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LA SOLEDAD Y DESAMOR A LOS PADRES

La soledad en la tercera edad es uno de los grandes enemigos del bienestar de los adultos mayores, un tema preocupante sin duda, ya que su calidad de vida no sólo implica un buen estado físico, sino también emocional. La amargura y la tristeza roban las ganas de vivir a muchas personas mayores que se sienten solas. en la actualidad también tenemos una profunda crisis de valores, y entre ellos se encuentra el irrespeto y la falta de gratitud de los hijos. 

Muchos hijos adultos tienden a olvidarse de sus padres. Egoístamente, aunque en la mayoría de los casos de forma inocente, los hijos hacen su vida lejos de los padres. Como madre o padre uno puede sentir que sus hijos se olvidan de ellos, aunque no necesariamente tiene que ser así. 

Feliz el hijo que es el padre de su padre antes de su muerte, y pobre del hijo que aparece sólo en el funeral y no se despide un poco cada día.

Para los padres que ha sacrificado mucho de su propia vida, que ha dado buen ejemplo a sus hijos, incluso llegando a dejar de lado sus propias vidas para dar paso a la de sus hijos, los hijos ingratos le son doblemente dolorosos. Es doloroso tener hijos desagradecidos. 

Dolorosas palabras de una madre: “Mi vida nunca ha sido fácil, pero tuve la suerte de poder trabajar junto a amigos. Muchas veces me vi obligada a trabajar en otras cosas para dar sustento a mis hijos, nunca mirando por mí, sino por las necesidades de mi hija. Ella lo es todo para mí; ahora es una mujer educada y bien posicionada, pero ya no está junto a mí. Ahora sólo me escribe muy de vez en cuando y no sé nada de ella. Ya no me necesita en su vida, y ahora su vida gira sólo en torno a ella misma. Se olvidó de mí. Me dejó de lado una vez obtuvo lo que tanto luché por que tuviese. Ahora sólo está disponible para sí misma, y para sus amigos. Está claro que no estoy en esa lista.” 
Las madres siempre están dispuestas a sacrificarlo todo por sus hijas, y a veces la vida así lo requiere. Hay madres que lo han dado todo por sus hijos e hijas, que no se han guardado nada y han dado de sí por ellos, sacrificando comodidad e incluso llegando a sacrificar sueños por ver a sus hijos con algo mejor, con un futuro mejor, o por la sonrisa de un hijo un día cualquiera. A los padres que han hecho todo esto y más por sus hijos, la vida muchas veces les depara sorpresas desagradables: hijos e hijas que no les toman en consideración una vez llegan a independizarse 
A los padres todo esto le duele, mucho más cuando entra en cierta edad y las fuerzas flaquean y se sigue sin saber nada de esas criaturas preciosas por las que se vivió y desvivió. Como madre produce una enorme alegría y satisfacción en la vida ver que a una hija le salgan alas, que se independice, y que tenga la educación por la que luchaste que tuviera. Una educación que le da más oportunidades de las que ella misma, la madre, tuvo.  Todo ello es motivo de alegría y regocijo, pues es muestra de que tus sacrificios no fueron en vano.
Observando experiencias así saco la conclusión de que siempre es malo darlo todo y sin medida. No se les puede estar dando todo a los hijos cuando éstos lo quieran, los padres no debieran darles a los hijos todo cuanto piden y en el momento que lo piden. Hay que enseñarles a valorar las cosas, a valorar el sacrificio que por ellos se hace, a valorar cada cosa que se les da. Los hijos deben de comprender, desde cuanto más jóvenes mejor, que la vida no es de color rosa y que todo cuesta, todo tiene un precio, todo se logra con el sudor de una frente (si no es la de ellos, es con el sudor de la frente de los padres) 
Las madres sacrificadas deben darse a respetar; que los hijos ingratos sepan que muchas veces la madre se saca el pan de la boca para dárselos a ellos. Es necesario que los hijos lo sepan, es necesario no ocultarles la realidad de la dureza de la vida, es necesario evitar que piensen que todo es color rosa, es necesario que valoren cuanto se hace por ellos, que si la vida les es fácil es gracias a lo que por ellos se hace y muchas veces por lo mucho que se sacrifica por ellos.  
Pero no faltan los que se quedan solos, afrontando el avance del deterioro físico y mental propio de la vejez sin el apoyo de otras personas. Pero si hay cariño constante de los familiares especialmente de los hijos, la desdicha de la soledad se convierte en momentos de felicidad.

En este contexto, conviene recordar que cada persona, haciendo uso de su libertad, es capaz de ir más allá de las circunstancias sociales. Por ello, lo ideal es que los adultos mayores tengan un protagonismo importante en el seno de la sociedad.  El aislamiento social es un problema grave y habitual en la vejez. Muchos ancianos sienten falta de compañía, afecto y apoyo, familiar que se agrava por la carencia de relaciones sociales de calidad. Esto aumenta el retroceso mental e inmunitario durante esta fase de la vida, a pesar de haber mantenido una vida social normal durante las etapas vitales anteriores.
El sentimiento de soledad extrema el desamor familiar puede aumentar en un 14 % las probabilidades de muerte prematura de las personas mayores, según una investigación realizada por John Cacioppo, profesor de psicología en la Universidad de Chicago y uno de los principales expertos sobre la soledad en Estados Unidos. 
El trabajo ha mostrado que el impacto de la soledad en la muerte prematura es casi tan fuerte como el impacto de una situación socioeconómica precaria, la cual aumenta las posibilidades de morir antes en un 19 %. El mismo autor asegura que, como indicó un análisis de 2010, la soledad tiene el doble de impacto sobre la muerte prematura que la obesidad.
Estos datos corroboran otros estudios de la Organización Mundial de la Salud (OMS), que indican que las personas viudas presentan menores índices de salud física y mental que el resto de la población de la misma edad. Además, son las mujeres las que muestran una mayor incidencia, dada su mayor esperanza de vida.
Los investigadores han examinado el papel de las relaciones sociales satisfactorias de las personas mayores en el desarrollo de su capacidad de resistencia, de recuperarse después de las adversidades y de crecer a partir de las tensiones de la vida. Los resultados mostraron grandes diferencias en los índices de deterioro de salud física y mental con la edad.
Las consecuencias para la salud son fatales: sentirse aislado de los demás, poco o casi ningún cariño de parte de los hijos; puede interrumpir el sueño, aumentar la presión arterial, incrementar el aumento matutino del cortisol (hormona del estrés), alterar la expresión génica de las células inmunitarias, aumentar los niveles de depresión y reducir el estado de bienestar subjetivo general.
En su trabajo, Cacioppo no habla tanto de la soledad como aislamiento físico en sí, sino más bien de la sensación subjetiva de aislamiento. Es esto lo más perturbador. De hecho, las personas mayores que viven solas no tienen por qué sentirse solas si permanecen socialmente comprometidas y disfrutan de la compañía de quienes les rodean. Algunos aspectos del envejecimiento, como la ceguera y la pérdida de la audición, sin embargo, ponen a las personas en un riesgo especial para de aislamiento y soledad.
En base a los resultados, Cacioppo indica que las personas mayores podrían evitar las consecuencias de la soledad mediante el contacto con antiguos compañeros de trabajo, participando en tradiciones familiares y compartiendo buenos momentos con la familia y amigos. Estos momentos regalan a los adultos mayores la oportunidad de conectar con otras personas por las cuales se preocupan y viceversa.
La soledad es una de las situaciones más tristes que afronta una persona adulta mayor en alguna etapa de su vida. Aunque este estado de ánimo suele darse a cualquier edad, este sector adulto de la población es el que más lo sufre.
Se pueden atribuir muchas razones por las que una persona adulta mayor pueda sentirse sola, una de ellas es cuando lo hijos se van del hogar para conformar nuevas familias y las visitas se vuelven esporádicas; otra es por viudez, ante la partida de la pareja de toda la vida; y otra, más lamentable, todavía, es por abandono de los hijos.
En un contexto de soledad, la persona se vuelve vulnerable e indefensa para afrontar las necesidades básicas de dependencia, intimidad y relación con otros. Este estado emocional puede afectar su autoestima, al extremo de abandonarse a sí mismo física y socialmente, y perder toda motivación ante la vida.
Con la llegada de la jubilación, la persona adulta mayor puede pensar que con ello ya no va a ser útil para determinadas actividades productivas. La separación del vínculo laboral y de los compañeros de trabajo le pueden permitir, sin embargo, nuevas oportunidades. Le harán replantearse nuevas estrategias de convivencia. Además, dispondrá de más tiempo para estar con la familia o dedicarse a aquellas actividades tantas veces postergadas.
Con el paso de los años también se agudizan las dolencias físicas, el cuerpo ya no es el de antes y requiere de más atenciones, la salud se deteriora. Es así que con la vejez puede empezar a deprimirse y limitar sus vínculos sociales. Y es cuando más se necesita el amor de los hijos.
Las consecuencias psicológicas de la soledad en el adulto mayor pueden llevarlo desde el aislamiento hasta la psicosis. Pueden empezar a confundir los nombres y rostros de las personas, así como los lugares donde se encuentran. Surgen enfermedades como el Alzheimer, demencia senil, mal de Parkinson, entre otros. Llegar a esta etapa en la vida de una persona adulta mayor no debe significar el acabose. Existen muchos proyectos sociales donde las personas pueden compartir actividades recreativas, conocer a nuevas personas, y llevar una mejor calidad de vida.
La soledad puede ser descrita como un sentimiento no esperado y muchas veces no deseado, de pérdida de compañía, o el sentimiento de que uno está solo y no le gusta esta situación. En determinados casos puede tener implicaciones para la salud de las personas que la experimentan.
Para los ancianos, en general, la soledad es una situación no deseada ni buscada y muy personal, es decir, lo que para una persona puede ser una situación más o menos aceptable, para otra puede ser tremendamente angustiosa. La soledad puede verse exacerbada por la falta de dinero y manifestarse entre aquellos ancianos ingresados en instituciones o residencias.
Es clásica la presentación de las tres crisis asociadas al envejecimiento: la crisis de identidad, de autonomía y de pertenencia. La crisis de identidad viene dada especialmente por el conjunto de pérdidas que se van experimentando de manera acumulativa, que pueden deteriorar la propia autoestima porque aumentan la distancia que la persona mayor percibe entre su yo ideal y su yo real; La crisis de autonomía viene dada especialmente por el deterioro del organismo y de las posibilidades de desenvolverse de manera libre en el desarrollo de las actividades normales de la vida diaria; La crisis de pertenencia se experimenta particularmente por la pérdida de roles y de grupos a los que la vida profesional y las capacidades físicas y de otra índole permitían adoptar en el tejido social. En todos estos casos la presencia familiar es muy decisiva. 
La toma de conciencia de esta triple crisis que tiene lugar en el proceso de envejecimiento, puede permitirnos hacernos cargo de la envergadura de la experiencia de la soledad que, a veces, puede ser vivida como una verdadera muerte social, una muerte del significado de la presencia en el mundo dada por el cuestionamiento de la propia identidad, de la propia autonomía y del propio ser en el mundo.
El ser humano es un ser familiar y social por naturaleza, desde que nace hasta que muere. Necesita de los demás para vivir. La soledad surge, entonces, de la tendencia de todo ser humano a compartir su existencia con otros. Si esto no se logra, surgen sensaciones de estar incompleto y la desazón derivada de ello.
En la vejez el ser humano añora la fusión con otra u otras personas y desea comunicación para subsistir. La soledad se manifiesta por una sensación de vacío y de falta de algo que se necesita. Aparece cuando las personas no encuentran un otro. La vejez es uno de esos momentos en los que más fácil se puede experimentar la soledad.
La soledad de los mayores es una de esas situaciones de vulnerabilidad y marginación – y posible exclusión – que viven un numeroso grupo de personas mayores que difícilmente elevarán el grito y exigirán la satisfacción de sus necesidades debido a la fragilidad en que se encuentran. La sensación de no verlos y no sentirlos cerca a sus seres queridos profundiza más esta soledad.
Los mayores que se sienten solos no provocan una crisis social significativa como podrían provocarla otros grupos porque no tienen ni siquiera las suficientes fuerzas como para exigir sus derechos.
Aunque la soledad no produce síntomas externos graves, quienes la padecen afirman que se trata de una experiencia desagradable y estresante, asociada con un importante impacto emocional, sensaciones de nerviosismo y angustia, sentimientos de tristeza, irritabilidad, mal humor, marginación social, creencias de ser rechazado, etc.
Todas las reflexiones anteriores tienen el propósito de hacer conciencia en los lectores de la importancia de la presencia de los adultos mayores en la familia, pues todas tienen algún adulto mayor en ellas, de nuestra obligación hacia ellos, de ser conscientes de sus necesidades. Y recordemos algo; no se trata de dar regalos materiales, sino de mostrar cariño y agradecimiento con ellos. La alegría si aún pueden manifestarla les causa regocijo y compartir su vivencia con cierta felicidad.















 


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