¿COMO UNA TEORÍA DEL MAL?
La existencia del mal en la historia humana ha sido siempre una de las causas de crisis en nuestra convivencia y de nuestra manera de relacionarnos con nuestro entorno natural. Muchas interpretaciones han surgido en busca de una respuesta más o menos consensuada de cuál ha de ser la causa del mal, y cuál debe ser nuestro comportamiento ante la realidad del mal. ¿Es el mal algo que Dios permite? ¿Tenemos nosotros responsabilidad moral frente al mal? ¿Es el mal una realidad determinada por el destino, o por fuerza sobrenatural que nosotros no podemos controlar o cambiar? Estas y otras preguntas se levantan en nuestra mente cuando se trata de lidiar con este tema.
El
encuentro con el mal es una experiencia humana universal insoslayable. Desde
muy antiguo se ha buscado dilucidar el tema. Epicuro (341-271 a.C) fue el
primer escritor que expresó el problema del mal en forma de un dilema. El dirá:
“O Dios quiere quitar el mal del mundo, pero no puede. O puede, pero no quiere
quitarlo. O no puede ni quiere. O puede y quiere. Si quiere y no puede, es
impotente. Si puede y no quiere, no nos ama. Si no quiere ni puede, no es el
Dios bueno, y además es impotente. Si puede y quiere –y esto es lo único que
como Dios le cuadra-, ¿de dónde viene entonces el mal real y por qué no lo
elimina?
El
planteamiento de Epicuro es genial, resulta ser un alegato contra Dios, es el
descrédito de la idea de Dios.
Existe un
pasaje en los hermanos Karamasov de Dostoiewski, en el que Iván y Alioscha
discurren sobre el dolor del niño destrozado por los perros del tirano. También
encontramos en la obra de A. Camus, “La Peste” similares argumentos, y en el
que como en la obra anterior, los bacilos de la peste han sido un vehículo
simbólico de gran expresividad. Un símbolo que suscita connotaciones de
ternura, dolor y desamparo. La segunda guerra mundial, los campos de exterminio
nazi levantaron otro símbolo, más desgarrador: pareciera que el hombre se
convirtió en un lobo para el hombre
La
fatalidad natural no es reconducible directamente al creador, sino que tiene
una base en la libertad humana. Dios ya no es el “tapahuecos” de lo que no
podemos explicar y queda exonerado frente a nuestros reproches.
Ya sea
que reflexionemos en el relato del niño destrozado por los perros del tirano en
los hermanos Karamasov, o en el mito del Génesis en su lección sapiencial
–utópica en su forma protológica-, ambos nos indican que los seres humanos
causamos el mal y podemos aspirar a remediarlo bajo la condición de nuestra
propia libertad.
En los
escritos hegelianos la experiencia del mal se concreta en medio de la comunidad
humana, concreta y sumergida en los conflictos que las mismas relaciones
comportan. De hecho, la aparición del mal tomará formas altamente concretas y
con evidencia histórica indefectible. El cerrar los ojos ante lo real del mal
expresado en las diversas culturas y en los procesos históricos, en tiempos y
espacios extremadamente concretos. No hay otra causa del mal que es fruto de la
libertad y actos humanos. No hay factores externos, no es serio ni responsable
(a cuenta de sostenerse ingenuo) que se transfiera la causa del mal bajo mi
propia autoría, a otros. Más aún la experiencia del mal es tal por la vanidad y
un cierto amor hacia sí mismo.
La aporía del mal
El concepto
mismo del mal presenta dificultades, por una parte, no es unívoco y por otra es
indefinible debido a su dimensión inabarcable. Tradicionalmente se ha definido
el mal de una manera clásica. Pero, aunque la realidad del mal es multiforme,
en su esencia segrega la crueldad concreta de lo maligno; hiere, desgarra,
provoca dolor. El mal nos confronta con una hondura abismática, que no podemos
explicar en su última esencialidad; es misterio (mysterium iniquitatis). El mal
es algo que nos afecta a todos negativamente y pone nuestra existencia en un
estado de agonía y tragedia. El acceso al tema, nos ubica en ópticas distintas,
según sea nuestra experiencia humana del mal, pero el denominador común de todo
es el mismo, el dolor que nos produce.
El origen del mal no hay que buscarlo en la materia ni en un principio independiente. El mal tiene su origen en la voluntad humana, que puede elevarse contra su creador. Dios no quiere el mal, solamente lo permite. El dolor, el sufrimiento y la misma muerte entraron en el mundo como consecuencia del pecado de nuestros primeros padres.
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