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DIMENSIONES DEL SER HUMANO

 

Las dimensiones del ser humano

Cuando se habla de las dimensiones del ser humano, normalmente se está haciendo referencia a las distintas esferas de existencia de la vida humana, es decir, a las diferentes áreas de la vida que constituyen nuestra existencia y que podemos cultivar en un mayor o menor grado.

Estas “dimensiones” son las que conforman la complejidad del ser humano, cuya existencia involucra un conjunto de potencias y de posibilidades mucho más vastas y diversas que aquellas a las que aspiran los animales. Se entienden como dimensiones dado que cada una propone una perspectiva propia del ser humano, a pesar de que en él existan siempre todas al mismo tiempo.

Las dimensiones humanas son de particular interés para la educación y la psicología, ya que permiten comprender de manera holística al ser humano, o sea, en su totalidad, pudiendo jerarquizar sus diferentes aspectos fundamentales y comprender mejor cómo se organizan, cómo operan o cuáles reciben prioridad en determinadas circunstancias.

Sin embargo, no existe un consenso respecto de cuáles o cuántas son estas dimensiones fundamentales del ser humano. Intentaremos proponer una visión intermedia, ni muy general, ni demasiado específica.

Dimensión biológica o física del ser humano

Esta dimensión se refiere a nuestra existencia como seres vivientes, es decir, a eso que tradicionalmente
entendemos como nuestro cuerpo mismo, separado de nuestra mente o nuestro espíritu. Por lo tanto, forman parte de la dimensión biológica nuestros aspectos más “básicos” o “animales”, como la satisfacción de nuestras necesidades vitales (hambre, sed, etc.) o de nuestros instintos (reproducción).
Además, en esta dimensión el ser humano es entendido como un cuerpo, o sea, como una maquinaria biológica y bioquímica, que requiere de cuidados, atenciones y que es susceptible a las enfermedades. El cuidado de este aspecto de nosotros mismos pasa por la alimentación, la actividad física, la higiene. 
Dimensión social o sociopolítica del ser humano
Nuestra dimensión social siempre nos ayudó a sobrevivir y progresar como especie.
Es famoso el sermón de John Donne (1572-1631) respecto de que “ninguna persona es una isla”, 
es decir, que los seres humanos no podemos vivir en solitario, sino que somos seres gregarios que tendemos a agruparnos y a formar comunidades. De hecho, este aspecto de nuestra especie jugó un rol vital en el predominio de la misma en el mundo prehistórico.
Así, la dimensión social se refiere a nuestra interacción con los demás, es decir, a nuestra vida social y al rol que jugamos dentro de la red de contactos, intercambios, asociaciones y dinámicas que conforma nuestra comunidad. La familia, las amistades, los grupos de trabajo, todo en nuestra vida ocurre socialmente y la atención a este aspecto nuestro es clave para nuestro bienestar integral.
Dimensión emocional o afectiva del ser humano
a emocionalidad y el mundo afectivo es la siguiente dimensión del ser humano a considerar, en la que tiene cabida nuestro mundo interno de sentimientos, lazos afectivos y otras pulsiones que facilitan la interacción social. Representan nuestra manera más primitiva y rudimentaria de pensamiento, o sea, nuestro modo más esencial de vincularnos con el mundo.
Las emociones y los afectos son indispensables para nuestro bienestar como individuos, y la gestión de los mismos es clave para nuestro desempeño en la sociedad: un individuo emocionalmente frustrado tendrá dificultades para llevar a cabo tareas para las que, por lo demás, se halla perfectamente capacitado.
Por otro lado, la vida afectiva suele definirse en base a la interacción con los demás, sobre todo durante la niñez y la adolescencia, etapas formativas clave para el individuo. Por desgracia, este aspecto de nosotros no siempre recibe la debida atención, y es común que entorpezca los aspectos más refinados o complejos de nuestro raciocinio.
Dimensión cognitiva o intelectual del ser humano
La dimensión cognitiva es en parte fruto de la acumulación de saber durante generaciones.
Aquello que distingue al ser humano de los animales, justamente, es su capacidad para el razonamiento, la deducción, la comprensión profunda de la realidad circundante, y la posibilidad de usar la creatividad para diseñar soluciones en base a lo observado. A todo eso, de un modo u otro, lo llamamos “inteligencia” o “razón”.
El raciocinio es una dimensión única y particular de nuestra especie en el planeta. Está íntimamente vinculada al lenguaje y a la capacidad de abstracción y representación.
Por ello, es fruto también de la acumulación y el intercambio de información que nos caracteriza. Desde hace milenios hemos tratado de sistematizarla a través de las escuelas, academias y diferentes sociedades del conocimiento, cuyo papel histórico es preservar y transmitir de generación en generación el saber de una manera eficiente.
Así, la vida intelectual del ser humano es la que tiene que ver con su formación intelectual, su capacidad de razonamiento y su manejo de los saberes que necesita para llevar una existencia lo más plena posible.
Dimensión espiritual o moral del ser humano
Uno de los aspectos más difíciles de definir del ser humano es lo que tiene que ver con su sentido de la transcendencia, es decir, con aquellos valores y aspectos de la existencia de tipo moral, que obedecen a la necesidad de responder a la pregunta sobre el bien y el mal.
¿Qué es vivir una buena vida? ¿Qué significa hacer el mal? ¿Cómo debería el ser humano organizarse para que el mundo sea un “buen” lugar para sí y para las demás especies? ¿Qué responsabilidades le trae al ser humano su capacidad de pensamiento?
Preguntas como éstas han acompañado al ser humano desde siempre, en su búsqueda por descubrir una verdad esencial y fundamental del universo. De ellas se han encargado filósofos, religiosos y artistas por igual, cada uno inmerso en su momento histórico y su contexto cultural, para intentar proponer un código ético y moral, o sea, una manera “correcta” de vivir, en conformidad con los designios de un Dios, una ley o una tradición.
Así, la dimensión moral o espiritual del ser humano tiene que ver con su capacidad para sentirse parte de una visión armónica del mundo, o sea, para encontrar su lugar en el orden de las cosas, algo que no es posible hallar a través de la vida cognitiva o la vida social únicamente. A su manera el arte aspira también a responder estas cuestiones, a través de un lenguaje propio y complejo: la pintura, la música, la literatura, etc.











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