Hace unos 5000 años que el ser humano comenzó a escribir. Desde entonces, los libros se han convertido en quizás la expresión más cuidada de una de las formas de comunicación más populares, la escritura. La historia de las diferentes sociedades de los últimos 5000 años tiene eco en los libros, ya sea mediante conocimiento directo, indirecto o hipótesis sobre sus pensamientos, usos y costumbres. Gracias a ellos podemos saber cómo eran los patricios romanos, los filósofos griegos o los artistas medievales.
“Ante
ciertos libros, uno se pregunta: ¿quién los leerá? Y ante ciertas personas uno
se pregunta: ¿qué leerán? Y al fin, libros y personas se encuentran”.
-André Gide-
Decía Jorge
Luis Borges que
el Paraíso debía ser algo así como una gran e infinita biblioteca. Una imagen idílica
en la que sin duda estaremos de acuerdo todos aquellos que vemos en el
saludable ejercicio de la lectura un ritual cotidiano del cual nutrirnos para
sobrevivir, para avanzar, para aprender y a su vez, ser un poco más libres.
“La verdadera
universidad en nuestros días consiste en una colección de libros”
-Thomas Carlyle-
«Desde que existe el libro nadie está ya completamente solo, sin otra perspectiva que la que le ofrece su propio punto de vista, pues tiene al alcance de su mano el presente y el pasado, el pensar y el sentir de toda la humanidad».
Stefan Zweig
Estos días ya cortos del otoño, en muchas ciudades, se instalan ferias de libros antiguos y de ocasión, cita ineludible de los amantes de la lectura. El mercado editorial, tan voraz y agresivo como todos los demás, arrincona a los almacenes muchos títulos valiosos que no consiguieron despertar la demanda de los compradores de novedades con la rapidez necesaria y ahora resurgen, apareciendo entre las estanterías de las casetas, como una segunda oportunidad de encontrarse con sus legítimos destinatarios.
Sin olvidar a los nobles ejemplares que, tras rendir servicio en las bibliotecas, vuelven a la calle, a ofrecerse a la pasión de los coleccionistas, buscadores de rarezas, luciendo orgullosos el buen hacer de sus editores antiguos y el haber sabido sobrevivir al paso del tiempo. Rebuscando entre títulos y autores y a salvo de las operaciones publicitarias que tanto abundan, rescatamos aquellas obras que habíamos perdido la esperanza de encontrar, pues la temible descatalogación las había arrebatado de nuestro alcance, como si nos encontráramos con amigos a los que echábamos de menos. Otras veces, son ellos, determinados libros, los que nos llaman, invitándonos a la sorpresa de los descubrimientos, sin las recomendaciones de los anuncios de los más vendidos. Este nuevo ciclo de la naturaleza, que parece invitar al recogimiento, es un buen tiempo para renovar nuestra relación con los libros, y volver a leer aquellos que nos acompañaron en momentos decisivos, iluminando nuestra existencia, o también ofrecernos a la posibilidad de abrirnos a nuevos hallazgos que vendrán a enriquecer nuestro mundo interior. Recuperar la serenidad de la lectura es la mejor opción para sedimentar lo vivido, lo imaginado y saber llegar al otro lado de las apariencias, tantas veces engañadoras.
Comentarios
Publicar un comentario