La espiritualidad está abocada a experimentar un sentido profundo de unidad. Llega a entender y experimentar el hecho de que los seres humanos, en su verdadera esencia, son una sola e indivisible realidad.
Comprenden que las diversas dimensiones de su ser físicas, emocionales, intelectuales y espirituales no son sino aspectos de su unidad fundamental. Saben que en la entraña de su realidad reside una naturaleza noble y espiritual, la cual trasciende e incorpora los diversos tipos de existencia, la cual conecta a la humanidad con el reino de las realidades espirituales. Este núcleo se halla, al principio, en un estado de potencialidad y se manifiesta sólo si realizamos el esfuerzo coordinado de elevarnos a niveles superiores de crecimiento y madurez sirviéndonos de nuestro propio conocimiento, amor y voluntad, a la luz de la razón y de la ciencia, junto con los valores espirituales de la verdad, unidad y servicio. Además, dentro del marco de estilo de vida espiritual, nos volvemos conscientes de nuestra unidad fundamental con los demás seres humanos.
Frente al poder, el amor aporta a la persona un sentido profundo de estima y respeto hacia sí misma, ayunándola a establecer relaciones de confianza con los demás. Y éstas son condiciones destinadas a generar vida, crecimiento y creatividad. Aquí la violencia y la destructividad no tienen ocasión de medrar.
Las principales preocupaciones de las personas espirituales guardan relación con la verdad y la iluminación por un lado, y la unidad y el servicio, por otro. Tal relación interpersonal se caracteriza por un amor incondicional , libertad respecto de la injusticia y el prejuicio, y la cualidad de la humildad. La arrogancia y el orgullo, carecen de lugar en la vida de la persona espiritual. Los conceptos de nobleza y de igualdad, propios de toda persona, dictan que nos comuniquemos y relacionemos con los demás con sensibilidad, respeto y amor.
Otra cualidad del estilo de vida espiritual es el desapego. Las personas no pueden llevar vidas basadas en el desarraigo y la falta de vínculo s. El sentir la necesidad de pertenencia y arraigo es algo natural. Debido a ello el concepto de desapego se entiende a veces de forma totalmente errónea.
Desde la perspectiva de la espiritualidad, el desprendimiento se refiere a esa cualidad que coloca a la persona en posición de dominio sobre sus instintos y deseos. La persona desprendida adquiere y emplea la riqueza material, las posesiones y el poder, no como fines en sí mismos, sino como medios para alcanzar mayores grados de conocimiento, amor, unidad y servicio. la calidad del desprendimiento libera a la persona del apego a su propia debilidad, mortalidad, pobreza, y existencia material, permitiéndola vincularse a la fuente verdadera del poder, vida y riqueza, que en últimas es Dios. En ellas alienta la conciencia de que son seres nobles, que han sido creadas para conocer y amar. La adquisición del conocimiento les concede la victoria sobre la ignorancia y les dota de un poder y fortaleza verdaderos; pero se trata de un poder basado en la realidad y de una fortaleza que no se desvanece. Además, dicho poder queda realzado por la presencia del amor. La humildad es otra cualidad especialmente valiosa para vivir una vida espiritual. Las personas humildes son conscientes de su existencia, así como su potencialidad, son regalos otorgados y que su responsabilidad es salvaguardar la vida y realizar el potencial de que están dotados.
También son conscientes de que este proceso sólo es posible si se esfuerzan por llevar una vida de servicio y unidad a toda la humanidad, y llevar las 4 leyes de la espiritualidad sientan la base para alcanzar la paz con uno mismo.

Dicen que existe un breve momento en la vida en el que te sientes más perdido que nunca y que ese es el momento de un encuentro. Un encuentro contigo mismo, con tus abismos, con tus miedos, con tu alma. Algo que tiene mucho que ver con la espiritualidad.
La espiritualidad va más allá de lo material y lo terrenal. No es una religión ni una doctrina, la espiritualidad es cuidar y mimar nuestro interior, dejar que nuestro corazón salte los abismos que crea nuestra mente y cultivar nuestros valores humildemente.
1. La persona que llega a tu vida siempre es la persona correcta
Esta ley de la espiritualidad no enseña que nadie llega a nuestra vida por casualidad. Todas las personas que nos rodean están ahí por algo, incluso las personas tóxicas. En cada intercambio y en cada momento, todos nos aportamos algo. Vivimos en un mundo con tonalidades grises.
No todos somos siempre alumnos o siempre maestros. Cada uno de nosotros aporta algo positivo, aunque sea a través de un rasgo negativo, como por ejemplo algo que no aguantamos o que nos hace daño.
Las personas somos siempre linternas en la oscuridad. Hay personas más representativas que otras, pero todas, sin excepción, tienen algo que decirnos. Por eso, con el tiempo llegamos a agradecer las piedras de nuestro camino, tales como que alguien nos complicara la existencia en un momento dado o que nos apoyara fielmente.
“Cada persona que pasa por nuestra vida es única. Siempre deja un poco de sí y se lleva un poco de nosotros. Habrá los que se llevan mucho, pero no habrá quien no deje nada. Esta es la prueba evidente de que dos almas no se encuentran por casualidad”
-Jorge Luis Borges-

Todo, absolutamente todo, suma en la vida. Esta es la razón por la que debemos tener una buena predisposición hacia los demás y no desestimar ningún aprendizaje.
2. Lo que sucede es la única cosa que podría haber sucedido
La segunda de las leyes de la espiritualidad nos muestra que nada de lo que acontece en nuestras vidas podría haber sido de otra forma. Desde que pasó lo que pasó ya es lo único que podía haber pasado. Lo que nos sucede es lo que nos tiene que suceder, lo adecuado en cada momento y a través de lo cual tenemos que extraer un significado concreto.
Estamos acostumbrados a pensar en lo que podría haber sido, en crear situaciones hipotéticas en las que actuábamos de otra manera y, como consecuencia, obteníamos otro resultado.
Cada cambio genera situaciones impredecibles, por esto, debemos aceptar que lo que sucede ya lo ha hecho y no hay otras posibilidades. Lo hecho, hecho está. Somos una casualidad llena de intención. No nos amarguemos con lo que podíamos haber hecho y no hicimos, cada cosa tiene su momento y lleva su tiempo asumir los aprendizajes necesarios. Como dicen, no puedes hacer una maratón si antes no caminaste y no puedes caminar si antes no gateaste. En definitiva, no podemos evitar dar los pasos necesarios en la vida.
3. Cualquier momento en el que algo comienza es el momento correcto
La tercera de las leyes de la espiritualidad no dice que lo que comienza lo hace en el momento adecuado siempre, ni antes ni después. Lo nuevo en nuestra vida aparece porque nosotros lo atraemos y estamos preparados para verlo y disfrutarlo. Entendiendo esto, aceptaremos que cuando la vida pone algo en nuestro camino tenemos que disfrutarlo.
No esperes que llegue el momento perfecto: toma el momento y hazlo perfecto
4. Cuando algo termina, termina
Por último, la cuarta de las leyes de la espiritualidad nos ilustra sobre la realidad de que solemos estar atados a un sinfín de historias y emociones. Decir adiós duele, pero cuando algo termina
mantenerlo a nuestro lado es un ejercicio de masoquismo que generará un gran malestar y múltiples dependencias e inseguridades.
Seguir adelante y avanzar es la mejor opción para enriquecerse y no sufrir. Recuerda que la persona
más influenciable con la que hablas cada día eres tú. Ten cuidado entonces con lo que te dices a ti mismo y fluye con la vida.
Deja fluir, no te aferres a nada ni a nadie, todo tiene su momento en nuestras vidas y también tiene un porqué.
Comentarios
Publicar un comentario