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EL PROPÓSITO DE LA VIDA NO ES SER “ALGUIEN”, ES SER TÚ MISMO

 

“Todos queremos ser famosos, pero en el momento en el que queremos ser algo ya no somos libres”, dijo el escritor Krishnamurti. La sociedad nos empuja a ser “alguien”, a perseguir el éxito y lograr que los demás reconozcan que somos importantes y valiosos. Como resultado, muchas personas destinan toda su vida a buscar ese reconocimiento, el cual se convierte en su leitmotiv. No se dan cuenta de que intentar ser “alguien” significa entregar las llaves de su libertad, que persiguiendo la ilusión del éxito encadenan su autoestima a las opiniones de los demás.
En su libro “El hombre en busca de sentido”, Viktor Frankl, psiquiatra que vivió en los campos de concentración en la Segunda Guerra Mundial, subrayaba que, en momentos de adversidad, cuando se suele perder el entusiasmo por la vida, la pregunta “¿para qué?” vivir, cambiaba completamente la perspectiva para salir adelante, haciendo alusión a la propuesta de Nietzsche quien decía que “aquél que tiene un porqué para vivir, puede soportar casi cualquier cómo” 

La reflexión permitió contextualizar el propósito de vida como un viaje apasionante, el cual implica un esfuerzo consciente de introspección, para conocerse y entenderse uno mismo. El primer paso de esta travesía comienza con las preguntas: ¿quién soy? y ¿qué impacto tengo en los demás? Contestarlas es sumamente complejo, debido a la dificultad para aceptar defectos y virtudes, tarea nada fácil a causa del “ego”. Con base en las respuestas, se pueden abrir diversos caminos para definirlo y alcanzarlo.

Tener un propósito de vida no es un remedio para ser feliz; es más bien una herramienta de auto-motivación, inspiración y esfuerzo, que requiere sacrificio para lograrlo. No obstante, tenerlo genera un cierto bienestar ligado a una mejor toma de decisiones basada los valores personales, con objetivos definidos y considerando los recursos disponibles en distintos ámbitos: personal, familiar, social, laboral o de pareja, entre otros.
Al igual que todo viaje, el propósito requiere ajustes, modificaciones y adaptaciones en el tiempo. Tanto el recorrido personal, como la carrera profesional, es necesario actualizarlo y re-alinearlo conforme se presentan retos, cambio de planes o distintos obstáculos difícilmente previsibles. El sentido de la vida se puede asociar a la madurez o al desarrollo individual y a su vez tiene un impacto 
en la vida de los demás. En este sentido, hay una evolución, que puede ser consciente, para guiar el camino hacia el destino deseado.
Uno de los principales desafíos con relación al propósito de vida son las expectativas de los otros, ya sean sociales, familiares o de la pareja. En ocasiones, estas expectativas podrían impedir o dificultar la búsqueda del propósito y el camino hacia una senda discordante con la propia esencia. Darse un tiempo para crear sueños y planificar estrategias que conduzcan del mundo de las ideas a la realidad requiere un esfuerzo de reflexión personal y autoconocimiento, además de la puesta en acción de los planteamientos para llegar efectivamente al propósito de vida. Hacerlo puede enriquecer la vida para disfrutar de una mayor armonía y bienestar con un sentido trascendente.
Ser reconocido como alguien que se destaca por sobre los demás, para muchas personas es la más profunda motivación existencial.
Nos alimentamos de los objetos y la admiración de las personas que así confirman y robustecen nuestra identidad, nuestro deseo de ser especiales, de despuntar, para no ser nadie, para no perdernos en el vacío. Empezamos a disfrutar las cosas sólo a través de la mirada del otro que aprueba nuestra existencia. Alimentándonos de esta admiración, de este éxito que creemos nos merecemos, cultivamos orgullo por lo que somos, por todo lo que hemos logrado, y esto es el principal obstáculo para alcanzar el entendimiento de la realidad, incluso cuando el orgullo viene por los actos virtuosos que hacemos. Y es que el orgullo por lo bueno es lo que más refuerza nuestra sensación de ser un «alguien» que sobresale de los demás.
Buscar el reconocimiento es volverse esclavos de las opiniones ajenas 
Esa profunda necesidad de reconocimiento significa que estamos intentando consolidar nuestra identidad a través de la percepción de los demás, quienes nos regresan una imagen, como si de un espejo se tratase, para confirmar nuestra valía. En práctica, no logramos ser “alguien” si los demás no lo reconocen, lo cual significa que debemos adaptarnos y ceñirnos a los cánones sociales que implican “ser alguien”. En ese preciso instante, nos convertimos en prisioneros por voluntad propia.
El deseo de ser alguien implica que nos alimentamos de la admiración de los demás, que necesitamos sus elogios para confirmar y fortalecer nuestra identidad, los cuales satisfacen nuestro deseo de ser especiales. Así huimos del vacío que implica ser “nadie”. Pero entonces rechazamos ser nosotros mismos para empezar a vivir a través de la mirada de los otros.
Esa realidad se convierte en una trampa que supone una dependencia continua de los demás, quienes deben seguir reconociendo que somos alguien. Por eso, el viaje para convertirnos en alguien a menudo se traduce en una realidad insatisfactoria e inestable. Y es que, cuanto más intentemos apuntalar nuestra “identidad exitosa”, más expuestos estaremos a que todo pueda desaparecer. Como resultado, caemos víctima de la inestabilidad de la que pretendíamos escapar.
Buscando la solidez que reporta ser alguien, nos convertimos en personas más frágiles. No importa cuántas posesiones, logros o admiración alcancemos, toda identidad que dependa del reconocimiento de los demás siempre implica un estado de extrema fragilidad porque puede esfumarse cuando ese reconocimiento social desaparezca. En cualquier momento podremos dejar de ser el mejor en algo o perder cualquiera de las etiquetas de las que nos enorgullecemos.
El crecimiento auténtico proviene de la humildad interior 
Krishnamurti propone una forma de vivir y relacionarse con uno mismo diferente: “La mente humana es como un colador que retiene algunas cosas y deja pasar otras. Lo que retiene, es la medida de sus propios deseos; y los deseos, por profundos, vastos o nobles que sean, son pequeños y mezquinos, porque el deseo es cosa de la mente. La completa atención implica no retener cosa alguna, sino poseer la libertad de la vida, que fluye sin restricción ni preferencia alguna. Siempre estamos reteniendo o eligiendo las cosas que significan algo para nosotros, y aferrándonos perpetuamente a ellas. A esto lo llamamos experiencia, y a la multiplicación de experiencias la llamamos riqueza de la vida
En vez de quedarnos en nuestra zona de confort que reafirma nuestra identidad, podemos descubrir nuevos caminos y formas de hacer las cosas. Sin embargo, para realizar descubrimientos realmente importantes que den paso a un cambio trascendental, primero necesitamos vaciarnos de muchos de nuestros estereotipos, prejuicios y creencias. Una mente demasiado llena no tiene espacio para el cambio.
Lo curioso es que solo podemos crecer desde la humildad, desde la percepción de nuestras limitaciones, dejando ir ese deseo de ser “alguien”. Solo cuando reconocemos lo que no sabemos, podemos aprender nuevas cosas. Las certezas, en muchas ocasiones, cierran el camino a nuevos conocimientos y experiencias.
Schopenhauer, por ejemplo, pensaba que esas experiencias sublimes proceden del entendimiento de la pequeñez, la nada del individuo ante la inmensidad del universo. Entonces se produce el milagro: cuanto menos eres, más creces, más aprendes, más descubres.
¿Cómo podemos liberarnos de la obsesión de ser alguien? 
El vacío nos produce pánico. Sin embargo, a quien le aterra el vacío es porque se cree sólido, porque no se da cuenta de que luchar por seguir siendo “alguien” y mantener amurallado el castillo de su identidad es completamente ineficaz. Por eso, para deshacerse de la obsesión por ser alguien es importante abrazar el cambio, darnos cuenta de que todo está en movimiento, sobre todo nuestra identidad.
También es fundamental apuntalar nuestro auto concepto desde dentro. Ser conscientes de que no necesitas ser alguien para ser feliz, sentirte satisfecho y vivir plenamente. La plenitud como persona proviene de hacer lo que nos reporta felicidad, no de cumplir con los encorsetados roles sociales que marcan las pautas para “ser alguien”.







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