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ESENCIALISMO Y EXISTENCIALISMO

 

El No-Ser Existencial o el Ser Esencial

Empezaremos por señalar que hay una diferencia básica entre la Existencia o mundo aparente de las formas que contemplamos con nuestros sentidos materiales y la Esencia o causa invisible que yace en el fondo de todo lo que vemos y que sólo puede ser advertido intuitivamente.

Hay dos formas filosóficas de apreciar esto:

EL "ESENCIALISMO" es un término bastante vago que engloba toda búsqueda o estudio de la esencia divina que es el impulso vital de todo lo existente en forma general. El Esencialismo contempla las cosas no por lo que aparentan ser, sino por lo que se cree son en el fondo. Considera que tras todo lo existente hay una causa invisible, que ordena, alienta y vitaliza las formas que obran en el devenir físico.

Platón fue uno de los primeros Esencialistas, creyendo en el concepto de formas ideales. o sea, una entidad abstracta de la cual objetos individuales son meros facsímiles o copias ilusorias. Según el idealismo platónico, la característica humana que refleja su particularidad permanente y eterna, señala que una esencia proyecta una sustancia u objeto, como formas o ideas. Esta esencia es permanente, inalterable, eterna; y presente en cada mundo posible. El Humanismo clásico tiene una concepción Esencialista del ser humano, que significa que cree en una naturaleza humana eterna e inalterable. Cristo, Buda, Krishna, etc.

EL "EXISTENCIALISMO" es un principio filosófico "individualista". Sostiene que son los seres humanos, en forma personal, los que crean el significado y la razón de sus vidas. El existencialismo fundamentalmente defiende y sostiene que no existe un poder o inteligencia trascendental, que determine todo. Este es básicamente un principio materialista. Esto implica que el individuo es libre y, sustenta que él es totalmente responsable de sus acciones.

La existencia implica las esencias o naturalezas y con ello salva la inteligibilidad. Porque existencias sin esencias es algo impensable y por ende imposible. Es preciso ir, como Santo Tomás de Aquino, por la inteligencia a la existencia.

Para el pensamiento, la existencia empírica se presenta como un hecho bruto, no susceptible de más o de menos. El ser finito existe o no existe. El pensamiento se establece desde luego en las esencias, que ya nunca abandona. Pero el hecho es que las existencias continúan en el ser, aunque se haya hecho abstracción de ellas. «Lo que hace tan difícil el problema, y acaso hasta insoluble bajo la forma en que se lo plantea -ha observado agudamente Etienne Gilson- es que, de estas dos nociones, la única conceptualizable deriva de la que no se deja conceptualizar» Si hay que recurrir a la existencia para decir que el ser es lo que «es» ¿a qué recurrir para definir la existencia misma? Menester es no retroceder ante esta afirmación: la ontología y toda la filosofía penden de un algo inconcebible, inconceptuable: la existencia. Es preciso que la razón se resigne a no poder conceptualizar, a no poder captar, todos los elementos constitutivos de lo real. Más aun, este algo inapresable tendrá la primacía en toda investigación. La metafísica del ser no puede reducirse nunca a una ontología de la esencia. Sin la existencia, no se podría ni siquiera plantear el problema de la inteligibilidad del ser. «De hecho, el único “más-allá” de la esencia en que se pueda pensar, sin verse obligado a ponerlo o afirmarlo como radicalmente extraño a la misma esencia -apunta Gilson- es la existencia.

Para aceptar lo real en su integridad preciso es, pues, concebir al ser, en el sentido pleno de este término, como la comunidad de la esencia y de la existencia, tanto que no haya ningún ser real, en el orden de nuestra experiencia, que no sea una esencia actualmente existente y un existente concebible por la esencia que lo define». Esto no es sino volver a la sana tradición metafísica (Platón-Plotino-Escoto-Erígena) que incluye en el ser la manifestación primera e inmediata de eso que Gilson llama «un más-allá de la esencia, que revela sin agotarla».
La existencia pura, separada de la esencia que actualiza hic et nunc, no puede dar razón, ni de su origen, ni de su más íntima contextura. La esencia sin la existencia no se puede considerar sino como un ser que todavía no ha recibido la existencia -candidato a ser existencial-, o como un ser que ha perdido la existencia, que ha sufrido -si se me permite la expresión- una capitis diminutio.
Los existencialistas han acabado por identificar con el ser algo que no es sino uno de sus modos: el Dasein humano. Y acaso diga bien quien diga que todos los fracasos de la metafísica provienen de haber los metafísicos sustituido el ser, y tomado como primer principio de su ciencia uno de los aspectos particulares del ser estudiados por las diversas ciencias de la naturaleza.
La existencia como tal es una realidad primaria que no se deja encajonar en conceptos. La esencia en cambio (aquello por lo que una cosa es lo que es y se distingue de las demás) refleja lo que en un ser hay de inteligible. La existencia -aun la misma de los existencialistas- se muestra incorporada o realizada en las cosas existentes: este hombre, esta ciudad, aquella colina... Pero, aunque la filosofía enfoque y dilucide más la esencia que la existencia, de aquí no cabe concluir -como lo hace Sabino Alonso Fueyo- que «importa, sobre todo, más que el hecho de ser, lo que se es; una existencia que corresponde a nuestra naturaleza»; y mucho menos afirmar «la primacía de la esencia sobre la existencia». Una aseveración como ésta no puede admitirse, a menos que se niegue la primacía ontológica del acto sobre la potencia.
Sirviéndose de una imagen, Miguel Federico Sciacca ha llamado al esencialismo la filosofía del molde universal, o de la forma eterna; y, al existencialismo, la filosofía de la impresión particular, diversa de todas las demás, irrepetible. Así considerado, el existencialismo es la última rebelión contra el pensamiento especulativo. En este sentido puede llegar únicamente a una descripción fenomenológica del existir, pero nunca a una filosofía que es discurso sobre el ser. El existencialismo espurio pretende entronizar la primacía de la existencia bruta sobre los despojos de las esencias (posibilidades, proyectos). Pero filosofía había sido hasta ahora -y tendrá que seguir siendo- captura e inquisición de esencias. En y por las esencias, el hombre -ser inteligente- puede aproximarse al ser de la vida. Si las cosas son lo que son, es porque tienen una peculiar consistencia. La inteligibilidad es inseparable del ser; y si de algún existencialismo auténtico cabe hablar, éste tendrá que ser de tipo racional...
Se nos ha dicho que el hombre no tiene esencia, sino historia. Pero la historia sólo podrá decirnos lo que le acaece al hombre, pero nunca lo que el hombre es. Porque una cosa es describir lo que hace un ser y otra cosa es aprehender y expresar su esencia. Lo que hace el hombre no lo hace porque sí -la gratuidad perfecta es imposible- sino que tiene una específica intencionalidad. Toda existencia tiene sentido, mejor dicho, es creadora de sentido. Y si alguna vez falta este sentido se produce la angustia, que es siempre tardía, derivada, momentánea, provisional.
Reducir la existencia a «posibilidad», a indeterminación absoluta, es disolverla en la nada, es proclamar el naufragio de la razón y el fracaso de la metafísica. Pero la existencia, concebida sin la esencia, es inexistente. Esencia y existencia son ontológicamente inescindibles. El ser es una síntesis de esencia y existencia. Usar el nombre de «existencialismo» para negar las esencias es fraude y es usurpación.
Lo existente es el ser real determinado -acto de existir- y no lo puramente particular. Trátase de un universal existente que permanece en sus mutaciones. El ente puede existir por sí (Dios) o por otros (seres finitos). La intuición intelectual desexistencializa el ser de lo perecedero y cambiante en que vive -realidad heraclítea- y lo torna eidético, espiritual, inteligible. La inteligencia penetra en el seno fecundo del ser, encontrándose con su bivalencia: esencia-existencia. No se trata, en manera alguna, de una división adecuada sino de una perfección entitativa. Sin esencia no hay ser. Pero una existencia que no sea de algo no se puede dar. Hablar de la existencia es caer en vacua habladuría.
La univocidad no resuelve el problema del grado y la necesidad del carácter existencial en la esencia del ser metafísico. Sólo la analogía apunta una solución.
Dice la fórmula clásica: «el ser es lo que existe o puede existir». Y comenta un filósofo contemporáneo: «El existir, si no está inviscerado en el ser, sí que ha de estar aludido, porque es ininteligible una esencia que no pueda ser, aunque no es de difícil comprensión una esencia que pueda no ser. Pero el poder-no-ser, el ser y el poder-ser, algunas referencias al ser importan; como también el no-poder-ser», dice Muñoz Alonso.
La antroposofía metafísica se plantea el problema de la «consistencia» de la existencia humana. Una estructura -la humana- se manifiesta en la experiencia mudable y en devenir. Esta estructura o esencia se consolida, por así decirlo, con el existir. Yo «encarno», como sujeto, una esencia que no agoto. Sin un fundamento teológico, inicial y final, mi existir concreto no encuentra solución. Mi ser está hecho por y para ese Ser cuya positividad absoluta remedia mi positividad limitada. Sobre esta base, mi consistir resiste el tiempo que pasa y persiste hacia su fin, en estado perfectible. Mi incompletud reclama lo completo.
No partimos de la pura razón; partimos del hombre real con todas sus implicaciones. Por el acto de existir de este hombre real se hace posible aprehender lo supremo inteligible: la esencia. Y en la esencia existente de este hombre real vemos que no es posible que se funde por sí mismo. El hombre busca, en todos los casos, un fundamento, un completamiento, una estabilidad que le faltan; busca el Ser supremo. Está implantado en el ser, existiendo, trascendiendo para ser. Pero si bien es cierto que en el plano gnoseológico busca ese fundamento, en el plano metafísico está vinculado (atado) a la vida y en última instancia, a lo que hace que haya vida. (Éste es el sentido de la doctrina zubiriana de la religación). Adviértase que no se trata de ningún ontologismo. 
El ens fundamentale no está patente «tal como es en sí», sino como «fundamentante». Se trata de que nos está fundamentando. Fundamento -raíz y apoyo a la vez- es la causa de que «estamos siendo». Por eso nuestra persona es -para decirlo en términos de la primitiva filosofía franciscana-, relación, principium originale. Más allá de las vicisitudes de mi existencia -rectificaciones, arrepentimientos, conversiones- está mi persona. Porque todas esas vicisitudes son mías, puedo decir que estoy sobre ellas, como un sujeto relativamente absoluto. Los esclarecimientos que obtengo sobre mí mismo me comprometen en un modo de ser: tarea privativamente personal.








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