La palabra vulnerabilidad deriva del latín vulnerabilis. Está compuesto por vulnus, que significa 'herida', y el sufijo -abilis, que indica posibilidad; por lo tanto, etimológicamente, vulnerabilidad indica una mayor probabilidad de ser herido.
Vulnerabilidad es el riesgo que una persona, sistema u objeto puede sufrir frente a peligros inminentes, sean ellos desastres naturales, desigualdades económicas, políticas, sociales o culturales. En este aspecto, muchas de estas personas son ejemplos de resiliencia, o sea, la capacidad de superar adversidades extremas.
La vulnerabilidad es la incapacidad de resistencia cuando se presenta un fenómeno amenazante, o la incapacidad para reponerse después de que ha ocurrido un desastre. En realidad, la vulnerabilidad depende de diferentes factores, tales como la edad y la salud de la persona, las condiciones higiénicas y ambientales, así como la calidad y condiciones de las ciudades y su ubicación en relación con las amenazas.
La vulnerabilidad es una sensación incómoda para muchos. De hecho, nos pasamos la vida tratando de disimularla. Aparentamos que somos fuertes, que no nos afectan los comentarios negativos o que tenemos éxito. Sin embargo, la vulnerabilidad es la esencia de gran parte de lo que sentimos
Es el origen del miedo o de la rabia que nos produce la incertidumbre, el riesgo o cierta exposición emocional. Por eso, en momentos como los que vivimos nos sentimos especialmente vulnerables. Pero esa sensación tiene mucho valor, como explica la psicóloga estadounidense Brené Brown en su libro El poder de ser vulnerables .
Durante su intervención, define la vulnerabilidad como la cuna de las emociones y de las experiencias que anhelamos. En su opinión, esta surge por la necesidad de conexión con otras personas. A diferencia de otros animales, los humanos necesitamos a alguien para sobrevivir y para crecer en condiciones saludables. La pérdida de conexión nos bloquea. Por eso nos inventamos ciertas estrategias
inconscientes para conseguir la aceptación de otros: ser buenos profesionales o padres, tener cierto éxito o una determinada belleza. Esa es nuestra solución cuando nos sentimos vulnerables y tememos perder la conexión de quienes nos importan. Sin embargo, sentir dicha sensación también es un regalo, nos dice Brown.
Para que se cumpla esa máxima,
Primero necesitamos dejar de asociar vulnerabilidad a debilidad. La vulnerabilidad es la esencia, el corazón, el centro de todas las experiencias humanas significativas. Si intentamos evitarla por vergüenza, o porque nos consideramos débiles, tampoco sentiremos la alegría o las emociones positivas de un modo intenso. “Anular nuestra vida emocional por temor a pagar un precio demasiado alto es alejarse de lo que, precisamente, da sentido y propósito a la vida”.
Segundo lugar, esta sensación nos acerca más a las personas que nos importan. No hace falta que exhibamos nuestra vulnerabilidad a los cuatro vientos. Debemos compartir nuestros sentimientos y nuestras experiencias con quienes se han ganado el derecho a escucharlas. Ser vulnerables y estar receptivos es recíproco y supone una parte integral del proceso para generar confianza. Por eso, en momentos complicados, necesitamos tener personas con las que compartir nuestras preocupaciones, errores y miedos sin temor a ser juzgados o criticados.
Tercero, la vulnerabilidad nos ayuda a desnudarnos de lo superficial y a tomar decisiones más auténticas. Esta crisis nos está despojando de muchas seguridades. Nos enfrenta a un nuevo orden de prioridades. Valoramos más la familia, los encuentros con los amigos, los pequeños detalles… Cualquier proceso de transformación que nace de esta manera resulta más genuino. Pensemos qué tenemos que aprender de todo lo que estamos viviendo; qué sobraba en nuestra vida; qué necesitamos realmente o qué debemos cambiar de lo que hacíamos. Las respuestas serán más auténticas y sólidas si las respondemos desde este lugar y no desde el miedo o el enfado.
Asumir errores, demostrar dolor, frustración o tristeza ante ciertas circunstancias que nos superan o incluso decir en voz alta que estamos pasando una mala época y que necesitamos tiempo también admirable y recomendable. No hay nada malo en ello, ni somos menos valiosos por dejar claro que nuestra fuerza convive con nuestra fragilidad.
Triste es por ejemplo quien nunca se ha permitido serlo. Quien jamás se ha atrevido a abrirse a alguien para comunicar emociones, para sentir el dolor o la felicidad del otro. Lamentable es quien se obsesiona en mostrar siempre a los demás una competencia absoluta, dureza de carácter, inflexibilidad e incapacidad para asumir errores.
Valiente es quien es capaz de mostrarse con sus luces y sombras, con sus fortalezas y debilidades. Coraje es quien tiene el valor de caer cuando ya no puede más y levantarse cuando es el momento. El poder de la vulnerabilidad nos hace humanos, nos dota de perfección porque somos capaces de aceptarnos a nosotros mismos y a los demás con toda su riqueza interior. Nada puede ser tan reconfortante.
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