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LOS CAMINOS DE LA FELICIDAD (SEGUNDA PARTE)

 

LOS CAMINOS DE LA FELICIDAD

(SEGUNDA PARTE)

¿Qué necesidad tiene el hombre del Edén pasado, del Paraíso venidero sí, el cielo está dentro de nosotros y es nuestro vivir?

La humildad es la base de todas las virtudes: El que más abajo llega, construye, sin duda, el refugio más seguro.

BAILEY

 

La verdad está en nuestro interior; y, no importa lo que pienses, no nace del exterior

BROWNING

 

Si eres propenso al enojo o a la falta de amor, ofrécelo como un sacrificio. Esos estados de ánimo erróneos, crueles y descorteses de la mente nunca te traerán nada bueno. Sólo pueden provocarte malestar, desdicha y ceguera espiritual. Tampoco podrás ofrecer a los demás nada que no sea infelicidad. Tal vez digas: «Pero esa persona tampoco fue amable conmigo, me trató injustamente».

Quizá fue así, pero ¡qué excusa tan pobre es ésta! ¡Qué refugio tan indigno e inútil! Porque si su actitud hacia ti te parece tan incorrecta e hiriente, la tuya hacia esa persona resulta idéntica ¿Puede el fuego apagar el fuego? Tampoco el enojo puede vencer a la cólera.

Elimina todo tu enojo, toda tu grosería. «Hacen falta dos para provocar una pelea; no seas el ‘‘otro’’». Si alguien está enojado contigo y te trata de un modo hiriente, trata de averiguar en qué has actuado mal; y, lo hayas hecho o no, no le devuelvas palabras de enfado o actos groseros. Permanece en silencio, contén tu ira y disponte a mantener una actitud amable. Aprende, mediante la práctica continua de lo correcto, a tener compasión de la persona que te ataca.

Quizás tengas la costumbre de ser impaciente e irritable. Debes darte cuenta, entonces, de cuál es el sacrificio oculto que debes realizar. Renuncia a tu impaciencia. Véncela allí donde ésta acostumbre a manifestarse. Toma la decisión de que nunca más vas a ceder ante su tiranía, véncela y elimínala para siempre Independientemente de lo que otros puedan hacer o decir, aun cuando te difamen o se burlen de ti, la impaciencia no sólo es innecesaria, sino que lo único que podrás lograr con ella es agravar el mal que intentas eliminar. Con la acción serena, segura y deliberada se puede conseguir mucho, pero la impaciencia y la irritabilidad que la acompañan siempre serán señales de debilidad e incompetencia. ¿Y qué provecho puedes sacar de la debilidad y de la incompetencia? ¿Acaso proporcionan descanso, paz y felicidad a los que te rodean o a ti? ¿No es lo contrario? ¿No os hacen desdichados a tus seres queridos y a ti? Y, aunque tu impaciencia puede lastimar a los demás, con toda seguridad a quien más perjudica, destruye y empobrece es a ti mismo.
La persona impaciente tampoco podrá conocer la verdadera felicidad, debido a que es una fuente continua de problemas y conflictos para sí misma. Desconoce la belleza de la calma y la perpetua dulzura de la paciencia, y la paz no puede acercársele para tranquilizarla y consolarla.

No existe felicidad en ninguna parte hasta que la impaciencia se ofrezca como sacrificio. Y su sacrificio significa tener la habilidad para desarrollar la resistencia, la práctica de la tolerancia y la creación de un nuevo y más apacible hábito mental. Cuando la impaciencia y la irritabilidad se eliminan por completo, cuando al fin se las ofrenda sobre el altar de la generosidad, entonces es cuando se consuman y se disfrutan las fortunas de una mente poderosa, tranquila y pacífica.

Con frecuencia surgen pequeñas tolerancias egoístas. Algunas parecen inofensivas y suceden todos los días. Pero ninguna complacencia egoísta puede ser inofensiva, Si Dios en el hombre debe elevarse fortalecido y triunfante, la bestia en el hombre debe perecer. Consentir a nuestra naturaleza animal, aunque esto nos parezca inocente y dulce, nos aparta de la verdad y de la felicidad. Cada vez que cedes el paso al animal que se encuentra en tu interior, y lo alimentas y lo satisfaces, te conviertes en un animal cada vez más fuerte, más rebelde y vigoroso, hasta que éste se apodera de tu mente, que debería estar custodiando la Verdad. Hasta que un ser humano no haya sacrificado alguna paciencia aparentemente trivial, no podrá descubrir cuánta fuerza, alegría, equilibrio de carácter y santa influencia ha perdido al permitirse esas satisfacciones. Hasta que no sacrifique su deseo de placeres, no podrá entrar en la plenitud de la alegría duradera.

Asimismo, esta persona, al dejarse guiar por el deseo ciego, aumenta su ceguera mental y pierde esa claridad suprema de visión, ese discernimiento esclarecido que penetra en el corazón de las cosas para llegar a comprender lo real y lo auténtico. Sacrifica tu adorada y codiciada comprensión; fija tu mente en algo más elevado, más noble y más duradero que el placer efímero; vive por encima del ansia y del frenesí de los sentidos, y así no vivirás en vano ni con incertidumbre.

La prepotencia o superioridad es una forma de vanidad o egoísmo que se halla, por lo general, relacionada con el intelectualismo y las habilidades dialécticas. Se trata de una actitud ofuscadamente presuntuosa y una falta de caridad que, la mayoría de las veces, es considerada como una virtud. Pero, una vez que la mente se ha abierto para percibir el camino de la bondad y del amor abnegado, la ignorancia, la deformación y la deplorable naturaleza de la prepotencia resultan evidentes.

El que es víctima de la prepotencia, al determinar que sus propias opiniones son el estándar de lo correcto y la medida a partir de la cual se debe juzgar, considera que todos aquellos cuyas vidas y opiniones son diferentes a la suya están equivocados. Y, como está tan obsesionado por corregir a los demás, no tiene tiempo para corregir su propia vida. Su actitud mental le causa oposición y contradicciones con quienes están deseosos de corregirlo a él y esto hiere su vanidad y lo hace desgraciado, así que vive en una fiebre casi continua de pensamientos tristes, resentidos y poco caritativos. No puede haber paz para una persona así, no podrá obtener el conocimiento verdadero, ni lograr avance alguno hasta que sacrifique su deseo de convencer a los demás de que su propia manera de pensar y de actuar son las correctas. Tampoco podrá entender el corazón de los demás, ni compenetrarse con amor en sus esfuerzos y aspiraciones. Su mente es intransigente y amargada, y estará cerrada para percibir la dulce compasión y la comunión espiritual.

Quien sacrifica el espíritu de la prepotencia; quien, en su relación cotidiana con los demás, deja de lado sus prejuicios y sus opiniones y se esfuerza por aprender de ellos y por aceptarlos como son; quien permite a otros ejercer la libertad perfecta (del mismo modo que él la ejerce) para decidir sus propias opiniones y su propio camino en la vida, adquirirá un discernimiento más profundo, una caridad más generosa y una dicha más abundante de la que ha experimentado hasta ese momento. Y podrá recorrer un camino de bendiciones que antes estaba vedado para él.

También existe el sacrificio de la avaricia y de todos los pensamientos de codicia. La disposición a aceptar que los demás posean cosas en lugar de poseerlas nosotros; el no ambicionar nada para nosotros y alegrarnos de que otras personas obtengan y disfruten de bienes; aceptar que esos bienes brinden felicidad a otros; dejar de reclamar «lo que es nuestro» y ceder a los demás, con desinterés y sin malicia, lo que merecen. Esta actitud mental es una fuente de profunda paz y de gran fuerza espiritual. Se trata del sacrificio de los propios intereses.


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