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UNA CALLE DESIERTA

 

Una calle desierta. Un hombre caminando con lento paso y erguido, cual si mientras caminara fuera pensando en un profundo motivo. Un hombre extraño por su aspecto insólito, traje claro, barba larga y mirar fijo. Va caminando calle tras calle, como si la ciudad dejar quisiera pronto. 
Mientras se aleja se va acercando al campo también desierto de seres humanos, pero poblado de otros seres, de otra vida. Mientras su paso lento continúa, llegando va a una casa mediana, de aspecto austero, tipo campestre. 

Llega, abre la puerta y entra. Enciende una lámpara grande, iluminando un interior inesperado y sorpresivo a todo mirador externo que llegara, entrara y observara. El cuadro no puede más que asombrar si uno entrara por vez primera.
Aquella casa sola, de aspecto humilde y sobrio, en el campo profundo del silencio opaco, donde nadie pensar llegaría que a sus paredes adornan grandes estantes de libros varios. Libros de toda clase, filosofía, psicología, ocultismo, espiritismo, teosofía, budismo zen, taoísmo, sufismo, clásicos, ensayos, historia, etc.
Un hombre solo en aquella apartada casa en la soledad del campo, rodeado de libros, devorando horas de intenso estudio, escribiendo luego versos, ensayos científicos y filosóficos, que publica con sonoros pseudónimos. Cual, si quisiera realizar la lúcida idea del sabio Alexis Carrel, de la necesidad de aislarse algunos hombres en intenso estudio, para, en determinado tiempo, compendiar un estudio amplio del hombre.
-¿Quién era aquel hombre, extraño hombre? Su aspecto imponente, su mirada fija, su tez luminosa, su andar firme algunas veces, cabizbajo otras, devorando libros en su extraña casa, hacían preguntar a un supuesto observador: -¿Quién era ese extraño hombre?
Era un hombre sabio quizá. Un psicólogo innato. De día estudiaba en los libros y la naturaleza, con íntimo contacto; de noche estudiaba la ciudad, la gente, mientras ésta dormía. Con la soledad del sueño en la presencia física y la desdoblada compañía de entes invisibles a los opacos sentidos, pero manifiestos al que se ha dado en llamar “Sexto Sentido”.
Mientras estudiaba la ciudad en las desiertas calles, con su imaginación viva y vibrante su saber refinaba. Por eso, en las noches y días caminaba por las desiertas calles, sosegado, meditabundo, 
mientras activaba la circulación sanguínea, como lo hacen los sabios hombres en sus largos paseos, que mucho caminan: Mientras caminan piensan. Mientras piensan aprenden. Mientras aprenden perfeccionan su saber.
Cuantas noches observamos en altas horas, por las desiertas calles, algún solitario hombre. Algunas veces un bohemio, otras veces un hombre serio, tranquilo, con paso lento, cual si sereno fuera pensando un motivo desconocido.
Nuestro hombre, solitario hombre, por las desiertas calles, fue escribiendo sus más importantes versos. Mientras caminaba se inspiraba en las luminosas estrellas del estrellado firmamento de moradas sin fin. Se inspiraba en las mansiones suntuosas. En las casas humildes, de los humildes hombres de los rústicos hogares. En las calles que requerían reparaciones, y las avenidas mayor cantidad de árboles. Mientras pensaba se inspiraba, escribía poesías, versos sentidos de la sentida vida de un hombre solo por las sosegadas calles desiertas de la vida. En el eterno retorno hacia la Divinidad, cada ser es el caminante y el camino hacia la eterna fuente. A un cierto momento percibe que es, también, la Fuente. Hay tantos caminos hacia la Verdad Universal como seres existan en los cuatro reinos naturales. En cada uno de esos caminantes, y caminos, se puede observar la presencia acompañante, y vigilante, como pedagogo y eterno motor volitivo, del Ser Universal, Divinidad inmanente en cada ser.
Hay muchos hombres por el mundo como nuestro personaje que por los desiertos caminos de la sabia vida solos caminan. Algunas o muchas veces incomprendidos. En su soledad parecen aprehender la inmensidad sublime, mientras más comprenden que el hombre solo, aislado, poco hacer puede para ayudar al mundo a renovar su faz. El común de los seres desperdicia preciado tiempo, desechando las casi desiertas calles que en la tierra conducen a la sabiduría. Empero, esa soledad es aparente. En la conexión con el infinito, todos los seres suelen vivir en conexión con todos aquellos que al unísono vibran en las mismas ondas de pensamientos, en la afinidad de ideas y propósitos.
Pese a las distancias inmensas que físicamente les separan, espiritualmente se transmiten contenidos mentales que constituyen los adelantos que van alcanzando, cada quien por su lado. Por efecto de la resonancia magnética van influyendo en la conciencia colectiva, estimulando niveles más elevados de progreso, en los cuatro reinos naturales. Solos, aislados en sus propios ambientes, conectados con sus iguales en apartados y lejanos mundos, en sus niveles forman armoniosas esferas mentales, y un todo, que constituyen campos de fuerzas magnético-espirituales, estados de conciencia y estaciones o grados de sabiduría. Uno y otros se van retroalimentando recíprocamente. En cada área de las actividades humanas los que alcanzan la excelencia en sus conocimientos y actividades, conforman lo más excelsos representantes aportando el efectivo servicio, y realizan las obras geniales que sostienen, silenciosamente, al mundo, o cada uno a su respectivo mundo.
Todos son instrumentos de la Divina Voluntad que los va utilizando para resolver las situaciones que precisan atención prioritaria.
Es la Providencia Universal que actúa y utiliza al más apto, en cada caso. Pero, en todos los niveles, no hay nadie que deja de ser utilizado, siempre y cuando, voluntariamente quiera brindar su aporte.
 Quien así no lo hiciere, por la ley de la necesidad, la vida le encarrila de una u otra forma, ya que todos precisan expresar su poder creador potencialmente infinito. El mecanismo que la ley cósmica utiliza es el de las necesidades, regido por la ley de causa y efecto. A medida que cada quien va afrontando necesidades de mayor envergadura, expresa en ese mismo nivel y en forma equivalente, el poder que requiere y el conocimiento que precisa, por intuición, por inspiración o por el cultivo de un arte cualquiera, en su respectivo caso. Pero, siempre que el ser afronta alguna necesidad, en el grado que fuere, dispone del poder y del conocimiento suficientes para resolverla y aprovechar la oportunidad inherente que la vida le va brindando silenciosamente, en la quietud de la conciencia. Las inquietudes según los tiempos rigen el mecanismo de las necesidades.
Cada quien experimenta su necesidad inherente según el aprendizaje que precisa, y en esa interacción de seres que precisan el aporte de otros para satisfacer sus propias necesidades y resolver las propias situaciones inherentes, se van formando los grupos armónicos, afines, de cooperación, por la ley de la oferta y de la demanda. Con gran agudeza, Jean-Baptiste Say acuñó la ley que expresa: -"Toda oferta genera su propia demanda"; y por ende, toda demanda, su propia oferta.
Es el trabajo silencioso del Gran Pedagogo Universal que por el lenguaje de los sentimientos de los valores universales y la fuerza de empuje y la de bloqueo, se ocupa de educar a cada ser de los cuatro reinos naturales, y orientar sus respectivas acciones, al mismo tiempo, en todos los inmensos mundos del universo.
Una calle desierta. Un hombre caminando. Muchos hombres meditando.






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