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APRECIACIÓN DE LA BELLEZA

 "El espectáculo de lo bello, en cualquier forma que se presente, levanta la mente a nobles aspiraciones”. 

La esencia del ser humano es encontrar su propia trascendencia, su verdadero sentido. Pero el sentido de la propia finalidad no es algo que buscamos, encontramos o descubrimos, sino algo que somos, vivimos y sentimos…, es una verdadera necesidad. Por eso, es precisamente cuando dejamos de buscarlo todo para serlo todo, cuando iniciamos la escalada hacia la conquista de nosotros mismos, motivados por las necesidades superiores de verdad, bondad, espiritualidad y apreciación de la belleza.

Sin duda, en la medida en que somos capaces de olvidarnos de nosotros mismos para interesarnos por los demás y sentimos la necesidad interior, acuciante, aunque serena, de contribuir con nuestra vida y nuestras obras a hacer de este mundo un lugar mejor, más hermoso y gratificante para todos, dejamos de inquietarnos por las necesidades más bajas de supervivencia y de seguridad que se cubren de forma automática y nos elevamos sobre lo material, perecedero y terrenal, para entrar en el área inconmensurable, llena de luz y de esperanza del espíritu. Es entonces cuando comenzamos a apreciar en nuestro interior que somos verdad, bondad, espiritualidad y belleza, y las sentimos y vivimos con plenitud en lo más profundo de las estructuras que conforman nuestra mismidad.

Es evidente, por tanto, que llenar esa necesidad superior de belleza del ser humano va mucho más allá de la capacidad y de la sensibilidad de apreciar la belleza artística de un hermoso cuadro y del deleite que sentimos al escuchar una deliciosa composición musical.

La auténtica apreciación de la belleza es fruto de la satisfacción hermanada y conjunta de las demás necesidades superiores de verdad, bondad y espiritualidad, que al dar sentido a nuestra existencia nos hacen capaces de ver, sentir y vivir la maravilla que se esconde en todos y en todo como un reflejo de la belleza que sentimos y vivimos dentro de nosotros mismos. Es la capacidad de empatía y sintonía universal de sentirnos hermanados con los demás seres que coexisten con nosotros. 

LA BELLEZA ESTA EN TI Y TU LA CREAS EN TU DERREDOR

Sabemos que ante una misma situación no se da ni un juicio meramente objetivo ni subjetivo. Hemos de admitir que si la mayoría de las personas opinan que algo es bello y lo sienten como tal, es porque objetivamente algo tendrá de belleza, eso es evidente; pero lo verdaderamente determinante en la apreciación de la belleza, según opinión generalizada de varios autores, es lo subjetivo. Más allá del juicio que hace la razón fría y pura y más allá del juicio práctico de la moral, está el juicio estético que nos confiere la posibilidad de descubrir el equilibrio y la armonía que encierran todos los seres de la creación. Esta sintonía con el Universo nos hace sentirnos uno, en perfecta armonía con la multiplicidad y variedad de seres que lo conforman, y tener un sitio en él.

La belleza, por tanto, es un valor que trasciende a todos y se autogenera en todo aquel que sepa sentirla, vivirla, sintonizarla y crearla en su derredor. Pero, además, esta belleza sublime es un valor unitivo que funde en abrazo anímico y entusiasma por igual al filósofo, al campesino y al científico. Es el caso del místico San Juan de la Cruz, o de San Francisco de Asís, que encuentran a Dios (el porqué de su existencia) en la candidez y belleza de los seres sencillos de la creación , o el caso de sabios como Einstein, anonadado y perplejo ante la maravillosa armonía que descubre en el Universo, o el caso de un sencillo labrador como San Isidro, que siente interiormente el pálpito de la belleza de los campos arados, de las mieses, de la lluvia, del sol y de la escarcha, y contemplándola se siente transportado en espíritu hacia su Creador.

No somos una nota discordante en el contexto en que nos ha tocado vivir, como tampoco lo son los demás seres. Se existe por algo y para algo, y es la propia belleza interior, sentida y vivida como valor, la que nos hace descubrir que todas las cosas, todos los seres, tienen un sentido, una finalidad positiva… ¡Son bellas! En frase de Saint-Exupery: «La belleza del desierto consiste en que esconde un pozo en algún lugar.»

Debe ser muy alentador y estimulante para los humanos saber que en cada uno de nosotros permanece la disponibilidad anímica y la predisposición a descubrir la armonía, el orden, el equilibrio y la belleza en todas las cosas de la creación, y que esa sintonía y hermandad con el Universo no es algo que se nos da, sino una riqueza insondable que permanece dentro de nosotros mismos y que sólo hemos de ocuparnos de sentirla, vivirla y disfrutarla.

«No hay nada bello, sino verdadero», decía Boileau, y es que bondad, verdad, espiritualidad y apreciación de la belleza son como las ramas de un mismo árbol. No hay, pues, un camino para descubrir la belleza, sino que la belleza está precisamente en hacer el camino hacia nuestro interior.

La mayoría de los humanos dejan la vida, pasan por la tierra poniendo su empeño en cubrir las necesidades primarias de alimento, casa, etc., y en su horizonte ha ido poco más allá de capacitarse para ejercer una profesión, conseguir un nivel socioeconómico aceptable y atesorar propiedades y riquezas con un doble fin: asegurarse unos años de vejez libres de preocupaciones económicas.

Hasta aquí, todo perfecto, y es digna de elogio la conducta de quienes así programan y realizan la propia existencia. Sin embargo. aquellos, demasiado pocos, por desgracia, que amplían sus miradas hacia el horizonte sin límites de la plena realización de ser, adquieren la inapreciable virtud de convertir en bellos, maravillosos, deseables y dignos de disfrute hasta los momentos más prosaicos y simples de la propia existencia.

Sus semblantes son serenos, calmados, animosos y firmes, pero orlados de ternura y de paz. En sus rostros reflejan la alegría, porque han hecho motivo de su existencia el disfrute del encanto y de la belleza que late a raudales en cada rincón de la naturaleza.

La plena realización del ser está en sentirse integrado y en perfecta sintonía con todos los seres de la creación, disfrutando las inagotables riquezas y bellezas del Universo que lucen en todo su esplendor en infinitas variedades y están a disposición hasta del más pobre y humilde de los humanos. Nadie puede privarnos de nuestra capacidad de apreciar y sentir tanta maravilla y que, durante nuestra vida, todo lo inconmensurable, bello y hermoso inunde nuestro ser y lo disfrutemos sin remedio, pues la apreciación de la belleza debe dar sentido a nuestra existencia y hemos de convertirla en una manera de vivir, en actitud, en valor…







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