En general, tomar como verdadero algo que no lo es. El error consiste en creer que se sabe algo que no se sabe o que no se sabe algo que sí se sabe. Tal confusión epistemológica no puede ser sino inconsciente, puesto que el entendimiento no se adhiere a lo falso más que si lo confunde con lo verdadero y viceversa. No es una propiedad de los enunciados, como la verdad o la falsedad, sino de nuestras creencias o del hecho de juzgar. No hay que confundir error con ignorancia, porque ésta es simplemente carencia de saber, mientras que, cuando erramos, creemos saber. Por eso, el error supone de algún modo certeza. Erramos, por tanto, desde la ignorancia o la ausencia de conocimiento, aunque también desde la duda, la certeza y la opinión, pero no desde el saber o conocimiento. La imposibilidad de errar es la inerrancia. Falibilismo, en cambio, es afirmar que no estamos exentos de error en ninguna área de conocimiento.

Puesto que es el contraluz del saber o de la ciencia, los diversos sistemas filosóficos que se han ocupado de la posibilidad del error lo hacen desde la misma perspectiva, aunque en sentido contrario, de la teoría de la verdad. En las teorías epistemológicas clásicas, el buen uso de las fuentes de conocimiento (fundamentalmente la experiencia y la razón) y del criterio de verdad garantiza el acceso creciente a una verdad absoluta cada vez mejor conocida por el hombre. El error proviene del fallo en cualquiera de los elementos del proceso, que no sea el entendimiento: en forma de engaño de los sentidos, de dominio de la libertad, de la voluntad que (movida por el deseo, el ansia o la precipitación) mueve al entendimiento a una decisión prematura, de la confusión en el juicio al afirmar, por ignorancia, de un sujeto un predicado que no le conviene.
Así, por ejemplo, para Descartes, el error nace en principio de la finitud humana - «soy como un término medio entre Dios y la nada»-, y se explica por la propia constitución humana. El hombre, como entendimiento que es, que sólo se determina por la claridad y la distinción de las ideas -su criterio de verdad-, no puede errar, pero como voluntad libre que es, carece de determinaciones y puede decidirse, por precipitación, a aceptar como verdaderas cosas que no entiende suficientemente. La precipitación y desatino de la voluntad, la falta de la debida consideración o atención del asunto, es el origen del error; la filosofía posterior dará otros nombres a esta precipitación de la voluntad: prejuicio, ideología, influjo social, etc.
Kant, por un lado, afirma en una línea parecida que si no tuviéramos más fuente de conocimiento que la razón nunca cometeríamos errores; proceden éstos, por consiguiente, de la sensibilidad, del influjo de ésta sobre el entendimiento. Pero, por otro lado, su sistema filosófico marca una ruptura en la tradición de entender el error como un mal uso de la capacidad cognoscitiva. El hombre no sólo no puede lograr saber qué son las cosas en sí mismas, porque no puede acceder al conocimiento del noúmenon, sino que, además, él mismo interviene en el establecimiento de las condiciones de posibilidad de aquello que conoce. Desaparece, así, la perspectiva de entender el problema de la verdad y el error como un fenómeno de acceso a una verdad absoluta que llega infaliblemente de fuera al hombre, siempre y cuando éste se disponga adecuadamente a ello, y aparece la de que, en la constitución de la verdad, interviene el hombre. Por parecidas razones, en las teorías epistemológicas actuales, necesariamente relacionadas, además, con la filosofía de la ciencia, el conocimiento (sobre todo el científico) no se considera vinculado a la inerrancia, sino sobre todo a las razones o a la justificación de lo que la comunidad científica considera conocimiento verdadero: toda verdad científica es relativa y provisional, de modo que lo que es cierto o erróneo en una época puede pasar a ser, respectivamente, erróneo o cierto en otra. En filosofía de la ciencia, más que el concepto de verdad interesa el de contrastación de las hipótesis y teorías. Esto no invalida el concepto epistemológico tradicional de verdad, sino que pone de relieve que la «verdad científica» no puede definirse según el modelo tradicional de conocimiento verdadero. Por esta misma razón, el sentido del error en el ámbito del conocimiento también es otro. Al ser connatural a todo conocimiento científico, la ciencia no se orienta propiamente a la búsqueda de la certeza, sino sólo a la eliminación de errores. Su meta no es el logro de una verdad absoluta, sino la propuesta de conjeturas cada vez más audaces que se vuelven tanto más verosímiles cuanto más contrastadas están; aún más, la única manera, dice Popper, de contactar con la realidad es descubriendo el error de nuestras conjeturas. La cuestión de fondo no es ¿de dónde proviene el error?, sino ¿cómo descubrimos el error en nuestras creencias?

El valor de los errores
Cometer errores es algo natural y humano, de hecho, supone una gran oportunidad para aprender.
Pues quien se equivoca descubre cuáles son sus limitaciones, pero también puede encontrar cuáles son sus fortalezas. Porque es necesario caerse para levantarse. Sin embargo, quien evita caerse, ignora lo mal que se pasa con la caída, y cuanto más tarde se caiga más duro ha de ser el golpe. Los errores forman parte de la vida. Todas las personas en algún momento, tenemos que afrontar un fracaso, pero esto no debe hundirnos. Todo lo contrario, esta situación debe servir para aprender y llegar a ser la mejor versión de uno mismo. De hecho, se dice que las derrotas nos hacen más fuertes que las victorias.
Por tanto, no hay que tener miedo a equivocarse, ya que es una fase fundamental del proceso de enseñanza-aprendizaje. Así que vive, experimenta, descubre y recuerda que puedes caerte y levantarte todas las veces que lo necesites.
“Si no estás cometiendo ningún error, no estás innovando. Si estás cometiendo los mismos errores, no estás aprendiendo.”
-Rick Warren-
En definitiva, todos luchamos solos y aprendemos de los golpes que recibimos a lo largo de la vida. Estas experiencias nos forman como personas, son parte de lo que somos. Por ello, nunca hay que pararse y lamentarse ante las adversidades, sino que hay que asumir que estas nos ayudan a construir una muralla sólida que nos permite hacer frente de una mejor manera al futuro incierto que nos toca vivir.
Cabe destacar que los errores no solo son útiles para el desarrollo personal propio, sino que pueden ser de gran ayuda para los demás, para aquellas personas que te ven crecer y avanzar en la vida.
De nada sirve aprender de los errores y conocer las claves y los atajos que facilitan tu manera de vivir, si no compartes tus experiencias y conocimientos con otras personas. Debes ayudar a quienes están luchando contra las adversidades que tú ya has superado, a aquellos que se sienten perdidos en una situación parecida a la que tú ya has vivido.
Utiliza lo aprendido en el pasado, para enseñar a las personas más vulnerables en el presente. No dudes en ayudar a quien solicite tu mano como apoyo para levantarse. Nunca olvides que tú también te caíste alguna vez y hubo entonces alguien que extendió su mano para levantar la tuya.
“La gente exitosa busca la oportunidad de ayudar a los demás, la gente que fracasa siempre pregunta: ¿y yo qué gano?”
-Brian Tracy-
Sin embargo, aceptar que nos hemos equivocado no es sencillo, algo hemos hecho mal y seguramente, hubiésemos querido que no ocurriera. Por ello, lo mejor es considerar el error como un reajuste. "Todos los grandes maestros pulen su arte a base de cometer errores y corregir. Es absolutamente hilarante pensar que uno se va a convertir en maestro de nada sin equivocarse", sostiene Mila Cahue, autora de los libros Amor del bueno, El cerebro feliz
ERROR. FILOSOFIA.
La filosofía clásica establece una división tripartita de la verdad: 1) Verdad como propiedad de las cosas o verdad ontológica. 2) Verdad como propiedad del conocimiento, es decir, adecuación o conformidad de mi entendimiento con la realidad. Se trata de la verdad lógica. 3) Y, finalmente, la verdad como prerrogativa del lenguaje. A las verdades del primer tipo se les opone la falsa apariencia; a las del segundo, el e.; y a las del tercero la mentira (S. Tomás, De veritate). Con este esquema tenemos ya situado al error Su estudio compete, pues, a la gnoseología o teoría del conocimiento.

Conviene dejar suficientemente clara una distinción importante entre ignorancia y error. Ambos coinciden en ser privación de un conocimiento para el que se posee aptitud, frente a la nesciencia que no viene a ser otra cosa que la absoluta falta de capacidad para hallar la verdad; lo único que ocurre es que mientras la primera no supone juicio alguno, el segundo connota forzosamente la segunda operación del espíritu. El e. se nos manifiesta en un juicio falso, para errar debemos juzgar, y podemos definirlo como el estado en que se encuentra la mente humana cuando toma lo falso por verdadero. Puede distinguirse también entre e. y engaño. Del primero sólo puede hablarse en el ámbito de los juicios; del segundo, en la esfera de las percepciones. Los fenomenistas al no distinguir claramente entre sensación y percepción descartan la posibilidad de engaño en esta segunda.
Algunas interpretaciones. Los eleatas negaban existencia al e., y el argumento en el que se basaban era congruente con los supuestos ontológicos de que partían. Sólo del ser puede hablarse, el discurso lógico sobre el no-ser es imposible e inviable; hablar del e. es un non-sens puesto que una proposición errónea es una proposición que «no-es-verdadera» y en definitiva, de lo que no-es no puede enunciarse nada.
Una postura, a radice, antípoda a la de los fixistas presocráticos sería la de los sofistas y la de los escépticos absolutos, para los que nuestro conocimiento se halla irremediablemente preso en el e. y jamás puede librarse de éste por más vueltas que le dé. Si para aquéllos él e. resultaba incongruente con el principio primero de su ontología, para éstos, lo que sí es absurdo es el poder hablar de conocimiento verdadero.
Un antecedente lo encontraríamos en S. Agustín, cuando nos avisa de la necesidad de conservar los errores en esta vida, y del poco valor que por tal hecho tiene ésta: «A mí mismo me ha sucedido equivocarme en una bifurcación de caminos y no pasar por donde se había ocultado un grupo de donatistas armados que esperaban mi paso; y así sucedió que llegase a donde me dirigía tras un largo rodeo. Conocidas después sus asechanzas, me regocijé de haberme equivocado, dando gracias a Dios, ¿Quién dudará anteponer un viajero que yerra de este modo a un salteador que de este modo no se equivoca? Por esto mismo es miserable esta vida en que vivimos ya que en algunas ocasiones es necesario el error para conservarla. Muy lejos de mí el creer que tal sea aquella vida donde la verdad misma es vida de nuestra alma, donde nadie engaña ni es engañado» (Enquiridion). Para el converso de Tagaste esta vida sería el lugar de las verdades a medias, de los errores útiles o negativos, pareciendo querer contraponer dialécticamente a ésta, la otra vida en la que habrían desaparecido por completo todos estos obstáculos que taran nuestro paso por el mundo. Dios, al fin y a la postre, sería el «premio de nuestros errores»
En el fondo, las tesis examinadas conciertan en lo fundamental con la tesis primigenia de la filosofía como un saber intermedio, con la modestia socrática del saber, con la «docta ignorancia» de un Nicolás de Cusa,
Y anticipan históricamente las modernas tesis del «problematicismo filosófico» y de la «dialéctica del no-saber» de las que Kant, Hartmann y laspers serían buenos representantes.
Este último, en un sentido muy agustiniano, distingue entre Falschheit (Falsedad) y Un-wahrheit (No-verdad). La primera supondría el más craso e., que en la filosofía jaspersiana vendría a ser el recluimiento en una tesis exclusiva que rechazase a todas las demás, mientras que la segunda sería más bien la imperfección de mi conocimiento, el no-Ser absoluto y definitivo de cada ser que voy conociendo, lo inconcluso de mi realizarme en el mundo. El pensador alemán llega al igual que Agustín de Hipona a postular dialécticamente la existencia de un Ser, al que gusta de llamar Trascendencia, antídoto de esas imperfecciones y en el que desaparecen esos «errores negativos», esas «verdades a medias»: «Pero la Verdad Absoluta sólo puede existir allí donde ya no hay lugar para la falsedad, en la Trascendencia, en donde la falsedad, junto con las verdades para nosotros, desaparecen»
Es interesante tener en cuenta la tesis relativista, según la cual la marcha de la humanidad es una sucesiva serie de errores, pero errores no en el sentido positivo del término, sino errores como ideologías, puntos de vista, teorías, etc., que durante determinado momento histórico fueron mantenidas como válidas, «como si» no fuesen tales errores, y tuvo que ser una época posterior la que demostrase la no validez de estos modos de enfrentarse a la realidad, la que las puso a la luz como tales errores; esta misma razón les puede hacer suponer que la teoría en las que se hallan instalados y desde la cual critican a las demás no tiene derecho a pretender ostentar un rango de validez absoluta, que se encuentran instalados sobre las arenas movedizas de la historia, pues una época posterior tendrá igualmente derecho a descalificarla. No hay otro modo de proceder para el historicismo, la verdad está en función de la temporalidad, la cronomanía para decirlo con Maritain;

pero no por ello hay que desechar los errores, sino que debemos servirnos de ellos como de sendas perdidas de caminos que no debemos recorrer nunca. Estos errores tienen al menos una ventaja, la de señalarnos un callejón sin salida, pero, ¿no nos están mostrando ya una verdad con ello?
Aparte del relativismo profesado por quienes defienden esta tesis, podemos señalar dos rasgos igualmente distintivos de la misma: a) Imposibilidad de asignar a una disciplina científica o filosófica un fin universal y supra-histórico. La finalidad le viene impuesta por la misma época (G. Simmel, Problemas fundamentales de la filosofía). b) Proceso negativo del conocimiento humano. Vamos conociendo por modo de negación. Como afirma Ortega en Ideas y Creencias, «tras mucho errar se va acotando el área del posible acierto
Dentro de estas líneas que venimos comentando, puede recordarse aquí a Nietzsche (v.), para el que el mundo de la verdad debe ceder y dar paso al mundo de la apariencia, del error. Sustenta su extraña tesis en base a un escepticismo historicista y relativista. Según él, el reino del ser debe ser sustituido por el del devenir, y la misma metafísica debe ser sustituida por el arte donde entra la apariencia, lo no-verdadero, etc. La verdad no sería otra cosa que el e. en el que me hallo instalado; el e. que fomenta al existente es para él verdad. Quizá cabe aquí recordar a Unamuno cuando advierte de «que vale más el error en que se cree que no la realidad en que no se cree; que no es el error, sino la mentira, la que mata al alma» En general, casi todas las tesis defensoras de un escepticismo a ultranza se apoyan en el argumento de la falibilidad de nuestros sentidos. De que en ocasiones el testimonio de dichas potencias orgánicas pueda inducirnos a e., infieren que en ninguna ocasión y bajo ningún motivo puede ser digno de crédito tal testimonio. Es justo reconocer que a menudo podemos ser inducidos a error por los sentidos, pero ello acontece de una manera accidental, pues si nos equivocan no hay que imputarlo a su misma esencia, que como la de toda potencia cognoscitiva se halla orientada a la verdad, y es una contradicción rotunda que una potencia cognoscitiva sea siempre errónea, pues en tal caso no serviría de ningún modo para conocer. La filosofía perenne, por el contrario, lleva a cabo una valoración de los sentidos y tiene en cuenta la posibilidad de que por culpa de éstos seamos accidentalmente conducidos al error. Los sentidos, a veces, pueden verse afectados de manera distinta a como son las cosas y por esta razón son portadores de una representación deformada de la realidad. Los sentidos no se engañan respecto al hecho de sentir, pero sí accidentalmente respecto a las cosas mismas sentidas. «Que haya falsedad en el sentido, avisa Tomás de Aquino, proviene de que percibe o se figura las cosas de manera distinta a como son»
Ha sido el profesor Millán Puelles el que en su obra La Estructura de la Subjetividad se ha ocupado en uno de los capítulos («La explicación genética del error») de las consecuencias tan importantes, conciliables con lo más sabroso de la filosofía moderna, que se desprenden de las consideraciones tomistas con respecto a los errores de nuestros sentidos. «Los errores sensibles son posibles en virtud del carácter, que la subjetividad tiene, de poder ser afectada de una manera física por condiciones de naturaleza material» A dicho carácter es a lo que Millán Puelles se refiere cuando nos habla de la «Estructura reiforme de la subjetividad», de su «condición de cosa o cuasi-cosa»Las consecuencias que para una antropología deduce Millán a partir de la tesis de los errores sensibles deben ser tenidas en cuenta, sobre todo por la conexión que manifiestan con ciertas corrientes de la fenomenología existencial.

Voluntarismo y naturalismo. Pueden recordarse aquí algunas explicaciones a la génesis del error.
Entre ellas destacan, como diametralmente antípodas, la voluntarista, entre cuyos más ilustres defensores cabe señalar a Descartes y Malebranche, y la naturalista, que cuenta con Kant como máximo exponente.
Para el racionalista francés la causa del e. es totalmente imputable a la facultad volitiva, y la razón de ello es que «la voluntad se extiende mucho más que el entendimiento»; Descartes no es que no quiera desechar del ámbito del entendimiento percepciones oscuras y confusas, sino que lo que pretende es subrayar la infinitud de nuestra voluntad frente a la finitud del entendimiento. «¿De dónde, pues, nacen mis errores? A saber, sólo de que siendo la voluntad mucho más amplia y extensa que el entendimiento, no la contengo en los mismos límites, sino que la extiendo también a las cosas que no entiendo, y como es de suyo indiferente a ellas se extravía muy fácilmente, y elige el mal por el bien o lo falso por lo verdadero. Esto hace que yo me engañe y peque» (Meditaciones Metafísicas). El uso de la voluntad no solamente puede extenderse a la afirmación de ideas sin correlato real (errores), sino igualmente a la elección del mal. En último término, la causa del e. y del mal sería la misma (Principios de la Filosofía). La razón de acudir a una explicación panvoluntarista del e. pretende ser congruente con uno de los puntos fundamentales del sistema del Cartesio: «Dios no puede ser causa de nuestros errores». Repugnaría a la esencia divina que ello fuese así; una vez eliminada por la existencia de Dios la hipótesis de un genio maligno que se complaciese en engañarnos, sólo cabe imputar la posibilidad de equivocarnos a nosotros mismos, pero no a nuestra naturaleza, que consiste en puro pensamiento, pues ésta no puede estar orientada en ningún caso al e., sino a nuestra libertad.
Cuando la sensibilidad se adecua al entendimiento, imponiéndole éste dichas estructuras, es fuente de conocimiento verdadero, pero cuando sucede de modo contrario es causa del error. Si para Malebranche se trataba de dejarse llevar de la apariencia, para Kant de lo que se trata es de dejarse llevar por la sensibilidad. ¿Y cómo puede ello acontecer sin que intervenga la voluntad?
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