A las sirenas se las
describe con frecuencia asomándose a la superficie del agua, o sentadas en una
roca, peinándose su largo y rubio cabello con una mano y un espejo en la otra;
se las considera seres inalcanzables y hermosos. Se dice que con sus cantos
hacen que los hombres se enamoren de ellas Tanto la idea de un amor ideal pero
fatal, como la de una belleza femenina inalcanzable forman parte inherente de
su leyenda, y a este respecto existen paralelismos entre las historias que se
cuentan de ellas y las que aparecen en la mitología clásica.
Las sirenas detentaban
una voz de inmensa dulzura y musicalidad y se prodigaban en cantos cada vez que
un barco se les acercaba, por lo que los marineros, encantados por sus sonidos,
cuando no podían huir de ellas se arrojaban al mar para oírlas mejor pereciendo
irremediablemente. Sin embargo, si un hombre era capaz de oírlas sin sentirse
atraído por ellas una de las sirenas debería morir.
Es un personaje muy
ligado a la literatura clásica. En la Odisea de Homero, unas sirenas intentan
seducir con sus cantos hechiceros a Ulises y su tripulación cuando navegaban de
regreso de la guerra de Troya.
Su cuerpo es, en su
parte superior, el de una hermosa mujer de piel bronceada y de cabellos
verdosos. Su parte inferior es la de un pez con cola y escamas
verdes-plateadas. Su complexión es parecida a la de los seres humanos, con el
mismo peso y altura. Sus poblados están construidos con corales y conchas
marinas. Les gusta habitar aquí en paz y armonía con su entorno. Las sirenas
son muy coquetas y les encanta adornarse el pelo con corales y conchas. Suelen
salir a la superficie y tumbarse sobre rocas a entonar sus cantos. El canto de
la sirena es muy dulce y melodioso. Muchos son los marineros que han encontrado
la muerte al escuchar este canto tan hechizante.
Se dice que el lugar
predilecto por la Sirena es la isla Laitec, una de las más australes del
archipiélago de Chiloé.
En las noches tranquilas y protegida por el velo tenue de la niebla, sale desde el fondo del mar, la bella Sirena, a disfrutar de la placidez de este rincón maravilloso. Se posa en la más alta de las rocas que circundan el islote, haciendo bruscos movimientos de cabeza, para secar su cabellera, de gruesos cordones. Su estatura y las curvas de su cuerpo plateado, que emite una suave y pálida luz, son comparables, tan sólo, a las de una mujer hermosa. La belleza extraordinaria de su rostro, se ve realzada por el color ligeramente rosado de sus mejillas, por sus grandes ojos pardos, ligeramente oblicuos, de tierno mirar, por su boca bien proporcionada de labios finos y rojos, que le añaden singular simpatía. Si bien, desde el tronco hacia arriba, no se diferencia, fundamentalmente, de una mujer, sus miembros
inferiores, muy bien
formados en los muslos, se van confundiendo hacia el extremo distal de sus
piernas, para terminar en una cola de pez.
Reposa largo tiempo,
sentada sobre las rocas, contemplando la tierra y el mar, siempre atenta al
menor ruido y cuando siente la presencia del hombre, se desliza, huye veloz, y
se hunde en las profundidades del mar.
Un viejo poblador de la
isla, cuenta que hace años, estando una noche en plena faena de pesca con otros
compañeros, sintieron, de pronto, bruscos movimientos y sacudiones en la red,
la que una vez elevada, con grandes esfuerzos, hasta la embarcación, mostró
envuelta en sus mallas a una hermosa sirena. La contemplaron con admiración y
éxtasis, por largo rato, pero aún no repuestos de la fuerte impresión,
decidieron y debieron dejarla en libertad, conmovidos por su amargo llanto y
sus lamentos llenos de alteración.
La Sirena suele
acompañar, a distancia prudente, la barca de algún pescador de su agrado, al
que proporciona abundante pesca.
El número exacto de
ellas no está totalmente claro, hay quien afirma que eran tres, pero también se
dice que fueron cinco e, incluso, ocho. Las sirenas detentaban una voz de
inmensa dulzura y musicalidad y se prodigaban en cantos cada vez que un barco
se les acercaba, por lo que los marineros, encantados por sus sonidos, cuando
no podían huir de ellas se arrojaban al mar para oírlas mejor pereciendo
irremediablemente, como ya he comentado. Sin embargo, si un hombre era capaz de
oírlas sin sentirse atraído por ellas, una de las sirenas debía morir. Fue esto
lo que propició el héroe Odiseo, más conocido como Ulises. Cuando Odiseo estaba
viajando en barco en una de sus muchas hazañas halló a las sirenas y para
evitar su influjo ordenó a sus tripulantes, según consejo de Circe, que se
taparan los oídos con cera para no poder escucharlas mientras que él se ató al
mástil del barco con los oídos descubiertos. De esta forma, ninguno de sus
marineros sufrió daño porque no oyeron música alguna mientras que Odiseo, a
pesar de que había implorado una y otra vez que lo soltaran, se mantuvo junto
al poste y pudo deleitarse con su música sin peligro alguno. En consecuencia,
una de las sirenas tuvo que perecer y esta suerte le sobrevino a la sirena
llamada Parténope. Una vez muerta, las olas la lanzaron hasta la playa y allí
fue enterrada con múltiples honores. En su sepulcro se instaló después un
templo. El templo se convirtió en pueblo, y finalmente el lugar donde fue
enterrada esta sirena se transformó en la próspera Nápoles, llamada
antiguamente Parténope.
En la otra leyenda, los
Argonautas escaparon de las sirenas porque Orfeo, que estaba a bordo de la nave
Argo, cantó tan dulcemente que consiguió anular el efecto de la canción de las
ninfas. Según leyendas posteriores, las sirenas, avergonzadas por la huida de
Odiseo o por la victoria de Orfeo, se arrojaron al mar y perecieron.
Además del ansia de
volar como un pájaro, los seres humanos siempre hemos deseado nadar como un
pez, lo cual tal vez sea la razón de la existencia de la leyenda de la sirena.
Hasta entrado el siglo
XIX hubo noticias de apariciones de sirenas. En 1881 un periódico de Boston
describió a una sirena disecada que se había llevado a Nueva Orleans:
"Esta maravilla de las profundidades marinas se encuentra en un excelente
estado de conservación. La cabeza y el cuerpo de mujer se distinguen de manera
muy clara. Los rasgos de la cara, los ojos, la nariz, la boca, los dientes, los
brazos, los senos y el cabello son como los de un ser humano. El pelo de su
cabeza es sedoso y rubio pálido, de varios centímetros de largo. Los brazos
terminan en unas garras muy parecidas a las de un águila, en lugar de dedos con
uñas. De la cintura hacia abajo el cuerpo es exactamente igual al de una lisa
común de nuestras aguas, con sus escamas, aletas y cola perfectas."
El marinero que captura
una sirena, lo cual es muy difícil, recibe un premio de Lantarón: el derecho a
casarse con ella. Para ello el pescador debe besar en seguida a la sirena, cuya
cola se transforma en dos hermosas piernas. Además, la sirena le entrega su
espejo de nácar, que él debe esconder para que ella no lo encuentre, pues si
así fuera, el hechizo se rompería y ella regresaría al mar.
Aquello que más
caracteriza a las sirenas es su voz melodiosa, dotada de grandes poderes de
seducción que los navegantes no podían resistirse a seguir a pesar de que les
condujera a la muerte. Sus voces suaves llegaban a los corazones de los
marineros que se tiraban por la borda ahogándose.
En Grecia ya estaban
presentes, Homero es el primero en mencionarlas. Su número y sus nombres varían
mucho. Platón, en La República, sitúa a ocho sirenas en las esferas que
separan el mundo de los espacios celestes; Ovidio, en la Metamorfosis, hace que
estos seres alados acompañen a Perséfone en sus viajes al Hades.
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