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LA EMOTIVIDAD 2

 En las sensaciones del propio cuerpo y en la capacidad de este para reaccionar a los estímulos (reacción motora), el cuerpo llega a ser en cierto sentido contenido de experiencia, entrando de este modo en el ámbito de la conciencia. Cuando nos sentimos bien, cansados, enfermos, hambrientos, sedientos, etc., somos conscientes de la totalidad de nuestra subjetividad a través del cuerpo. El carácter global y unitario del cuerpo hace que las sensaciones corporales sean vagas y difusas, a diferencia de las demás vivencias en las que no sólo hay conciencia de la corporalidad.

2. 2. Emociones propiamente dichas

Las emociones, o sea las vivencias ligadas —sobre todo— a las tendencias del yo y de la transitividad, se hallan caracterizadas por dos aspectos fenomenológicos: la excitabilidad y la intensidad durante un breve lapso de tiempo.

El descubrimiento del objeto de la tendencia, a través del conocimiento, produce la dinamización o activación, que aflora a la conciencia como excitabilidad. La disposición subjetiva que facilita la excitabilidad es la falta de anticipación, es decir, no esperar lo que ahora nos está sucediendo. La activación de la tendencia se caracteriza también por una gran intensidad, que impregna todos los niveles de la persona, en especial el somático. Por este motivo, el miedo y la ira, las dos emociones fundamentales, han sido estudiadas a partir de sus componentes fisiológicos.

Las reacciones fisiológicas del miedo son: el aumento de la tensión muscular, el crecimiento de la conducción dérmica, el aumento de la frecuencia de la respiración, la excitación de la función de las glándulas suprarrenales, del corazón y de los pulmones y la inhibición de la función biliar. En la ira, en cambio, la tensión muscular es menor: disminuyen las pulsaciones y aumenta la presión sanguínea diastólica Damasio. 

De acuerdo con el grado de excitabilidad e intensidad, pueden distinguirse dos emociones:
a) Las llamadas emociones originarias, en las que se experimenta la máxima excitabilidad. Por ejemplo, el susto, la agitación o la ira, ligadas a la tendencia a la supervivencia. El susto se produce cuando, en el horizonte emocional de nuestra subjetividad, aparece de forma imprevista una amenaza para la conservación de la propia vida. Esta vivencia se manifiesta —en grados y modos diversos, según los individuos y circunstancias— a través de la parálisis de movimientos: la respiración se para y el ritmo cardíaco casi se interrumpe. En la agitación, en cambio, ligada a la percepción de una amenaza desconocida, se pierde el control de la propia movilidad, al no poder captar en qué consiste el peligro. La agitación se manifiesta en la tempestad de movimientos involuntarios causados por la excitación del sistema nervioso. Si el susto y la agitación tienen un carácter defensivo, la ira lo tiene en cambio agresivo. La ira implica no sólo la percepción de un peligro para la conservación de la vida, sino también la captación de algo que la limita u obstaculiza; podría hablarse de la ira como de un furor que intenta destruir lo que se le opone.
b) Las emociones con menor grado de excitación se caracterizan por no estar ligadas sólo a la dinamización corporal, sino sobre todo a las tendencias humanas que nacen del conocimiento del valor que poseen el yo y el otro. Ejemplos de este tipo de emoción son el enamoramiento, el entusiasmo, la conmoción, la compasión, la irritación, etc. El entusiasmo puede manifestarse en los gestos, en el tono de la voz, en la pronunciación, etc.; el enamoramiento puede reflejarse en el brillo de la mirada y en el deseo de la presencia y proximidad de la persona amada; la conmoción interior, en las lágrimas y en el tono entrecortado; la compasión, en las premuras por el otro; la irritabilidad en los gestos bruscos y antipáticos de quien se siente herido porque no ha visto satisfechas sus pretensiones.
En otras emociones de este tipo, como la envidia y la gratitud, la dinamización corporal no se experimenta, si bien puede estar presente por lo menos a nivel del sistema límbico [Cervos-Sampaolo 1995]. En la envidia, la falta de dinamización psicosomática puede dar lugar a que no se sea consciente de esta inclinación, lo que no sucede con la ira o el miedo, pues la persona, cuando reflexiona acerca del porqué experimenta la realidad como contraria o peligrosa, se da cuenta de ser víctima de la ira o del miedo. La falta del reconocimiento de emociones, como la envidia, depende sobre todo del escaso conocimiento de sí.
2.3. Sentimientos espirituales: estéticos, morales, religiosos
La excitación corporal desaparece en los sentimientos de lo bello, del bien, de la verdad, de lo sagrado. La estabilidad y serenidad que caracterizan estas vivencias emocionales desde el punto de vista corporal, hacen que habitualmente se utilice el término genérico de sentimiento.
La alegría por la existencia del otro, el sentimiento del deber, el gozo en y ante la verdad, no deben ser concebidos como vivencias correspondientes a tendencias en que hay una dinamización corporal, ni tampoco como vivencias correspondientes a tendencias que nacen del conocimiento del propio yo o del otro. Los sentimientos, a diferencia de ese tipo de emociones, no nacen de tendencias, sino del conocimiento de la realidad en cuanto tal, la cual posee sentido independientemente de su utilidad, en tanto que en sí es bella, fuente de deber y de verdad [Kant 1977]. El sentimiento de belleza se experimenta ante todo aquello que es hermoso, sea natural, sea una obra de arte, sea una persona, etc. Lo mismo sucede con los sentimientos de deber y de gozo ante la verdad, que se experimentan no sólo ante personas, sino también ante la realidad impersonal.
A menudo, en tales sentimientos no hay ningún tipo de excitación. De todas formas, puede hablarse de la existencia en ellos de entusiasmo o conmoción, por ejemplo, ante la contemplación un paisaje o una obra de arte. Estos sentimientos pueden dar lugar a verdaderas emociones, debido al influjo mutuo que hay entre los diversos tipos de vivencia afectiva. La contemplación de una obra artística puede producir entusiasmo, exaltación, irritación, envidia; los remordimientos pueden originar diversas emociones, como tristeza, enfado, sentimiento de culpabilidad; el descubrimiento de una verdad puede sentirse como alegría, entusiasmo que mueve a compartirla con los demás, etc.
2.4. Estados de ánimo
Los estados de ánimo son vivencias emocionales estables que se proyectan en el mundo y pueden influir en el comportamiento. En los estados de ánimo, a pesar de su relación estrecha con el temperamento, es decir, con la base genética o innata de la personalidad, intervienen también la educación recibida y las emociones experimentadas.
Según predominen los factores genéticos o experienciales, se habla respectivamente de estados de ánimo persistentes o de estados de ánimo disposicionales.
a) Los estados de ánimo disposicionales son producidos por las emociones y el comportamiento personal. Las emociones, además de provocar cambios en la afectividad a causa de una excitación imprevista, pueden influir en un nivel más profundo creando o reforzando disposiciones a experimentar esas mismas emociones. A tales disposiciones se las conoce con el nombre de estados de ánimo disposicionales  Lyons. 
La emoción está ligada a cambios fisiológicos que tienen lugar cuando se percibe la realidad de un modo determinado. Los estados de ánimo disposicionales no cuentan, en cambio, con manifestaciones físicas, sino sólo con la experiencia que el sujeto tiene de poseer dentro de sí una disposición a actuar y valorar la realidad de una forma afectiva concreta. Sin embargo, el sujeto, a pesar de poder nombrar su estado de ánimo disposicional (por ejemplo, enfado), no es capaz de determinar el conjunto de acciones o reacciones a las que puede conducir tal disposición.
b) Los estados de ánimo disposicionales no agotan las posibilidades de sentirse en un estado, pues no todos ellos dependen de las emociones experimentadas. Los estados de ánimo persistentes, son, por así decirlo, el fundamento de la afectividad, pues no dependen sólo de la existencia de un objeto concreto —como sucede con las emociones—, sino sobre todo de la relación entre la persona y el mundo en su globalidad. Los estados de ánimo persistentes se distinguen, pues, de las emociones y de los estados disposicionales por el objeto, que es el mundo circundante sentido en su globalidad. Y, aunque los 
estados de ánimo persistentes son afines a las sensaciones corporales (frío, dolor, etc.), pues como ellas indican el bienestar o malestar del sujeto, se diferencian de las mismas, porque mientras que en las sensaciones corporales la persona se siente a sí misma a través del cuerpo, en los estados de ánimo persistentes se siente la totalidad del sujeto sin ninguna referencia concreta al cuerpo.
El mundo es valorado de un modo determinado y esa valoración constituye el objeto del estado de ánimo persistente. Por eso, el estado de ánimo, por ejemplo, de la persona deprimida no equivale a la autoconciencia de la depresión ni a un modo de comportarse, sino a una forma negativa de afrontar la realidad en que se encuentra (impotencia, angustia, desesperación, etc.). En el estado de ánimo persistente se encuentra, pues, la conciencia de estar-en el mundo de una forma determinada [Heidegger 1953].
Como las emociones, el estado de ánimo puede subdividirse en varios tipos según la originalidad y estabilidad del mismo.
Los estados de ánimo originarios tienen en común la percepción, por parte de la conciencia, de la existencia como un vivir de forma estable. Los estados de ánimo más importantes desde el punto de vista caracterológico son los de bienestar o malestar, pues implican cierta tonalidad psicosomática originaria difícil de modificar (pesimismo-optimismo). El pesimista vive mal el presente, porque en todo lo que le rodea logra encontrar siempre lo negativo, y mira el futuro con sospecha: el mañana se le presenta envuelto en los peores presagios. De ahí la actitud fatalista o de resignación paralizadora que caracteriza al pesimista. La visión del optimista es completamente especular: además de vivir con gratitud el presente, el optimista se dirige confiado al futuro. El horizonte existencial del optimista está lleno de esperanza.
Los estados de ánimo derivados se caracterizan por hacernos percibir la propia vitalidad con matices diferentes. A pesar de la variedad, los estados de ánimo derivados pueden dividirse fenomenológicamente en dos tipos: los que ofrecen una conciencia clara y rica de la propia vitalidad y aquellos que, en cambio, la ofrecen oscura y pobre.
Los estados de ánimo en que se nos da el sentimiento del yo como individualidad separada del mundo y de los propios símiles, tienen las mismas temáticas que las vivencias pulsionales: el sentimiento del propio poder y la valoración subjetiva de las exigencias y dificultades surgidas de la lucha por existir; el sentimiento del propio valor o la disposición permanente del yo como objeto de la estima ajena o de la propia estima; el sentimiento que precede y constituye la referencia al mundo como conjunto dotado de sentido (el optimismo) o privado del mismo (el pesimismo, o juicio fundado en una certeza subjetiva referida a las peores posibilidades, desde la resignación hasta el nihilismo).
Aun cuando la característica fundamental del estado de ánimo es la estabilidad, la permanencia o la imposibilidad de cambios en la interioridad depende en gran parte del tipo de estado de ánimo en que uno se halla. Entre el estado de ánimo lábil del hombre que por motivos banales pasa de la jocundidad a la amargura (a menudo en relación con los cambios en el sentimiento del propio poder o del propio valor), y el estado de ánimo relativamente fijo o estable de la persona poco inclinada al descontento, se encuentra el estado de ánimo que cambia cíclicamente según las modificaciones del nivel vital.
La intensidad de los estados de ánimo puede conducir a dos formas paroxísticas: la angustia y el éxtasis. La angustia o conciencia de la propia estrechez vital puede ser causada por la pérdida de las raíces que nos unen al mundo (angustia mundana), por el miedo al destino (angustia vital) o por la falta de unidad interna (angustia intrapsíquica). Tal vez podría añadirse otro tipo de angustia, la 
que Kierkegaard define «angustia como miedo a la nada» o angustia existencial [Kierkegaard 1984]. La angustia existencial es propia de la cultura contemporánea, en donde se vive sin recordar de dónde venimos (devaluación y rechazo de la tradición y de las instituciones primigenias) ni saber a dónde vamos (adormecimiento de la fe religiosa y desaparición de la esperanza). El éxtasis, en cambio, es la conciencia de apertura de la propia individualidad causada por la unión amorosa o a la ebriedad del rapto vital; esta última se caracteriza por el abandono de la propia individualidad al desaparecer temporalmente la conciencia del yo [Janet 1980].
El análisis de la afectividad puede concluirse afirmando la existencia de una circularidad entre los estados permanentes de ánimo y las emociones. Los estados permanentes implican inclinaciones a experimentar determinados sentimientos. Las emociones, a su vez, influyen en los estados de ánimo mediante el refuerzo o la creación de disposiciones, es decir, de estados de ánimo disposicionales. La relación circular entre el estado de ánimo y las emociones explica por qué el estado de ánimo, a diferencia de las sensaciones corporales, tiene a menudo una referencia moral [Anscombe 1981]. La responsabilidad de los estados de ánimo depende de la causa de los mismos. Algunos, como la depresión, tal vez tengan una causa neurofisiológica (desorden del equilibrio fisiológico en el campo hormonal o en el sistema nervioso), de todas formas, la persona deprimida puede ser en parte responsable de su enfermedad, cuando, por ejemplo, el origen de su estado es debido al rechazo de una verdad que contraría la buena imagen de sí o cuando no se desean atajar o modificar ciertos comportamientos y actitudes.
La afectividad aparece, así como un ámbito de la interioridad de la persona que influye en su relación con el mundo, de forma particular a través de las valoraciones, disposiciones y acciones a las cuales hace tender.









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