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SÍNDROME “FINGIR”

 En un primer momento, podríamos apelar al problema de las otras mentes, dentro del cual la posibilidad misma de que otro finja se muestra como un desafío a nuestro uso correcto o significativo del lenguaje mental en tercera persona, Otra posibilidad sapiente consiste en que el fingimiento se muestra como un desafío al testimonio como fuente justificada de nuestras creencias, y por ello también cuestiona algunas de nuestras prácticas —algunas de ellas básicas— que implican la confianza. Una última opción presenta la posibilidad del fingimiento como una forma de justificación de la ya clásica dicotomía real/ aparente, y hace de ella una instancia de problemas metafísicos u ontológicos clásicos.

Recordemos, no se sigue de la falta de fingimiento que cada uno sabe cómo se siente el otro. En otras palabras, aunque fuese desterrado el fingimiento de la forma de vida humana, de ello no se seguiría que todos nos comprendiésemos de manera perfecta, pues los errores de comprensión están a la vuelta de la esquina. Podríamos decir: «Aunque sé que no finge, no sé qué es lo que le sucede». Las prácticas del fingimiento no son resultado de un defecto de la forma de vida humana, sino simplemente una de sus tantas características.

Además, no debemos confundir la «hipocresía» con el fingimiento. Alguien es hipócrita cuando actúa de determinada forma con ciertos objetivos, pero la simple hipocresía está lejos de poder ser considerada fingimiento. Alguien finge, básicamente, cuando tiene intención de engañar al otro: cuando trato de hacerle creer ciertas cosas que yo creo que no son cierta.

Dando un paso más adelante, Wittgenstein afirma que ciertas sutilezas de la mirada, del gesto y del tono de voz nos pueden llevar a advertir que el otro finge. De manera inversa, también nos pueden llevar a concluir que el otro es sincero

Cualquier intento por eliminar la posibilidad del fingimiento de la misma —parece pensar— implicaría figurarse una vida distinta. Además, —piensa— el fingimiento, es lo que está detrás de la fabulación, la imaginación, la representación de un papel, etc. Gracias a que podemos fingir estados mentales, también somos capaces de participar en prácticas que son consideradas deseables. Eliminar la posibilidad de fingir sería a su vez eliminar un sinnúmero de prácticas humanas.

En principio, la posibilidad misma de fingir estados mentales —también de mentir, imitar, disimular, exagerar, ser hipócrita, etc.— delinea la vida humana. Pensar que sería posible eliminar la posibilidad de fingir consistiría en imaginar una forma de vida completamente distinta:

Tampoco existe una «prueba definitiva del fingimiento»; aun así, podemos saber cuándo alguien está mintiendo, siendo hipócrita o cuando trata de estafarnos. Pero lo que nos permite saber que el otro finge no son datos medibles y definitivos, sino evidencia imponderable: las sutilezas de la mirada, del gesto o del tono de voz.

Ahora bien, resta la distinción entre expresiones auténticas y fingidas. Dado que la amenaza escéptica se fundamenta en la presunción de la posibilidad omnipresente del fingimiento (i.e., todo uso del lenguaje mental en tercera persona es incierto, pues siempre es posible que el sujeto a quien atribuimos dichos predicados esté fingiendo). Sí hay una alegría manifiesta de por medio con expresiones sonrientes, armonía, y signos de conformidad, ahí no hay señas de fingir, sólo de sinceridad.






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