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EL FUTURO DEL PASADO N° 3

 circunstancias con miedo a enfrentarlas. A través del humor tenemos un camino para el conocimiento de nosotros mismos y nos da una calidad de vida diferente y ser más honestos con nosotros mismos. Es necesario aprender a ignorar, a ignorarse, olvidar un poco más las heridas antiguas. Ver apenas, hablar apenas con el silencio y así la soledad en nosotros será sonora. Estamos solos, fuimos solos y seremos solos. Seré activo en el acto de mi nada que soy. Comprenderé que la vida puede disminuir de ser, pero aumentar de intensidad. Seremos apenas una soledad a ser curada.

La soledad es el revelador fundamental del valor profundo de toda la sensibilidad humana. Este ritmo de vida que sentimos hoy, somete y destruye nuestro ser íntimo y al mismo tempo lo yergue. La soledad es necesaria para colocarnos frente a nosotros mismos y hacernos más íntimos. Es precisamente en las cosas más profundas e importantes que estamos indeciblemente solos. Entonces estaremos maduros como el árbol que no apura su savia y enfrenta tranquila las tempestades. ¡Amemos esa soledad verdadera! Con seguridad la belleza nacerá. Gozar y no morir de contentamiento. Sufrir y no ser vencido en el dolor: Oh, ¡qué ejemplar serenidad de gozo y que serenidad de sufrimiento! 
Vivir las preguntas en un día y en el otro las respuestas y si no vienen las respuestas, son las preguntas que nos hacen andar y los caminos tendrán ventanas y puertas para la aurora. Allá afuera habrá golondrinas siempre y dentro de nosotros ternuras que piden miradas. Nos quedaremos conmovidos por la bella preocupación con la vida y por lo que hicimos y estaremos alegres en el silencio. ¿Qué sería de la soledad que no tuviese grandeza? Prestemos atención a todo lo que nace dentro de nosotros. Estos acontecimientos interiores merecen todo nuestro amor. Cualquier inquietud, dolor y melancolía trabajan en el perfeccionamiento de nuestra alegre sustancia. Si queremos ser inmortales, sentémonos debajo de una viña, de naranjeras o de cipreses y pinos que son árboles perfumados por el canto de los pájaros, vislumbremos o recordemos aquellos días de libertad en el pasado de nuestra infancia, en la sombra de estos árboles tal vez el amor perdido o prohibido, las voces felices sonando donde jugábamos. Recordemos a aquella muchacha o muchacho que fue nuestro sueño y que estuvo a la espera de nuestra ternura y deseo. Acordémonos de aquella mujer u hombre que un día agitó de forma admirable de lo alto de un balcón, pero sin nombre y que una tarde nos dijo adiós o de aquellos que estremecieron sólo por la mirada mientras que junto a nosotros se balanceaban. En la infancia, imaginar una mujer era casi un acto fe. Y muchas veces en la palma de la tempestad aprendíamos el alfabeto de la ternura.
Acordémonos de cuando nos quedábamos en el balcón a la espera de la Luna llegar o cuando íbamos para el campo a ver la germinación de semillas y la muchacha de nuestro sueño, cabellera suelta al viento. ¡Acordémonos de nuestras respiraciones en suspenso, de las largas confidencias en el jardín de magnolias o de los volantines empinados frente al arco iris queriendo atravesarlo de brazos dados con la muchacha o muchacho de nuestro sueño! Si queremos ser inmortales, acordémonos de los días azules. Sentémonos frente a la aurora y construyamos de nuevo la casa que es la llama donde nuestros recuerdos de reducen a cenizas. Seleccionemos de nuestro pasado un instante feliz, quemémoslo en nuestros párpados con la luz del Sol del mediodía y si con ella logramos esculpirlo como un diamante, entonces seremos ya inmortales. De encuentro a lo que se dijo antes, Alain Saur y dice: “No se dura un año, o veinte o cien años se dura un solo instante y asumirlo como es nos hace entrar de inmediato en la eternidad. Con todo, la muerte es la compañera fraternal de toda nuestra vida que nos hace sentir el gozo por la conciencia de la precariedad. Hacer sesenta años o más es hacer catálogo de olvidos, ruinas e alegrías también. Conforme los años pasan, se multiplican los juicios que nos juzgan; conforme los años pasan, con menos voces dialogamos. Vemos el Sol con otros ojos y todo lo que nos rodea también. Y el poeta Oscar Bertholdo dice: “La vejez es un jarro tan frágil de alegrías, tan lleno de ocasos.” 
De esta vida sólo llevamos lo que quedó grabado en nuestra mente, en nuestra memoria. Y en la memoria sólo se graban las emociones y los sentimientos. Y entonces, “iremos para la muerte como para una fiesta al crepúsculo”, como dice Fernando Pessoa. No morir-pero ser escogido por la muerte, Ser escogido, porque maduro, para el silencio. No morir-pero pender para la muerte, Como las frutas que, tocadas por el tiempo, Se inclinan para el único suelo. No morir –pero estar con la muerte amplia y serena En los ojos, en el corazón y en el cuerpo y en el alma. Estar para el fin, maduro como las moras de vez, Como las moras de la montaña. Sentir en sí la armonía de los últimos pasos Y el consuelo de las miradas que no quieren ver más. Ser llevado por las manos de la muerte Y estar con la muerte en sí, como la esperanza, Como la única esperanza. (Augusto F. Schimidt) 
Aunque no la comprendemos, aprendamos a aceptarla y así estaremos en el camino del arte de morir como fiesta del adiós, rodeados de amigos próximos y verdaderos. Para los sabios de las culturas primitivas, la muerte de un anciano de una tribu importante es como un incendio de una biblioteca para los occidentales. En África Negra, lo oral es antes que toda una forma de entretenimiento. Para la mayoría de las sociedades no tiene sentido la necesidad de dotarse de un sistema de escritura. La transmisión del sentido común de su historia es hecha a través de los ancianos.
Las personas viejas deberían ser hoy las grandes contadoras de historias. Esto representa su valor: transferir experiencias. Ellas tienen dentro de sí todas las edades. La curiosidad, sorpresa y la admiración que formaron la infancia; el entusiasmo, la generosidad y el ímpetu que formaron la juventud; la reflexión, la ponderación y la serenidad que formaron su madurez. Mis abuelos me dijeron y mis padres lo confirman que las arrugas son sólo marcas de dolor y de felicidad. Percibo que su tempo es íntimo y cualitativo, que su relación con la muerte y la naturaleza es más tranquila. Mis abuelos, para poder vivir, sentían necesidad de contar sus historias. Y este saber lo adquirieron por la mirada y por el cuerpo. Me enseñaron que la vida no es un “curriculum vitae”. Que la vida escapa al documento, a cualquier certificado de existencia o de identidad. Que la vida es perturbadora y subversiva. Que la vida es más preguntas que repuestas. Que el saber no se enseña. Que no se debe tener miedo y que muchas veces se debe reír de la propia vida, igual que llorar. Mis padres no me transmitieron solamente la vida, me confiaron también un bagaje tan lentamente acumulado en el descorrer de los años, el patrimonio espiritual que ellos mismos recibieron y construyeron. Miguel Torga, escritor portugués, al completar ochenta y tres años: “El calendario no miente. Ni mi cuerpo todo él es una muestra de vejez cansada. El espíritu es que se mantiene, o parece obstinadamente vivaz. Y Dios lo conserve así, y él me conceda la gracia de asistir mi rendición con lucidez. Ser joven no es sólo tener veinte años en el cuerpo. Es tenerlos también, intemporalmente en el alma, en cada instante rendido al milagro permanente de la vida y pronta a enriquecerla. “Envejecer” no es para cobardes. Y morir, mucho menos.” Al envejecer se descubre que se vive profundamente si estamos emocionalmente vivos, si somos curiosos, abiertos a los cambios, a las nuevas esperanzas. El envejecimiento se detiene. No es algo cronológico, y sí psíquico. 
Sólo debemos conocer la edad de nuestra alma. Sólo así estaremos siempre emocionados, próximos siempre de la bondad humana. Vivir es expandir, es iluminar. Vivir es derrumbar barreras entre los seres humanos y el mundo. Vivir es comprender. Saber que muchas veces nuestra jaula somos nosotros mismos, que vivimos puliendo las rejas en vez de libertarnos de ellas. Vivir es buscar descubrir en los otros su dimensión universal y única. No podemos vivir permanentemente grandes momentos, pero podemos cultivar su expectativa. Uno es sólo lo que hace a los otros y consecuencia de esa acción. La vida consiste en un arduo equilibrio entre el recuerdo y el olvido. Vivir es encontrar cuando nada se busca. Esta sociedad no nos ayuda a envejecer bien y cuando habla en “tercera edad”, es apenas una invención del sistema capitalista para el aumento consumista. El concepto de “tercera edad” es falso, nada más es que un colectivo estadístico que lo quieren convertir en una clase social. Sería como organizar una comunidad de rubios y de 1,80 metros de altura. Por el hecho de ser viejo no hay por qué tener todo en común. Todo esto es muy triste. Ser viejo, a veces significa más serenidad y paciencia. En ocasiones posibilita también más lucidez, porque se ve las cosas, los acontecimientos, no con los ojos del presente, sino con los del pasado. Cuando se es más viejo hay la posibilidad de acertar más sobre el futuro. La sociedad capitalista dice preocuparse en prolongar la vida y, sin embargo, al final de la misma la empobrece, la deja inquieta y abandonada. La mayoría de los seres humanos envejece de una forma estúpida, los animales de una forma discreta. Hoy no se tiene la edad del corazón o de la piel, sino la edad de aquello que se compra y se consume. La naturaleza nos da el rostro que tenemos a los veinte años; depende de nosotros merecer el rostro que tenemos a los sesenta o setenta. Nuestro rostro es nuestra biografía. Sabemos que las arrugas del corazón y del alma son más difíciles de apagar. Necesitamos preguntar continuamente si aún no envejecemos por dentro. Por esto queremos vivir hasta la vejez más extrema. Viejísimos hasta ser confundidos con árboles más próximos de la tierra. De esta manera, la edad se transfigura, en caso contrario, se petrifica. Cuando se es joven, la esfinge que nos interpela en la entrada de la Tebas del mundo es siempre una mujer. En la vejez es todavía un bulto femenino, pero siniestro, vestido de negro y con una hoz en la mano. La vejez es aceptar nuestros límites, darse cuenta de aquello que somos, de lo que podemos ser, o mejor, sobre todo de lo que no podemos ser. Por lo que sentimos y presentimos, no es ser viejo que cuesta: es transitar para la vejez. Estar en las profundidades de la tristeza es una experiencia tan importante como quedar exuberantemente feliz. La verdadera generosidad para el futuro está en dar todo para el presente. Si somos capaces de celebrar lo que somos y tenemos ahora, incluso en cuanto estamos luchando para abolir el “ahora” por mejor un “todavía no”, dejaremos más rico el “todavía no” cuando sea ahora. Quien no tiene futuro no tiene pasado. La memoria es una fuerza rejuvenecedora, anti melancólica. Hay algo de intrínsecamente bello en el acto de remembranza. En el decir de Rubem Alves: “Si hay un tiempo de nacer, hay también un tiempo para morir. Que el último momento sea bello como una puesta del Sol, lejos del frío eléctrico metálico de las máquinas. La modernidad transfirió la muerte del hogar, lugar del amor, para las instituciones, lugar de poder, dinero. La vida es un niño. Juega por la mañana, trabaja al mediodía, ama por la tarde. Pero llega la hora del crepúsculo, la hora del cansancio. Qué triste no poder descansar”. ¡Ah, los viejos! ¡Estremecido me quedo al mirarlos y adivinar en los ojos lo que fueron, lo que desean ser! Y también adivinar aquello en lo que quedaron: unos descartados, colocados donde está todo lo que sobra: la basura. “En la muerte, dijo Isadora Duncan, no quiero ninguna de esas payasadas que hacen de ella un horror macabro en vez de una exaltación. Que magnífico el gesto de Byron quemando el cuerpo de Shelley en una hoguera a la orilla del mar y lanzar las cenizas al mar, o dispersar las cenizas en un jardín como pidió Lou Salomé. Los funerales modernos son de una fealdad bárbara”. Muchas veces la edad va haciendo avances por dentro. No son los años que cuentan, sino la intensidad de la luz que cargamos por dentro. Crearé una forma de 
espantar la vejez, lo feo. Hasta escribir es posible a los noventa años. Escribir es crear sueños. Escribir para detener el tiempo. Escribir para no morir y suplantar esta realidad tan banal muchas veces y que sofoca nuestra creatividad. En esta sociedad que vivimos se da mucho valor a la fuerza física, a la destreza. Define como eje fundamental la productividad, excluyendo consecuentemente a los viejos. Presenciamos continuamente en la TV el culto y la apología de la belleza y de la fuerza. Resultado: la desvalorización de la sabiduría de la edad y la mala reputación de todas las formas de autoridad (inclusive la autoridad de la experiencia). Sabemos que los valores que esta sociedad impone, como la belleza, la celebridad y el poder, declinan con el tiempo. 
La sabiduría es uno de los pocos consuelos de la edad. Este valor real acumulado puede ser pasado a las futuras generaciones. Nuestra sociedad, mientras tanto, perdió o no quiere más este concepto de sabiduría y conocimiento. No le da lucro. El constante cambio tecnológico vuelve el conocimiento obsoleto y, por consecuencia, intransferible. Muchos viejos pueden hasta no entender de Internet, de computador, pero su corazón, su memoria, sus resacas del alma, su bien que hicieron es mucho mayor que esto porque la memoria es esencial para la humanidad. Sin memoria no hay identidad. Aquello que la memoria ama permanece eterno. Poseer el tiempo de la memoria es la más bella capacidad, es ese hilo de Ariadna que nos salva del dolor, de la inseguridad de un laberinto y nos devuelve para la alegría de vivir. Esta es nuestra belleza, nuestra verdad que nos permite mirarnos al espejo con toda la serenidad y decir incluso que tenemos la edad del mundo. Vemos también esta ansia en muchos viejos, casi una obligación de aprender lo nuevo: aprender a lidiar con el computador, la Internet como si fuese la mayor sabiduría y su pasado apagado o intentan apagar y acaban considerando al joven como referencia de este mundo. Con esto están estimulando el corte de sus lazos con el pasado y así serán adultos “macaqueando” estilos jóvenes. En esta sociedad todo está puesto encima de la utilidad. Seres inútiles es su estigma. Tremenda soledad, la menos sonora esta, el de la vejez. Yo no comprendo a aquellos que se burlan de los viejos, pues no piensa que ellos serán tal vez unos viejos más desgraciados aún y que tendrán que aceptar nuevos conocimientos. Una sociedad de la cual los viejos fueron y son prohibidos no es más una comunidad viva, sino una fábrica, una prisión. ¿Cómo puede contagiarnos su fría indiferencia? Una sociedad que perdió o eliminó la preocupación por el futuro de sus ciudadanos es una sociedad perversa. Aquél que no respeta la vejez no es digno de ella. Cuando la perspectiva de ser substituido se vuelve intolerable, la propia paternidad que garante que esto acontecerá, aparece como una forma de autodestrucción. La vejez no debería ser un desastre. ¿Y que aparece hoy en la discusión de la Reforma del Seguro Social? Como uno de los mayores causadores de problemas sociales de este país. ¿Qué se puede esperar de este Seguro que pretende prolongar la vida de trabajo de los viejos hasta la muerte, mientras que condena a los jóvenes al desempleo, incluso a niños o a un trabajo precario? 
En la antigüedad griega y latina, en esas sociedades los viejos creaban asambleas con personalidades venerables que tenían sabiduría. Se hablaba del viejo como noble, mientras que en la actualidad el término es peyorativo, carga prejuicios. Se habla entonces de “tercera edad”, “gente de cierta edad”, o de “personas mayores”. ¿Por qué este gran cambio? Y como decían los filósofos antiguos: “Si el viejo es verdad, es también belleza”. Y belleza tremenda donde está retratada la edad del mundo. La ciencia trata de hacer la vida más larga -por acentuar lo que ya dije al inicio de este texto -sin embargo, la vejez se convierte en un problema para la sociedad. La verdad es que, a los viejos no les asusta la muerte, pero sí la vida y el temor al futuro, y su breve futuro es lo que los mata. Define mejor a un pueblo entero la forma de tratar a los viejos que la de tratar a los niños: con la esperanza es más fácil relacionarse que con los resultados. Con relación al “Estatuto do Idoso” (Estatuto del anciano) aprobado hace poco tiempo por el Congreso de Brasil, lo que he visto y sentido es el no 
cumplimiento del mismo, principalmente en lo que se refiere a las cuestiones más importantes que están allí inseridas. 
Un país que tiene muchas leyes es también señal de que hay mucho incumplimiento de las mismas. Existe un proverbio que dice: “Hecha la ley hecho el fraude”. En todas las leyes se establece el secreto y no la observancia. Lo que faltó en las discusiones para la aprobación del “Estatuto do Idoso” fue una participación mayor de la sociedad, de los sectores que fueron involucrados para que el Estatuto se concretizase de forma tal que pudiese ser cumplido y respetado. Verdaderamente, la cuestión fundamental no es la ley en sí que va a “salvar la vejez, al anciano”, sino la conciencia y respeto que cada uno debería tener por el ser humano y más aún por el hecho de este ser humano estar en edad avanzada y por lo que representa y significa dentro de la sociedad. Según Christina Lagarde, directora general del Fondo Monetario Internacional (FMI) “la longevidad es un riesgo financiero. Los ancianos viven demasiado y eso es un riesgo para la economía global, hay que hacer algo”. Y en el decir del ministro de las Finanzas de Japón, Taro Aso, los viejos deben ser autorizados a apresaren a morir para aliviar la presión del Estado. Para mí, estas afirmaciones son de una perversidad sin tamaño. Pienso que es muy triste un país que precisa crear un Estatuto específico para el viejo, cuando en verdad ya existe una Constitución y Pensiones y en ellas ya existen referencias al viejo. De la misma forma se podría decir con relación al “Estatuto da Criança e do Adolescente” (Estatuto del Niño y del Adolescente), “Da Mulher” (De la mujer), “Do Índio” (Del Indio) ¿Por qué tantos estatutos? El viejo, la mujer, el niño, el negro y el indio son seres marginados en la sociedad. ¿Por qué? ¿Prejuicios? ¿Seres inferiores? La misma sociedad que margina, después crea leyes para decirles que se preocupa con estos seres marginados. Esto es hipocresía, incoherencia. No estoy afirmando que no hay necesidad de leyes. Una cosa es verdadera: países que tienen pocas leyes son países que más cumplen las mismas y menos problemas sociales tienen. Los Estatutos que cargo en mi corazón y en la mente son los del poeta Thiago de Mello. 
¡También no entiendo por qué no se preparan los más jóvenes para envejecer con imaginación, con curiosidad, sorpresa, dignidad y asombro!
El estigma de inútiles o de personas que cultivan la tristeza es la mayor injuria que pesa sobre ellos. Decir que poseen el mayor tiempo posible, que les sobra tiempo, que no saben hacer nada. Imágenes de personas ociosas, desocupadas e indolentes que molestan la vida de los que trabajan. Con tantos prejuicios y estigmas, lo difícil para ellos no es morir bien, sino vivir bien.
La vejez se vuelve entonces un peso. ¿Qué sobra para muchos? El hospicio y los asilos, que no son nada más que depósitos de “inútiles”. Y el panorama en estos asilos, hospicios es casi un panorama de horror donde los viejos, con mirar perdido (se quedan solos con sus recuerdos haciendo concesiones, conversando solos con los botones y acabando solos con las emociones) como si hubiesen sido lobotomizados, pasan los días rodeados de teles ligadas a pleno volumen que nadie presta atención. Nada más desolador que esta soledad. Lawrence Durrell hablando sobre a vejez, dice: “En occidente la vejez es algo tremendo. No es de extrañar que se la tema. Ni que a los viejos se los encierre en remotos apartamentos o asilos para ancianos (para quien puede) y se les dejan morir. Ya no son útiles y han perdido la alegría que deberían tener”
La soledad es un estado natural del ser humano como la compañía. Sin embargo, la cultura actual y principalmente la occidental, es impuesta por los medios de comunicación, está montada como si la soledad fuese una desgracia. Pregunto: ¿por qué tanto correr, tanto hacer, buscar, si donde tenemos que ir es para nosotros mismos?
Si no somos capaces de hacer frente a un presente tan inquietante, lo que nos espera es un
futuro peor aún. El hecho de que no haya proyectos históricos a largo plazo que disimulen la propia finitud, vuelve la vejez más despreciada e inquieta aún.
Los viejos continúan creativos porque el pensamiento creativo incluye fundamentalmente
jugar con lo que se sabe hacer, parecer incluso extraño, un poco loco frente a las normas y así el
tiempo toma otro gusto en la vejez con el placer de haber trabajado para construir un mundo mejor, más humano. Si tenemos presente esto, podremos amar la soledad, pero no estaremos solos, tendremos nuestros recuerdos. Depende de lo que se siembra y la manera de cultivar lo que fue sembrado. En la vejez están todas las edades y la soledad es una buena amiga de la bondad y de la belleza. Cuando estamos solos (mirar para adentro), más intensamente nos comprendemos. Y los recuerdos tendrán poder de conforto porque serán cosechados de una larga siembra. Y la idea también de la muerte, del sufrimiento, hará muchas veces el papel de jardinera que arranca las malas yerbas de nuestro jardín. 
Los viejos son seres más capacitados para acoger la risa y un instante de placer. No piden mucho. Piden lo que es mejor. Ellos conocen el arte de hacer lentamente aquello que no se puede hacer deprisa. Conocen el arte de amar mejor a los niños, de hacerlos reír, de incentivar jugarretas, de encantarlos con historias del tiempo pasado. El Arte de transmitir la savia profunda de las cosas permanentes, duraderas, el gusto por el trabajo creador. ¿Qué piden a cambio? Bondad y cariño. Esta es su hambre mayor. Tengo presente también que la sociedad establece diferencias entre envejecimiento del hombre y de la mujer. Del hombre es más aceptable. Puede envejecer de una forma noble como una estatua de bronce, tener carácter y calidad. Para la mujer, la sociedad no perdona el envejecimiento. Exige que su belleza no cambie nunca. ¿Por qué? ¿Será la mujer apenas un objeto de placer para el hombre? Lamento profundamente que el envejecimiento de la mujer sea como flores que marchitan. mientras que el hombre debe ser más parecido al envejecimiento de la arquitectura, con la vieja creencia de que las mujeres deben amar a los hombres por su carácter y las mujeres deben ser amadas por la cualidad efímera, lo que llamamos de belleza física apenas. 
Las mujeres de hoy (de cincuenta o más años) están perplejas. El problema va más allá de la menopausia, de los estiramientos de la piel de la cara. Tiene que ver con toda una imagen de 







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