Como elaboración conceptual de la antropología unamuniana.
El “hombre de carne y hueso” en contraposición al hombre abstracto propuesto por los filósofos, se muestra en Del sentimiento trágico de la vida como una realidad verdaderamente existente, caracterizado por el hambre de supervivencia y el afán de inmortalidad, por “perseverar en su ser”. Nos encontramos en Del sentimiento trágico de la vida con una obra que podría considerarse como antropología filosófica, pues su objetivo filosófico es el hombre. Un hombre concreto que constituye el verdadero objeto de la filosofía. La filosofía es el acto de reflexión de la conciencia subjetiva de cada hombre y esta reflexión está originada por un sentimiento que nos obliga a reflexionar sobre el existir. Siendo este sentimiento el sentimiento trágico de la vida. Ya que, el sentimiento trágico de la vida es la base de todo filosofar. Es un afán, un deseo de plenitud, de romper los estrechos límites de la existencia, es decir un ansia de inmortalidad, un instinto de perpetuación. Para Unamuno la muerte es la negación de su supuesto filosófico, o sea, de la existencia. Y desde aquí se llega al tema de Dios inmortalizador.
Antropología del hombre de carne y hueso.
Unamuno quiere conocer de primera mano la realidad humana, y por eso se basa en hombres concretos, es decir en hombres “de carne y hueso”, donde podemos observar todos sus problemas intrínsecos, sus angustias y además sus regocijos, en definitiva, todo lo más primordial de su ser. Analiza y parte de hombres concretos, para realizar una antropología concreta, para posicionarse en frente de las concepciones abstractas del ser humano, como nos explicita en el primer capítulo de la obra estudiada, “Ni lo humano ni la humanidad, ni el adjetivo simple ni el adjetivo sustantivado, sino el sustantivo concreto: el hombre. El hombre de carne y hueso, el que nace, sufre y muere” (Unamuno 1970), rechaza las concepciones teóricas y abstracciones que se puedan hacer sobre el hombre, ya que no son el objeto de su antropología, como es el caso de la antropología de Descartes, que “quiso empezar prescindiendo de sí mismo, del Descartes, del hombre real, de carne y hueso, del que no quiere morirse, para ser un mero pensador, esto es, una abstracción” (Unamuno 1970), sino que le interesa el ser humano concreto, el que vive, siente y sufre; el hombre total, en eterno cuestionamiento para aprenderse a sí mismo, transformarse y completarse en la confrontación con los otros. Por lo tanto, en el primer capítulo Del sentimiento trágico de la vida, Unamuno nos dice que el hombre concreto debe ser el sujeto y el objeto de la filosofía, aunque, esté ausente de la mayoría de los sistemas filosóficos. Entiende por filosofía el modo de interpretar entender o no el mundo. El hombre de carne y hueso no es sólo un animal racional, es, además y sobre todo, un animal afectivo y sentimental. Unamuno reivindica la faceta humana más afectiva, considerando que el ser humano es un ser movido por sentimientos y deseos. Sin embargo, no puede descuidarse ninguna de las dos dimensiones, ni la afectiva ni la racional: el hombre piensa, reflexiona y conoce, y además vive, siente, padece, sufre, desea…
Para hacer del hombre concreto el sujeto y el objeto a la vez de su filosofía, Unamuno comienza por lo más cercano que será él mismo y los hombres que encuentra a su alrededor, incluso con los filósofos que lee, indagando en sus pensamientos al hombre, ya que desecha las concepciones abstractas del ser humano, eliminando lo genérico para quedarse con el hombre particular y concreto, como asevera Ferrater Mora, “no hay un espíritu o una vida, entendidas siempre demasiado genéricas, sino el hecho irreductible, originario, primitivo, de nuestro particular y concreto existir” (Ferrater 1943). Y particular y concreto existir, sirve de génesis para una antropología que busca un conocimiento profundo del ser humano, irreductible según Unamuno a ninguna abstracción.
Antropología desde la individualidad.
Unamuno centra su inquietud antropológica en el ser humano en cuanto ser individual y personal, ya que para él sólo el ser humano desde su individualidad es quien se enfrenta con el problema de la muerte y de su propio destino. Por lo tanto, la cuestión de la inmortalidad personal es el meollo de su sentimiento y su filosofar, hundiendo la raíz de su discurso filosófico en un terreno de cariz existencial, en el que el hombre, cada existente en singular, se bate de cara a la muerte y demanda razones últimas ante el destino. Y el punto de partida de su discurso filosófico es el sentimiento trágico de la vida, de nuestro sentimiento de mortalidad, origen y fuente de nuestro "inmortal anhelo de inmortalidad". Unamuno centra el problema en la antropología, analizando al hombre concreto de carne y hueso, ya que el fundamento de mi sustancialidad es el de mi propia realidad humana. Sustancial es el ser dinámico e íntimo de la vida humana y la personal, que consiste en hacerse, temporalmente, en creación y destrucción perennes, en lucha agónica incesante. Y el hombre auténtico es el que lejos de rehuir la angustia o congoja, se afana por la perduración de su ser.
Aquí podemos considerar que Unamuno parte de la afirmación de Spinoza: cada cosa es en sí y se esfuerza por perseverar en su ser (en cuanto sustancia. Desde esta perspectiva del ser humano diferencia J. M. Vinuesa en su obra Unamuno: persona y sociedad, el individualismo unamuniano del individualismo frecuente, pues el individualismo de Unamuno germina desde un fuerte sentimiento personal y social, y el individualismo corriente surge dese una noción atómica y disolvente de la sociedad. A pesar de hallarse compenetradas las dimensiones social e individual, para comprender el fondo más esencial del ser humano, Unamuno parte del hombre concreto individual, en cuanto individuo que aspira a la inmortalidad. Ese hombre individual que se hace cuestión de sí mismo, se enfrenta consigo mismo como problema; se pregunta quién es él, de dónde viene y, sobre todo a dónde va. Y desde estas preguntas antropológicas fundamentales sobre sí mismo, se pasa a preguntar por los demás hombres, pero es el ser humano individual el que se ve afectado por ellas y el que constituye el punto de partida. Por lo tanto, es el ser individual quien se enfrenta en soledad con los problemas de su esencia y de su destino, constituyendo su propia personalidad en un continuo intercambio con los demás.
Antropología multidimensional.
Al centrarse nuestro autor en el hombre individual, lo analiza en todos sus aspectos, aunque sean contrapuestos entre sí. Como es el caso de las dimensiones individual y social analizadas o las caras racional y extra-racional intrínsecas al ser humano. Todas las facetas del ser humano le interesan a Unamuno, en cuanto que sólo teniendo en cuenta cada una de ellas puede llegar a una visión integradora de aquél, es decir la antropología unamuniana sólo puede aprehenderse a través del análisis de la multiplicidad de aspectos del ser humano, podríamos denominarla como una antropología multidimensional e integral en la que se capte la especificidad del ser humano. Pero a pesar de existir un propósito totalizador en la antropología unamuniana, tenemos que hacer hincapié en la falta de interés por fundamentarse como un método, en todo caso se podría ver como una analítica existencial
Antropología escindida y agónica.
Unamuno además de considerar al hombre concreto como totalidad, analizado todas sus facetas, lo considera además como un hombre escindido. Escindido entre instancias contrapuestas, de las que dos ocupan un lugar prioritario: lo racional y lo extra-racional. Ambos aspectos se contraponen y luchan entre sí por imponerse, pero ninguno de ellos logra una victoria, precisamente porque ambos son constitutivos del ser humano. Y desde este punto de vista nos dirá Unamuno que el error de la mayoría de las corrientes filosóficas es pretender eliminar la instancia extra-racional, o en pretender conciliarlas: Y el más trágico problema de la filosofía es el de conciliar las necesidades intelectuales con las necesidades afectivas y con las volitivas. Como que ahí fracasa toda filosofía que pretenda deshacer la eterna y trágica contradicción, base de nuestra existencia (Unamuno 1970). Y tal como nos destaca Ferrater Mora en su obra Unamuno, Bosquejo de una filosofía, la perspectiva supuestamente antifilosófica de Unamuno forma otra manera de volver a la filosofía, liberándola de ídolos, ya sea los de la razón y las ideas como los de la ‘irracionalidad’ y la ‘vida’. Para Unamuno, el hombre que vive auténticamente, el hombre de carne y hueso, vive trágicamente en una continua lucha entre dos series de contendientes: la voluntad de ser y la sospecha de que se puede dejar de ser; el sentimiento y el pensamiento; la duda y la fe; la certidumbre y la incertidumbre; la esperanza y la desesperación; la cabeza y el corazón, la razón y la vida. El problema está en que no se puede prescindir ni de lo racional ni de lo extraracional, ya que la vida del hombre consiste en un debatirse continuamente entre dos instancias enemigas. Podríamos considerar que Unamuno llega a esta conclusión en el capítulo VI de Del sentimiento trágico de la vida, después de acudir sucesivamente y sin éxito a la filosofía y a la religión en busca de soluciones o respuestas para su deseo vital de inmortalidad. Dichas instancias contrapuestas: “la razón y el sentimiento, la ciencia y la vida, la lógica y la biótica” (Unamuno 1970), etc., se necesitan mutuamente. Destacándolo de la siguiente manera: Razón y fe son dos enemigos que no pueden sostenerse el uno sin el otro. Lo irracional pide ser racionalizado, y la razón sólo puede operar sobre lo irracional. Tienen que apoyarse uno en otro y asociarse. Pero asociarse en lucha, ya que la lucha es un modo de asociación (Unamuno 1970). E incluso destaca dicha necesidad en todas las dicotomías que especifican la vida. El hombre desde la perspectiva antropológica de Unamuno no consiste sólo en ser un hombre escindido entre instancias contrapuestas, sino, además, se trata de un ser dialéctico, o, agónico en el sentido griego, un ser en continua lucha con todo lo demás y, sobre todo, consigo mismo, o lucha de unos aspectos de sí mismo con otros, lucha que se nos impone por constituir la base misma de la vida y de nuestro propio ser.
Existencia trágica.
Podemos destacar el “sentimiento trágico de la vida” como el fundamento desde el cual se constituyen todas las contradicciones intrínsecas del hombre, de su agonía, siendo el inicio para la filosofía, más bien de una determinada filosofía, de aquella que consiste en plantear directamente y en profundidad el problema de la finalidad de nuestra vida, indagando como afirma A. Guy en su obra Unamuno, et la Sed de eternidad, El motivo de nuestro destino: La verdadera filosofía, cualquiera que sea su inclinación o inspiración doctrinal, consiste en plantearse con franqueza la pregunta fundamental del propósito de nuestra vida dentro del Cosmos, en buscar el porqué de nuestro destino, en lugar de contentarse con el cómo, camino del positivismo.
(Guy 1974). En consecuencia, el hombre vive en una constante preocupación conflictiva en torno al sentido de su existencia, ello se convierte en la cuestión básica, la permanente contradicción de su lucha agónica frente a la mayor aspiración humana, la cual consiste en continuar existiendo eternamente a partir de su miedo a la muerte. El hombre se autocuestiona constantemente frente a la incertidumbre del destino individual tras la muerte, y dicho cuestionamiento nunca termina ya que pretende perpetuarse incluso más allá de la muerte física del cuerpo y sobrevivir en la mente. El hombre se encuentra en el teatro del mundo, situado en La verdadera filosofía, cualquiera que sea su inclinación o inspiración doctrinal, consiste en plantearse con franqueza la pregunta fundamental del propósito de nuestra vida dentro del Cosmos, en buscar el porqué de nuestro destino, en lugar de contentarse con el cómo, camino del positivismo.
y la sed de eternidad
Sed de eternidad, entre la luz del ser y las tinieblas de la nada. Y el hombre se plantea su lugar en el mundo, ya que al ser consciente de estar arrojado por definición en un mundo que le envuelve, que le ofrece posibilidades y se las condiciona, se sabe reducido a "existencia", literalmente, a "estar fuera de sí" siempre volcado sobre el mundo. Y esa existencia, ese ser enfrentado al mundo, se sabe a su vez libre y responsable de sus actos. No encuentra una justificación de su comportamiento en una esencia previa, que le obligue a actuar de una manera dada, sino que se sabe reducido a su libre forma de existir. No podemos reducir lo vital a esencia alguna: el hombre sólo tiene existencia, y ha de desarrollarla con plena "voluntad de poder" sin dejarse coartar por los falsos presupuestos de la metafísica tradicional, pues lo que importante es la existencia del hombre concreto y a partir de aquí podremos profundizar en el ser. Y es mediante el “sentimiento trágico de la vida” como el hombre toma conciencia de su condición temporal, limitada y precaria, ante lo desconocido del más allá y de su destino. Partiendo de esta forma de conciencia, el ser humano puede asumir su condición e interrogarse sobre la finalidad de su propia vida e incluso de todo el universo. Y expone Unamuno una serie de ejemplos de hombres originales que poseen dicho sentimiento: Ahora recuerdo a Marco Aurelio, San Agustín, Pascal, Rousseau, René, Obermann, Thomson, Leopardi, Vigny, Lenau, Kleist, Amiel, Quental, Kierkegaard; hombres cargados de sabiduría más bien que de ciencia (Unamuno 1970). Unamuno además destacó pueblos enteros que se caracterizan por ser trágicos, por tener vigentes el problema antropológico primordial, destacando entre estos pueblos el español, continuamente intranquilo por los problemas de la muerte y del más allá, donde su filosofía realizará una meditación sobre dichos problemas.
Dentro de esta cuestión A. Guy propone que el sentimiento trágico de la vida no consiste en una elección libre, sino más bien de vocación: No obstante, en distintas ocasiones Unamuno parece que describe el “sentimiento trágico de la vida” desde una perspectiva de libre elección, o como algo que, a pesar de ser esencial al ser humano, tiene dos posibilidades, asumirlo o relegarlo. Por lo tanto, el hombre puede tomar conciencia de su precariedad y de su tragedia íntima y asumirlas plenamente, o bien no prestar atención a dicha conciencia, apareciendo en consecuencia otros dos temas primordiales de la antropología unamuniana, el problema de la autenticidad o la inautenticidad de la vida humana y el tema del hombre como conciencia.
Al afrontar Unamuno el problema de la autenticidad o la inautenticidad del ser humano, hace entender las posibilidades de elección entre una existencia trágica, que supone el “sentimiento trágico de la vida”, o llevar una existencia aparencial.
Perpetuidad consciente. Al tener el sentimiento trágico de la vida en su base la toma de conciencia indigente del ser humano, podemos decir que al hombre le caracteriza el ser consciente de sí mismo, adquiriendo conciencia de su propio ser. De hecho, el tema de la conciencia ocupa una posición esencial en el pensamiento de Unamuno, destacando que “la única conciencia de que tenemos conciencia es la del hombre” (Unamuno 1970). Y al afirmar el hombre su yo, su conciencia personal, afirma al mismo tiempo la realidad y la vida misma, puesto que lo único de veras real, es la conciencia, que viene a identificarse con el ser vital, con la vida. Porque el hombre concreto, al tomar conciencia de sí mismo, se niega a perderla un día, se niega a morir: Y toda esa trágica batalla del hombre por salvarse, ese inmortal anhelo de inmortalidad que le hizo al hombre Kant dar aquel salto inmortal de que os decía, todo eso no es más que una batalla por la conciencia. Si la conciencia no es, como ha dicho algún pensador inhumano, nada más que un relámpago entre dos eternidades de tinieblas, entonces no hay nada más execrable que la existencia (Unamuno 1970). Y toda la batalla por la existencia es una continua lucha por la conciencia, y por ello cuando Unamuno examina el problema de la inmortalidad se niega a pretender una perduración colectiva que conlleve el menoscabo de la propia conciencia, ya que dicha perdida obtendría el mismo nivel de la inexistencia, pues no tiene sentido perdurar sin conciencia. En lo más íntimo del hombre se encuentra ligado a su esencia el querer perdurar, el ambicionar dilatar, cuanto sea posible, la conciencia de sí mismo, el ansiar ser sí mismo perpetuamente.
Amor desde la asunción de la precariedad humana. Pero tenemos que destacar una realidad que se le impone al hombre a pesar de su anhelo de perdurar, y es su limitación esencial, su finitud y su contingencia, es decir su precariedad. El hombre al ser consciente de sí mismo, percibe su propia limitación esencial, y a partir de concebir dicha limitación es cuando adquiere su propio valor como individuo. Me siento yo mismo, pero la limitación del ser humano va unida a un hecho de vital importancia, puesto que es un ser finito, su existencia está predeterminada a desaparecer tarde o temprano, y para más inri se trata de un ser contingente no necesario. Unamuno nos destaca como estamos constantemente buscando la infinitud. A partir de la plena toma de conciencia de nuestra precariedad es cuando el hombre se compadece de sí mismo y de sus semejantes, lo cual da paso al amor: Según te adentras en ti mismo y en ti mismo ahondas, vas descubriendo tu propia inanidad, que no eres todo lo que eres, que no eres lo que quisieras ser, que no eres, en fin, más que nonada. Y al tocar tu propia nadería, al no sentir tu fondo permanente, al no llegar a tu propia infinitud, ni menos a tu propia eternidad, te compadeces de todo corazón de ti propio y te enciendes en doloroso amor a ti mismo, matando lo que se llama amor propio y no es sino una especie de delectación sensual de ti mismo, algo como un gozarse a sí misma la carne de tu alma (Unamuno 1970). Según Unamuno (como acabamos de ver), en primer lugar, alcanzamos el amor de sí mismo, y desde aquí podemos adquirir el amor hacia toda la humanidad, puesto que: Los hombres encendidos en ardiente caridad hacia sus prójimos, es porque llegaron al fondo de su propia miseria, de su propia aparencialidad, de su nadería, y volviendo luego sus ojos, así abiertos, hacia sus semejantes los vieron también miserables, aparenciales, anonadables, y los compadecieron y los amaron.
Por lo tanto, este amor sólo se da cuando los seres humanos se sienten partícipes de un mismo sufrimiento, es decir este amor es posible entre los seres humanos que compartan una desgracia. El sujeto que sufre se conoce mejor a sí mismo, llega a ahondar en lo profundo de su alma y se ama al mismo tiempo que se compadece, y es desde aquí donde surge el sentimiento de amor hacia todos los seres humanos, ya que los siente también finitos y temporales como él mismo. Por lo tanto, el anhelo radical, el hambre de inmortalidad, va acompañado de un sentimiento de unión y de compasión hacia los otros, los cuales padecen un anhelo de eternidad semejante al nuestro. Para Unamuno el amor sexual es un egoísmo entre los amantes porque en el fondo lo que buscan es su propia perpetuación y es por eso por lo que el sentido religioso lo ha condenado, porque es avaricia, ya que toma por fin el goce que no es sino medio para la perpetuación. Hay otro tipo de amor que es el amor espiritual, que nace del dolor, de la compasión, ya que los amantes se aman con verdadera fusión de sus almas, no de sus cuerpos. Los hombres se aman con amor espiritual cuando han sufrido un mismo dolor, entonces se compadecen el uno del otro y se aman. Al surgir el amor espiritual del dolor, se produce una especie de transformación la cual no pierde cierto vínculo con su origen carnal, a través de la compasión. Amor y dolor se unen en una experiencia espiritual que guarda una estrecha relación con la experiencia de la nada, se trata de la nada vista en la propia intimidad, en un explicitación que va de lo interior a lo exterior y también desde lo subjetivo a lo intersubjetivo. Y dicha unión de amor y dolor no se cierra sobre sí mismo, puesto que el amor crece y su crecimiento es una espiral continuamente propulsada por el hambre de inmortalidad.
La angustia vital. El ser humano se encuentra por lo tanto en una circunstancia peculiar, dividido perennemente entre la dicotomía del anhelo de vivir por siempre, y el problema de su limitación esencial unido a la muerte, que convierte al individuo en un ser angustiado, es decir un ser que percibe en lo más íntimo de sí mismo la angustia. De esta manera vemos como la angustia, las agonías surgen cuando el ser humano se topa con la posibilidad de la muerte, la cual hará desaparecer al humano transformándolo en nada. Nos encontramos con dos extremos confrontados donde el hombre se encuentra con la dramática circunstancia de enfrentarse a la nada, pero que al mismo tiempo no puede concebirse como no existente, pues: Imposible nos es, en efecto, concebirnos como no existentes, sin que haya esfuerzo alguno que baste a que la conciencia se dé cuenta de la absoluta inconciencia, de su propio anonadamiento. Intenta, lector, imaginarte en plena vela cuál sea el estado de tu alma en el profundo sueño; trata de llenar tu conciencia con la representación de la no conciencia, y lo verás. Causa cogonjosísimo vértigo el empeñarse en comprenderlo. No podemos concebirnos como no existiendo (Unamuno 1970). Unamuno no admite la nada que le acecha, pues tiene un constante deseo de no morir, de pervivir, como destaca J. Marías en su obra Miguel de Unamuno, Unamuno se aferra a la esperanza movido por el temor a la nada. Pero dicha esperanza o deseo no siempre llega a materializarse, es decir no siempre se convierte en realidad. Y en este punto surge la angustia, o la congoja, como una experiencia existencial que sienten los hombres de carne y hueso. Pues, surge una relación de causalidad, en la cual la nada amenaza al hombre produciendo la aparición de la congoja. Y en dicha experiencia existencial podemos encontrar la profunda realidad de la vida, puesto que según Johnson:
De la naturaleza profundamente temporal se desprende una esencial contingencia. La vida es contingente: ausencia de ser, de necesidad y afán de ser, dolor de no ser y congoja nacida del amago de la nada, angustia ante la posibilidad, siempre presente, del anonadamiento. He aquí la última realidad de la vida (Johnson 1956). Por lo tanto, llegamos a la angustia por la circunstancia especialmente trágica surgida a partir de la nada, pero dicha angustia amplia el deseo de inmortalidad, y en última instancia a Dios. Pues la angustia surgida ante la nada conlleva que el hombre trágico intente transcenderla y a desear ardientemente la pervivencia, encontrándonos con un salto hacia Dios según Unamuno no a partir de la “necesidad racional, sino angustia vital lo que nos lleva a creer en Dios” (Unamuno 1970).
Dios como garante de la inmortalidad. Unamuno tras el análisis de toda la problemática descrita considera que sólo podemos acudir a un ser superior y transcendente, es decir propone el ámbito religioso como la única vía factible del hombre de carne y hueso para encontrar la inmortalidad y de esta manera poder perdurar. Considera que el hombre de carne y hueso, se encuentra prácticamente forzado a buscar en lo transcendente la solución para poder escapar de la desesperación total. Pues el ímpetu del hombre de conseguir la inmortalidad es imposible de eliminar, ya que las ganas de vivir subyacen a dicha fuerza. Por lo tanto, como mantiene Marías, el origen de la inquietud religiosa unamuniana es el hombre mismo y su afán de perduración, de inmortalidad, pues “en Unamuno no es Dios el fundamento inmediato de la religiosidad, sino el hombre mismo; es éste el que nos lleva a postular a Dios” (Marías 1971). En consecuencia, el hombre unamuniano debe de ser un hombre religioso, concibiendo por ello el hecho de encontrarse en última instancia dirigido a la transcendencia. Pero el Dios propuesto por Unamuno está ideado cardinalmente en función de la naturaleza específica del ser humano y de su ansia de perduración, por lo tanto, nos encontramos ante un Dios inmortalizador. Y por consiguiente, podríamos decir que el fundamento de la religión se encuentra en el deseo de inmortalidad del hombre, “un tanto unilateral, pues atiende de un modo exclusivo a la relación inmortalizadora de Dios con el hombre, a la garantía de la perduración, sin reparar en la relación actual del hombre con la Divinidad” (Marías 1971). Según Unamuno, para encontrar sentido y salvarnos de la nada, sólo nos queda encontrarnos con Dios que es garante de inmortalidad, pues: El sentimiento de lo divino nos hace desear y creer que todo es animado, que la conciencia, en mayor o menor grado, se extiende a todo. Queremos no sólo salvarnos, sino salvar al mundo de la nada. Y para esto Dios. Tal es su finalidad (Unamuno 1970). Y en este punto, tenemos que destacar como Unamuno considera que la razón no nos sirve para llegar a Dios, sino que sólo mediante vías extra-racionales podremos encontrarnos con Dios, como son el sentimiento, la imaginación, el corazón, la angustia vital, la voluntad, etc. Al ser uno de los sentimientos más importantes del ser humano su deseo de permanencia e inmortalidad, la ciencia contradice el deseo de inmortalidad del hombre, por ello puede afirmarse que la verdad racional y los sentimientos de la vida humana se encuentran en contradicción. Diferenciando Unamuno dos ámbitos, por un lado, la razón y la ciencia que quieren encontrar la verdad lógica para satisfacer el ansia de conocimiento que posee el ser humano, y por otro lado sus afectos o sentimientos, los cuales no pueden explicarse mediante la racionalidad. Y dentro de dichos sentimientos el deseo de supervivencia y de inmortalidad, o, lo que es lo mismo, la negativa íntima a la muerte, y a reconocer en la muerte el final absoluto de la propia individualidad, pero este deseo de inmortalidad choca con los más elementales principios de la razón, sin embargo, el ser humano no renuncia al deseo de inmortalidad. Encontrándonos con la imposibilidad de explicar racionalmente la existencia de Dios, ya que Unamuno rechaza todas las pruebas racionales tradicionales de la existencia de Dios, para llegar a Dios hay que partir de una base no racional como es la angustia vital lo que nos lleva a creer en él. Para nuestro filósofo el conocimiento meramente racional no puede sustituir a la fe, tampoco la ciencia podrá sustituir nunca a la religión, pues la razón y la ciencia pueden satisfacer la necesidad lógica del ser humano, pero nunca podrán satisfacer sus necesidades afectivas
Creer en dios es vivir de ese anhelo y hacer de él nuestro íntimo resorte de acción, y de este anhelo o hambre de divinidad surge la esperanza; de ésta, la fe, y de la fe y la esperanza, la caridad; de ese anhelo arrancan los sentimientos de belleza, de finalidad, de bondad.
Unamuno acude a la fe, ya que es un deseo de persistir, es decir, lo último a lo que se dirige la voluntad para calmar su sed de inmortalidad, es la meta fija de nuestra existencia, el rumbo permanente al que sometemos los vaivenes del existir. La fe implica también un cierto conocimiento intuitivo de tipo afectivo, biótico, sentimental que nos hace traspasar la costra de lo fenoménico para ponernos en contacto con lo nouménico, con la divinidad. Y el objeto de la fe es lo que no vemos, es decir, lo que no captaríamos con nuestras facultades sensoriales, lo que subyace a lo fenoménico; en otras palabras, lo nouménico. Sólo lo que se refiere a nuestra inmortalidad personal y a Dios, garante de la misma. Precisamente el que el objeto de la fe sea inaccesible a nuestros sentidos es lo que le atribuye mayor valor. Además del objeto al que se dirige la fe, hay que tener en cuenta la persona en que ésta encuentra su apoyo, ya que desde ahí surge la seguridad que ofrece la fe y también su incertidumbre. Unamuno transforma la angustia en una especie de nueva forma de “fe”, una fe angustiada, agónica, pero a la vez confirmada por la voluntad de la vida eterna. Y desde este punto, confirma la fe en “sí misma”; es ahí donde se encuentra la verdadera idea de inmortalidad desde la necesidad de mantener la existencia aun después de la misma muerte. Como hemos observado durante su exposición sobre el sentido trágico de la vida, Unamuno insiste constantemente en esa idea de inmortalidad. Obviamente la muerte física, la muerte del cuerpo, es ineludible, incluso la ciencia solo ha podido dilatar este proceso, pero no evitarlo o vencerlo. Pero aun cuando la vida se termina, la necesidad de inmortalidad se enriquece cuando es la mente la que sobrevive. Unamuno nos destaca que creer en Dios es, en el fondo querer que exista, puesto que “creer en Dios es, en primera instancia, y como veremos, querer que haya Dios, no poder vivir sin Él” (Unamuno 1970, 881), lo cual nos conduce a la idea de interdependencia entre el hombre y Dios, y dicha dependencia se manifiesta específicamente en relación con el problema de la inmortalidad. Por lo tanto, el fundamento de la condición humana surge a partir de Dios, pero marcándose el origen de dicha dependencia por la perduración de Dios, ya que como nos comenta J. Marías:
Este Dios de Unamuno, que sólo en algún momento aparece como soporte y fundamento actual de la existencia, apenas como creador ni como santificador, es de un modo casi exclusivo garantía de la inmortalidad personal (Marías 1971). También nos hace sugerir Unamuno una dependencia de Dios respecto del hombre, ya que es la voluntad humana con su ansia de perdurar la que crea a Dios, entonces si el hombre depende del creador, Dios es recreado también por el hombre en cierta manera, por eso nos dice Unamuno: Dios y el hombre se hacen mutuamente; en efecto: Dios se hace o se revela en el hombre, y el hombre se hace en Dios; Dios se hizo a sí mismo, Deus ipse se fecit, dijo Lactancio (Divinarum institutionum, II, 8), y podemos decir que se está haciendo, y en el hombre y por el hombre. Y si cada cual, de nosotros en el empuje de su amor, en su hambre de divinidad, se imagina a Dios a su medida se hace Dios para él, hay un Dios colectivo, social, humano, resultante de las imaginaciones todas humanas que le imaginan. Porque Dios es y se revela en la colectividad. Y es Dios la más rica y más personal concepción humana” (Unamuno 1970). Para concluir podemos destacar como Unamuno se plantea si existe ciertamente fuera de nuestra conciencia esta dependencia de Dios respecto del hombre, ya que si no fuera el caso nuestra garantía de inmortalidad corre el riesgo de desmontarse. Pero este Dios que nos salva, este Dios personal, Conciencia del Universo que envuelve y sostiene nuestras conciencias, este Dios que da finalidad humana a la creación toda ¿existe? ¿Tenemos pruebas de su existencia? (Unamuno 1970)
En este punto nos encontramos con un problema imposible de solucionar racionalmente según Unamuno y extra-racionalmente tampoco es fiable dicha solución. Quedándonos, por tanto, sólo el deseo de divinidad del cual surgen concatenadamente la esperanza y la fe.
CONCLUSIONES. En el presente trabajo hemos observado como la antropología de Unamuno se centra en el hombre concreto “de carne y hueso” y su preocupación por la muerte y la inmortalidad, siendo dicha preocupación sentida o vivida más que razonada, en un primer momento planteada desde un nivel existencial para ser el comienzo de una reflexión conceptual. Pues Unamuno desde un principio manifiesta una crítica al racionalismo y al idealismo, influido quizás por autores como Pascal, Schopenhauer y Kierkegaard. En dicha crítica denuncia la incapacidad de la razón para comprender la realidad profunda del hombre, una realidad que solo se manifiesta bajo un componente emotivo-sentimental que queda prohibido a la lógica racional. El hombre concreto no se caracteriza esencialmente por su racionalidad, ya que la razón no consigue explicar el verdadero ser del hombre concreto, es decir su constante sed de supervivencia y afán de inmortalidad. Y esta constante búsqueda de inmortalidad, este deseo de que la muerte no signifique la aniquilación absoluta de cada individuo, el anhelo constante de alcanzar la inmortalidad es el único y verdadero
problema vital. Y por lo tanto, según Unamuno acudimos a la fe, la cual es cosa de voluntad y no de razón, para convertirse Dios en una creación de la propia voluntad del hombre. Unamuno nos coloca enfrente de los problemas antropológicos desde una perspectiva bastante aguda, pero es discutible plantear si nos ofrece soluciones válidas o no, pudiendo surgir un amplio debate sobre la eficacia de la conceptualización antropológica unamuniana. Aquí observamos uno de los reproches hacia la antropología unamuniana, pero Unamuno al igual que todos los grandes pensadores es hijo de su tiempo, formado a partir de un contexto social y de unas vivencias concretas, por lo cual su pensamiento no es menos digno de ser tenido en cuenta, ya que, mediante una, cuando “nada hay más universal que lo individual, pues lo que es de cada uno lo es de todos” (Unamuno 1970). Desde este punto de vista al plantearse el problema de la persistencia individual, no sólo piensa Unamuno en su propia pervivencia, sino que además piensa en la de todos los hombres. Por lo tanto, cuando se refiere al hombre agónico, auténtico o inauténtico, finito, contingente, religioso, angustiado, etc., pretende realizar una identificación universal del ser humano, partiendo constantemente del hombre concreto. Pero dicha pretensión de atribuir validez universal a su antropología se podría rebatir pues no significa que de hecho la tenga. Está claro que las inquietudes de Unamuno influyen sobre sus concepciones de la vida y la muerte, lo mismo acontece con sus creencias y sus circunstancias que serán también aspectos influyentes en dichas concepciones, e incluso tendríamos que reconocer como se encuentran abundantes rasgos típicos de su personalidad en la caracterización del ser humano que realiza, ya sea su agonismo, su angustia o su preocupación constante por la muerte, etc. Igualmente podemos destacar como en un momento dado puede ser el cristianismo, el cual promete la inmortalidad que Unamuno buscaba, pero sin embargo encontraba en él aspectos difusos o incluso inaceptables.
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