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EL HOMBRE Y SU FILOSOFÍA

 FUNDAMENTOS DE ANTROPOSOFÍA Y METAFÍSICA

1. El método en el conocimiento del hombre

En la filosofía del hombre, como en toda otra ciencia, se persigue un conocimiento verdadero. Toca a la metodología dirigir las operaciones de la mente hacia ese fin. Método -etimológicamente significa camino- quiere decir disposición de conceptos para llegar al conocimiento verdadero, proceso ordenado de conocimientos parciales que desembocan en el conocimiento total de un objeto científico. Consiguientemente, el objeto propuesto y el fin perseguido deben ser la pauta para escoger y seguir -con coherencia lógica- el método apropiado. Tradicionalmente se han reducido a tres las principales leyes del método: 1.º Proceder de lo conocido a lo desconocido, o de lo que es más conocido a lo que es menos. 2.º Proceder por grados, esto es, sacar conclusiones de principios inmediatos, sin dejar vacíos. 3.º Que exista entre las conclusiones el debido enlace. Como propiedades, el método debe presentar solidez, brevedad y claridad. En todas las ciencias se precisa definir, dividir, probar, refutar. Pero cada ciencia lo hace -sin mengua de los principios generales de la metodología- de un modo peculiar.

Se ha llamado «comprender», al procedimiento mediante el cual conocemos el mundo de lo peculiarmente humano: vida y cultura (Dilthey y Spranger). Mientras que la naturaleza puede ser explicada, la vida del alma sólo puede ser comprendida. Y comprender significa aprehender un sentido, poner un fenómeno en relación con una conexión total conocida. Spranger nos dirá que «tiene sentido lo que en un todo lógico (sistema de conocimiento) o en un todo de valor (sistema de valor) entra como miembro constitutivo obedeciendo una ley de constitución particular». Lo fundamental para el sentido es que las partes se unan al todo según una ley. El sentido se refiere, invariablemente, a un valor. El valor se descubre siempre detrás del objetivo propuesto o fijado en las estructuras culturales. El comprender toma pie en los hechos, en la experiencia. Por percepción sensible se capta la propia realidad anímica y la que infiero en el prójimo (espíritu subjetivo), esta novela o aquella sinfonía (espíritu objetivo).

Si el alma no fuese una estructura teleológica -conjunto en que se articulan las funciones particulares en una totalidad- nunca podríamos llegar a la comprensión personal.

Históricamente, el hombre empezó por conocer primero la realidad exterior: el mundo y el prójimo. Le era necesario saber a qué atenerse en sus relaciones con los demás hombres y con la naturaleza. Sólo más tarde dirigirá su atención de fuera a dentro (homo interior). Como todo conocer exige una distancia, le era más fácil al hombre conocer al prójimo que conocerse a sí mismo. Cierto que el hombre no puede vivir la vida de sus semejantes, ni reproducir sus vivencias; pero puede, al menos, mediante categorías significativas, ordenar y articular el caos de la subjetividad inmediata, justamente porque él mismo es un compendio de todo lo humano. Comprendemos a los demás por sus objetivaciones y con la ayuda de categorías interpretativas. Es así como podemos ver el mundo -hasta cierto punto- con los ojos de nuestros semejantes. En la acción voluntaria se realiza un propósito -previamente representado- en virtud de ciertos medios adecuados. Pero no basta conocer el objetivo; se precisa penetrar en los motivos de la conducta. Un mismo objetivo se puede realizar por muy diversos motivos. Toda representación, en la acción voluntaria, tiene un acento de valor. Hay una escala, en la conducta racional, fácilmente advertible: medio-objetivo-valor.

Pero la mayor parte de las veces, los hombres actúan por tendencias, y en estos impulsos no hay ningún acto planeado, ningún objetivo propuesto. Es menester entonces elevar a la zona de la luz racional las tendencias que imperan en los estratos profundos de la vida (tendencia sexual, impulso de venganza, afán de dominio, tendencia agresiva, etc.). No tenemos otro recurso.
Pensamos -con Juan Roura-Parella- que la separación radical de los dos caminos de conocimiento (explicación y comprensión) no podía ser más que pasajera. No se trata de métodos incompatibles, sino complementarios. Inducción y deducción, abstracción y determinación, clasificación, analogía y comparación son procedimientos de las ciencias naturales que no puede dejar de utilizar una antropología filosófica. Por otra parte, tampoco puede excluirse el comprender en la esfera de la naturaleza. La explicación completa el conocimiento descriptivo. Y en ocasiones comprendemos fenómenos naturales sin poderlos explicar (v. gr.: la reproducción). El que exista una tensión entre ambos conceptos no significa que sean antagónicos.5
La respuesta que se dé al problema del hombre debe corresponder al planteamiento de la cuestión. La respuesta que se espera depende, en cierto modo, de los términos del problema. Nuestro problema es determinar la esencia y estructura del ser del hombre en su integridad y unidad. El hacer del hombre nos interesa, sobre todo, porque nos lleva a su ser, al sentido de su existencia -individual, histórica y social-, a su relación con la realidad última metafísica, a su puesto en el cosmos.
Es preciso tomar contacto con la realidad del hombre que se nos ofrece en la vida activa. Estas manifestaciones espirituales o culturales humanas tengo que referirlas a un contexto efectivo, mediante un sistema de categorías interpretativas. Hay muchas cosas que tienen relación con el hombre, pero que no son el hombre mismo. A nosotros nos interesa tan sólo su mismidad, aunque tengamos que estudiarla en su concreción circunstancial. Y como esta concreción circunstancial es inagotable, sin fondo, nuestro análisis intelectual sobre el ser del hombre no agotará nunca el tema.
2. Objetividad y subjetividad
Si es verdad que el conocimiento puro, objetivo e impersonal es fin propio de la filosofía y de la ciencia en general, no es menos cierto que las ideas nacen y viven en el hombre, nutridas con el calor vital de su alma y arraigadas en el campo vario y cambiante de su personalidad. La filosofía deshumanizada -estéril fruto que no satisface-, aunque sea exacta y noticiosa, es fría y desapacible como una estrellada noche de invierno. La objetividad sólo tiene sentido para la subjetividad. Si suprimimos a la palabra «subjetivo» todo sentido psicológico y empírico y volvemos a su originaria acepción, podríamos afirmar, con toda certeza, que la filosofía se halla al servicio de la «subjetividad». Y subjetividad no quiere decir subjetivismo. No es mi arbitrio el que dicta las mudanzas del mundo, ni la objetividad puede estar sujeta a las eventuales modificaciones de mi situación natural. Mi mundo es una parte del mundo, henchida de profundidades y de misterios: aquella parte del mundo que soy capaz de percibir con la mirada de mis ojos y con la visión de mi espíritu. Como sujeto soy irreductible a toda explicación. El Dios motor de la filosofía sólo abstractamente es mi Dios. Para mí hay un Tú absoluto ante el cual yo soy yo.
La objetivación del hombre siempre deja escapar entre sus mallas los estratos más profundos de la libertad que le hace ser humano. La esencia «animal racional», o mejor aún, «animal espiritual», define el minimum requerido para formar parte de la especie humana sin prejuzgar nada de lo que será tal o cual hombre. Después de aceptar la definición tradicional del hombre, debemos vivificarla, desarrollando las conclusiones concretas para nuestra vida y nuestra cosmovisión. La realidad más profunda no la puedo captar silogísticamente, ni la puedo contemplar o pensar, por la sencilla razón de que no es objetiva. Esa realidad sólo la puedo vivir, aprehender personalmente en una experiencia singular e intransferible.
Para dar una respuesta total al problema de la vida es preciso sobrepasar una filosofía a base de pura razón. Se precisa buscar el encuentro de la filosofía con la vida aprovechando, en orden a la verdad, las vivencias existenciales. No se puede prescindir de la razón pura, porque sin ella las vivencias existenciales no se podrían constituir en filosofía. Pero tampoco se puede prescindir del contacto existencial amoroso si no se quiere caer en una filosofía deshumanizada. Objetividad y subjetividad son indispensables al filosofar. Cuando se separa la osamenta de la carne se tiene una masa informe; cuando se separa la carne de los huesos queda un esqueleto.
Sobre las vivencias, con todo su calor vital, puede operar la mente a posteriori dándoles una explicación racional y derivando de ellas las conclusiones debidas. Si nos evadimos de la razón en la experiencia existencial pura es para volver después a ella en busca de una explicación lógica, válida universalmente.
La gran revolución del existencialismo en filosofía estriba, como lo ha visto certeramente el padre Juan Luis Segundo S.J., en la afirmación de «que el fin del conocimiento humano, proveniente de su misma naturaleza, no es captar la esencia de las cosas como si estuvieran aisladas en un vacío infinito, sino en su destinación esencial a complementar la existencia del hombre mediante el contacto existencial»
Y ahora viene este otro problema: ¿Es el lenguaje un fiel instrumento de expresión para la filosofía? ¿Habrá correspondencia entre la vivencia existencial y el concepto, y entre éste y la palabra? Empecemos por decir, con Bergson, que la realidad desborda infinitamente los esquemas intelectuales forjados para apresarla, como el poema trasciende al texto encargado de contenerlo. La existencia es medularmente inquieta, móvil, huidiza, frágil. La palabra congela el fluir de mis experiencias vitales y detiene la vida de mis pensamientos en un conjunto de fórmulas estereotipadas capaz de producir errores crasos. Todo esto es cierto, pero en determinado sentido inútil, porque el filósofo no puede prescindir de la palabra. El pensamiento sin palabras carecería de apoyo y no podría organizarse y progresar hasta constituirse en saber sistemático. Sin el sostén de la palabra no habría tampoco comunicación entre los hombres.
El lenguaje de una antroposofía metafísica se presta para mostrar la íntima alianza de vida y pensamiento. El nus de los griegos no era sólo la razón raciocinante de la filosofía moderna. Había mucho más: intuición, sentido estético, emotividad... Todo ello presidido por la inteligencia. Nuestro integralismo metafísico existencial lejos de ser un examen frío de las teorías es la historia viviente de un alma angustiada por la inquietud de su destino, que busca claridad a través de los conceptos.
Con un desprecio olímpico para la calidad estética de la prosa, Edmundo Husserl decía que «la elegancia es asunto de sastres y zapateros» que no debe preocupar al filósofo. Preocuparlo no; pero rehuirla tampoco. «En unos casos convendrá -como afirma Eugenio Pucciarelli- la designación directa, y en otros será menester valerse de expresiones metafóricas, figuradas, indirectas, apelar a la capacidad de sugestión de las palabras, rozar los límites de la poesía o de la mística». Creemos, no obstante, que el uso de las metáforas y de las expresiones debe ser la excepción, que sólo se justificará en el caso de ausencia de conceptos precisos. La imagen, adherida a lo sensible, tributaría de lo concreto, es un obstáculo para la expresión cabal del pensamiento que, por la índole de los objetos a que alude, se sustrae a toda representación. La filosofía es un saber riguroso a base de conceptos. Y los conceptos, si son verdaderos, siguen al ser de las cosas.
La intuición intelectual del ser con su primera ley, el principio de contradicción, es la raíz de todo conocimiento metafísico. A diferencia de las diversas ciencias antropológicas, la antroposofía tiene por objeto al ser humano en cuanto ser humano, su objeto es el acto mismo de existir. Pero la existencia es siempre la existencia de un sujeto, de una capacidad de existir. Por consiguiente, el concepto de existencia no puede ser separado del concepto de esencia.
3. El estudio del hombre como un todo unitario
La antroposofía es una ciencia fundamental que señala las líneas directivas a las otras ciencias que estudian aspectos parciales del ser humano. Trátase de una disciplina de reciente creación que ya no se satisface con ideas fragmentarias acerca del hombre, sino que lo estudia como un todo unitario. Esto significa haber tomado conciencia directa de que al hombre no se le puede comprender por secciones o compartimientos, sino aprehendiéndolo como una Gestalt.
A más de ciencia fundamental, la antroposofía es ciencia vital, en el sentido de que a todos nos importa conocer la esencia del hombre, para estar en aptitud de comprender nuestros problemas personales que están envueltos en la esencia del homo humanus. Necesitamos conocernos para actuar y para dirigirnos hacia el destino que nos está reservado. Todo filosofar es, en cierto sentido, antropocéntrico y egocéntrico (no egoísta). De ahí la divisa de Ismael Quiles: «A los “primeros principios” y a Dios mismo por el hombre”». En otras palabras: «el hombre es el centro y el objeto último de la filosofía. Evidentemente que en el orden de la excelencia, Dios la tiene infinita y el hombre la tiene limitada; evidentemente que en el orden de la dependencia primero es Dios y después el hombre, que depende en su existir de aquél. Pero en el orden de la investigación filosófica lo más principal y lo más importante para la filosofía humana es el hombre, a la vez el punto de partida de la filosofía y término final donde ella descansa plenamente».
Mi conciencia me revela mi ser. Existo y sé que existo. Y este mi existir está ubicado en el mundo, en medio de otras existencias; transcurre fluidamente en el tiempo. Mi impulso vital se siente detenido o moderado por un conjunto de presiones y de resistencias. Este sentir y pensar mi concreta existencia es el punto de partida de una fenomenología del existir. ¿Qué es la existencia humana? No puedo contestar a esta pregunta. Se definen las esencias; las existencias se comprueban o se viven. Soy un ser con posibilidades. La transitividad de mi ser humano me impide decir de una manera absoluta y exacta: «esto soy». Pero puedo decir, sin embargo, «esto quiero ser» y «esto puedo ser». No me agoto con ser «aquí» y «ahora»; avanzo hacia la lejanía, me alejo de mi ser actual en busca de un ser futuro y posible. Para ello tengo que elegir, a cada momento, el ser que quiero ser: mi persona ideal. La elección se da dentro de un marco limitado de posibilidades. Pero las posibilidades surgen, como observó Kierkegaard, gracias a que el hombre es una posibilidad fundamental. Por eso tengo que cuidarme de mi ser, soy cuidado. Vivo en riesgo constante y en deficiencia perpetua. Soy un punto de vista sobre el mundo que puede llegar, por experiencia y raciocinio, a la objetividad. Mi cuerpo me individualiza y me sitúa. Soy un ser encarnado. La distentio de mi alma es mi tiempo. Mi tiempo y mi época me delimitan como ser finito. Al temporalizarse, este ser finito se hace histórico. Hubo un momento en que no fui y habrá otro momento en que no seré, por lo menos como actualmente soy. La muerte está en mis entrañas. Soy un cadáver en potencia. Hasta aquí los principales axiomas de la antroposofía, obtenidos por vía fenomenológica.
La antropología filosófica o antroposofía es un conocimiento supra-empírico y supra-histórico que estudia la estructura esencial del ser humano en todos sus estratos. Aunque el hombre esté lleno de misterio para el hombre, no es puro misterio. La razón puede explicar mucho, pero no lo puede explicar todo. Ni racionalismo ni escepticismo. El racionalismo tropezará, a la postre, con el obstáculo insalvable de que estamos sumergidos dentro de la realidad humana -la cual nos hemos creado-, con medios limitados de conocer y con una posición relativa o contingente. El escepticismo afirma, contradictoriamente, la imposibilidad de conocer la verdad sobre el hombre, y esta afirmación pretende ser ella misma verdadera. Por lo demás, un escepticismo vital que se mantenga flotante en la abstención de todo juicio, sin arraigar en convicciones, es incompatible con la vida humana que es ocupación, afirmación del ser, faena poética.
Espíritu y cuerpo -estratos del hombre- son causas formal y material en el todo del ente humano. «De esta manera -como expresa Alejandro Willwoll- todo el hombre es una unidad de ser y un todo intencional; pero, sin embargo, un todo que no tiene en todo y simplemente la primacía respecto de cada parte. Lo espiritual es el principio formal del todo, fuente de la vida en todo el hombre, y presta (a todas las otras partes o) a todo lo demás el sentido último perfecto».8 Es sobre todo con el espíritu con el que transitamos intencionalmente hacia una gran plenitud de sentido meta-vital, hacia la madurez de nuestro ser personal.










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