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TRES VERDADES ABSOLUTAS

 Hay verdades absolutas que no admiten inflexiones. Son acontecimientos, hechos y circunstancias que estamos obligados a aceptar.

¿Hay verdades absolutas? Las verdades ideológicas, políticas y hasta científicas muchas veces han demostrado tener poca base. Son varias las historias que nos hablan de que algo que es considerado absolutamente cierto, de pronto queda sin ningún piso, en razón a un descubrimiento o a una innovación.
El tema de la verdad ha sido fuente de profundas polémicas e, incluso, de guerras cruentas y de enormes abusos. Galileo tuvo que retractarse de una verdad probada, porque contradecía la verdad de la Iglesia en su momento.
La Biblioteca de Alejandría fue incinerada porque, a juicio de los invasores, podía contener verdades que contradijeran el Corán. Asimismo, muchos hombres y mujeres en el mundo han sufrido el destierro, la persecución y hasta la muerte, por defender verdades incómodas para otros.
En las últimas décadas se ha impuesto la idea de que la verdad es un concepto relativo. Aunque esto es cierto (que la verdad es relativa a una serie de factores), también es cierto que aún existen verdades con valor absoluto. Es más, en libros tan interesantes como Nada es lo que parece: la verdad absoluta y la verdad relativa, de Tashi Tsering, el maestro budista tibetano, podemos comprender este enfoque de manera sencilla y evocadora.
Conozcamos en esta ocasión el aspecto de las verdades absolutas. Esas que no admiten contradicción.

“Cada lágrima enseña a los mortales una verdad.”
–Platón–

UNA DE LAS VERDADES ABSOLUTAS: TODOS MORIREMOS
La muerte es una de esas verdades que nos acompañan desde el comienzo de los tiempos y que, ni siquiera con todos los avances de la tecnología ni con todas las explicaciones religiosas, se puede rebatir. Es un hecho absolutamente cierto que todos moriremos. Tú, yo, y todas las personas que amamos y los que vemos pasar por la calle, o miramos en la televisión.
Los creyentes pueden aducir que después de esta vida terrenal sigue otra vida y que esta es eterna. O que tras esta vida reencarnaremos en otro ser y que, por lo tanto, la vida es eterna. Ahora bien, lo cierto es que esta vida que tenemos, acabará. Lo que siga después, no hay forma de saberlo.
La certeza de que este cuerpo y esa persona que somos morirá, es incuestionable. Así, estudios como el llevado a cabo por el doctor Sheldon Solomon, profesor de psicología en el Skidmore College de Nueva York, cuanto más conscientes somos las personas de la cercanía de la muerte, más humildes nos volvemos. Se incrementa el sentido de autoestima y mejor gastamos nuestro tiempo ante esta verdad absoluta.
TODOS NACEMOS DE LA UNIÓN ENTRE HOMBRE Y MUJER
Sin que importe la orientación sexual de cada quien, y sin entrar en el debate de si puede haber familias con padres del mismo sexo, lo cierto es que para que haya vida humana tiene que existir la unión de óvulo y espermatozoide. Es decir, de la célula sexual femenina y la masculina.
Una nueva vida puede ser diseñada en un laboratorio, o en un vientre alquilado, o donde sea. Sin embargo, siempre requerirá de la unión de un gameto femenino y otro masculino para que sea posible la generación de un nuevo ser humano.
Puede que alguien argumente que la clonación es una vía reproductiva. Y que hay rumores de que ya se está aplicando. Lo cierto es que en el eventual caso de que esto fuera cierto, lo que se produce con la clonación no es un nuevo ser en sentido estricto, sino la repetición de un ser que ya existe.
El hombre y la mujer han estado desde siempre vinculados por razones fuertes y altamente determinantes: la perpetuación y la supervivencia de la especie; el hombre y la mujer se han vinculado para reproducirse. Esta unión, de una gran fuerza, como principio y fundamento de la perpetuación de la especie, ha sido enorme y ha condicionado el resto de las relaciones exigidas para su supervivencia.
Por ello, el contrato matrimonial es algo más que el escrito que lo reconoce. Posee mayor transcendencia, pues lo que se pone en juego es la dignidad de un hombre y una mujer que se entregan recíprocamente con exclusividad. No es sólo intención, no es solo afecto, no es solo razón y conocimiento. Son dos personas que se hacen donación de sí públicamente, mediante un rito social, público y legal. El objeto del contrato matrimonial en las personas, es dar por cierto una vez más, que nacemos de la unión del hombre con la mujer.
Si bien, eso no es todo, el matrimonio va aún más lejos. La entrega sólo será posible mediante la donación recíproca del cuerpo en su totalidad. Es en la entrega verdadera y plena como se concretará, se contextualizará, se materializará y se definirá la realidad del matrimonio. Es mediante el cuerpo como la persona habla, se manifiesta, se dona. No puede ser de otra manera. No sólo somos espíritu, también somos carne; pero formando una unidad indivisible. El cuerpo no es nada sin la voluntad, los afectos y el conocimiento, como, a su vez, el espíritu no se puede concretar sin un cuerpo que lo materialice. Todo aquel que se ha dado en plenitud vive la experiencia de que al mismo tiempo que se da, se recibe. El matrimonio entre un hombre y una mujer es la mayor expresión de donación. Así, la primera relación interpersonal completa que se dio en la humanidad es la unión conyugal, de cuya unidad plena surten efectos humanos, sociales y llenos de vida: los hijos. Esta “experiencia originaria” de todo ser humano supera con creces a lo reconocido por la ley. 
NACEMOS DE UNA MUJER, TERCERA VERDAD ABSOLUTA
Todos los seres humanos nos hemos gestado en el vientre de una mujer. Ni con todos los avances de la ciencia ha sido posible, al menos hasta ahora, que esto cambie. La fecundación “in vitro” es precisamente eso: fecundación. Ahora bien, el producto de esa fecundación debe ser implantado en el vientre de una mujer para que se desarrolle un nuevo ser humano.
Pese a que desde hace miles de años lo que se impuso en el mundo es una discriminación de género para la mujer, todos le debemos el comienzo de la vida a ellas. Ningún hombre cis puede gestar y dar a luz, ni tampoco es posible que este proceso se dé en un vientre artificial.
Como resulta evidente, estas tres verdades absolutas tocan con la esencia de la existencia humana. Todos moriremos, todos nacemos de la unión entre hombre y mujer, y todos nacemos de una mujer, hablan de los dos momentos más importantes de la existencia: el comienzo y el final. Las conclusiones que cada quien derive de esas verdades, son completamente personales. Pero ahí están, para la reflexión.
Nacer no es un momento, sino un proceso. En el ser humano el nacimiento tiene que ver con desprenderse de otro para siempre y ese ser sólo y únicamente es la mujer. Cortar el lazo que nos amarra a alguien. Entrar en un mundo desconocido y asumir esa condición de individualidad y, por tanto, de soledad, que nos determina.
¿Existe otro ser que puede dar a luz a otro ser humano?
La mujer tiene ese privilegio, y es el Divino quién ha hecho que así sea, lo entendemos y comprendemos porque la vida lo es desde sus inicios y seguirá está misma fórmula hasta, no sé cuándo si llegáramos al infinito podríamos nos daremos cuenta que es así y la formula no ha podido ser modificada ni anulada.





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