cómo vivirla si todo está escrito
La eterna pregunta: ¿cuál es el sentido de la vida?
Cada uno puede tener su propia opinión, aunque es habitual no tener una respuesta firme y propia. Y, en caso de tenerla, ésta puede cambiar a lo largo de la vida y de las circunstancias personales.
No obstante, es importante conocer el sentido de la vida o, por lo menos, encontrarle uno. Porque, si no, ¿qué nos impulsa a vivir?, ¿qué nos motiva a levantarnos con ilusión cada mañana?, ¿cómo es posible encontrar nuestro camino, o un criterio que nos permita tomar decisiones importantes?
Algunas ideas que, tal vez, te permitan encontrar la tuya propia. Porque eso es lo importante: que puedas darle a tu vida el sentido que tú quieras.
El sentido de la vida depende de tu visión del mundo. ¿Está todo está escrito o depende de nosotros?
El sentido de la vida depende de cómo percibimos el mundo.
Y el mundo, a grandes rasgos, puede ser determinista o indeterminista. Es decir, puede que todo esté escrito o bien que dependa de nosotros.
Reconozco que encuentro mucho más atractiva la visión indeterminista del mundo, pero es claro que el mundo es determinista, y que la libertad no es más que una ilusión. Una maravillosa ilusión.
Y tal vez tengas mil argumentos para justificar lo contrario. Es decir, que el mundo es indeterminista, que somos libres y que tenemos el control de nuestra vida y nuestro destino.
Y es que, en un mundo determinista en el que todo está escrito, resulta más difícil encontrarle un sentido a la vida.
De todos modos, repito: se trata sólo de mis opiniones y creencias personales. Y aunque estén bien argumentadas, posiblemente nunca sepamos si son correctas.
Efectivamente, tal y como decía Kant, desde la visión parcial y limitada del intelecto humano, es probable que jamás lleguemos a conocer la respuesta definitiva.
Esta incertidumbre es, en parte, lo que determina mi forma de vivir en un universo determinista.
¿Cómo vivir la vida si todo está escrito?
En un mundo determinista en el que todo está escrito, ésta es mi forma de vivir la vida:
1. Vivir como si todo dependiera de mí (indeterminismo)
Acabo de decir que una visión indeterminista del mundo es mucho más atractiva; y esperanzadora, ilusionante, divertida… Nuestro ego (el mío también) está más cómodo y seguro teniendo el control de su propia vida y sintiéndose responsable de lo que en ella sucede.
También he dicho que, posiblemente, nunca sepamos si el mundo es determinista o indeterminista. Por tanto, ¿por qué limitarse a vivir desde un único punto de vista?
Por ello, vivo mi vida como si todo dependiera de mí. Es decir, asumo la responsabilidad de mis actos, busco mis propios proyectos y objetivos personales, y lucho sin tregua por ellos asumiendo que soy capaz de crear la vida que quiero vivir, así como de influir en el mundo donde me ha tocado nacer. En definitiva, me siento dueño de mi destino.
En el fondo, sé que eso no es así, y asumo que todas y cada una de mis decisiones están escritas. Sólo haría falta la tecnología o el nivel de conciencia adecuado para conocerlas de antemano. Sin embargo, mi limitada mente humana todavía no es capaz de realizar predicciones exactas del futuro, ni de admirar el plan universal en toda su magnitud. Por suerte.
2. Encontrar consuelo y tranquilidad en el hecho de que todo está escrito (determinismo)
Nunca he querido caer en la complacencia y el conformismo de saberme en un mundo determinista. No obstante, como ya comenté en otro artículo, muchas personas caen en depresión, en la indulgencia o en la desmotivación cuando asumen que todo está escrito.
Pero, a decir verdad, una visión determinista del mundo puede ser más alentadora y reconfortante que entristecedora o deprimente. ¿Por qué? Precisamente por eso; porque todo está escrito, porque todo tiene una ley que rige lo que sucede y porque, en consecuencia, todo está en equilibrio con un plan universal predeterminado.
Por tanto, cuando las cosas van mal, cuando nos ocurren desgracias o cuando la vida nos da un revés, ¿qué sentido tiene desesperarse? Es en ese momento cuando me aferro al determinismo.
Porque si algo ocurre en tu vida, es por algún motivo, y ese motivo está en perfecta armonía con las leyes del universo y, por tanto, es bueno para ti de un modo u otro. Que no te guste lo que ocurre, que no lo entiendas o que quieras algo diferente es irrelevante. El problema no es del universo o de la vida, el problema es tuyo, de cómo lo percibes.
Lo único que puedes hacer es intentar comprender lo que pasa, intentar revertir la situación o aceptar lo que hay. O todo ello a la vez.
Así pues, los tres consejos que puedo darte son:
1 Sé paciente, ya que el tiempo suele acabar mostrándote los porqués.
2 Sigue luchando, ya que son tus actos los que suelen sacarte de los problemas.
3 Acepta la vida tal y como viene, tal y como es.
Ello supone reconocer que el universo, la vida o Dios (usa la palabra que más vaya contigo) es más inteligente que tu conciencia limitada de Homo sapiens. De esta forma se vive mucho más tranquilo y en paz con uno mismo y con el mundo. Te lo aseguro.
EL SENTIDO DE LA VIDA
Para concluir, me gustaría hablarte del tema clave del artículo: el sentido de la vida.
He defendido que, en último término, el universo es determinista. Entonces, ¿cuál es el sentido de la vida? ¿Cuál es el sentido de venir a este mundo si todo está predeterminado desde el momento de nuestro nacimiento (o incluso antes)? ¿Dónde está la gracia de encarnarnos en marionetas controladas de antemano por las leyes universales?
¿Cuál es el sentido de la vida en un mundo en el que todo está escrito?
Para responder a esta pregunta, no encuentro mejor frase que la de Jorge Santanaya. Dice así: “La vida no está hecha para entenderla, sino para vivirla”
Nadie sabe ni sabrá a ciencia cierta si todo está escrito o depende de nosotros. Todo son teorías, opiniones o creencias. Pero hay un hecho obvio. Que aquí estamos y, por tanto, mientras estemos vivos, deberíamos dedicarnos a vivir.
Divirtámonos, juguemos, trabajemos, enfadémonos, riamos, ayudemos, gocemos, suframos…y –si queremos– reflexionemos también sobre el sentido de la vida si eso nos hace sentir mejor. Pero no nos olvidemos de vivir.
En ese sentido, es posible que cuando muramos y dejemos de ser humanos, pasemos a ser simplemente conciencia, alma o Esencia. Y, tal vez, desde este estado no-físico nos fundamos con la conciencia universal (llámala como te apetezca) y, por consiguiente, seamos capaces de entender los porqués que se nos escapan en esta vida.
Es posible que desde este estado no-físico tengamos una comprensión omniscente que nos permita conocer el presente, el pasado y el futuro, así como responder cualquier pregunta que pueda formularse.
A una escala universal, la conciencia humana en su máxima expresión equivale -a lo sumo- a la de un bebé; o, tal vez, a la de un niño. ¿Y qué es lo que debe hacer un niño? Aprender, disfrutar y aprovechar al máximo su infancia. ¿De qué sirve querer ser adulto antes de tiempo? Nuestras almas son viejas, y sabias. Y, tarde o temprano, todos volvemos a ser almas otra vez.
Entonces, la siguiente pregunta sería: ¿cuál es el sentido de la existencia cuando, en medio de la eternidad, conocemos todas las respuestas? ¿Cuál es el sentido de la vida si, en un estado no-físico, ya no hay posibles sorpresas, ni cambios de guion, ni cosas nuevas que aprender? Además, es posible que este estado no-físico sea el estado por defecto en el que vive nuestra alma la mayor parte de su existencia.
Nadie sabe la respuesta; pero, tal vez, la solución o vía de escape al “problema” que suscita la eternidad y la omniscencia sea, precisamente, venir a este mundo y vivir de forma temporal como humanos.
Tal vez el verdadero lujo sea vivir esta vida como almas encarnadas en simples personas. En personas ignorantes que buscan respuestas que en realidad ya conocen. En personas que no recuerdan nada y que, por tanto, desean explorar nuevos horizontes, sentir nuevas emociones y vivir nuevas experiencias que, en el fondo, ya conocen. Las personas somos, en realidad, como niños, que se divierten (o sufren) jugando al juego de la vida. Un juego aparentemente incierto, inmensurable e incontrolable en el que siempre hay cosas nuevas que descubrir y aprender. Un juego en el que hay infinitas posibilidades, algunas divertidas y placenteras; otras, aburridas y trágicas.
¿Qué tipo de vida sería ésta si no hubiera lugar para lo nuevo, para las sorpresas, para los imprevistos? ¿Qué tipo de vida sería ésta si supiéramos todas las respuestas y todo lo que va a ocurrir día tras día, mes tras mes, año tras año?
¿Qué vida tendríamos si no hubiera espacio para las nuevas experiencias, para los imprevistos o para los riesgos?
Tal vez la vida sea como montar en una montaña rusa, cuyo inicio y final está ya predeterminado, incluyendo todas y cada una de sus piruetas y giros. Pero, ¿qué más da? Lo bueno es que hemos olvidado lo que nos depara la próxima curva. Y eso la hace sorprendente, estimulante, divertida y digna de ser vivida.
Al principio dije que la libertad no existe, que es sólo una ilusión, porque todo, en el fondo, está ya escrito. ¿Y qué más da? Porque, de todas formas, ni nos acordamos ni somos capaces todavía de preverlo todo con exactitud. Y, además, la sensación de libertad y control es real, muy real…
Por tanto, tal vez el sentido de la vida sea eso, la ilusión.
Tal vez el sentido de la vida sea vivirla sin saber qué va a pasar mañana. Y tener la ilusión de que todo depende de nosotros, a pesar de que todo ya esté escrito.
Tal vez el sentido de la vida sea vivirla siendo ignorantes, puesto que la ilusión de la ignorancia es la que nos impulsa a seguir aprendiendo; a pesar de que, en el fondo, ya conozcamos todas las respuestas.
Tal vez el sentido de la vida sea vivirla creyendo que somos mortales, porque la ilusión de la mortalidad nos impulsa a vivirla y aprovecharla al máximo; a pesar de que, en realidad, seamos inmortales.
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