Categoría estética que expresa la esencia de los fenómenos, acontecimientos y procesos, que poseen una gran importancia social y ejercen influencia sobre la vida de los hombres y el destino de la humanidad.
Los acontecimientos y fenómenos que se valoran como sublimes se perciben estéticamente por el hombre como opuestos a todo lo vil y rutinario. Lo sublime origina en el hombre sentimientos y vivencias específicas, que lo elevan sobre todo lo mezquino y mediocre, conduciéndolo a la lucha por ideas elevadas. Lo sublime está estrechamente enlazado con lo bello, constituyendo también la plasmación del ideal estético avanzado. Una peculiaridad de lo sublime (en comparación con lo bello) es su orientación de principio al conocimiento de las posibilidades ilimitadas y al cumplimiento de las grandiosas tareas del hombre en el proceso de asimilación por el mismo del mundo que lo rodea. Se supone que la envergadura de estas posibilidades es tan amplia, y el nivel de las tareas planteadas es tan alto que su realización plena no es un acto instantáneo, sino el resultado
de un proceso histórico prolongado. Las teorías idealistas buscan la fuente de lo sublime en el sujeto o en las ideas de la infinitud divina, la eternidad, &c.
Sublime en filosofía
Según la filosofía, sublime es aquello que daña o destruye al observador, causando un fuerte dolor, por ser imposible de asimilar el objeto que se percibe. El término sublime es una belleza extrema, que vas más allá de la racionalidad del espectador.
En este sentido, para el filósofo Immanuel Kant, lo sublime es aquello que es absolutamente grande, causando incomodidad al espectador por superar las capacidades del mismo.
En relación a la estética, rama de la filosofía que se aboca al estudio de la belleza, sublime es aquello que trasciende de lo bello y humano, es admirable, espléndido, considerado divino, que exalta el corazón y la mente.
Significado de Sublime
Se conoce como sublime a todo aquello que es visto como eminente, que alcanza un nivel elevado en la escala de valores morales, intelectuales o estéticos.
La palabra sublime proviene del latín sublimis. Sin embargo, existe una polémica sobre el significado de sus componentes. La palabra está formada por la partícula sub que significa 'bajo' o 'de abajo hacia arriba'. Algunos dicen que la segunda parte proviene de limis que expresa 'límite', es decir, bajo el límite.
Sublime es un adjetivo que proviene de término sublimar. En el área de la física, sublimar es el paso directo que lleva a la materia del estado sólido al estado gaseoso, sin pasar por el estado líquido.
De allí que se use el adjetivo sublime en un sentido figurado en personas y obras que destacan del conjunto en términos de excelencia, superioridad, belleza y perfección. Así, sublime se puede usar para exaltar el valor de una poesía sublime, una pintura sublime, un arte sublime. En este sentido, funcionan como sinónimos los adjetivos extraordinario, glorioso, grande, eminente, elevado, ideal, fantástico. El término sublime se atribuye al profesor y escritor griego Longino, quien lo usó en su obra Sobre lo Sublime, redescubierta en el Renacimiento. Esta obra gozó de gran popularidad durante el Barroco y el Romanticismo. En este último período, el término sublime ganó particular importancia.
Ahora tenemos que:
En la modernidad existió un periodo, comprendido entre el último cuarto del siglo XVII y la década final del siglo XVIII, en el cual se discutió intensamente la cuestión de lo sublime. Durante ese periodo fueron varios los autores que aportaron sus propias concepciones sobre lo sublime y la sublimidad, aunque las de Edmund Burke, Immanuel Kant y Friedrich Schiller son, sin duda, las que han trascendido con mayor notoriedad hasta nuestros días. La incorporación de lo sublime al escenario moderno estuvo signada por la traducción francesa de un tratado escrito en griego y fechado entre los siglos I y III de nuestra era. Según entiendo, con esta traducción recién comienza a despojarse progresivamente del restringido valor retórico, que tenía desde la Antigüedad y hasta el Renacimiento
Longino y Boileau: del estilo sublime a lo sublime en el espectador
El tratado más antiguo que se conoce dedicado específicamente a lo sublime se titula De lo sublime (Peri húpsous), y fue escrito, en griego, probablemente entre los siglos I y III de nuestra era, por un tal Longino —aunque no hay total acuerdo sobre la autoría—. Desde la Antigüedad, y hasta el Renacimiento, el texto de Longino fue olvidado por completo. En 1554, Francesco Robortello rescata el tratado de la Biblioteca Pública de París y lo edita, en griego, en Basilea. Al año siguiente, en Venecia, Paolo Manuzio también lo recupera y publica en griego, aunque sin tener conocimiento de la edición de Robortello (Steppich, 2006; Aullón de Haro, 2006). A estas ediciones le suceden otras, siempre en griego o en latín, o incluso en ambos idiomas, como la de Gabrielle Dalla Pietra de 1612 o la de Gerard Langbaine de 1638 (Tipaldo, 1834).
Hacia finales del siglo XVII, precisamente en 1674, el texto de Longino es traducido al francés por Nicolás Boileau-Despréaux. Con esta edición lo sublime comienza a diseminarse y ejercer una influencia inusitada hasta ese momento; en Francia e Inglaterra, en principio, para luego extenderse a los pensadores alemanes, y más tarde al resto de Europa. A partir de la publicación de Boileau, de manera progresiva, lo sublime va desprendiéndose de su carga estrictamente retórica para incorporarse a las discusiones sobre literatura, arquitectura, pintura y cuestiones estéticas en general.
Las cosas o pasajes sublimes [afirma Longino] son como una especie de excelencia o eminencia en el discurso [...] Las cosas sublimes, en efecto, no llevan al oyente a la persuasión sino al éxtasis [y más adelante] cuando lo sublime se manifiesta oportunamente en alguna parte, dispersa todas las cosas a la manera de un rayo y pone a la vista de forma inmediata la fuerza del orador en toda su plenitud.
Quienes consiguen provocar tales efectos en su auditorio lo hacen merced a la grandeza de espíritu, que no es un bien adquirido, sino más bien un don recibido.
Si bien no existe una polaridad manifiesta entre lo bello y lo sublime, en esta obra pueden entreverse algunas diferencias sustanciales entre ambos conceptos. Existen al menos dos aspectos en que lo sublime se destaca de lo simplemente bello: en primer lugar, como ya se dijo, lo sublime debe manifestarse a la manera de un rayo, provocando éxtasis y admiración. Según el propio Longino, "siempre y en todas partes lo admirable, unido al pasmo o sorpresa, aventaja a lo que tiene por fin persuadir o agradar" En segundo término, una obra compuesta bellamente no es suficiente para provocar un efecto sublime. Al realizar una comparación entre las obras de Hipérides y las de Demóstenes, Longino afirma:
Las cualidades del primero son sin duda bellas, pero, aun cuando numerosas, carecen de grandeza, son algo improductivo en el corazón de un hombre sobrio y dejan al oyente en estado de absoluta quietud —nadie, sin duda, siente temor leyendo a Hipérides—.
En suma, aunque en una primera aproximación estas categorías retóricas parecen equipararse, ciertos caracteres de las obras o los pasajes sublimes exceden o aventajan a los meramente bellos y agradables. Uno de esos rasgos inherentes a lo sublime es, precisamente, su vinculación con las sensaciones asociadas al temor y al peligro inminente. Este aspecto de la sublimidad siempre quedará vedado a la belleza.
En cuanto a esta traducción, Baldine Saint Girons sostiene que su originalidad consiste "sólo en haber rescatado lo sublime de entre las categorías de la retórica" Es preciso, entonces, saber que, por lo Sublime, Longino no entiende lo que los oradores llaman el estilo sublime, sino eso extraordinario y maravilloso que sorprende en el discurso y que hace que una obra eleve, anime, transporte. El estilo sublime requiere siempre de grandes palabras; pero lo Sublime se puede encontrar en un solo pensamiento, en una sola figura, en una sola combinación de palabras. Una cosa puede estar en un estilo sublime y no ser, sin embargo, Sublime; es decir, no tener nada de extraordinario ni de sorprendente. (Boileau)
De esta manera, Boileau distingue entre el estilo retórico sublime y el sentimiento subjetivo de lo sublime. En el primer caso, lo sublime reside en el discurso, es una cualidad estilística, la cual depende del adecuado uso y selección de las palabras, de una excelencia en la composición, y de la genialidad y grandeza del orador. En el segundo caso, se produce un desplazamiento, pues el interés deja de centrarse en el aspecto exterior del discurso para enfocarse en los efectos que el discurso provoca en quienes lo reciben. Por eso puede residir en una sola palabra, un solo pensamiento o una sola figura, porque ya no depende únicamente de las cualidades estilísticas, sino principalmente de la respuesta emotiva, de los efectos que el discurso produce en los sujetos afectados al oírlo.
Sin embargo, la recepción que la obra de Longino tuvo entre los modernos fue a contramano de las intenciones de Boileau. En primer lugar, porque introdujo una nueva categoría de análisis que permitía abordar aquellas obras o autores que escapaban o excedían los límites de la estética de la gracia y la belleza. En segundo lugar, porque posibilitó toda una serie de estudios sobre esas mismas creaciones, lo cual sirvió para confirmar que lo grande y lo sublime también se hallaban en las producciones modernas. Y, por último, porque el texto de Longino no fue leído sólo como un viejo y desusado manual de retórica, sino como una suerte de obra introductoria a un nuevo campo de exploración estética y reflexión sobre las creaciones del momento.
Para lograr lo sublime ya no sería necesario que los modernos copiaran o imitaran el estilo de Homero o Virgilio. Lo sublime deja de ser algo privativo de los antiguos, dejó de ser algo inalcanzable
del pasado. Los modernos, tomando como referencia el análisis de Longino, empezaron a indagar en su propio contexto. Comenzaron a formular sus propias teorías acerca de lo sublime, encontraron sus propios ejemplos en Shakespeare y Milton, describieron las causas de lo sublime y las emociones y los sentimientos derivados de ellas; ampliando, en definitiva, el campo de reflexión estética y de experimentación artística más allá de los límites de lo bello, agradable y meramente placentero.
Kant también considera que el placer que se asocia con lo sublime es de un carácter particular y muy distinto del que acompaña a lo bello, coincide con los británicos en afirmar que la descripción que hace Milton del Infierno es uno de los pasajes más sublimes de las letras modernas y la ubica al mismo nivel que las composiciones homéricas. Las obras que suscitan las sensaciones de lo sublime tensionan las fuerzas del alma y nos agotan más rápidamente, por esto debe darse en alternancia con lo bello, ya que ese estado de agitación no puede prolongarse demasiado en el tiempo. De lo cual resulta, según Kant, que "se podrá estar leyendo más tiempo sin interrupción una bucólica que el Paraíso perdido de Milton" (Kant), distingue entre una "Analítica de lo bello" y una "Analítica de lo sublime". Los dos apartados versan sobre los juicios estéticos de reflexión, en los que nada se indica acerca de la índole del objeto, pues la representación es referida por la imaginación al sujeto y al sentimiento de placer o displacer experimentado por éste. No obstante, cabe aclarar que si bien ambos son juicios estéticos, sólo los juicios sobre lo bello son de gusto; mientras que los de lo sublime no, ya que refieren al sentimiento espiritual de lo sublime.
Schiller, por su parte, coincide con Kant en afirmar que lo sublime es un sentimiento mixto un sacudimiento al mismo tiempo que un agrado, que puede llegar hasta la suprema alegría; y, si bien no es un placer propiamente dicho, es preferido a éste por las almas refinadas. En lo sublime confluyen dos sensaciones contradictorias.
Lo sublime en el arte
Lo sublime debería buscarse en los efectos de la obra sobre el espectador. En el arte lo sublime surge frente a objetos de grandes dimensiones, desmesurados, ilimitados, peligrosos y hasta potencialmente destructivos; y ante creaciones trágicas, conmovedoras y estremecedoras; en el tipo de respuesta afectiva del espectador frente al estímulo recibido, en lo sublime se impone la conmoción, el pasmo, el éxtasis; el semblante del sujeto se torna serio y reflexivo, refugiándose en lo más profundo de su ser. A diferencia de lo bello, que provoca agrado o placer, lo sublime, es un sentimiento mixto, un delicioso horror, una complacencia negativa, una mezcla de pesar y placer. Por su parte, la belleza exige cierta armonía entre la razón y la sensibilidad, mientras que en lo sublime se da una contradicción entre estas facultades. Más aun, en esa contradicción tiene su origen el sentimiento, generando una diferencia de la clase de relación que se establece entre las facultades del sujeto y del conjunto de ellas.
Lo sublime, al igual que lo bello, se encuentra latente en nuestra naturaleza, aunque no se desarrollan de igual modo; pero, además, lo sublime "debe ser ayudado por el arte" (Schiller). El gusto por lo bello aparece primero en nuestras vidas, pero luego se da una evolución hasta que disfrutamos también con lo grande y lo sublime. Según Schiller, "lo sublime nos procura una salida del mundo sensible, en el cual lo bello quisiera siempre tenernos presos. No paulatinamente [...], sino por un súbito sacudimiento" Basta una sola conmoción sublime para que el espíritu autónomo rompa la red en la que nos atrapa la más refinada sensualidad de lo espiritualmente bello. Cuando el hombre consigue evadir las fuerzas de la naturaleza descubre lo absolutamente grande en sí mismo, logra emanciparse del yugo de lo sensible y la sensualidad, y se libera todo el potencial racional-moral de su espíritu.
En este aspecto, no hay conciliación posible entre belleza y sublimidad. Ambos sentimientos se ubican en polos opuestos en cuanto al placer que suscitan. No obstante, me parece que esta polaridad, al menos durante el siglo XVIII, no implicó una contradicción, una supremacía, o una obliteración de uno a causa del otro. A mi juicio, lo sublime fue desarrollándose de un modo complementario y paralelo a la belleza, cubriendo un plano del sentimiento en el cual no existe una relación armoniosa y apacible entre el sujeto y el estímulo sensible. Pues, a diferencia de lo bello, incluso ante cosas desagradables y contrarias al gusto, el sujeto puede encontrar algún motivo de placer.
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