posible descubrir la razón suficiente de la existencia de las cosas en ninguno de los seres particulares, sino que tampoco lo es hallarla en el conjunto entero ni en la serie de las cosas” Leibniz













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