POESIAS
No pidáis a su corazón tierno y sencillo, enriquecido con el tesoro de la moral, los arrebatos líricos del sensualismo de Safo. No le pidáis tampoco el arrojo de los modernos cantores de la desesperación y de la duda, ni menos el furor y terribles contradicciones que han precipitado a la musa de Víctor Hugo de su luminoso trono, para arrastrarla por el lodazal de pasiones infernales. Pedidle cánticos de gratitud al Redentor de los hombres y a su Madre Santísima, consuelo y refugio de los que lloran; pedidle amorosas expansiones de un espíritu regenerado por la fe y vigorizado por la esperanza, sueño de un alma despierta; pedidle, en fin, la candorosa expresión de las vagas e indefinibles emociones que produce la contemplación de la naturaleza, cuando se apodera de nuestro ser cierta apacible melancolía, y de todo ello encontrareis aquí muestras dignas de estimación.
Con el pudor propio de la mujer para expresar sus afectos, aun teniendo el corazón herido profundamente, descúbranse con timidez en algunas inspiraciones de nuestra poetisa huellas de crueles amarguras, de íntimos dolores, que la natural discreción de un noble pecho pretende ocultar, pero que insensiblemente se dejan traducir en lastimeros ayes, como a veces una lágrima furtiva suele hacer traición, sin que la podamos reprimir, a la sorda tempestad que agita el fondo de nuestra alma.
Oídla en su composición A María Inmaculada, y veréis cuán exacta es la observación:
«Mi fe me hizo volver a ti los ojos,
Ya por el llanto rojos,
En esas horas de mortal quebranto
En que el alma, en aislado sufrimiento
Y callado tormento,
Quiere huir de sí propia con espanto»
En la bella elegía escrita en quintillas (que el accidente del metro no puede mudar la esencia de las cosas) y titulada La flor del olvido, escribe:
«No vale todo el reposo
Con que nos brinda el olvido,
El suspiro misterioso
Que del corazón medroso
Lanza el recuerdo escondido.»
Y en otro lugar, depositando una flor sobre el sepulcro de amiga querida:
«Vengo a dejarte una flor
Nacida en mi pensamiento,
De mi cariño al calor,
Que debió riego y sustento
Al llanto de mi dolor.»
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«Y no diera en este instante Por un alcázar brillante |
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Que alboroza |
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Y maravilla, |
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Una choza |
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De esta orilla |
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Coronada por la cruz!» |
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¡Cómo no sentiros arrastrados de secreta simpatía,
cuando al caer la tarde la oigáis decir en la soledad de los campos, entregada
sin reserva a los naturales impulsos del corazón:
«Busqué el bullicio
en incesante anhelo |
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Quien dicha en él
apura; |
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Yo busco en el retiro
mi ventura: |
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Que en él extiendo el
vuelo, |
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Y de este mundo me
remonto al cielo!» |
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