Entre la Filosofía y la Neurobiología
1 La conciencia como enigma
La conciencia vista desde la experiencia individual, corporal, se visibiliza y se invisiviliza de una manera continua, pues no siempre la tenemos encendida, pero tampoco permanece apagada constantemente, ya que existe una dinámica entre la conciencia activa y la conciencia pasiva:
“Quienquiera que reflexione sobre sus experiencias conscientes advertirá una distinción obvia entre la experiencia de la actividad intencional voluntaria, por un lado, y la experiencia de la percepción pasiva, por otro”. “No toda la conciencia es intencional y no toda la intencionalidad es consciente,
pero hay muy serias e importantes superposiciones entre una y otra; … los estados mentales que son de hecho inconscientes deben ser el tipo de cosa que, en principio, podría convertirse en consciente” Por otra parte, la conciencia no ha podido ser explicada a partir de causas y efectos, no se ha podido establecer de una manera cuantitativa cuales son los fenómenos que generan la conciencia efectual, lo cual significa que sus límites científicos, por lo menos en términos de las ciencias naturales, aún es vaga, esto implica que su determinación o estudio esté más próximo a su naturaleza cualitativa, como se afirma: “En su esencia misma, la conciencia es cualitativa, subjetiva y unificada. Es imposible que un estado sea cualitativo, en el sentido al que he hecho referencia, sin ser también subjetivo en el sentido ya explicado” Que su naturaleza sea cualitativa significa que no es posible,
por el momento, encontrar regularidades en su manera de escenificarse a la subjetividad, lo cual implica que la casuística es predominante en su existencia. Salvo por patrones de actividad neuronal que pueden reconocerse mediante electroencefalografías u otras técnicas como la resonancia magnética funcional, la tomografía por emisión de positrones o tensor de imagen, no hay regularidades que permitan descubrir leyes científicas o por lo menos no se han establecido aún. Esto además sugiere que el estudio de la conciencia es poco analítico, es decir, no se puede dividir para explicarla, como se indica: “Es absolutamente esencial entender que la conciencia no es divisible como suelen serlo los objetos físicos; siempre se presenta en unidades discretas de campos conscientes unificados” Vista la conciencia desde su existencia su aprehensión es un misterio, como también se afirma: “La conciencia humana es el último de los grandes misterios” Quizás no el último, pero si constituye una experiencia cognitiva difícil de perpetrar, su naturaleza se desliza cada vez que intentamos acceder a su forma de manifestarse. No obstante, este no es un aspecto negativo, de alguna forma el encanto de la conciencia es precisamente que su naturaleza no se deje enmarcar en una definición, que sus características aun sigan siendo un misterio como lo revela el mismo autor: “Con la conciencia, sin embargo, seguimos sumidos en la más profunda de las confusiones. La conciencia se caracteriza por ser el único tema que todavía puede dejar mudos y turbados a los más sofisticados pensadores. Y como ya ocurrió en su momento con los demás misterios, hay muchos que insisten —y esperan— que nunca llegará la desmitificación de la conciencia. Su misterio radica, precisamente en la impotencia que los hombres de ciencia sienten cuando intentan describirla, pero cuando la existimos, cuando se hace presente en las actividades tanto cotidianas como reflexivas no es un problema, ya que el fenómeno de la conciencia tiene alta variedad de fenómenos de conciencia, por ejemplo, llena mi campo visual de los colores de mi jardín y para una persona que siente dolor el fenómeno de la conciencia sobre el dolor es presente. Es propio, entonces, que muchos pensadores se nutran con el enigma de la conciencia, puesto que, si se llega el momento de descifrar su estructura, sus características, sus causas y sus efectos, entonces pasará a ser un fenómeno que puede ser explicado, y por ello predecible y dominable por la ciencia. Mientras esto no pase o, por lo menos, no se tenga la evidencia tangible de la explicación, la conciencia sigue siendo un insumo de la especulación, lo cual le hace mucho bien a los filósofos, cuando no a los psicólogos y a la literatura en general. Por ello, la conciencia seguirá siendo un fenómeno de reflexión:
“La conciencia es un enigma, probablemente el mayor enigma tanto de la filosofía como la ciencia. ¿Qué es la conciencia? ¿De dónde procede? ¿Para qué sirve? Estos tres interrogantes implican elementos axiológicos, genéticos y teleológicos, esto es, los principios o fundamentos, el origen y la finalidad de la conciencia.
Pensar en los fundamentos ontológicos de la conciencia implica mínimamente pensar en su naturaleza, esto es, si es un elemento sustancial en el cuerpo de los seres vivos o si es una facultad, que solo tiene existencia como capacidad corporal y específicamente capacidad del encéfalo, pues elementos de éste como la corteza cerebral, los núcleos intralaminares del tálamo y la formación reticular, están altamente implicados en la conciencia. Por otra parte, pensar en la procedencia implica también dos elementos, primero, la profundización en los elementos históricos que da cuenta de este fenómeno, desde la antigüedad, hasta nuestros días. Y segundo un análisis de la evolución de la humanidad a nivel encefálico para determinar en donde se consolida esta capacidad neurobiológica, que como algunos afirman nace en el cerebro reptil, como componente del cerebro triuno, que aún conservamos como elemento filogenético y que se activa en coherencia con la huida, el peligro o el placer, facultades básicas que fundan el resto de actividades cerebrales, como se ha afirmado: “La irritabilidad y la subjetividad (en un sentido muy primitivo) son propiedades pertenecientes a una solo célula. En tal caso, esta subjetividad primitiva sería la base de la conciencia” Tercero la utilidad de la conciencia, la cual podemos determinar por medio de la atención o el reconocimiento del sí mismo, puesto que ello ayuda por una parte a diferenciar lo bueno de lo malo, y por otro a sabernos a nosotros mismos como sujetos cognitivos en el mundo.
La conciencia sigue siendo enigmática a tal punto que algunos filósofos han considerado que su existencia es un mito y el argumento es sencillo, por lo menos para Ryle, la conciencia para ser tal, no solo da cuenta de los objetos de la atención, sino que además debe dar cuenta de ella misma, lo cual implica que lo que se extiende sobre un objeto para atenderlo, como objeto de interés además debe volverse sobre ella misma, para poder esclarecer su misma naturaleza. Este es uno de los elementos que hace incomprensible la naturaleza misma de la conciencia, pues cuando la vamos a tematizar la reflexión se duplica. Ryle en su reflexión sobre el concepto de lo mental explora las maneras de entender, en sentido práctico el fenómeno de conciencia y cuando dirige su atención a la atención muestra como este fenómeno se redobla: “No se supone que cuando estoy pensando, por ejemplo, cual es la respuesta a una adivinanza, soy consciente, ipso facto, de estarlo haciendo, llevando a cabo simultáneamente dos actos de atención: uno referido a la adivinanza, y otro, a la búsqueda de la solución. Tampoco se supone que mi acto de pensamiento y su autor revelación son dos actos o procesos distintos, aunque indisolublemente unidos. Más bien –utilizando por fuerza una metáfora– se supone que los procesos mentales son fosforescentes como el mar tropical que se hace visible por la luz que el mismo emite. O para usar otra imagen, que los procesos mentales son “escuchados” por la propia mente, del mismo modo que el que habla escucha su propia voz” Así, según el filósofo, todo acto de pensamiento implica que el sujeto no solo piense lo dado a la mente, sino que se piensa el mismo para poder pensar lo dado. Todo acto de la Salud pensamiento necesita el acto en sí mismo, de aquí podemos inferir,
que la conciencia como parte de la mente en escena se dobla en su actividad misma, pues no solo se hace presente un objeto del mundo externo o interno (la realidad o la subjetividad) sino que es necesario que la conciencia misma se sepa a ella, para poder exteriorizarse en lo otro. De aquí que la conciencia sea un elemento abstracto de los más abstractos, esto es un mito, como afirma el mismo Ryle: “La mente puede “ver” sus propias operaciones a la “luz” que ellas mismas emiten, el mito de la conciencia es un ejemplo de paraóptica” El ver lo que ve y no solo lo visto, implica un proceso ab infinitum ya que la actividad se eleva jerárquicamente con cada afirmación, esto es, el ojo que ve un objeto, es visto por otro ojo que ve el ojo que ve el objeto, pero debe haber otro ojo que ve el ojo, que ve el ojo que ve el objeto y así hasta donde la intelección humana le permita iluminar tal escala. De manera similar, podemos pensar la conciencia según el autor en cuestión. La conciencia para ser conciencia tiene que ser conciencia de sí misma, la cual a su vez exige una nueva conciencia que éste por encima para poder hacer conciencia que somos conscientes, por ello conceptuar o tematizar la conciencia se hace un acto hechizante para el ser humano, ya que solo en el acto mismo de la conciencia podemos atrapar este proceso con las palabras: “Si los estados de conciencia pudieran ser expresados verbalmente lo serían en tiempo presente y no en tiempo pasado” La actividad del ahora vivido es el escenario original de la conciencia y solo allí es posible atraparla con palabras para que no se nos escape a un nivel superior: “No pedimos una antorcha para que nos ayude a ver mejor y otra para que nos ayude a reconocer lo que vemos”. De modo que, si hubiera alguna analogía entre el hecho de que una cosa está iluminada y de que un proceso mental es consciente, no se seguirá que el sujeto de dicho proceso reconocería lo que es.
Es posible que llegara a explicar cómo podemos discernir distintos procesos mentales, pero no podría explicar cómo es que afirmamos verdades y evitamos o corregimos errores acerca de ellos. El mito de la conciencia, entonces, hace pensar en entidades sobrenaturales que no poseen una realidad física, o por lo menos perceptible a los sentidos, una realidad producto de la imaginación. El argumento de Ryle es contundente ya que la conciencia nos eleva a un plano diferente del plano de las ciencias naturales. Vista desde esta perspectiva, la conciencia es una entidad de la imaginación, aunque no por ello menos real. La mayoría de las personas tienen una idea de la existencia de la conciencia, sin importar si su origen es físico o de otra índole, la conciencia existe y su labor en la mente individual o colectiva está definida. Y esto hace que su existencia se mitifique, su existencia se vuelve evidente, pero invisible al pensamiento. Como mito, la conciencia tiene poderes sobre naturales, tiene propiedades que no se pueden explicar, aunque se pueden interpretar. El mito es un suceso a-lógico. Bajo estas condiciones la conciencia es una entidad que tiene poderes tales como: diferenciar lo bueno de lo malo, poder de la voluntad (toma de decisiones), de hacer volver la mente a las vivencias del recuerdo, de prospectar los acontecimientos que aún no han sucedido, el poder fundante del autocuidado corporal y social, de alejar a los seres humanos de los hábitos inadecuados entre otros. La conciencia es la responsable, es la sede de la culpabilidad de los acontecimientos que alteran o normalizan el comportamiento de los seres humanos en la vida cotidiana. La disculpa perfecta es la ¡falta de conciencia! o ¡hágalo con conciencia!, éstas frases, entre otras, constituyen el motor que hace que la conciencia se constituya en una diosa de la vida cotidiana. Ella es la culpable de los desastres y de los beneficios a los cuales se inclinan los seres humanos. La conciencia: diosa moral, diosa temporal, diosa espacial, fenómeno inexplicable. Su fuerza emerge de la historia, brota de los acontecimientos del pasado, pero recordados en el presente tal y como expone Gadamer: “La conciencia, sin saberlo ella misma, está condicionada por las determinaciones históricas. Nosotros no somos meros observadores que contemplan la historia desde lejos, sino que nos hallamos, en tanto que somos criaturas históricas, siempre en el interior de la historia que aspiramos a comprender. En ello radica la peculiaridad no reducible de este tipo de conciencia” Otro elemento que nos enturbia la clarificación del fenómeno de la conciencia es que los seres humanos saben de ella en la intimidad de la mente y esto implica que la existencia de la conciencia se revele de una manera privada, cuando no íntima, es una experiencia individual y por ello intransferible, no hace parte de lo público, por lo menos en la manera en que cada individuo la vive. Si bien es cierto que podemos interpretarla o comprenderla desde el comportamiento, tales como las expresiones de las emociones o los sentimientos; su existencia ontológica solo brota al entendimiento en lo más profundo de la subjetividad. El hábitat original de la conciencia es la vida y esta dista de la teoría, esto es, del conocimiento. ¿Pues, como hace un órgano o una célula para saber de sí, si de manera individual no es nerviosa? ¿O bastan sus mecanismos intracelulares para saberse ella?, más en que parte de su interior radica el saber de ella, ¿quizás en su núcleo?, aunque se habla de memoria celular, lo que implicaría conciencia celular. De aquí que sea tan compleja la determinación de herramientas conceptuales para explicar el fenómeno en cuestión. No obstante, lo que se da a la experiencia misma, así sea individual, tiene más certeza para el ser humano que aquello que llega del mundo exterior, como lo afirma Bergson: “La existencia de que estamos más seguros y que mejor conocemos es indiscutiblemente la nuestra, porque de todos los demás objetos tenemos nociones que pueden considerarse como exteriores y superficiales, en tanto que nosotros nos percibimos a nosotros mismos interiormente, profundamente”
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