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LA CONFIANZA SINCERA NACE DE TI

 

Cuando hablamos de confianza (del latín con-, “juntos”, y fidere, “fe” o “lealtad”), generalmente nos referimos a la posibilidad de creer en que otra persona, o un grupo de ellas, actuarán de la manera adecuada en nuestra ausencia, es decir, que no nos defraudarán o engañarán, ni necesitan tampoco nuestra supervisión y vigilancia

Confianza es una hipótesis sobre la conducta de un otro, que puede verse reforzada o no dependiendo de sus acciones y reacciones. Al mismo tiempo, la confianza es una forma de familiaridad, o sea, de cercanía producida por la seguridad que se tiene en las acciones del otro. Por eso, es uno de los requisitos indispensables para una relación afectiva estrecha, ya sea amorosa, afectiva o simplemente amistosa. Así, mientras la responsabilidad, fidelidad y predictibilidad contribuyen con ella, las mentiras, las traiciones y las conductas erráticas o impredecibles lo hacen con la situación contraria, conocida como desconfianza.

Uno puede tener confianza en instituciones y organizaciones, especialmente en aquellas que manejan cierto tipo de poder, como los gobiernos. Los sondeos de opinión suelen interpretarse como una medida de la confianza que la gente deposita en un momento dado en quienes conducen el destino de la nación.
Por otro lado, el nivel de confianza que depositamos en nosotros mismos suele dar pie a nuestra autoconfianza, también entendida como nuestra seguridad, y es un elemento fundamental en la construcción de individuos adultos saludables emocionalmente. A la ausencia o fragilidad de autoconfianza se la conoce como inseguridad.
Dado que los seres humanos no somos 100% transparentes respecto de lo que pensamos y sentimos, sino que en el fondo somos un poco misteriosos los unos para los otros, la confianza es considerada un valor emocional y psicológico.
Todos tenemos en nuestra vida personas en las que confiar, en las que creer. A estas personas les hemos dedicado mucho tiempo, y con ellas nos sentimos seguros y confortados. Pero no es fácil aprender a confiar en los demás. Mucha gente confiesa tener problemas de confianza.
Cuando se habla de un problema de confianza, realmente no se trata solo de confiar en otro, sino que se trata también sobre la forma en que se coloca la confianza en los demás. Cuando alguien te plantea algo que te sorprende, hace algo que se sale te tus esquemas, puedes llegar a cuestionarlo todo y a todos.
Cuando pierdes la confianza en otro, es fácil perder también la confianza en uno mismo. La vacilación sobre cuál ha sido el problema te hace dudar. Esto puede ocurrir cuando alguien te traiciona o te engaña, o utiliza lo que sabe para sacar provecho.
El fracaso nos hace pensar que nunca se podrá confiar plenamente en otro, que nunca se llegará a entender del todo a otra persona.
A nuestro alrededor siempre hay gente que parece que no va a cambiar, buena gente que parece que estará ahí pase lo que pase. Son amigos de siempre, o parientes y familiares a los que te une una estrecha relación. Pero llegada la hora de la verdad, muchas personas que creías de confianza te sorprenden y te hacen daño.
Esas personas con las que nos unen afectos duraderos son con las que el dolor de la traición es más duro, con quienes aprendemos que los seres humanos son capaces de cualquier cosa. Unas veces fueron cosas buenas, y nuestra confianza aumentó. Pero cuando llegan las malas, el dolor se hace insoportable
Así, a medida que nos hacemos mayores tenemos que llegar a un acuerdo con las enormes complicaciones que nos puede presentar la vida, con esas zonas grises que surgen cuando creemos que todo es blanco o negro. En esta situación, podemos llegar a utilizar nuestra confusión y nuestro dolor para arremeter contra los demás y perpetuar ese estado de desconfianza.
Esta situación nos hace mantener a la gente a distancia, porque ahora entendemos que son capaces de grandes engaños y traiciones, sin entender que lo que necesitamos para recuperar la confianza está dentro de nosotros mismos.
“Es imposible ir por la vida sin confiar en nadie; es como estar preso en la peor de las celdas: uno mismo.”
-Graham Greene
Algunas de las mayores dificultades en la vida, así como la forma en que interactuamos con los demás, se derivan de nuestras expectativas. Las expectativas de lo que creemos que nos merecemos o cómo creemos que deben comportarse los demás con nosotros.
Perpetuamos nuestra comprensión y la percepción personal de cómo se entienden las relaciones y el afecto que debe mostrarse, a veces en detrimento de esas relaciones y de nuestra propia realización personal. La comprensión de lo que queremos en la vida es muy diferente a nuestras expectativas de cómo las personas deben cumplir con estas necesidades.
Profecías autocumplidas
Estas distinciones se ponen de manifiesto en la forma en que ponemos nuestra confianza a la hora de proyectar lo que hemos vivido en el pasado y en lo que nos encontramos en el futuro. Pero, ¿por qué hacemos esto? Hemos sufrido en el pasado y nos negamos a sufrir otra vez. Sin embargo, lo que realmente estamos haciendo es crear un ciclo, una profecía autocumplida.
Cuando alguien te hace daño lo que ha hecho es romper algo que considerabas sólido y consistente. Esto te obliga a buscar un culpable, e incluso a buscar la culpa dentro de ti. Te obligas a aceptar que la confianza, el amor y la amistad suponen un salto de fe ciega que no salió bien, porque alguien te defraudó y te hizo daño. ¿Por qué no iba a ser igual la próxima vez?, te preguntas.
Cuando alguien rompe tu confianza, no deberías centrarte en ajustar la medida en la que confías en los demás para que eso no ocurra de nuevo. No hay un código secreto y ni una fórmula mágica para evitar la traición, ni lograr la confianza y la lealtad inquebrantable
Cuando sufras un desengaño debes centrarte en aprender a confiar en ti mismo de nuevo. Recoger tus pedazos y aceptar que tal vez, hubo algo que pasaste por alto o tal vez, algo que no hiciste bien. Después, perdónate a ti mismo.
Olvida que hay gente perfecta, relaciones perfectas, y acepta que la vida es un juego en el que hay que arriesgarse para jugar, para vivir. Acepta que los riesgos merecen la pena, que sin riesgos la vida es aburrida. Debes aprender lo que tú eres, de lo que eres capaz. Aprender a confiar en ti mismo, que es mucho más valioso que colocar la confianza en los demás.








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