LOS CAMINOS DE LA
FELICIDAD
(PRIMERA PARTE)
¿Qué necesidad tiene el hombre del Edén pasado, del Paraíso
venidero sí, el cielo está dentro de nosotros y es nuestro vivir?
La humildad es la base de todas las virtudes: El que más abajo
llega, construye, sin duda, el refugio más seguro.
BAILEY
La verdad está en nuestro interior; y, no importa lo que
pienses, no nace del exterior
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Una de las paradojas de la Verdad es que ganamos
al rendirnos, y que si nos aferramos con codicia a las cosas, podemos perder.
Para ganar en virtud, es necesario perder en el vicio. Cada ascenso implica
renunciar a algún placer egoísta; y cada paso que avanzamos en el camino de la
Verdad nos exige abandonar algún error.
Quien vaya a cubrirse con nuevos ropajes, primero
deberá deshacerse de los trajes viejos, y aquél que desee encontrar la Verdad,
deberá sacrificar lo falso. El jardinero arranca la mala hierba para que,
cuando ésta se des- componga, sirva como alimento a las plantas buenas. El
árbol de la sabiduría sólo puede florecer con el abono de los errores que se
han erradicado. Para obtener el crecimiento, es decir, la recompensa, hace
falta sacrificarse, sufrir la pérdida.
La verdadera vida, la vida de bendiciones, la vida
que no está atormentada con pasiones ni sufrimientos, sólo se puede alcanzar a
través del sacrificio. No necesariamente el sacrificio de las cosas externas,
sino el sacrificio de las injusticias y las profanaciones internas, porque sólo
son éstas las que atraen a la vida las desventuras. No es la bondad ni la
verdad la que debe sacrificarse, sino la maldad y la falsedad. Por lo tanto,
todo sacrificio es, a fin de cuentas, una ganancia porque, en esencia, no
existe pérdida alguna. Al principio, la pérdida parece ser muy grande y el
sacrificio es doloroso por el autoengaño y la ceguera espiritual que siempre
acompañan al egoísmo. El dolor siempre deberá ir acompañado de la abolición de
alguna parte egoísta de nuestra naturaleza.
Cuando un alcohólico decide sacrificar su ansia de
beber, atraviesa un periodo de gran sufrimiento y siente que está renunciando a
un gran placer; pero cuando ha alcanzado la victoria, cuando ha dominado su
adicción y su mente está serena y sobria, entonces se da cuenta de que ha
ganado mucho al abandonar su placer egoísta y animal. Entonces, observa que lo
que ha perdido era algo nocivo y falso, que no valía la pena, porque lo sumía
en un infortunio continuo. Así descubre que lo que ha ganado en carácter,
autocontrol y sobriedad implica una paz mental mayor que es buena y verdadera,
y que era necesario pasar por ese proceso.
Lo mismo sucede con el sacrificio verdadero: es
doloroso al principio, hasta que se logran resultados. Por eso, a los hombres
les cuesta trabajo sacrificarse. No le ven ningún sentido a renunciar y superar
una gratificación egoísta, les parece que pierden demasiado y creen que es como
cortejar a la desgracia y renunciar a toda felicidad y placer. Y así debe ser,
ya que si una persona supiera que al abandonar sus formas particulares de
egoísmo puede obtener una gran ganancia en felicidad, la generosidad (que ahora
es tan difícil de lograr) se convertiría en algo infinitamente más difícil de
conquistar, porque su deseo de conseguir beneficios mayores, es decir, su
egoísmo, se intensificaría enormemente.
Ningún ser humano puede volverse generoso y
alcanzar así la dicha más elevada, hasta que no esté dispuesto a perder, hasta
que no deje de buscar algún beneficio o recompensa: es este estado mental lo
que constituye la generosidad. Toda persona debe estar dispuesta a sacrificar
humildemente sus hábitos y prácticas egoístas, porque son falsos e indignos, en
aras de la felicidad de aquellos que están cerca de ella, sin esperar
recompensas y sin buscar ningún beneficio para sí misma. al hacerlo, puede
hacer del mundo un lugar más hermoso y feliz. Pero, ¿realmente pierde algo? ¿El
avaro pierde cuando abandona su obsesión por el dinero? ¿Pierde el ladrón
cuando deja de robar? ¿Pierde el promiscuo cuando sacrifica sus indignos
placeres? Ninguna persona pierde por sacrificar su ego o parte de éste. Sin
embargo, piensa que perderá algo al hacerlo y, por lo tanto, sufre y aquí es
donde el sacrificio hace su aparición. Aquí es donde, al perder, gana.
Todo verdadero sacrificio está en nuestro
interior. Es espiritual, se encuentra oculto y lo estimula la humildad profunda
del corazón. Nada más que el sacrificio del ego puede valer, y a él deben
llegar todos los seres humanos tarde o temprano durante su evolución
espiritual. Pero, ¿en qué consiste? ¿Cómo se practica? ¿Dónde puede buscarse y
encontrarse? Consiste en vencer la propensión cotidiana a tener pensamientos y
realizar acciones egoístas. Se pone en práctica en nuestra interacción habitual
con los demás. Y se encuentra a la hora del tumulto y la tentación.
En el corazón existen sacrificios ocultos
infinitamente bendecidos, tanto para quien los realiza, como para quien los
recibe, aunque nos cuesten mucho esfuerzo y algún dolor. Los seres humanos
están deseosos de hacer grandes cosas, de realizar un sacrificio enorme que
está más allá de las necesidades de su experiencia, mientras quizá, en todo
momento, descuidan lo elemental y permanecen ciegos a ese sacrificio que, por
su proximidad, debería ser el más importante. ¿Dónde se encuentra tu debilidad?
¿Dónde te asalta la tentación de una manera más poderosa? Aquí es donde debes
hacer tu primer sacrificio y encontrar así el camino hacia la paz. Tal vez se
trata de la ira o del desamor. ¿Estás preparado para sacrificar el impulso y
las expresiones de enfado, los malos pensamientos y las malas acciones? ¿Estás
preparado para soportar en silencio los abusos, los ataques, los reproches y
los insultos y evitar restituirlos con la misma moneda? Más aún, ¿estás
preparado para devolver a cambio bondad y amorosa protección? Si es así,
entonces estás listo para hacer esos sacrificios ocultos que conducen a vivir
en paz.
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