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ENTRE EL CIELO Y LA TIERRA

 POESIAS

Lamentable esta indiferencia siempre como signo de poco apego a los puros y tranquilos goces del alma, es entre nosotros resultado inmediato del afán con que se ha procurado impulsar la juventud al camino de la ambición y de las luchas políticas; pero no quiere decir que este momentáneo eclipse indique la nulidad o acabamiento de la inspiración poética. Las voces que de cuando en cuando resuenan entre el confuso clamoreo de las pasiones que engendra el desmesurado afán de intervenir en la vida pública claramente revelan que aún no se ha extinguido el fuego sagrado, y que arde, con celeste llama, como en fanal transparente, en el fondo de los pechos generosos. 
No, la poesía no ha muerto; la poesía no puede morir, mientras haya fe y amor y caridad en el corazón del hombre. La poesía vive, y vivirá con el virginal atractivo de inmaculadas bellezas, mientras el ser privilegiado de la creación no reniegue de sus propias condiciones, subordinando los movimientos del ánimo a las sugestiones del instinto. En vano se jactará el moderno materialismo de haber dado el golpe de gracia a la poesía. Cuando más la juzgue muerta, la verá surgir nuevamente de las catacumbas del espíritu, cual los primitivos cristianos, regenerada, fortalecida, pronta a dilatar su imperio por los confines de la tierra. De estas delicadas voces que se dejan oír entre el rumor de las luchas sociales, como eco misterioso de un lenguaje más universal y más puro que el de la multitud esclava de sórdidos intereses, forma parte la joven poetisa, cuyos versos reunidos en colección siguen a los presentes, renglones.

No pidáis a su corazón tierno y sencillo, enriquecido con el tesoro de la moral, los arrebatos líricos del sensualismo de Safo. No le pidáis tampoco el arrojo de los modernos cantores de la desesperación y de la duda, ni menos el furor y terribles contradicciones que han precipitado a la musa de Víctor Hugo de su luminoso trono, para arrastrarla por el lodazal de pasiones infernales. Pedidle cánticos de gratitud al Redentor de los hombres y a su Madre Santísima, consuelo y refugio de los que lloran; pedidle amorosas expansiones de un espíritu regenerado por la fe y vigorizado por la esperanza, sueño de un alma despierta; pedidle, en fin, la candorosa expresión de las vagas e indefinibles emociones que produce la contemplación de la naturaleza, cuando se apodera de nuestro ser cierta apacible melancolía, y de todo ello encontrareis aquí muestras dignas de estimación.

Con el pudor propio de la mujer para expresar sus afectos, aun teniendo el corazón herido profundamente, descúbranse con timidez en algunas inspiraciones de nuestra poetisa huellas de crueles amarguras, de íntimos dolores, que la natural discreción de un noble pecho pretende ocultar, pero que insensiblemente se dejan traducir en lastimeros ayes, como a veces una lágrima furtiva suele hacer traición, sin que la podamos reprimir, a la sorda tempestad que agita el fondo de nuestra alma.

Oídla en su composición A María Inmaculada, y veréis cuán exacta es la observación:

«Mi fe me hizo volver a ti los ojos,

        Ya por el llanto rojos,

En esas horas de mortal quebranto

En que el alma, en aislado sufrimiento

Y callado tormento,

Quiere huir de sí propia con espanto»

En la bella elegía escrita en quintillas (que el accidente del metro no puede mudar la esencia de las cosas) y titulada La flor del olvido, escribe:

    «No vale todo el reposo

Con que nos brinda el olvido,

El suspiro misterioso

Que del corazón medroso

Lanza el recuerdo escondido.»

Y en otro lugar, depositando una flor sobre el sepulcro de amiga querida:

   «Vengo a dejarte una flor

   Nacida en mi pensamiento,

   De mi cariño al calor,

   Que debió riego y sustento

   Al llanto de mi dolor.»

Pues si seguís ocultamente sus pasos, y os paráis a escuchar los acentos en que prorrumpe ante el hermoso espectáculo de la naturaleza, una siempre, y siempre nueva y distinta, ¡con qué dulce satisfacción no la oiréis exclamar, a la luz argentina de la encantadora Febe, sol de los desvelados, según el lírico inglés; en las playas valencianas, ceñidas de vergeles, donde anida perpetuamente la primavera; ante el inquieto ir y venir de las olas del Mediterráneo, teatro insigne de tantas heroicas hazañas; conmovida por el tranquilo reposo de la gente labradora, que en sus limpias cabañas (fabricadas bajo el extendido pabellón de gigantesca palmera) duerme el pacífico y envidiable sueño de la honradez laboriosa:

 

   «Y no diera en este instante

   Por un alcázar brillante

 

 

 

   Que alboroza

 

 

 

   Y maravilla,

 

 

 

   Una choza

 

 

 

   De esta orilla

 

 

 

   Coronada por la cruz!»

 

 

¡Cómo no sentiros arrastrados de secreta simpatía, cuando al caer la tarde la oigáis decir en la soledad de los campos, entregada sin reserva a los naturales impulsos del corazón:

«Busqué el bullicio en incesante anhelo

Quien dicha en él apura;

Yo busco en el retiro mi ventura:

Que en él extiendo el vuelo,

Y de este mundo me remonto al cielo!»


En resolución, las composiciones de nuestra modesta poetisa, reunidas en el presente volumen, tienen el atractivo de todo lo que nace espontáneamente en un alma templada al calor de afectos puros y generosos. La crítica descontentadiza podrá tal vez hallar pequeños lunares en la forma de tan delicadas flores: la suavidad de sus perfumes regalará siempre el espíritu de las personas sensibles.








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