Un
caminante avanza desprevenido por el camino de la vida. Siendo niño pequeño
solo anhela sobrevivir y ser feliz encontrando la máxima satisfacción, en su
infantil inocencia. El mundo gira alrededor de él y cada grito es como una
orden que precipita la satisfacción de una necesidad. Va creciendo y a su vez
con él la capacidad mental. Se empieza a preguntar qué es todo aquello
que sus sentidos perciben y busca respuestas en sus padres, en sus amigos y
maestros. Todos le hablan en un lenguaje común. Es el lenguaje de las palabras,
de las definiciones, de los nombres asociados a las formas. Es el mundo que
todos hemos acordado ver. Un
mundo construido en nuestras mentes, una representación colectiva construida
con base en aquello que los sentidos perciben y a lo que llamamos realidad.
Siendo niños creemos en todo ello a fe ciega.
El
niño caminante quiere obtener del mundo todo lo que su cuerpo le pide y todo lo
que su mente anhela, pero bien pronto se da cuenta que no todo está a su alcance, aunque el mundo es basto, muy grande,
infinito tal vez. De vez en cuando se pregunta quién lo hizo todo y se
sorprende con las maravillas de la creación. De vez en cuando sueña con ser una criatura
fantástica, con ser un adulto, imitando los distintos roles que ve que los
seres humanos desempeñan y a veces hasta juega a ser un héroe, un mago o un
Dios. Pero bien
pronto crece y se convierte en un caminante adolescente. Siente que un ser
extraño ha surgido de sí mismo. Deja de creer en muchas cosas y se apasiona por
otras. Surge de su interior un remolino constante de fuerzas instintivas, de
emociones y sentimientos. Se da cuenta que no es el héroe que creía ser en
la infancia, pero acrecienta sus sueños para serlo en el futuro. Se envalentona
el caminante y piensa que será el dueño del mundo. Se rebela contra todo lo que
lo ataje. Todo lo desafía y quiere experimentar por sí mismo. A veces
emprende caminos que le permiten la satisfacción de sus deseos y se hincha de
orgullo y vanidad y a veces se estrella contra lo que la vida impone y es
contrario a sus deseos y se llena de frustración, ira, resentimiento, odio y
violencia contra otros o contra sí mismo debido al condicionamiento de lo que
debe ser o llegar a ser y a la frustración de no serlo o de no creer que lo
hará. Le pesa el fardo del condicionamiento sociocultural
y religioso. Trata de zafárselo, pero no puede. Siente miedo de soltarlo y
quedarse sin nada o busca uno nuevo, algo que le convenza más y se aferra a él.
Se fanatiza no pocas veces, cambia su indumentaria queriendo ser diferente y único,
pero en realidad copia a sus pares y se uniforma con algunos de ellos. Y lo
mismo que hace por fuera hace por dentro, en su mente, en lo que va creyendo
que es él. Copia modelos de otros y anhela el triunfo del yo en el que se ha
convertido.
Pero
el camino sigue y pronto la adolescencia se va. La sociedad gana la batalla y le doblega. Se ve en
la imperiosa necesidad de ser condicionado y estudia en escuelas programadas
para sostener el modelo establecido. Cada vez desea más cosas y se sumerge en un mundo de
mayores necesidades creadas, donde es muy costosa su supervivencia. Se ve
obligado a trabajar para sobrevivir y tratar de conquistar el mundo y se pierde
por momentos en esa selva misteriosa de la vida donde el más avivado sobrevive
y cree ganar algo especial, aunque también vaya hacia la muerte.
Ocasionalmente una vocecilla
interna le hace preguntarse qué sentido tiene todo esto. La monotonía del
camino consume al caminante y la pesada carga de responsabilidades le agobia.
El cansancio, los excesos le muestran caminos de enfermedad, dolor y
sufrimiento. Busca un consuelo, una salida.
A
veces escapa de su mente refugiándose en caminos de evasiones, de hábitos que
callan su mente y satisfacen sus alborotados sentidos. Pero de vez en
cuando se hace consciente del camino y se pregunta realmente a donde va, a
donde quiere ir y a donde conduce el camino. Aguza el ojo y ve a la distancia
el abismo de la muerte. Ve que el sendero tiene precipicios a lado y lado y que
de vez en cuando otros que caminan caen al vacío y desaparecen de la vista. De repente se da cuenta de que camina sin sentido,
que realmente no sabe a dónde va y que es un absurdo que el camino termine para
todos en los manglares de la muerte. Se pregunta el caminante qué o quién es en realidad
y cómo funciona el mundo. Su cerebro se hace un nudo y no contesta nada
coherente, pero ve en el hecho de conversar consigo mismo la diferencia entre
el que pregunta y la mente que trata de responder.
Por
primera vez, en mitad del sendero siente que es algo inmaterial, intangible,
imperceptible por los sentidos, que percibe y crea imágenes y conceptos. Decide
no caminar a la velocidad que venía y buscar otro sendero porque aquel que
transita es el sendero de lo absurdo: sobrevivir, satisfacer los pocos deseos
que la vida permite, hiperexcitar los sentidos para tener sensaciones efímeras
de placer, luchar con sus culpas, aferrarse a lo que ama y a unos pocos seres a
los que verá sufrir, deteriorarse, enfermar, envejecer, morir y
desaparecer. Siente
un pálpito en el corazón, se detiene, acalla la mente por un instante, cierra
los ojos para escucharlo, siente como si le hablara. Retrocede un poco, abre los ojos,
mira en otra dirección y ve un letrero que reza: “caminos de los misterios”.
Sin dudarlo, cambia el rumbo, se deja llevar por la voz del corazón y emprende
la nueva vía. Los
del antiguo camino tratan de persuadirlo. Le dicen que se perderá por esos
senderos, que está errado, que está loco, le gritan, le atajan, se burlan, pero
al final les contiene y escapa.
OTRO CAMINO
Ve
que por allí caminan otros, en realidad no muchos; que como él se preguntaron
lo mismo y dejaron que les hablara ese misterioso punto en el corazón. Nuestro caminante cree haber hallado el camino de la
espiritualidad y se siente un humano emprendiendo la ruta del alma y viviendo
una fascinante experiencia espiritual. En realidad, siempre fue un espíritu viviendo una
fascinante historia humana, una obra de teatro, una tragicomedia, con un
disfraz de barro que oculta otros, hechos de retazos de emociones y
pensamientos. El nuevo portal le conduce no
obstante a un abanico de posibilidades. Hay muchos senderos, cada uno con una
horda de pregoneros que anuncian su propio camino como el único que conduce a
la eternidad. Hay caminos de fanáticos religiosos, sectarios, que venden la salvación
a cambio de diezmos, ofrendas y mecánica repetición de ritos y oraciones.
La mayoría de ellos pretenden que la verdad está en un libro que ellos toman
por el único sagrado y que saben casi de memoria, ateniéndose a la letra muerta,
pero sin el conocimiento de su significado. Ciegos guiando a
otros ciegos.
Nuestro
caminante explora algunos de esos caminos por largos años y solo obtiene
decepción, frustración, hastío, represión, agotamiento y estados cercanos a la
alienación mental, pero ve que radicalmente sigue siendo el mismo.
Por un tiempo el nuevo condicionamiento que experimenta en estos senderos
le hace creer que es feliz y disfruta de sus nuevos amigos, hasta que
finalmente ve que sustancialmente son iguales a los del viejo camino.
Seres
condicionados bajo cuyo disfraz de túnica o estandarte sigue viviendo el egoísmo
y el deseo como controladores de sus vidas. Encuentra allí los mismos estados
de envidia, codicia, espíritu competitivo, lujuria, vanidad, orgullo, deseo de
poder y reconocimiento.
Nuestro
caminante lo ensaya todo porque cree que estos senderos le llevarán hacia un
anunciado Maestro que solo lo admitirá cuando supere una larguísima lista de
mandamientos que condicionan su actuar externo. Sigue dietas estrictas y largos
ayunos hasta la desnutrición y la sumisión. Su voluntad se debilita más que su ego
por las dietas bajas en proteína. No mata animales para comer, pero se está
matando a sí mismo.
Tiene alucinaciones que confunde
con visiones pero que no son otra cosa que invenciones de su anhelante
imaginación. Se llena de orgullo intelectual pretendiendo saberlo todo, sin
conocer profundamente de nada. Cree ser un avanzado y un ciudadano del mundo,
pero en realidad es un ser atrapado en sus rutinas y creencias que mira a los
que no son de su línea por encima del hombro y los juzga de herejes.
Largos
años pasan y nada sucede. Ningún Maestro. Solo humanos obnubilados que
pretenden serlo. Hipócritas falsarios que visten blancas vestiduras y recitan
textos de otros sabios, pero que en su interior hieden a podredumbre. Nuestro
caminante finalmente huye horrorizado y nuevamente siente el griterío a sus
espaldas. Nuevamente le dicen que está loco, que se condenará, intentan
atajarle unos y correrle otros que ven amenazada su seguridad mental cuando
nuestro amigo tiene asomo de cordura y les dice algunas verdades profundas que
les hacen ver que tal vez estén anquilosados.
Huye finalmente de aquellas
cárceles de ideas y corre al desierto para “ayunar cuarenta días”. Es en ese desierto de su soledad del yo
cuando deja de comer tanto conocimiento indigesto y tóxico y se purifica
mentalmente. Se pregunta si él es el pensamiento, si él es quien por
dentro hace las preguntas y si es así entonces quien es el que escucha.
Ve que esto no es más que un
juego, una ilusión. Se descubre a sí mismo, se halla interiormente y descubre
que en realidad es otro sin el yo que tanto cacarea en su pensamiento. Se
siente que es otro cuando se observa más allá del pensamiento. Halla un Yo más
elevado, sabio, que habla en el silencio del desierto, como el rumor del viento.
Entonces
le aparece un tentador que no es otro que su yo mental que le ofrece nuevamente
los caminos del poder, de la codicia, de la pasión, de la vanidad y del deseo.
Peo él lo ve claramente y descubre que hace mucho tiempo, un poco después de
que aprendió a hablar cuando niño, fue desplazado de su cuerpo por este
demonio, fue invadido por este parásito llamado pensamiento egoico. Entonces le
hace callar y le expulsa de su vida. Vuelve a ser él y se da cuenta que es
sabio, bondadoso, humilde, honesto, amoroso y que todas esas cualidades siempre
han estado ahí, dormidas aún por varias encarnaciones. Y al ver la Luz
interior que nuevamente brilla, cuando se ha corrido el velo de ilusión y
oscuridad, regresa del desierto y halla un camino estrecho, casi oculto, poco
transitado, con un letrero modesto y bien disimulado que dice: “camino del aprendizaje”. Siente cierto temor y a la vez una
leve vanidad provenientes de su viejo yo que aún se asoma a las vecindades de
su aura, pero no se acobarda ni se deja ensalzar. Se modera, le reprende y
avanza. No bien da unos pocos pasos, apartando la maleza de sus emociones, ve
el maravilloso resplandor de un discípulo de un verdadero Maestro que le ha
estado esperando pacientemente desde hace varios años cuando por vez primera
vio brillar en él ese mágico punto de luz en el corazón. El caminante se
pregunta entonces si es en verdad un enviado del Maestro o no es más que algún
espejismo del desierto.
Este amigo no le ofrece nada
que sea fácil de alcanzar. No le pide ningún requisito externo. Nada de dietas
especiales, nada de abluciones ni de trajes. Tan solo le muestra un espejo y le
pregunta a quién ve.
Soy yo el que se ve
reflejado allí.
Ese que ves allí no es más
que un espejismo. No eres tú. Es lo que crees que eres o lo que te han dicho
que eres.
En el desierto descubrí que
soy en verdad un Yo Superior, pero ese no se ve en el espejo.
Has de caminar con este
espejo largo tiempo y trabajar en tu mundo interno hasta que veas quién eres.
¿Y cómo podré hacer eso? Mis
ojos siempre verán la cáscara externa y esa será la que se refleja.
Entonces no mires con tus
ojos ordinarios. Aprende a mirar con tu ojo interno y mírate en el espejo de tu
alma.
¿Y cómo haré esto?
Medita largo tiempo, sé
auténtico, honesto, transparente, escucha en el silencio de tu ser. La luz
espiritual que hay en ti es tu verdadero Sendero hacia lo eterno, hacia la paz
que tanto anhela tu corazón. Síguela. Es el único Maestro que debes buscar.
¿No me llevarás tú al
Maestro? ¡Tú le conoces!
Sí que le conozco, pero
nadie puede llevarte al Maestro. Tal vez pueda indicarte algunas pautas para
que por este camino te halles a ti mismo. Si lo haces estarás a los pies del
Maestro. Es él quien te hallará.
El caminante sigue al discípulo,
pero ve que el camino es pedregoso, angosto, en medio de trampas y desfiladeros
y siempre cuesta arriba. Le asaltan dudas y temores.
No es fácil el camino
¡Nadie dijo que era fácil!
El Maestro vendrá a ti cuando hayas recorrido más de la mitad del Sendero hacia
la cima. ¡Nunca viene más abajo! Siempre vive en las alturas.
¿Podré salvar tantos
escollos? ¿No hay un camino más seguro? ¿Tal vez algún atajo secreto?
Todos los atajos te llevan
al desfiladero. Camina paso a paso si no tienes luz. – No camines jamás en la
oscuridad. La única luz que te puede guiar es tu luz interior.
Solo la he visto en el desierto,
pero ahora que he vuelto a recorrer caminos la he perdido.
Entonces detente y búscala.
No camines en la oscuridad. Allí nadie te guía y hasta tu propia sombra te es
ajena. Esfuérzate en romper la oscuridad de tu pensamiento. Ve más allá.
Adéntrate en los senderos internos de tu alma, ausculta tu corazón más allá de
todo vano sentimiento. Ahí está. ¡Ahí ha estado siempre!
Guíame tú. Muéstrame tu luz.
Si tu ojo interno no está abierto
solo verás vagos reflejos. Solo si hallas tu luz verás mi luz. ¡Es la misma!
Pero solo puedes verla con tu ojo interno iluminado.
¿Y si intento simplemente
imitarte?
Dejarás
de ser tú y te convertirás en un reflejo, te perderás en un yo que no conoces.
No te busques en mí. No soy más que un espejismo que se desvanece como una nube
en el cielo. Mi yo muere diariamente. Sigue solo a tu luz.
Medita
para hallarla y si es necesario ¡regresa al desierto!
¿Entonces
para qué estás aquí?
¡Para
mostrarte el espejo! Para decirte que si no matas al dragón de tu ego y a todos
los demonios de tu mente te tirarán al desfiladero. Para decirte cuáles son los
demonios de tu ego. Yo solo soy el portero del camino y un guardián que te
advierte que en el sendero del discipulado el ego no está invitado. Si intentas
caminar con él terminarás de seguro en el abismo. Más te valdría haber seguido
por los viejos caminos, esos que implican grandes sufrimientos generados por la
ilusión y la ignorancia y que terminan en los pantanos de la muerte y te llevan
a despertar en otra vida para volver a iniciar el recorrido, porque finalmente
el sufrimiento es una fuerza que corroe la coraza de tu ego y permite que
después de largas edades la luz aflore.
Pero
ya estoy hastiado de los senderos de la muerte.
Entonces
enfréntate al dragón y vive. Sal de la ilusión de tu ordinario pensamiento. Ve
más allá de tus sentidos. Los demonios crean en tu mente maravillosas fantasías
con los que ellos perciben. Jamás verás la realidad con ellos. Fueron hechos
para percibir solo en el mundo físico y es lo único que verás con ellos.
El
caminante siguió fielmente las instrucciones del discípulo. De vez en cuando
éste le hallaba en algún recodo del camino y le traía algún bálsamo para su
alma. Una que otra vez le advirtió de algún inminente peligro. Cada cierto
tiempo le volvía a mostrar el espejo y preguntaba a quién veía. Una y otra vez
se miraba el aspirante en el espejo y cada vez veía más borroso el reflejo de
su yo.
Un
día lejano, después de haber recorrido el camino con atención, con total
concentración para no caer en una trampa, con gran discernimiento para decidir
en cada bifurcación, siguiendo a la luz de su alma que cada vez iluminaba más
su ojo interno, meditando a veces largas horas para hallar el rastro de la
divinidad interior que le revelaría el misterio del sendero, apareció el
discípulo con el espejo del yo.
¿A
quién ves?
Solo veo luz. No hay reflejo, no
hay imagen, no hay espejo. Solo veo un destello de mi propia alma y veo que mi
luz se confunde con tu luz.
Entonces se oyó una voz como
el rumor de muchas aguas. Era la voz del Maestro:
Bienvenido
al camino del discipulado. Aquí es donde comienza tu entrenamiento para llegar
a la cima. Yo te acompañaré de vez en cuando y alumbraré el camino con mi
lámpara para que tu pie no tropiece, pero mi espíritu siempre estará contigo
porque has logrado vencer a tus demonios internos y ha muerto tu ego. Mereces
ahora el ser admitido en el templo de los que se capacitan para ser iluminados.
Yo solo seré una luz en el camino. Tú deberás hollarlo solo, hasta que tu luz
interior se confunda con la mía. Entonces recorrerás los senderos de los
Grandes Iniciados y llegarás a la puerta de la iluminación para fundirte con el
todo. ¡Allí, antes de entrar morirá también tu Yo superior y te sentirás como
un cristal que se disuelve en el océano de la Divinidad y al disolverte sabrás
que siempre fuiste el océano!





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